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Freud, Buda y el deseo

ALIRIO PÉREZ LO PRESTI. El que llega a no necesitar nada es como si lo tuviera todo. La ausencia de deseo satisface la necesitad de llenar la carencia, que a su vez se encuentra marcada por el deseo

  • ALIRIO PÉREZ LO PRESTI

18/09/2018 05:00 am

Tal vez el venerado Santo lo dijo mejor que nadie cuando sentenció: “Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco”. Pero ese poco que deseaba es indicativo de que la vida sin deseo es improbable o sólo posible en individuos que aparecen cada cierto milenio en determinados contextos de carácter religioso. La vida sin deseo no es propia de la naturaleza humana. Lo importante es que los deseos de unos no terminen abatiendo a otros. 

Cuando Sigmund Freud plantea la noción de que el inconsciente es el sustrato que determina nuestros actos, ubica al ser humano en una posición en donde el libre albedrío queda cuestionado. Desde la perspectiva psicoanalítica estaríamos signados por la irresponsabilidad funcional que nos suele caracterizar. A partir de Freud dejamos de ser dicotómicamente considerados como buenos o como malos, porque las fuerzas indómitas que determinan nuestras acciones sobrepasan nuestra capacidad de decidir. Sólo a través de elementos de carácter represivo o controlador, como por ejemplo las normas morales, las leyes o las ideas religiosas, se logra contener ese lado oscuro, propio de la condición de “ser humano”. 

En el inconsciente se encuentran deseos, muchas veces en contraposición con lo normativo. Nuestro mundo interior es díscolo y tenebroso a la par de ser dócil y claro, en una lucha de fuerzas en las cuales “el deseo” trata de imponerse. “Por desear”, se intenta vulnerar la norma. Esta fórmula puede aclarar innumerables creencias, desde la idea de pecado, por ejemplo, hasta las ideas de índole político. En particular el anhelo de someter a los demás, que es el fin último de todo totalitarismo. 

Cualquier intento de carácter político que intente dominar al individuo y castrar sus posibilidades de pensar con cierta libertad, necesariamente se convierte en un sistema tiránico. Para darle forma a estas tiranías basadas en oscuros apetitos de sometimiento y dominación a los demás, el ser humano ha utilizado “ideologías” a través de las cuales trata de justificar el anhelo de aplastar a sus contemporáneos. Una ideología puede o no tener sentido racional, pero si lo que intenta es el control social, es sólo una justificación para imponerse. Un barniz para dominar. 

El deseo de someter a otros, forma parte de ese mundo oscuro e inconsciente que marca y condiciona las actuaciones humanas. Por eso el pensar es el arte de cuestionar. Desde la visión psicoanalítica la mayéutica es la herramienta de trabajo que permite dejar de aceptar lo impuesto para que cuestionemos aquello que tenemos por cierto. Freud, tal vez más que ninguno, lo explicó, lo entendió y lo vivió. La política totalitaria del Estado nazi cae sobre su país y casi a sus ochenta años de edad tiene que abandonar su patria, sus archivos, sus apegos y se refugia en Londres, donde muere en 1939. 

Esta premisa de ubicar el deseo como origen de las calamidades humanas tiene un antecedente remoto que es Buda. Centenares de millones de personas en el mundo asiático y otras regiones, ven en él lo más puro y lo más elevado que un ser humano puede alcanzar. Buda aparece cinco siglos antes de Cristo en la India y se trata de un príncipe (Siddhartha) nacido en el seno de la religión brahmana. Creía en la reencarnación, y en su cultura es la representación espiritual más elevada, encarnada en un ser humano elegido que ocurre cada tres o cuatro mil años. 

Buda tiene los famosos “cuatro encuentros” en los cuales descubre la existencia de la vejez, la enfermedad, la muerte y el sentido ascético de la vida para trascender. Es así como a los veintinueve años abandona su corte, sus palacios, su mujer y su hijo, se interna en un bosque donde habitan algunos ermitaños y comienza entonces la etapa que lo va a transformar en “el iluminado”. Se entrega a la meditación, a la renuncia de lo material, ingiriendo muy pocos alimentos y reflexionando, para luego conformar un período en el cual realiza acciones de predicación y proselitismo. 

Esta prédica insiste en dos aspectos: La presencia del dolor en la vida de los hombres (el dolor es inseparable de la vida) y la necesidad de renunciar a la causa del dolor. Esa causa es “el deseo”. Desear lo que no podemos alcanzar o lo que no tenemos. Si se elimina el deseo, al punto de llegar a no desear nada, no puede doler nada. El que llega a no necesitar nada es como si lo tuviera todo. La ausencia de deseo satisface la necesitad de llenar la carencia, que a su vez se encuentra marcada por el deseo. 

Sea por explicaciones basadas en creencias religiosas de sociedades asiáticas o por la influencia que el psicoanálisis ha tenido en la civilización, el común denominador es la ubicación del deseo como fuente originaria que explica y condiciona los procederes humanos, incluyendo las enormes injusticias que son perpetradas desde lo político para imponerse a las grandes mayorías, con el supuesto manto de legitimidad que le habría de dar el ceñirse a una determinada ideología. 

@perezlopresti
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