No estamos locos
El espíritu es creer lo que somos como resultado del alma buena, sanamente atrapado por una lógica empírica y sofista [si acaso especulativa pero reveladora]
La genialidad de Cervantes fue convertir “la locura” en pasión, inspiración y esperanza. La ilusión hecha verdad. Por ello recurro a los clásicos. Para explicar cómo el liderazgo de la oposición real en Venezuela se desliza con nobleza por la baranda de la historia. Hablar de ética, moral o del areté platónico, sería suficiente. Pero es en el texto de Don Quijote donde encontramos ese toque romántico y mágico que nos da una comprensión gigantesca de un destino posible, de un nuevo amanecer.
Repasemos las líneas Cervantinas. De cómo en el talante del Hidalgo Alonso Quijano, cabalga la elegancia de María Corina, Rocío, Catalina, Dianora, Superlano, Perkins, Henri, Tarazona y miles de compatriotas que han sido víctimas de persecución y privaciones, millones que siguen de pie por recuperar una mejor suerte. En ‘la locura’ de Molinos de Viento, reposa una hermosa ilusión: mantener viva la fe y la convicción por vencer.
Don Quijote y los Gigantes del Campo
Quizás el Capítulo más famoso de Don Quijote [VIII], es su duelo contra los molinos de viento.
Una mañana clara, Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza, cabalgaban por las vastas llanuras de La Mancha. El sol empezaba a calentar la tierra, y el viento soplaba suave sobre los campos dorados. De pronto el caballero detuvo su caballo Rocinante y se quedó mirando fijamente al horizonte. Sancho lo miró intrigado.
—Mira, Sancho amigo—dijo Don Quijote, con los ojos encendidos de emoción—. Allí, en la distancia, veo a treinta, quizá más, gigantes monstruosos que están causando estragos en estas tierras. ¡Es nuestro deber enfrentarlos!
Sancho entrecerró los ojos y luego se rascó la cabeza.—Señor, no son gigantes…Son molinos de viento. Lo que usted cree que son brazos, son sólo las aspas que giran con el aire […] Pero Don Quijote no lo escuchó. Ya estaba bajando la visera de su casco, empuñando su lanza con firmeza.
—Sancho, amigo mío, está claro que no ves la verdad. ¡Esos gigantes han sido transformados por hechiceros malvados! ¡A la carga! Y sin esperar respuesta, espoleó a Rocinante y se lanzó al ataque, gritando como un verdadero caballero andante.
—¡No huyáis, cobardes y viles criaturas! ¡Que un solo caballero os desafía! […] El viento sopló más fuerte justo en ese momento. Una enorme aspa giró, y cuando Don Quijote se acercó, lo golpeó con fuerza descomunal, lanzándolo por los aires. Cayó al suelo, molido, golpeado, pero no vencido. Sancho corrió a socorrerlo.
—Se lo dije, señor. Son sólo molinos. No había gigantes. Don Quijote, dolorido pero digno, respondió con seriedad:
—Sancho, Sancho… eso es justo lo que quieren que creamos. Pero yo sé que un malvado encantador los convirtió en molinos para arrebatarme la gloria de la victoria […] Sancho suspiró, pero no dijo nada más. Ayudó a su amo a levantarse, y juntos, una vez más, continuaron su camino.
Venezuela y los molinos de viento: soñar, resistir y luchar por la libertad
En la vasta llanura del tiempo histórico, Venezuela se ha convertido en una batalla desigual. Una disputa tanto violenta y cruel como injusta y miserable. Frente a un régimen autoritario, con instituciones cooptadas, medios silenciados y una economía devastada, se alza una oposición democrática que, como Don Quijote, ha sido ridiculizada, golpeada, y muchas veces incomprendida. Pero esa oposición valiente y genuina no ha dejado de soñar con la libertad. La otra [“oposición”] ha decidido vender su dignidad y soplar los molinos.
Los molinos del poder doblegan a harapientos políticos bajunos. Andrajosos, con máscaras, gorras simulando tricolor y fachadas. El régimen no es un enemigo simple ni visible. No es un ejército uniforme que se enfrenta de forma abierta, sino un sistema complejo de opresión: la censura, el miedo, el control judicial, el exilio forzado, las elecciones manipuladas. Como las aspas del molino, giran, se transforman, se disfrazan. Y cuando la oposición intenta atacar a uno, el régimen gira su estructura y los hace caer al suelo, golpeados y torturados.
