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Andrés Eloy Blanco, 70 años de gloria

El poeta sigue aquí con nosotros, sentado allí con un libro abierto en la página del bien y la verdad, en la página del derecho de todos, en la página del bien común y del amor, esperando que con él dialoguemos bajo la sombra acogedora del parral

  • JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ

25/05/2025 05:02 am

21 de mayo de 1955, aquella noche trágica en México cuando volvía de cumplir una jornada ciudadana de presencia y recuerdo honroso evocando junto a los otros exilados la enseñanza de un hombre, la grandeza de un pueblo, el valor de la libertad humana ante la afrenta de sus opresores.

El poeta se despidió de todos, va andando, va marchado con el alma feliz, cumplida su tarea esencial, con el verso y la palabra honesta y luminosa, henchido de esperanza y de fe el corazón valiente. Expuso ante los hombres otra vez la idea superior, la obra de su admirable pensamiento, el deseo de volver a la tierra añorada, la patria única; la idea de salvar y de guiar con su estrella en la noche, en esa noche sobre el firmamento, buena para los hombres que soñaban con la patria soberana y democrática, Venezuela sin sátrapas, Venezuela perenne, a pesar de nuestra dolorosa historia en la que pareciera no poder permanecer en ella sin sufrir, en algún momento, la amargura y la ofensa de las traiciones y los odios.

Aquel día, el poeta regresaba al hogar luego de un acto significativo de homenaje a uno de los héroes caídos. Había cumplido entonces como tantas veces su misión solidaria, su actitud comprometida, su obra intelectual extraordinaria a lo largo de sus fecundos 57 años cumplidos, al realizar como lo hizo la más grande tarea de creación y de verdad, de sacrificio y de virtud, de belleza y de genio más notable, salida de las entrañas de una tierra telúrica y salustre como es la suya: ¡Cumaná!, a la que regresaba tantas veces buscando dentro de sus recuerdos y vivencias el afecto filiar, la ternura maternal, la virtud paternal, lo entrañable de la infancia, el parral y su patio, estancias, lugares abiertos, generosos, propicios a la formación del espíritu, pura como fue su conciencia, libre como fue su expresión, dispuesta como fue su sonrisa, amistosa como era su mano, sublime como era su pluma, como lo eran y lo son en este sitio maravilloso su poesía, su palabra, su alegría, su ingenio y su alma. El poeta está aquí y no se irá.

¿Por qué esa noche cuando él había sido, tal y como lo recodaron, particularmente afectuoso y cordial, fraterno y entrañable, le tocó a Andrés Eloy Blanco partir de esa manera tan violenta, insospechada, inmerecida lejos de su Patria y dejándole a México semejante dolor?

El destino es extraño y contradictorio. El destino muchas veces es injusto. Murió un hombre singular esa noche; quedó sin él una familia; la patria se quedó sin un hijo prominente, el más notable de su tiempo si juzgamos tal y como bien lo señalaba Rómulo Gallegos, otro grande de nuestra ilustre tierra, que Andrés Eloy estaba: “bien construido por dentro” y que, además, por sus letras, su cultura, su obra extendida en todos los géneros de la literatura, tal y como lo expresaba también el célebre escritor en el pórtico de Giraluna, haber sentido: “la más profunda de las emociones que bellas letras me han producido”.

Así es, amigos, Andrés Eloy Blanco fue un predestinado, un hombre superior, forjado en la piedra de crear, ardiente y calurosa, volcánica inclusive, de la cual surgieron en forma de versos y de prosas, de guiones y de artículos, lo más excelso de la inteligencia venezolana por su valor y templanza, por su belleza y elegancia, por su gracia inigualable, por su contenido, por la circunstancia que enfrentó gracias nuestro clásico atavismo: la asechanza de los déspotas, la presencia de los tiranuelos pero ante los cuales con virtud y firmeza ciudadana sobre todo, tal y como era necesario para que su pensamiento y su acción venezolana trascendiera, como lo hizo, y pasar más allá de la inmortalidad literaria a la inmortalidad ciudadana y patriótica. ¡Qué cierta es la expresión que le llamó: “un Bolívar de perfil” del gran Alfonso Reyes! El perfil de Bolívar pero la auténtica semblanza irrepetible de sí mismo. ¡Qué poeta y qué hombre! ¡Qué hombre y qué poeta!

