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Nuestro poder e importancia

La lectura no es solo un mero acto de entretenimiento, sino un ejercicio dialéctico, un intercambio activo (punto de encuentro); una manera de reescribir la obra desde nuestra propia interioridad

  • RICARDO GIL OTAIZA

01/06/2025 05:04 am

1. Nos dice Milan Kundera en Los testamentos traicionados (TusQuets, 2023): “El recuerdo es una forma de olvido”, y pareciera una antinomia, una magra contradicción, pero el recordar implica que estamos dejando a nuestras espaldas lo vivido, que todo aquello que formó parte de nuestra existencia se va quedando atrás, se va desdibujando, porque cada vez que evocamos lo hacemos como un ejercicio del intelecto, pero también como una forma de invención (literatura en estado puro), ya que adornamos todo aquello, lo reacomodamos, le insuflamos una luz y un brillo que en realidad no tiene, porque recordar implica también sacar lo que llevamos guardado en el abismo de la melancolía: que es hondo, inmensamente denso y tejido por claroscuros, y los recuerdos son apenas ráfagas de una verdad contenida que es y no es, que serpentea y nos juega malas pasadas, y con dolor a veces tenemos que reconocer que lo recordado es un olvido jamás aceptado por el orgullo y la razón, que intenta mantenernos en pie, sostenernos, hacernos creer que es un “algo” inamovible e inconmovible, y no es así: en eso nos equivocamos, caemos en su trampa y nos dejamos arrastrar como hojas que lleva el viento.

2. El autor español Fernando Aramburo, expresa en una entrevista hecha por el periodista y autor tinerfeño Juan Cruz Ruiz, para su libro Secreto y pasión de la literatura. Los escritores en primera persona de Borges a Almudena Grandes (TusQuets, 2025), lo siguiente: “Los libros suelen morir pronto en este país”, y no le quito razón, porque la industria del libro es tan poderosa y de tal impacto mediático en España, que el mundo de la novedad es una suerte de espuma, o de nube de algodón, porque salen tantos libros al mercado semanalmente, que a los avezados lectores nos es imposible estar al día (y resulta cuesta arriba por los altos precios de los libros), y al poco tiempo de estar en las vidrieras y mesones de las novedades en las librerías con bombos y platillos, muchos de ellos pasan a la trastienda y se pierden en las neblinas del olvido, y solo algunos (los más “afortunados”), los de los poderosos grupos editoriales, los de las “luminarias” (falsas, muchas de ellas), se mantienen en las listas de los más vendidos durante semanas y, entre ellos, muy pocos se convierten en los llamados “superventas”, y estos son los tocados por la varita de la suerte y de la magia, que los multiplica edición tras edición (con tirajes fabulosos), presentaciones aquí y allá, notas arrebatas y exultantes en la prensa (pagadas casi siempre por las más conocidas casas editoriales), ferias en todo el país y en el extranjero, ruido mediático, y un sinfín de estrategias de marketing.

Por cierto, el propio Aramburo vivió con deleite el impacto de su libro Patria (en el 2016): una cantera en ventas, que estuvo una muy larga temporada en los tops de la prensa y de las revistas especializadas, hasta que lentamente cesó su ruido e impacto y hoy es considerado un clásico. Ahora bien, luego de su estruendoso éxito literario, sus nuevas publicaciones no han contado (ni de cerca) con la misma atención del público ni de los medios, y me imagino que su “queja”, expresada en la entrevista con Juan Cruz, destila un poco la amargura de ver sus novedades morir a poco de nacer, de recibir escasa atención, de no poder sentir hervir su sangre por la efervescencia de las emociones encontradas, de ser durante meses (incluso algunos años) el centro focal de la prensa ávida de noticias y de “novedades”, que realimentan a la gran maquinaria editorial y tanto placer nos proporcionan a los lectores, y a la industria editorial enriquece hasta el hartazgo.

3. La lectura no es solo un mero acto de entretenimiento, sino un ejercicio dialéctico, un intercambio activo (punto de encuentro); una manera de reescribir la obra desde nuestra propia interioridad. Cuando relatamos lo leído (o cuando lo recordamos), lo hacemos desde nuestra visión del mundo y, al hacerlo, engrandecemos la obra, aportamos referentes y experiencias, transformamos el libro en parte de nuestro ser: lo asimilamos, lo asumimos como nuestro, nos hacemos coprotagonistas y coautores, y en este ejercicio hay también la recreación de los personajes (y la fábula dada a nuestra manera), de allí la enorme importancia de leer.

La forma de acercarnos a una obra (sucede también con las otras artes) jamás será objetiva, o libre de sujeciones ulteriores, porque se echan a andar mecanismos insospechados, que interconectan lo leído con lo vivido (incluso con lo visto en otras obras), y esto nos hace crecer, cambiar referentes en nosotros: nos lleva a estadios de extrapolación que modifican la percepción del mundo de relaciones y, sin saberlo, nos conecta con dimensiones sutiles del Ser: eleva nuestro espíritu, acelera el flujo de ideas y hace de nosotros presas de nuevas y ricas experiencias vitales.

Cuando somos lectores (el subrayado exalta su importancia) nos convertimos en jueces de lo acaecido en las páginas, pero también optamos por ponernos en la piel de los personajes, y ello nos lleva a ser los buenos y los malos, la mujer o el hombre, el asesino o el santo, y con esta multiplicidad nace la confluencia de los hechos y las circunstancias, así como la visión caleidoscópica que nos lleva a atisbar derroteros e intenciones, coincidencias o divergencias, desenlaces y finales, porque la lectura activa (tiene que ser activa, no me canso de afirmarlo) nos hace ver el “todo” desde el terreno y a la vez tomar distancia (el hecho complejo), de allí nuestro poder e importancia.

rigilo99@gmail.com
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