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La soledad del estado de fe

Esta coyuntura actual, la misma que es una variación de nuestros días de la conductas y circunstancias históricas del pueblo judío, se supera gracias a un espíritu personal y colectivo que se basa en la fe

  • ELIAS FARACHE S.

13/05/2025 05:03 am

Israel está sometido a una dura realidad que no cesa ni afloja en intensidad. Una guerra en un frente cercano, a minutos de ciudades importantes. Con una situación de rehenes que agobia a una sociedad que siempre se ha ufanado de su espíritu de solidaridad, pero incapaz de rescatar a quienes se sienten abandonados, cuyas familias sufrientes y desesperadas constituyen un recuerdo permanente de un fallo técnico de seguridad, de un error de percepción respecto a las intenciones y fortalezas de enemigos que resultaron implacables.

Esa realidad se ve todos los días y en todos los ambientes del Israel moderno y pujante. La pugna política, de extrema virulencia en todos los sentidos, gira alrededor de un conflicto no resuelto y de pronóstico reservado. Aunque el país lleva la intensa rutina que lo mantiene en una especie de cúspide militar y tecnológica, se siente en todos algo de temor y frustración. Decepción.

En un día cualquiera, ya con lo peor de la guerra en el pasado, puede llegar un mensaje que avisa de una próxima alarma porque hay un cohete de los huties, esos yemenitas otrora desconocidos, en camino. Quien no haya vivido esta experiencia, la menos peligrosa quizás de las que ha vivido Israel, no puede acertar a comprender el grado de angustia que esta situación genera. Quienes están bajo techo, van un cuarto seguro, o debajo de escaleras. Los transeúntes a pie se debaten entre seguir su ruta o meterse en cualquier instalación. Quienes van en automóvil siguen la misma receta de los transeúntes. Todos llaman por teléfono a algún familiar o conocido para saber dónde están, dar instrucciones o reportarse. Y otros son quienes reciben la llamada angustiada de un ser querido preocupado.

Unos diez minutos después todo vuelve a la normalidad. Una normalidad bastante anormal. Si el misil ha sido interceptado y anulado, un sentimiento de alivio colectivo y hasta felicitaciones. Si causa algún daño, sin víctimas fatales, dan las gracias al Cielo y a los sistemas de defensa. Si ocurre algún daño físico se agradece que sea solo eso. Pero los daños cerca del aeropuerto internacional por partes de un cohete interceptado hace una semana significaron su cierre por unos minutos y la cancelación de varias aerolíneas de sus rutas a Israel por varios días o semanas. No se puede decir que esto sea nada agradable, y sume a todos en un grado de indefensión e incertidumbre que, si bien no crítico, es bastante molesto y sin visos de resolución. Esto sin tomar en cuenta la cantidad de vuelos suspendidos, negocios caídos, trámites demorados. Pero en comparación con lo que pudiera haber sucedido, todo está muy bien. Esta manera de vivir y razonar resulta desgastadora.

Mientras estas cosas pasan, los israelíes ven como las conversaciones y negociaciones para liberar rehenes no avanzan, pero si desatan serias acusaciones y airadas manifestaciones en contra del gobierno. Este último y sus simpatizantes, responden con el mismo tono y lo que queda es una sociedad muy golpeada por todos los flancos. Una sociedad que termina por desconfiar de la clase política y luego cuestionar las instituciones. Esta consecuencia de una guerra inconclusa en un ambiente de enfrentamientos previos internos es quizás la más preocupante.

También en pleno desarrollo están las actuaciones internacionales. La administración Trump con sus novedosas iniciativas han generado expectativas que se van esfumando a medida que no se ven resultados alentadores y rápidos. Los países del mundo no parecen ser para nada firmes en el apoyo a Israel y en denunciar las atrocidades y faltas que se ven. Las condenas a Israel son cotidianas e Israel, los israelíes, llegan a sentirse solos. Abandonados a su propia acción y omisión.

Esta coyuntura actual, la misma que es una variación de nuestros días de la conductas y circunstancias históricas del pueblo judío, se supera gracias a un espíritu personal y colectivo que se basa en la fe. Está la fe en el Creador, en el Dios que eligió un pueblo para darle una misión, que tiene valores y normas de conducta estrictas. No cabe duda alguna para los judíos observantes que Israel es un milagro de nuestros días y de todos los días. La fe en Dios, en la justicia, una fe a veces tácita, es el motor de la supervivencia del Estado. Pero está también la fe en la justicia de la causa de Israel, de la ética de una sociedad general que cumple sus obligaciones ciudadanas sin mayor diferencia en cuanto a su nivel de observancia personal respecto a la religión. Una ciudadanía que se queja y protesta, pero que tiene un altísimo nivel de solidaridad de unos con otros, que sufre el mal del prójimo y disfruta sus logros porque sufrimiento y felicidad les son propios. Con todo y las dificultades, los sinsabores del día a día, los cohetes apuntando a Israel, los descalabros diplomáticos y las declaraciones de líderes locales y foráneos, priva la resolución de Israel y sus ciudadanos de prevalecer.

Esta vivencia de hoy día, esta aventura de la independencia de Israel por ya setenta y siete años refleja una soledad de un estado de fe. Un estado personal de fe: la soledad del hombre de fe. Una soledad como ESTADO y país dentro del concierto de las naciones del mundo: la soledad del Estado de Fe. Pero con acompañamiento divino, la soledad no es tal. Es la ventaja de la fe.

Elías Farache S.
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