Tal como en Don Quijote, la lucha contra estos “molinos” parece inútil, absurda incluso, desde una mirada pragmática. Pero ahí radica su grandeza moral. Don Quijote entiende que vivir sin libertad es vivir indignamente. Esa convicción lo mueve a pesar de la burla y las caídas. Así también, la oposición venezolana—aunque fragmentada, golpeada o desmoralizada—sigue defendiendo el principio inquebrantable de libertad.
Cuántos quijotes tenemos y hemos tenido. Cuántos molinos de viento han embestido pero no alcanzan derribar la moral de los gigantes libertarios venezolanos. Y nos rascamos la cabeza cuando constatamos-sin creerlo-que nos volvemos a levantar, diciendo: -Sancho, Sancho eso es justo lo que quieren que creamos. Pero yo sé que un malvado encantador los convirtió en molinos para arrebatarme la gloria de la victoria…
Soñar lo imposible: la locura como forma de resistencia
Don Quijote no está loco por no ver la realidad. Su delirio es negarse a aceptarla como definitiva. Esa es la esencia de la oposición democrática: no resignarse. No aceptar que el abuso se normalice, que el silencio sea costumbre o la tradición la derrote. Soñar con elecciones libres, justicia verdadera, regreso de los exiliados y reconciliación nacional puede parecer quimérico, pero es justamente el sueño lo que mantiene viva.
“Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, sino justicia.” En esta metáfora Sancho Panza representa al pueblo venezolano, muchas veces escéptico, cansado, herido por la experiencia. Sancho no deja de acompañar a su caballero, pero le recuerda una y otra vez que no hay molinos, ni gigantes.
Aun así, Sancho sigue caminando. Porque aunque no comparte la fantasía, sí comparte el deseo profundo de un país mejor. El pueblo, como Sancho, no se ha rendido del todo, aunque no siempre crea que el cambio sea inmediato.
Cada vez que Don Quijote cae, se levanta. Y dice algo que define el espíritu de toda causa justa: “Yo sé quién soy.” [Parte I, Cap. V]. También la oposición venezolana debe recordarlo: “sabemos quiénes somos”, aunque el régimen intente desfigurarnos como traidores, vendidos, ingenuos o fracasados.
La lucha por la democracia en Venezuela es, como la del Quijote, una empresa que parece imposible hasta que se vuelve inevitable. A veces serán derrotas. A veces silencios. Pero también hay victorias pequeñas que son gigantes: una conciencia que despierta, una voz que se alza, una guacamaya que vuela.
Los Quijotes de nuestra hora. No están locos, están despiertos
En una tierra azotada por el desencanto, donde la ley se doblega y el miedo se convierte en rutina, se alzan figuras que no visten armaduras, pero cuya determinación brilla más que el acero. No cabalgan un Rocinante, pero recorren el país con la palabra como lanza y la verdad como escudo. Son nuestros caballeros andantes, nuestros jóvenes y viejos que no han dejado de creer que Venezuela puede volver a ser libre. No permitan que un gigante monstruoso acabe con el delirio irrenunciable de libertad.
A diferencia del Hidalgo, María Corina no confunde molinos con gigantes. Sabe exactamente a qué se enfrenta: una maquinaria de poder sin escrúpulos, un Estado tomado, el odio desatado. Su lucidez es el mayor peligro para el régimen. Y sin embargo, como Don Quijote, no para de cabalgar por elecciones limpias, justicia para las víctimas, reconciliación nacional. No porque ignore la realidad, sino porque se niega a que esa realidad sea eterna.
Don Quijote se lanzaba con una lanza de madera. María Corina cabalga con el verbo y con su ejemplo. Su voz—firme, sin temblor, sin pausa—resuena en corazones asediados por la desesperanza. Es la lanza de una líder que no se deja intimidar ni por inhabilitaciones, persecución, chantajes ni amenazas. María Corina no cita estos versos: los encarna.
Don Quijote era noble de linaje, pero perdido en la fantasía, vencía todos los miedos. El mérito de nuestros líderes es que estando sobrios, no temen. No idealizan el poder; lo combaten. No sueñan con títulos; buscan el derecho del pueblo a decidir. No combaten por gloria personal, sino por un país que aún no ha renunciado a sí mismo. Para ellos, los molinos no tienen aspas…Y aunque muchos digan como Sancho, “no puedes ganar”, ellos responden con valor: la sola causa-justa y honorable-es victoria.
