Juguetes, juegos, deportes, persona y sociedad
Captar cómo te sientes ante una victoria, o ante una derrota; supone autocontrol: manejar cómo vas a manejar esa victoria hacia ti mismo (siendo engreído y dejando de entrenar o revisando tu juego para perfeccionarlo); supone empatía
Recientemente tuve el placer de participar en un evento de la Cámara Venezolana de Comercio de Juguetes y Afines. Me llamó la atención el contenido de un panel sobre las implicaciones de los juguetes y juegos sobre el crecimiento intelectual y social de los niños y adolescentes.
En este contexto conceptual me puse a imaginarme ejemplos concretos de tales impactos.
Ciertamente, un simple juguete, cuyo juego consista en engarzar anillos de madera en el orden del diámetro de los anillos, enseña al niño a concentrar la atención, estimar el diámetro de cada anillo, y que existe un orden y una regla: Poner los anillos en orden de tamaño. De allí se va formando la inteligencia racional.
Un juego como el de damas añade otros mensajes: Que existen tales cosas como varias reglas de juego, la ventaja de cumplirlas para ganar, la competencia con el otro, las estrategias y el riesgo de que el contendor incumpla las reglas, “haga trampa”. Más o menos lo mismo se puede decir acerca de muchos juegos entre dos competidores.
Las reglas de juego y las estrategias pueden ser muy numerosas, como en el Monopolio o el Ajedrez.
Un nivel más elaborado sería competir entre dos equipos; muy propio de los deportes. En este caso surge un reto muy sublime: Aprender a jugar en equipo. Sin embargo, dice Mancur Olson, en su libro The Logic of Collective Action, “…Si los miembros de un grupo tienen un interés u objetivo común, se supone que el grupo actuará lógica y racionalmente para alcanzar esos intereses.” Pero, el mismo Olson ha cuestionado esta premisa diciendo que… “…a menos que el número de individuos sea muy pequeño o de que existan reglas, coerción o alguna otra condición que haga que los individuos actúen en pos de un interés común, individuos racionales e interesados no actuarán en conjunto para alcanzarlos.”
Esta máxima me ayuda a entender cómo se jugaba el football cuando era niño: Pelé o Di Stefano cogían el balón muy adentro en su propio campo y corrían casi los 90 metros y le metían gol al contrario. Esas versiones individualistas del football hoy día están superadas, observándose que los goles de un Messi o de un Ronaldo son fruto de un juego de pases en el que cada posición juega el rol que le corresponde. Este es un gran avance. Esta evolución coincide con esa gran frase de José Mourinho, el famoso entrenador de football de Portugal: “Yo no vengo a enseñar a los jugadores a jugar football, yo les enseño a jugarlo en equipo.” El mismo mensaje se desprende de la película “Moneyball”, con Brad Pitt como el encargado de contratar jugadores para el Oakland de California. Éste cayó en cuenta de que, con estrellas-caras no estaba ganando y se enfocó en buscar jugadores más modestos y menos costosos que pudieran desempeñar muy bien distintas funciones complementarias. Así, el Oakland gano varios campeonatos seguidos, después de muchos años sin victorias.
Para jugar en equipo hace falta desarrollar mucha inteligencia emocional (construir un sesgo asociativo), rasgo escaso y difícil de alcanzar. La educación formal en Occidente desestima esta materia. Nos enseñan física, aritmética, historia, química, historia del arte, manualidades, hasta mineralogía me enseñaron (perdieron su tiempo), pero nadie nos enseña a ser mejores personas: A escuchar, a decir las cosas asertivamente, pero sin ofender, en vez de quedarnos cayados o agredir, a ponernos en la posición de los demás ni mucho menos se enseña a manejar personas en situaciones tensas y con un sesgo asociativo. La más visible excepción en Occidente a esta carencia la representan las enseñanzas de los coaches deportivos, al menos de los buenos. Quienes han tenido el buen tino de jugar en equipos, sí creo que tienen o han recibido alguna educación en inteligencia emocional.
La inteligencia emocional supone autoconocimiento: Captar cómo te sientes ante una victoria, o ante una derrota; supone autocontrol: manejar cómo vas a manejar esa victoria hacia ti mismo (siendo engreído y dejando de entrenar o revisando tu juego para perfeccionarlo); supone empatía: ponerse en la posición del contendor, sea éste ganador o perdedor; y tener destreza social para manejarse ante el vencedor (felicitándolo, en vez de envidiarlo o etiquetarlo de tramposo); y ante el vencido (dándole la mano y felicitándolo por su gran juego, en vez de verlo a menos).
