Como lava ardiente
Vistas las circunstancias, pronto concluí que hay libros que se escriben para la mera contemplación (de allí el título), y que la misma te coteja con el “Yo”, te enfrenta con dureza a tu realidad y hace que reacciones
Quienes escribimos, no necesariamente lo hacemos para exponer nuestros textos a la vindicta de un lector, sino como una manera de reconciliarnos con nosotros mismos, de establecer en nuestra interioridad una suerte de hilo conductor, que nos amalgame y haga de nuestro ahora un espacio para la vida, y para esto nada mejor que los diarios, en donde asentamos el día a día, y vamos concretando a largo plazo un relato de nuestra propia historia.
En realidad, nunca me había planteado llevar un diario, hasta que un recordado profesor de mi primera maestría, quien era consultor personal y psicólogo, nos invitó a escribir un diario, y la experiencia me gustó: esos textos están en el cuaderno de gran formato de tapas duras y negras que compré para la ocasión (por sugerencia del mismo profesor), y que dejé en Venezuela, y créanme que jamás estuve tentado a publicar todo lo que allí asenté, que fueron unas cuantas páginas (tal vez unas cincuenta) con cuestiones personales y familiares, y con el correr de los meses el ejercicio perdió fuerza y sin percatarme abandoné su escritura.
Por supuesto, si hoy me propusiese transcribirlo y publicarlo, pues no me reconocería, porque estaría hablando del hombre que fui y que ya no soy, del hombre que dio un giro de ciento ochenta grados a su existencia, y no me sentiría “identificado” con aquellas entradas que daban cuenta (sobre todo) de mis lecturas asociadas con episodios del día a día, y hasta la prosa sería para mí algo ininteligible, porque cambié drásticamente mi manera de escribir, de relatar hechos e historias, y no sentiría en ese libro que estuviese hablando de mí mismo, sino de otro; posiblemente de un heterónimo.
Años después (el 1 de enero de 2019) emprendí la dura tarea de llevar un diario en una hermosa agenda que compré para tal fin (me gustan las agendas), y no hubo un solo día en el que, a pesar de la fatiga y del cansancio por mis obligaciones (y por la inmensa crisis nacional que teníamos encima, que me doblaba los hombros casi hasta derrumbarme), no asentara mis emociones y sentimientos que salían de lo más profundo de mi ser, y el 31 de diciembre de aquel año (el más duro de mi existencia, ya que mi familia había emigrado y yo me hallaba solo en la casa), puse el punto final al libro.
Sí, trescientas sesenta y cinco páginas que palpitaban como un corazón herido, que me llevaban a recomponer (si es que aquello era posible) los girones de mi vida quebrada hasta más no poder, desgastada y avasallada por los acontecimientos personales y familiares, lacerada hasta la total pesadumbre, y fue así como en el 2020 me di a la fatigosa y compleja tarea de transcribir y de corregir los textos, de darles (a veces) la coherencia y la lógica que la rapidez de la escritura resquebrajaban, de insuflarles el reacomodo y la vitalidad inexistentes en un espíritu trastocado como el mío, que sentía cómo su mundo se había ido a fondo y que ya no había vuelta de página posible; que todo estaba consumado.
Cada entrada era un tormento, y no por la autocompasión, precisamente, tan común en estos casos, pero que jamás ha sido mi consejera (por fortuna), sino porque me sentía vaciado del espíritu, exento de energía y de fuerzas, carente de aquella animosidad con la que desde siempre acometía la preparación de un libro (y que me lanzaba en los brazos del sueño y de la esperanza), y sin ilusión no hay posibilidad alguna de una obra, aunque esta sea un libro diario, que daba cuenta de tantas cosas: buenas y malas, de obras ajenas y propias, de proyectos y de realizaciones en los que había invertido todos mis sueños.
Apurado como estaba, y en medio de una espantosa epidemia (que se sumó con codicia a mis subyacentes males del espíritu), pronto contacté a una editorial mixta (de aquellas que editan bajo demanda y que colocan el libro en versión electrónica en las plataformas) y les mandé mi libro, que titulé: La imagen que me contempla. Diarios 2019, que supongo nadie habrá leído en papel (cada impresión es muy costosa), pero que trajo a mi ser una paz inexplicable: una serenidad que hacía tiempo no recordaba, y que surtió en mí una suerte de catarsis emocional y me dejó una insospechada liviandad, que tardó mucho tiempo en marcharse.
Vistas las circunstancias, pronto concluí que hay libros que se escriben para la mera contemplación (de allí el título), y que la misma te coteja con el “Yo”, te enfrenta con dureza a tu realidad y hace que reacciones, aun en medio de difíciles circunstancias, y esto es sencillamente sanador.
Claro, es sanador si los diarios son de veras, es decir, escritos en el día a día, lo que trae consigo fluctuaciones, declives y hasta elevadas cimas (como habrá de suponerse), porque la vida no es tabula rasa, sino la genuina representación de una sinuosidad, que muchas veces nos desborda hasta el desvarío, y otras tantas nos lleva por los insospechados territorios del alma, que no siempre se muestran iluminados sino en medio de terribles sombras.
Hay también los falsos diarios, que se escriben con fines literarios, que buscan diversificar los intereses temáticos bajo la figura de entradas con sus fechas, y, que, dicho sea de paso, se disfrutan enormemente, como La letra e de Augusto Monterroso, que he leído infinidad de veces y que ya es un clásico.
Y hay también, finalmente, los diarios que jamás se publican y se quedan durmiendo en las gavetas (como los primeros que llevé), pero que nos llevan a disciplinar la escritura y el pensamiento, a discernir situaciones, a dejar que aflore todo aquello que nos posee como lava ardiente.
rigilo99@gmail.com
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