Su cordura es su rebelión
María Corina no está sola, aunque lo parezca. Lleva detrás de sí un pueblo que, como Sancho Panza, puede mostrarse escéptico, temeroso, incluso cansado. Pero que la sigue, porque ve en ella una llama encendida cuando todo parece oscuro: A los venezolanos de pronto amenazados por la desesperanza, nos hace creer que en un país inexistente, aun amanece y la Venezuela que fue, puede renacer. Cree que la verdad puede más que el aparato del miedo. Se ha levantado una y otra vez, aun cuando todos esperaban su rendición. Tiene una fe obstinada, no en sí misma, sino en la dignidad del pueblo venezolano.
Porque a veces—como enseñó el Quijote—la única forma de cambiar el mundo es negarse a aceptarlo como está. Los sueños nos hacen parecer locos, pero también nos dan propósito. La locura del Quijote es, en el fondo, un acto de fe en un mundo mejor. “Yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui Don Quijote de la Mancha, y soy ahora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno.”
Los venezolanos no estamos locos. Aunque es una lucha devastadora y desproporcional, honrar a los Dioses que nos dieron el don de la libertad-arriesgando la vida misma- no es demencia, es un continuo despertar.
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
Combatir todo acto acto vil, ruin y cobarde como convertirse en donatario del verdugo, es otro molino monstruoso, contra el cual vale se puede y se debe aventurar la vida. No están solos, no-estamos locos, estamos despiertos, con la consciencia lúcida y viva. Han sido Hidalgos y Quijanos, héroes de la libertad, del amor de la tierra buena y sana, donde el viento no mueve más, que los cilios de la libertad.
“Bendito sea el poderoso Dios que tanto bien me ha hecho. En fin, sus misericordias no tienen límite, y el pecado de los hombres no puede estorbar sus altos beneficios. Yo tengo ya juicio libre, claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que me oscurecían el entendimiento.”
Este es el epílogo sagrado de un despertar. Los pecados de otros hombres no pueden estorbar el Don divino del amor, la verdad y regresar a casa en libertad. Deseos de libertad que embriagan al punto de la locura. Confiemos. Fuimos locos, pero hoy estamos cuerdos. Las sombras caliginosas de la ignorancia, ya no oscurecen mi entendimiento.
Más allá del fuego y de las sombras, la felicidad
Volviendo al pensamiento clásico, Platón aprendió de Sócrates y Parménides, a desanudar el dilema entre el “ser racional” y el “ser espiritual”. Del poemario de Parménides, concluye que la justicia y el derecho no “son” un destino divino, sino “la puerta que conduce a un rayo de luz” a los virtuosos. El ser racional es quien alimenta la razón con conocimiento y experiencias. El conocimiento nos permite ver va más allá de la sombra de lo que creemos ser.
El espíritu es creer lo que somos como resultado del alma buena, sanamente atrapado por una lógica empírica y sofista [si acaso especulativa pero reveladora].
En el proemio, Parménides describe el viaje que hace «el hombre que sabe»: un viaje en carro, tirado por un par de yeguas, y conducido por las Helíades. Un camino alejado de la ruta usual de los mortales, un camino de la noche y el día, camino que está interrumpido por un inmenso portal de piedra, cuya guardiana es Dice […] Las hijas del sol la persuaden [a Dice] y esta abre la puerta para que pase el carro. Dice le indica "que no ha sido enviado a este mundo por un destino funesto, sino por el derecho y la justicia". Y Agrega el poemario: “En virtud de ello es necesario que conozcas todas las cosas, tanto «el corazón inconmovible de la verdad persuasiva» como «las opiniones de los mortales», porque, a pesar de que en estas «no hay convicción verdadera», sin embargo han gozado de prestigio”.
Prestigio que es virtud, virtud que es nobleza, nobleza que es justicia[...] justicia que es amor y libertad, convertida en convicción verdadera. La locura es entonces una forma de convicción.