Sí, inmortalidad; sí trascendencia; sí eternidad; gloria que sólo alcanzan los más grandes porque basta asomarse a la ventana de su casa y ver pasar al frente de ella para su poesía las tradiciones, los recuerdos, las presencias familiares, históricas, las damas, las ilusiones, las flores y las gentes, una loca o al más cuerdo de todos, y escribir con ciertos giros y estructuras anteriores a los versos del mismo García Lorca, o manifestar con mayor dramatismo una forma distinta y superior de volver a la patria, más cabal en mí concepto que la lírica de Pérez Bonalde, capaz de exhibir, reinvindicar -la poseía al servicio de los hombres- los derechos del pueblo, por una parte, y por la otra, la inmensidad de corregir al arte mismo de maestros de la pintura, que solo imaginaron al hombre de una única manera sin aquellos de color, contradiciendo de esa forma inadmisiblemente la igualdad de los cielos y la bondad de Dios.

Por todo ello, a pesar de los años, basta también asomarse a la ventana de esta casa principal para ver pasar al frente a generaciones enteras que se suceden y se sucederán admiradas por las virtudes y los méritos de un poeta ejemplar que sentado en un banco espera que otros le acompañen, y dentro de la casa dialogar con los hombres constituyéndose de esa manera en el más cordial de los filósofos, el más cordial de los amigos, el más inolvidable de los maestros. Entrañable y superior Andrés Eloy Blanco.

Su palabra, su palabra maravillosa, cierta, coherente, hermosa y distinguida, única, sencilla, inclusive, para que el pueblo la entendiese, elegante para pronunciar a través de ella las mejores ideas y los mejores discursos que la Venezuela contemporánea ha escuchado, así como también Colombia, el Perú, México, la Francia misma, y tantos otros sitios donde su palabra se expresó y aun resuena elevada y sublime.

El poeta por sí mismo, o solo por ello, hubiera sido suficiente, pero no, el orador fue extraordinario; el humorista único; el dramaturgo singular; el periodista consecuente; el político honesto, el parlamentario inteligente, el hombre, en definitiva, la mejor dimensión de su existencia si apreciamos que sin haberlo sido todo lo demás, no hubiera alcanzado la trascendencia que tuvo y tiene por lo que fue y lo que representa: “un hombre… todo un hombre”, tal y como lo aconsejó y legó a los hijos, los suyos y de todos, los “hijos infinitos” porque gracias a su amor de ser humano todos somos parte suya y él es la mejor parte de la nuestra.

En su vida existieron determinantes trágicas, circunstancias terribles, extremas, difíciles. Cómo no advertir que mientras en la Península se publicó una vez su laureado “Canto a España”, obra con la cual América reconocía a aquella y a sí misma, también en todo lo que implicaba anticipadamente lo que ahora se denomina como la hispanidad, mientras se editó el texto del poema luego de tantos honores recibidos en todas partes y por todos los hombres y hasta del Rey mismo (Alfonso XIII), se encontraba en ese mismo instante el poeta en Venezuela en una cárcel humillante y atroz.

Envidia, maldad, desquite, pero: “yo fui vencedor del mal tremendo” porque solamente él podría realizar su proeza homérica: “Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Occidente/ Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Colón…”, y hacer en él la travesía extraordinaria que realizó la literatura de una raza, de nuestra raza, la raza americana y española, la raza blanca, india, negra, que se volvió mestiza.

Como no advertir también, amigos, tal y como lo pude evidenciar en Francia, que al poco tiempo de haber pronunciado, en el Palais Chaillot, en París, su más célebre discurso diplomático ante el mundo destruido por la guerra, tuvo también allí mismo ante la incertidumbre de su vida futura, caído alevosamente el gobierno del cual fue Canciller, que otorgar un poder, que por primera vez exhibo, en los siguientes términos:

“Yo, Andrés Eloy Blanco, venezolano, abogado, de tránsito actualmente en esta ciudad de Paris, Declaro que doy poder especial, amplio, bastante el señor Luis Roche, venezolano, mayor de edad, residente hoy en Buenos Aires, República Argentina, para que me represente en todo cuanto se relacione con los intereses que yo pueda tener en la República Argentina y en la República Oriental del Uruguay. En tal virtud el señor Roche actuará como si fuera yo mismo en todo lo referente a los haberes que me puedan corresponder por concepto de derechos de autor intelectual, ya en lo relativo a mis obras o escritor literarios o políticos, ya en otras producciones de que yo sea autor, cobrando en mis nombres las sumas que me hayan de corresponder…”.