El buen coach y sus jugadores practican un intenso entrenamiento que supone disciplina, autocontrol para soportar el sacrificio del esfuerzo y de la rutina; comprenden que es necesario conocer las reglas del juego para ser más efectivos y desprecian la trampa. En el aspecto de reglas y de no hacer trampas, las familias, las iglesias y las escuelas también son buenas maestras.
Los juegos de competencia canalizan, civilizadamente, el afán de competir de los seres humanos y sirven para drenar las frustraciones que surgen de las dificultades que todos enfrentamos en la vida. En esto cumplen una gran función social, además del entretenimiento tan necesario para la salud mental y para compartir.
Sin embargo, si bien los juegos y competencias nos enseñan reglas y estrategias, esto no quiere decir que sean enseñanzas inocentes, aunque seamos inconscientes de los mensajes que nos dejan sus prácticas. Hablando de Occidente, el juego más emblemático es el de ajedrez. Su regla básica es lograr el “jaque mate” o Muerte al Rey. Y, lo que es más, este juego se trata de que uno gane y que el otro pierda y se quede sin nada. Digo que los juegos pueden tener ramificaciones inconscientes, pero no inocentes, porque da la casualidad de que el tratado de guerra por excelencia en Occidente es el del Barón prusiano Karl von Clausevitz. Su teoría dice que, ante un conflicto, se deben reunir las mejores fuerzas para atacar al enemigo en su punto neurálgico y buscar aniquilarlo. ¡Wao! ¿Será que, ante las adversidades, no hacemos otra cosa que declararle guerra abierta al otro, aunque no estemos seguros de que podemos ganarle? ¡Eso es un disparate, pero lo hacemos! ¿Será que, ante la competencia, no dejamos espacio para coopetir (cooperar con nuestros competidores; para eso son las cámaras empresariales)?
En Oriente el juego emblemático es el Wei Chi (nombre original de la China) o Go (nombre que le dio el Japón). Este juego tiene mensajes distintos al ajedrez. También se juega en un tablero, con más posiciones que las del ajedrez. Cada jugador va colocando sus fichas, ocupando espacios. Gana quien más espacios ocupe. La agresión existe, pero es moderada. Consiste en rodear con las fichas propias a fichas del contrario. En ese caso, quien lo logra, le quita las fichas al otro y obtiene unos puntos extras. La victoria se decide por quien ocupó más espacios, pero el otro jugador no pierde todo, se queda con algo. Este juego se interpreta que coincide con la teoría de la guerra de Tzun Tsu, el estratega chino que dijo que la guerra se tenía que ganar antes de declararla, no lanzándose contra el otro sin medir fuerzas. Según el Sr. Tzun, en la primera etapa de la guerra, se debe buscar la victoria mediante estrategias psicológicas. Si fuese necesario atacar, hacerlo por los flancos más débiles del enemigo, por sorpresa y nunca comprometiendo las mejores fuerzas propias. Tampoco debían las fuerzas victoriosas desgastarse en aniquilar totalmente al enemigo; ambos debían evitarse costos innecesarios.
Yo creo que en Venezuela hemos jugado ajedrez por demasiados siglos, el juego equivocado. En cada cambio de jugadores, desaparece quien pierde, pero en semejante juego de dominación y aniquilación; poco ha cambiado el qué hacemos ni el cómo lo hacemos por cinco siglos. Creo que deberíamos tomar clases de Wei Chi, perfeccionar la labor de los coaches de deporte en cuanto a la enseñanza de inteligencia emocional, las tiendas de juguetes y juegos pueden incorporar a su oferta la enseñanza y campeonatos de juegos, se pueden diseñar juegos de inteligencia emocional e incluir esa materia desde el kindergarten en adelante. Por cierto, Christine de Marcellus de Vollmer y Carlos Beltrano ya tienen varios libros para niños y adolescentes para el desarrollo del sentido de equipo, de la amistad, de la complementariedad dentro de la diversidad, etc.; publicados por la Fundación Aprendiendo a Querer: www.alivetotheworld.org. Yo doy un taller para adultos sobre inteligencia emocional, clave para el éxito de las empresas y organizaciones.
@joseagilyepes
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