La experiencia y el conocimiento-que es sabiduría-indican que luchar por la libertad al límite del delirio, comporta una noble racionalidad. Tomar esa ruta, combatiendo aparentes molinos de viento, es justicia, es derecho, es luz pura y limpia detrás del fuego, que al decir del Quijote, impide que broten las caliginosas sombras de la ignorancia.
No estamos locos, no estamos condenados a un destino funesto. Ese aparente delirio nos hará libres a un destino de luz, paz, justicia y amor.
@ovierablanco
Repasemos las líneas Cervantinas. De cómo en el talante del Hidalgo Alonso Quijano, cabalga la elegancia de María Corina, Rocío, Catalina, Dianora, Superlano, Perkins, Henri, Tarazona y miles de compatriotas que han sido víctimas de persecución y privaciones, millones que siguen de pie por recuperar una mejor suerte. En ‘la locura’ de Molinos de Viento, reposa una hermosa ilusión: mantener viva la fe y la convicción por vencer.
Don Quijote y los Gigantes del Campo
Quizás el Capítulo más famoso de Don Quijote [VIII], es su duelo contra los molinos de viento.
Una mañana clara, Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza, cabalgaban por las vastas llanuras de La Mancha. El sol empezaba a calentar la tierra, y el viento soplaba suave sobre los campos dorados. De pronto el caballero detuvo su caballo Rocinante y se quedó mirando fijamente al horizonte. Sancho lo miró intrigado.
—Mira, Sancho amigo—dijo Don Quijote, con los ojos encendidos de emoción—. Allí, en la distancia, veo a treinta, quizá más, gigantes monstruosos que están causando estragos en estas tierras. ¡Es nuestro deber enfrentarlos!
Sancho entrecerró los ojos y luego se rascó la cabeza.—Señor, no son gigantes…Son molinos de viento. Lo que usted cree que son brazos, son sólo las aspas que giran con el aire […] Pero Don Quijote no lo escuchó. Ya estaba bajando la visera de su casco, empuñando su lanza con firmeza.
—Sancho, amigo mío, está claro que no ves la verdad. ¡Esos gigantes han sido transformados por hechiceros malvados! ¡A la carga! Y sin esperar respuesta, espoleó a Rocinante y se lanzó al ataque, gritando como un verdadero caballero andante.
—¡No huyáis, cobardes y viles criaturas! ¡Que un solo caballero os desafía! […] El viento sopló más fuerte justo en ese momento. Una enorme aspa giró, y cuando Don Quijote se acercó, lo golpeó con fuerza descomunal, lanzándolo por los aires. Cayó al suelo, molido, golpeado, pero no vencido. Sancho corrió a socorrerlo.
—Se lo dije, señor. Son sólo molinos. No había gigantes. Don Quijote, dolorido pero digno, respondió con seriedad:
—Sancho, Sancho… eso es justo lo que quieren que creamos. Pero yo sé que un malvado encantador los convirtió en molinos para arrebatarme la gloria de la victoria […] Sancho suspiró, pero no dijo nada más. Ayudó a su amo a levantarse, y juntos, una vez más, continuaron su camino.
Venezuela y los molinos de viento: soñar, resistir y luchar por la libertad
En la vasta llanura del tiempo histórico, Venezuela se ha convertido en una batalla desigual. Una disputa tanto violenta y cruel como injusta y miserable. Frente a un régimen autoritario, con instituciones cooptadas, medios silenciados y una economía devastada, se alza una oposición democrática que, como Don Quijote, ha sido ridiculizada, golpeada, y muchas veces incomprendida. Pero esa oposición valiente y genuina no ha dejado de soñar con la libertad. La otra [“oposición”] ha decidido vender su dignidad y soplar los molinos.
Los molinos del poder doblegan a harapientos políticos bajunos. Andrajosos, con máscaras, gorras simulando tricolor y fachadas. El régimen no es un enemigo simple ni visible. No es un ejército uniforme que se enfrenta de forma abierta, sino un sistema complejo de opresión: la censura, el miedo, el control judicial, el exilio forzado, las elecciones manipuladas. Como las aspas del molino, giran, se transforman, se disfrazan. Y cuando la oposición intenta atacar a uno, el régimen gira su estructura y los hace caer al suelo, golpeados y torturados.
