Mujica
Suficiente se ha dicho, se ha relatado la vida del expresidente uruguayo que volvió a darle a la izquierda un aire de credibilidad, de honestidad, de genuina condición igualitaria, alejada de la pose y el tremendismo imperante
Para Azucena
Los uruguayos no son de este mundo -al menos no del planeta tierra-, carecen de la petulancia que achaca el tópico a sus vecinos porteños, ni las ínfulas de potencia subregional que desvela a sus otros vecinos que hablan un portugués dulce en diminutivo. Ni la izquierda parece de izquierda, ni la derecha de derecha. Los sindicalistas trabajan y los empresarios también, sin asumir las poses de quien representa una obra a lo Bertolt Brecht trufada de estereotipos sociales: los patronos obesos y con traje, chaleco y leontina, los obreros famélicos y de overoles remendados. Uno de sus dirigentes sindicales históricos José “Pepe” D’Elia, fundador del PIT-CNT, tenía un porte señorial, algo borgiano (de Jorge Luis, por favor) sin que amainara su combatividad dialogante para lograr avances concretos para los trabajadores, y sin recurrir a los excesos verbales de quienes hablan a nombre del pueblo y la clase obrera, como quien hace gárgaras de mármol e Historia así mayúscula.
Hay historiadores que sostienen -con cierta sensación de seguridad- que provienen del legendarium fundado por Tolkien, de la estirpe de los Hobbits, esos habitantes de La Comarca, al noreste de la Tierra Media, que por un descuido de la ficción habrían caído al sur del continente, poco después de que los hombres se atrevieran a bajar de los árboles para superar a la fieras, según relata Quiroga. Es difícil explicar cómo un país tan pequeño le ha dado tanto a la literatura, el fútbol y las fabulosas milanesas (no hay mejores) y ha parido, entretanto, una forma de hacer política transparente, sencilla, sin poses rocambolescas, democráticamente inclusiva y participativa y de una sencillez espartana. Sus presidentes han “sentado cátedra”, como gustaba decir la prensa de tecla y manilla de retroceso, en aquello de ser ciudadanos antes que nada, a pesar de un cierto gusto de pasar el bastón de mando, dentro del núcleo familiar más estrecho.
Pero no todo ha sido impecable, al contrario, la fiebre guerrillera también se apoderó de sus jóvenes idealistas, y tomaron las armas y el mate, pero sabiamente se quedaron en las zonas urbanas, cerca de las luces de Montevideo, donde sus acciones militantes adquirían un destello cinematográfico, realizaron “acciones revolucionarias” audaces bajo el nombre de Tupamaros, de aires incaicos que nada tenía que ver con los apellidos italianos, españoles y europeos de sus fundadores. Todos blanquiñosos y clasemedieros a más no poder. De allí surgió José “Pepe” Mujica, y labró una leyenda ciudadana, de sabiduría política, de fuerza tranquila, que contrastaba con la petulancia y la sonsera grandilocuente del socialismo del siglo XXI y su máximo portavoz, en sus variantes continentales.
Suficiente se ha dicho, se ha relatado la vida del expresidente uruguayo que volvió a darle a la izquierda un aire de credibilidad, de honestidad, de genuina condición igualitaria, alejada de la pose y el tremendismo imperante. Pero lo más importante de su contribución lo reseña el diario El País de España en su Editorial del 14 de mayo 2025: “En unos tiempos marcados por la desconfianza ciudadana hacia los liderazgos políticos, Mujica representó hasta el final una rara forma de autoridad: la que no se impone sino que se gana. La que no necesita alzar la voz para ser escuchada. La que se construye sobre el ejemplo personal y no sobre el espectáculo partidista”.
Tan alejado de la política entendida como un selfie permanente con trasfondo de opereta, agregaríamos nosotros.
@jeanmaninat
Los uruguayos no son de este mundo -al menos no del planeta tierra-, carecen de la petulancia que achaca el tópico a sus vecinos porteños, ni las ínfulas de potencia subregional que desvela a sus otros vecinos que hablan un portugués dulce en diminutivo. Ni la izquierda parece de izquierda, ni la derecha de derecha. Los sindicalistas trabajan y los empresarios también, sin asumir las poses de quien representa una obra a lo Bertolt Brecht trufada de estereotipos sociales: los patronos obesos y con traje, chaleco y leontina, los obreros famélicos y de overoles remendados. Uno de sus dirigentes sindicales históricos José “Pepe” D’Elia, fundador del PIT-CNT, tenía un porte señorial, algo borgiano (de Jorge Luis, por favor) sin que amainara su combatividad dialogante para lograr avances concretos para los trabajadores, y sin recurrir a los excesos verbales de quienes hablan a nombre del pueblo y la clase obrera, como quien hace gárgaras de mármol e Historia así mayúscula.
Hay historiadores que sostienen -con cierta sensación de seguridad- que provienen del legendarium fundado por Tolkien, de la estirpe de los Hobbits, esos habitantes de La Comarca, al noreste de la Tierra Media, que por un descuido de la ficción habrían caído al sur del continente, poco después de que los hombres se atrevieran a bajar de los árboles para superar a la fieras, según relata Quiroga. Es difícil explicar cómo un país tan pequeño le ha dado tanto a la literatura, el fútbol y las fabulosas milanesas (no hay mejores) y ha parido, entretanto, una forma de hacer política transparente, sencilla, sin poses rocambolescas, democráticamente inclusiva y participativa y de una sencillez espartana. Sus presidentes han “sentado cátedra”, como gustaba decir la prensa de tecla y manilla de retroceso, en aquello de ser ciudadanos antes que nada, a pesar de un cierto gusto de pasar el bastón de mando, dentro del núcleo familiar más estrecho.
Pero no todo ha sido impecable, al contrario, la fiebre guerrillera también se apoderó de sus jóvenes idealistas, y tomaron las armas y el mate, pero sabiamente se quedaron en las zonas urbanas, cerca de las luces de Montevideo, donde sus acciones militantes adquirían un destello cinematográfico, realizaron “acciones revolucionarias” audaces bajo el nombre de Tupamaros, de aires incaicos que nada tenía que ver con los apellidos italianos, españoles y europeos de sus fundadores. Todos blanquiñosos y clasemedieros a más no poder. De allí surgió José “Pepe” Mujica, y labró una leyenda ciudadana, de sabiduría política, de fuerza tranquila, que contrastaba con la petulancia y la sonsera grandilocuente del socialismo del siglo XXI y su máximo portavoz, en sus variantes continentales.
Suficiente se ha dicho, se ha relatado la vida del expresidente uruguayo que volvió a darle a la izquierda un aire de credibilidad, de honestidad, de genuina condición igualitaria, alejada de la pose y el tremendismo imperante. Pero lo más importante de su contribución lo reseña el diario El País de España en su Editorial del 14 de mayo 2025: “En unos tiempos marcados por la desconfianza ciudadana hacia los liderazgos políticos, Mujica representó hasta el final una rara forma de autoridad: la que no se impone sino que se gana. La que no necesita alzar la voz para ser escuchada. La que se construye sobre el ejemplo personal y no sobre el espectáculo partidista”.
Tan alejado de la política entendida como un selfie permanente con trasfondo de opereta, agregaríamos nosotros.
@jeanmaninat
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