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El escritor invisible

La diferencia de algunos autores con muchos de los llamados superventas, es que estos viven de la literatura, de explotarla hasta en sus más pequeñas posibilidades, mientras que los otros son eremitas de la palabra

  • RICARDO GIL OTAIZA

25/05/2025 05:05 am

1. No es del todo malo ser un escritor invisible (del que hay ejemplos), y desde su invisibilidad poder otear —y de hecho lo hacen con frecuencia— el panorama, la feria de vanidades, el que (o la que) estira el cuello para la fotografía para recibir muchos likes en las redes, el que piensa que por ser un superventas es ya una luminaria intocable (uno grande de las letras), el que se envanece y engola la voz frente a las cámaras y pretende dar lecciones de “esto y de lo otro”, el que hoy está en la cresta de la ola y de la cima, y quizás dentro de poco ya no lo esté, y eso lo hará sufrir, vivir lo indecible, entrar en el horrible torrente de los psicofármacos (o de las drogas duras y prohibidas) y caer así en la noche de los tiempos.

2. Murió el expresidente uruguayo José (Pepe) Mujica, y a pesar de haber sido un emblemático y genuino representante de la extrema izquierda latinoamericana (o por serlo, precisamente), supo dar un (“¿tardío?”) giro a su visión de la política (o por lo menos a su visor, lo que es distinto, pero válido) y convertirse en un lúcido crítico de las tiranías de cualquier signo, sin importarle ganar así la animadversión de sus antiguos aliados o camaradas (o de sus herederos, ya que algunos de ellos le antecedieron en la partida de este mundo).

Obviamente, se notaba a las claras que Pepe Mujica era un hombre inteligente y estudioso del panorama global, lector de clásicos, y, todo esto, unido a su vasta experiencia personal (ostensiblemente tremebunda y de triunfos, pero también de quiebres y duras derrotas), supo amalgamarlo en lecciones de vida que prodigaba aquí y allá, en un intento —vano, a todas luces— de cambiar el derrotero de una América Latina, signada desde hace siglos por la injusticia y la tragedia atávica.

3. Migrar como realidad y como dolor, romper con los lazos fácticos de la existencia: mas no con los espirituales e intelectuales. Ser o no ser en el ahora; intentar con un nudo en la garganta unir los pedazos de lo que fuiste con el que eres. Otear nuevos horizontes y caminos, abrirte paso en medio de los claroscuros de la existencia, discernir con la cabeza fría hacia dónde enfilar el derrotero, en una suerte de reinvención, pero sin perder la esencia. Ingente, e ineludible tarea.

4. La diferencia de algunos autores con muchos de los llamados superventas, es que estos viven de la literatura, de explotarla hasta en sus más pequeñas posibilidades, mientras que los otros son eremitas de la palabra, que entregan sus vidas a la literatura y lo mejor que representa para el espíritu y la cultura de lo humano. Menudo detalle, pero que implica unos cuantos dígitos en una cuenta bancaria (en el caso de los segundos), y un compromiso sacrificado y de entrega en los otros. No es que sea malo vender libros, que no se malinterprete; la crítica va a la explotación crematística de una obra muchas veces mediocre.

Hay superventas de enorme calidad, como García Márquez, Vargas Llosa, Ruiz Zafón, Cercas, Marías, Montero, Cortázar, Vilas, Pérez-Reverte, Vallejo (Irene), por poner solo algunos ejemplos representativos, mientras que otros autores venden toneladas de libros de dudosa calidad literaria, pero que logran enganchar mediante artilugios (fórmulas preestablecidas, campañas publicitarias excesivas y engañosas, prosa ligera, historias maniqueas y comerciales, y un largo etcétera).

5. Mi apuesta como lector siempre ha sido por autores de hondura, que hablen en sus libros de aquello que nos mueve como humanos, cuya prosa sea de elevada calidad y belleza, y que yo sienta que con ellos crezco como persona. Tengo, pues, autores favoritos, a los que regreso una y otra vez, a los que releo y en cada oportunidad hallo nuevas vetas en sus textos. Son autores en los que encuentro un enorme disfrute estético, y su exigencia me empuja por caminos de constante exploración e inspiración. Aparte de los ya mencionados, tuve siempre a la mano algunos de los libros de Augusto Monterroso, Jorge Luis Borges, Paul Auster, Enrique Vila-Matas, Octavio Paz, Sándor Márai, Francisco Herrera Luque, Rafael Cadenas, Ricardo Piglia, Sergio Chejfec, Milan Kundera, Antonio Tabucchi, José Saramago, Denzil Romero, Juan Liscano, Roberto Bolaño, Héctor Abad Faciolince, Patrick Modiano, Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Herman Hesse, Antonio Muñoz Molina, Juan Cruz Ruiz, Helene Hanff, Armando Rojas Guardia y William Ospina, entre otros. En los años recientes he incorporado en mis autores preferidos a unos muy buenos, como Eduardo Mendoza, Sara Mesa, Álvaro Pombo, Rafael Chirbes, Stefan Zweig, Marta Sanz, Nery Santos Gómez y María Pilar Cavero.

6. Tengo libros entrañables e inolvidables (actualizo la lista ahora, aunque por cuestiones de espacio no pude traerme a todos): La letra e, Literatura y vida y Viaje al centro de la fábula de Monterroso, las Obras Completas de Borges, La llama doble. Amor y erotismo y El arco y la lira de Paz, El arte de la novela y El Telón de Kundera, Ojalá octubre de Cruz Ruiz, El último encuentro y Diarios de Márai, Formas Breves y El último lector de Piglia, Ordesa de Vilas, En busca de Bolívar de Ospina, La sombra del viento de Ruiz Zafón, 84 Charing Cross Road de Hanff, Bartleby y compañía y El viaje vertical de Vila-Matas, Diario de Invierno y La invención de la soledad de Auster.

7. Leo tres libros que me tienen atrapado: Los íntimos (Memoria del pan y las rosas) de Sanz, Los diarios de Emilio Renzi de Piglia y Los testamentos traicionados de Kundera. Pronto entrará La península de las casas vacías de David Uclés (les contaré…).

rigilo99@gmail.com

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