Este inédito documento fue presentado el 09 de diciembre de 1948, así como otro similar de ese mismo día, a favor de su esposa Angelina Iturbe de Blanco, la admirable Lilina, y a su hermana Rosario Blanco para la administración de bienes muebles e inmuebles. El abogado que había defendido tanto los derechos de los otros, ahora tenía de alguna manera que ocuparse de los propios obligado a un exilio.

Hay que indicarlo como admonición ejemplarizadora: No disponía el poeta para vivir grandes e ilícitas fortunas como otros, y acudía a lo que había sido su trabajo literario y a algunos bienes existentes en Venezuela de limpia y honorable trayectoria y origen.

Sí algo maravilló mi juventud en cuanto a este hombre singular se refiere fue no solo el poeta, el escritor, el ciudadano sobre todo, fue el orador, el hombre que supo bajar a tiempo, como el mismo lo afirmaba, de la “torre de marfil” de los palacios y de los salones, para andar por las calles, por las plazas, por los caminos, por el suplicio mismo de la cárcel o el destierro, con grillos que marcaron sus pies, a pelar con las: “las armas y las letras” de la virtud civil a favor de los derechos del pueblo, tal y como un día señaló en un discurso memorable y ardiente, el único que creo se conserva en su voz, sobre: “la transmisión del mando que había sido secuestrado, la devolución de la soberanía a las manos de su residencia natural que es el pueblo”. Orador en el arte de pronunciar, de escribir o improvisar el verbo y la expresión feliz de su palabra inspiradora, era el de Andrés Eloy Blanco.

Sus discursos, dentro o fuera de Venezuela, fueron piezas oratorias auténticas que no sólo superaban los rigores académicos y literarios en los estrados de América o Europa, sino también, en las plazas públicas donde las multitudes se agrupaban en torno al nacimiento de la democracia en el país, para escuchar con preferencia a Andrés Eloy, porque tal y como una vez nos lo refirió doña Lilina Iturbe, su “Giraluna”, su maravillosa compañera, dulce, sencilla, buena a quien un día tuve la fortuna de conocer: “sí Andrés Eloy no iba, no enviaban los pasajes”.

Este hombre no tuvo pequeñez, ni egoísmo, ni gesto discriminador, y cuando mi padre, un muchacho mirandino se le acercó una vez y le preguntó, ingenuamente, cómo podría ser con él, le respondió generoso y abierto: “Lea, lea, lea…”. Ahora, en este sitio tuyo y de todos, yo te doy las gracias noble poeta por haber escuchado y respondido con tu bondad indistinta a aquel muchacho de pueblo que siempre te admiró.

Qué mejor retrato de la amplitud y humanidad aleccionadora de Andrés Eloy, que también nos refirió doña Lilina o Luis Felipe, la verdad no recuerdo, acerca de una vez en la cual el poeta al salir de la Cancillería que ejercía, escuchó el grito de un hombre de pueblo que le saludaba: “¡Adiós, Andres Eloy…!”, y ante lo cual un diplomático peruano que le acompañaba indicó: “¿Cómo es posible que no le ha llamado Dr. Blanco? "  y contentó el poeta: “Doctor Blanco hay muchos, pero Andrés Eloy soy yo”. Diáfana y aleccionadora comprensión de sí mismo y del amor del pueblo.

Orador eminente fue nuestro poeta, de esos que le hablan a la historia y la transforman; de esos que conmueven el alma humana; de esos que muestran las verdades futuras y las vuelcan sobre el presente con sentida emoción y raciocinio, para que los pueblos adviertan, escuchen, aprendan a pensar, emprender, realizar por ellos mismos las más elevadas concepciones y obras.