Tal como en Don Quijote, la lucha contra estos “molinos” parece inútil, absurda incluso, desde una mirada pragmática. Pero ahí radica su grandeza moral. Don Quijote entiende que vivir sin libertad es vivir indignamente. Esa convicción lo mueve a pesar de la burla y las caídas. Así también, la oposición venezolana—aunque fragmentada, golpeada o desmoralizada—sigue defendiendo el principio inquebrantable de libertad.
Cuántos quijotes tenemos y hemos tenido. Cuántos molinos de viento han embestido pero no alcanzan derribar la moral de los gigantes libertarios venezolanos. Y nos rascamos la cabeza cuando constatamos-sin creerlo-que nos volvemos a levantar, diciendo: -Sancho, Sancho eso es justo lo que quieren que creamos. Pero yo sé que un malvado encantador los convirtió en molinos para arrebatarme la gloria de la victoria…
Soñar lo imposible: la locura como forma de resistencia
Don Quijote no está loco por no ver la realidad. Su delirio es negarse a aceptarla como definitiva. Esa es la esencia de la oposición democrática: no resignarse. No aceptar que el abuso se normalice, que el silencio sea costumbre o la tradición la derrote. Soñar con elecciones libres, justicia verdadera, regreso de los exiliados y reconciliación nacional puede parecer quimérico, pero es justamente el sueño lo que mantiene viva.
“Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, sino justicia.” En esta metáfora Sancho Panza representa al pueblo venezolano, muchas veces escéptico, cansado, herido por la experiencia. Sancho no deja de acompañar a su caballero, pero le recuerda una y otra vez que no hay molinos, ni gigantes.
Aun así, Sancho sigue caminando. Porque aunque no comparte la fantasía, sí comparte el deseo profundo de un país mejor. El pueblo, como Sancho, no se ha rendido del todo, aunque no siempre crea que el cambio sea inmediato.
Cada vez que Don Quijote cae, se levanta. Y dice algo que define el espíritu de toda causa justa: “Yo sé quién soy.” [Parte I, Cap. V]. También la oposición venezolana debe recordarlo: “sabemos quiénes somos”, aunque el régimen intente desfigurarnos como traidores, vendidos, ingenuos o fracasados.
La lucha por la democracia en Venezuela es, como la del Quijote, una empresa que parece imposible hasta que se vuelve inevitable. A veces serán derrotas. A veces silencios. Pero también hay victorias pequeñas que son gigantes: una conciencia que despierta, una voz que se alza, una guacamaya que vuela.
Los Quijotes de nuestra hora. No están locos, están despiertos
En una tierra azotada por el desencanto, donde la ley se doblega y el miedo se convierte en rutina, se alzan figuras que no visten armaduras, pero cuya determinación brilla más que el acero. No cabalgan un Rocinante, pero recorren el país con la palabra como lanza y la verdad como escudo. Son nuestros caballeros andantes, nuestros jóvenes y viejos que no han dejado de creer que Venezuela puede volver a ser libre. No permitan que un gigante monstruoso acabe con el delirio irrenunciable de libertad.
A diferencia del Hidalgo, María Corina no confunde molinos con gigantes. Sabe exactamente a qué se enfrenta: una maquinaria de poder sin escrúpulos, un Estado tomado, el odio desatado. Su lucidez es el mayor peligro para el régimen. Y sin embargo, como Don Quijote, no para de cabalgar por elecciones limpias, justicia para las víctimas, reconciliación nacional. No porque ignore la realidad, sino porque se niega a que esa realidad sea eterna.
Don Quijote se lanzaba con una lanza de madera. María Corina cabalga con el verbo y con su ejemplo. Su voz—firme, sin temblor, sin pausa—resuena en corazones asediados por la desesperanza. Es la lanza de una líder que no se deja intimidar ni por inhabilitaciones, persecución, chantajes ni amenazas. María Corina no cita estos versos: los encarna.
Don Quijote era noble de linaje, pero perdido en la fantasía, vencía todos los miedos. El mérito de nuestros líderes es que estando sobrios, no temen. No idealizan el poder; lo combaten. No sueñan con títulos; buscan el derecho del pueblo a decidir. No combaten por gloria personal, sino por un país que aún no ha renunciado a sí mismo. Para ellos, los molinos no tienen aspas…Y aunque muchos digan como Sancho, “no puedes ganar”, ellos responden con valor: la sola causa-justa y honorable-es victoria.