Bolívar fue el orador de las batallas y de las asambleas revolucionarias; Fermín Toro, el orador contra la esclavitud y de los parlamentos; Cecilio Acosta el de aquella oración fúnebre para éste último; Eloy G. González, el tribuno elegante y culto; Andrés Eloy Blanco destacó en nuestro siglo XX como el principal, incomparable por el arte de sus construcciones discursivas, por sus ideas, por la belleza de sus expresiones, por la manera de hacerlas entendibles, por el momento en que las pronunció, tal y como lo hizo, por ejemplo, ante una de nuestras bastillas, el Castillo Libertador, donde lanzó: “al mar los grillos a nombre de la Patria”. Igualmente, en el Aniversario de Carabobo, donde nos enseñó el contenido de lo que era la patria de todos, cómo compaginar la democracia y la eficacia, y lo que era y debe ser el recuerdo de Bolívar; de la misma manera, ante la conciencia incorruptible de Pio Gil; ante Monagas y la patria sin esclavos; ante Pérez Bonalde el que pudo volver y los que no lo hicieron y: “que se escaparon de mil tumbas, a la orilla de mil caminos”; y otro discurso formidable, magnífico, ante la estatua ecuestre de Bolívar en México, aquel canto oratorio excepcional cuando nos enseñó como las estatuas son vivas, cómo Bolívar, por ejemplo, debe bajar de su caballo; cómo debemos administrar a los héroes; cómo no debemos explotar y utilizar su gloria, advirtiendo con voz premonitoria: “Sembremos el petróleo, pero sembremos el bronce; sembremos a Bolívar y a Martí y a Hidalgo y a Morelos. Y cosechémoslos en estatuas que anden y no en estatuas de sal que se disuelven, en simpatía humana y no en recelo, en amor no en querellas”.

Discursos, discursos admirables, discursos impregnados de lecciones, de verdad, de historia y de caminos, discursos de civilidad como aquel sobre Vargas, y aquellos sobre la democracia y el derecho, la explicación inigualable del Anteproyecto de la Constitución en un mitin político, cuando transformó los conceptos y los institutos del derecho en democracia y en justicia, señalando los principios, las conquistas, el sufragio, la trascendencia del voto de hombres y de las mujeres sobre todo, y aquella forma de mostrarlo ante un país de elecciones inexistentes, de elecciones amañadas, de elecciones desconocidas, al indicar con gracia sinigual y pedagógica: “No es que tendrán 18 años los que tengan 17: es que lo mejor va a ser que por la primera vez, frente a un proceso limpio, limpio, limpio, los hombres que han estado tantos años sin votar, los que tengan 60, los que tengan 80, los que tengan 100 años, se sentirán de 18 años”.

Sí algún orador parlamentario ha sido decisivo en nuestra historia, si alguno pudo conducir un debate y llevar adelante una ley; si alguno pudo llevar sobre sus hombros el texto de una Constitución, y con ella la responsabilidad eminente de pasarnos del autoritarismo a la Democracia, fue Andrés Eloy Blanco en la Asamblea Nacional Constituyente -presidente de la misma- en el año de 1947, en la cual con su talento incomparable, con su gracia intencionada y sin igual, alcanzó letra por letra, artículo por artículo, la superación de los enfrentamientos, los recelos, los odios, nuestros odios históricos, a favor de la aprobación y la vigencia de aquella Carta Magna que fue consideraba en su tiempo la más avanzada de América.

La memoria sobre Andrés Eloy Blanco parlamentario sigue viva en los anales de la historia de la política venezolana, y en esta noble casa, su casa, nuestra casa, casa de la poesía y la literatura, de la música, de la historia, del arte, de todo lo que brota del ingenio y la inteligencia cumanesa, oriental, venezolana, sensibilidad definitoria de lo que el mismo poeta señalaba: “la patria como es buena”, están sus notas a los diputados de la Asamblea, allí de su puño y letra, resistiendo la inclemencia de los años para constituir el testimonio más resaltante de su ingenio y cómo condujo a Venezuela a una de las mejores etapas para las libertades, los derechos y las garantías políticas porque los pueblos no pueden tener otro destino que el de ser libres y felices.

La barbarie, la ignorancia, la incapacidad pareciera siempre cebarse contra la cultura y arremeten contra ella en el intento de destruir cualquier vestigio civilizatorio, acabar las ideas, de enervar e impedir el pensamiento que no sea la aceptación servil a sus caprichos y deseos, y más cuando con ellos se establece la dominación sobre los otros.

Si algún discurso fue ejemplar y trascendente de los muchos que Andrés Eloy Blanco pronunciara en nuestra Patria, sí alguno fue admirable en lo que correspondía al sentido cabal de nuestra historia, por la necesidad de librar a Venezuela de cuantos males han impedido su progreso hacia el camino de la civilización, es aquel que los espíritus despiertos demandan, aquél que los pueblos libres requieren y fue precisamente ese breve y significativo que dictara en febrero de 1936 en el Castillo Libertador, a la hora esperada y tardía de lanzar hacia el mar los grillos de los pies.

Escuchemos su voz y su lección:

“Echar al mar los grillos que llevó durante tantos años el pueblo de Venezuela, es un hecho tan simple como el de un niño que tira una piedra a un pozo. Pero esta vez el mar va a hacer ondas, como los pozos donde cae una piedra. Se va a ir la onda ancha, obligando al mar de las Antillas a navegarse a sí mismo en un rizo despierto de optimismo americano”. Y señalaba en ese acto singular: “Viene Venezuela en mi palabra de antiguo preso que la evoca para que la fuerza de ella se vierta toda en el silencio del lanzamiento. En esta palabra que va a hacer constar ante la conciencia del mundo que Venezuela ha salido de allí limpia e intacta. Puesta a frotarse con esas piedras y con esos hierros, no se gastó el valor de los venezolanos”. Y concluyó sentenciador, admonitor, profético: “Ahora, vayamos a la escuela a quitarle a nuestro pueblo los grillos de la cabeza porque la ignorancia es el camino de la tiranía…”.

Permítanme, amigos, la manifestación de una confesión personal: varios momentos de mi vida fueron excepcionales en el recuerdo y presencia inspiradora y única de este poeta y ciudadano que se llamó Andrés Eloy Blanco: a los 15 años cuando conocí a su apreciado y admirable hijo Luis Felipe; a los 16 años cuando en un pueblo mirandino pronuncié un discurso solemne en homenaje al poeta ante la noble presencia de Lilina y Luis Felipe, ante la gente que acudió a homenajearle; ante sus restos aquel momento inolvidable del traslado de los suyos al Panteón Nacional, y ese día en el cual publicará “El Universal” aquel texto de mi autoría denominado: “Andrés Eloy a la Gloria”; posteriormente, unos momentos también en París donde tuve el gusto de acompañar a su hijo Andrés Eloy. Como no citar aquel reciente del pasado febrero en el cual traje a la mejoría de los cumaneses a su Mariscal y a su poeta, a su poeta y a su Mariscal enlazados en virtudes y ejemplos, y este ahora, amigos, inmerecido en lo que a mí respecta, este tan simbólico, este de hoy inolvidable y singular en el cual venimos a recordar la vida de un poeta que ha vencido a la muerte hace ya 70 años porque su alma inextinguible, su alma sagrada, su alma eterna está aquí a la hora de recordarlo y convocar en él y a través de él la grandeza de la Patria, la vigencia de su obra civilista, la exigencia de sus valores políticos, de la educación y la cultura, la misión de su pueblo y su exigencia permanente: “Porque lo que quieren los pueblos es que la fuerza de la humanidad tenga como condición indispensable la humanidad de la fuerza; lo que quieren los pueblos es que se le dé a la tierra el sembrador que pide y al sembrador la tierra que reclama; lo que quieren los pueblos es que su pan tenga el tamaño de su hambre, su gobierno la forma de su justicia y su olvido la dimensión de su misericordía”, y todo esto en este día inolvidable orando como lo hicimos por su alma y la nuestra ante Dios.

Aquí, amigos, en esta casa admirable que tan rectamente ha defendido y regentado a lo largo de 30 años doña Guadalupe Berrizbeitia, y todos los que la precedieron y ahora la acompañan con dedicación maravillosa, está la bandera que cubrió sus restos aquel día en que la tiranía vigiló su cadáver al momento de llevarlo al cementerio en Caracas. ¡Ahhh..., pero qué extraordinario fue el traslado de sus restos desde el Capitolio hacia el Panteón Nacional recinto de los venezolanos inmortales!

El poeta sigue aquí con nosotros, sentado allí con un libro abierto en la página del bien y la verdad, en la página del derecho de todos, en la página del bien común y del amor, esperando que con él dialoguemos bajo la sombra acogedora del parral, cada vez que escasee la virtud y vacile la dignidad venezolana.

Gloria a Andrés Eloy Blanco, Gloria a Cumaná, Gloria a Venezuela.
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