Su cordura es su rebelión
María Corina no está sola, aunque lo parezca. Lleva detrás de sí un pueblo que, como Sancho Panza, puede mostrarse escéptico, temeroso, incluso cansado. Pero que la sigue, porque ve en ella una llama encendida cuando todo parece oscuro: A los venezolanos de pronto amenazados por la desesperanza, nos hace creer que en un país inexistente, aun amanece y la Venezuela que fue, puede renacer. Cree que la verdad puede más que el aparato del miedo. Se ha levantado una y otra vez, aun cuando todos esperaban su rendición. Tiene una fe obstinada, no en sí misma, sino en la dignidad del pueblo venezolano.
Porque a veces—como enseñó el Quijote—la única forma de cambiar el mundo es negarse a aceptarlo como está. Los sueños nos hacen parecer locos, pero también nos dan propósito. La locura del Quijote es, en el fondo, un acto de fe en un mundo mejor. “Yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui Don Quijote de la Mancha, y soy ahora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno.”
Los venezolanos no estamos locos. Aunque es una lucha devastadora y desproporcional, honrar a los Dioses que nos dieron el don de la libertad-arriesgando la vida misma- no es demencia, es un continuo despertar.
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”
Combatir todo acto acto vil, ruin y cobarde como convertirse en donatario del verdugo, es otro molino monstruoso, contra el cual vale se puede y se debe aventurar la vida. No están solos, no-estamos locos, estamos despiertos, con la consciencia lúcida y viva. Han sido Hidalgos y Quijanos, héroes de la libertad, del amor de la tierra buena y sana, donde el viento no mueve más, que los cilios de la libertad.
“Bendito sea el poderoso Dios que tanto bien me ha hecho. En fin, sus misericordias no tienen límite, y el pecado de los hombres no puede estorbar sus altos beneficios. Yo tengo ya juicio libre, claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que me oscurecían el entendimiento.”
Este es el epílogo sagrado de un despertar. Los pecados de otros hombres no pueden estorbar el Don divino del amor, la verdad y regresar a casa en libertad. Deseos de libertad que embriagan al punto de la locura. Confiemos. Fuimos locos, pero hoy estamos cuerdos. Las sombras caliginosas de la ignorancia, ya no oscurecen mi entendimiento.
Más allá del fuego y de las sombras, la felicidad
Volviendo al pensamiento clásico, Platón aprendió de Sócrates y Parménides, a desanudar el dilema entre el “ser racional” y el “ser espiritual”. Del poemario de Parménides, concluye que la justicia y el derecho no “son” un destino divino, sino “la puerta que conduce a un rayo de luz” a los virtuosos. El ser racional es quien alimenta la razón con conocimiento y experiencias. El conocimiento nos permite ver va más allá de la sombra de lo que creemos ser.
El espíritu es creer lo que somos como resultado del alma buena, sanamente atrapado por una lógica empírica y sofista [si acaso especulativa pero reveladora].
En el proemio, Parménides describe el viaje que hace «el hombre que sabe»: un viaje en carro, tirado por un par de yeguas, y conducido por las Helíades. Un camino alejado de la ruta usual de los mortales, un camino de la noche y el día, camino que está interrumpido por un inmenso portal de piedra, cuya guardiana es Dice […] Las hijas del sol la persuaden [a Dice] y esta abre la puerta para que pase el carro. Dice le indica "que no ha sido enviado a este mundo por un destino funesto, sino por el derecho y la justicia". Y Agrega el poemario: “En virtud de ello es necesario que conozcas todas las cosas, tanto «el corazón inconmovible de la verdad persuasiva» como «las opiniones de los mortales», porque, a pesar de que en estas «no hay convicción verdadera», sin embargo han gozado de prestigio”.
Prestigio que es virtud, virtud que es nobleza, nobleza que es justicia[...] justicia que es amor y libertad, convertida en convicción verdadera. La locura es entonces una forma de convicción.
La experiencia y el conocimiento-que es sabiduría-indican que luchar por la libertad al límite del delirio, comporta una noble racionalidad. Tomar esa ruta, combatiendo aparentes molinos de viento, es justicia, es derecho, es luz pura y limpia detrás del fuego, que al decir del Quijote, impide que broten las caliginosas sombras de la ignorancia.
No estamos locos, no estamos condenados a un destino funesto. Ese aparente delirio nos hará libres a un destino de luz, paz, justicia y amor.
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