Papamóvil
Basta con adentrarse en Cónclave (2024) la película de Edward Berger que parece - literalmente- caída del cielo, para entender la complejidad de una elección de origen divino, subrogada en seres humanos y vulnerables
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi,
miserere nobis.
miserere nobis.
Cómo no haber alimentado una quimérica atracción por el Vaticano y sus delicias: el Colegio Cardenalicio, su Cónclave, su Decano, su Camarlengo, su Protodiácono, y la Curia Romana toda, incluso a pesar de las invectivas de ateos contumaces, brillantes y burlones como Buñuel y Fellini, Voltaire y Hitchens. Cómo no rendirse a la envidia insana que nos causan los Borgia, sobre todo desde que Jeremy Irons personificara al Papa Alejandro VI, el más renombrado miembro de tan pérfida genealogía, en una ya vieja serie de televisión de factura anglosajona. César y Lucrecia… vaya parejita.
Pero no todo es incesto, dagas y anillos repletos de ponzoña, los hubo buenos, en el mejor sentido de la palabra, antes y después de ocupar el trono de Sumo Pontífice. Como aquel ficticio Cirilo I que personificó Anthony Quinn en Las sandalias del pescador, un filme basado en la novela homónima del australiano Morris West, que fue publicada mucho antes de que al fabricante italiano de calzado de lujo Prada, le diera por confeccionar mocasines rojos hechos a la medida pontificia. Y por supuesto, el finado Francisco I, un hombre de a pie y transporte público, gregario, bonachón y autoritario, desprovisto de la pompa y los oropeles que han caricaturizado a la Iglesia y dotado del mandato notable de acercarla a las aceras del planeta. Con su legado se lidiará por mucho tiempo, pues lo dejó bien plantado en los votos de los cardenales que responden a su inclinación “progresista”.
(Pero seamos sinceros, no hay espectáculo más sobrecogedor, más fascinante, que una misa oficiada en la Basílica de San Pedro, remecida por un Agnus Dei, adornada por las tumbas cinceladas de tantos Papas célebres, enrarecida por el humo que se desprende de los incensarios que basculan enérgicos en manos aptas y van dejando un aroma de siglos y siglos, mientras una masa de trajes oscuros y velos negros -hombres y mujeres de un alto linaje- musita las oraciones que les fueron trasmitidas de generación en generación desde la más tierna infancia. Se diría que al más allá se le puede rozar con un movimiento discreto de los labios).
Ah… pero el Vaticano sigue siendo el Vaticano, depósito de secretos milenarios, de tretas mundanas y reyertas partidarias. Es el reservorio con más abolengo de tramas novelescas en tiempo real, de traiciones y redenciones, de pugnas silenciosas entre hombres con el poder de decidir mutuamente el destino de los unos y de los otros reunidos en un mismo recinto cerrado al mundo. Hay misterio, hay emoción, hay sabiduría e inteligencia. ¿Qué más se puede pedir en el mundo vulgar y líquido que habitamos? Basta con adentrarse en Cónclave (2024) la película de Edward Berger que parece - literalmente- caída del cielo, para entender la complejidad de una elección de origen divino, subrogada en seres humanos y vulnerables, con todo lo que conlleva semejante encargo.
Cómo no salivar en el pasado con las intrigas entre los Colonna y los Orsini, nobles familias especializadas en generar cardenales siempre prestos a ser Papas según nos evoca Mujica Láinez en Bomarzo. O cómo no maravillarse con las reyertas entre bandas cardenalicias que llevarían a siete Papas a residir en Avignon, tan cerca del foie gras y tan distante del Señor. Hagamos un paseo por los sesenta años de locura y destape renacentista que vieron pasar tantos cardenales mundanos que luego alcanzarían el trono papal en medio de un festín sensual y vanidoso que dañó profundamente el talante espiritual de la Iglesia mientras acentuaba su vocación secular, tal como nos relata Barbara Tuchman en un capítulo de su singular y divertida obra, La marcha de la locura. O rindámonos al excelente compendio de política vaticana, digno de Maquiavelo, que acopió Juan María Laboa en su Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales (2013). ¡Ah la política! La más vilipendiada de todas las artes, el más denostado de los pases de magia encontró su excelsitud en los 0,44 kilómetros cuadrados que confinan la última ciudad-Estado que queda en Italia, después de que el empuje de Garibaldi echara las bases para la unificación de la península.
¿Qué preciados misterios se llevó consigo Francisco? ¿Los conoce su confesor? ¿Cuál es la combinación de la caja fuerte donde se guardan? A la espera de que un despabilado productor de televisión venga con la idea de realizar una miniserie sobre el tema, seguiremos hurgando con gula en la infinita caja de sorpresas que nos ofrece el Estado Vaticano, situaremos nuestras apuestas en las casillas de los eventuales sucesores, nos haremos más viejos a medida que los cardenales se hacen más ancianos atornillados en el cargo, y nos deleitaremos leyendo los relatos que seguirán dando cuenta del increíble oficio que significa pastorear almas nacidas con la inclinación congénita para extraviarse en el pecado.
Mientras tratamos de finiquitar esta columna, explota en la pantalla del ordenador la noticia: “León XIV primer Papa estadounidense” y antes de que los especialistas en fugas, extracciones y misiones imposibles se transformen en vaticanólogos y deconstruyan al cardenal Robert Francis Prevost según sus intereses y tics ideológicos, damos por finalizada la tarea y nos entregamos a la maravilla del recuento venidero de cómo un cardenal gringo se convierte en Papa planetario.
Por cierto, ¿el Papamóvil también está sujeto a los aranceles del presidente gringo?
N.B. Este artículo se renueva automáticamente con cada elección de nuevo Papa desde 2015.
@jeanmaninat
Pero no todo es incesto, dagas y anillos repletos de ponzoña, los hubo buenos, en el mejor sentido de la palabra, antes y después de ocupar el trono de Sumo Pontífice. Como aquel ficticio Cirilo I que personificó Anthony Quinn en Las sandalias del pescador, un filme basado en la novela homónima del australiano Morris West, que fue publicada mucho antes de que al fabricante italiano de calzado de lujo Prada, le diera por confeccionar mocasines rojos hechos a la medida pontificia. Y por supuesto, el finado Francisco I, un hombre de a pie y transporte público, gregario, bonachón y autoritario, desprovisto de la pompa y los oropeles que han caricaturizado a la Iglesia y dotado del mandato notable de acercarla a las aceras del planeta. Con su legado se lidiará por mucho tiempo, pues lo dejó bien plantado en los votos de los cardenales que responden a su inclinación “progresista”.
(Pero seamos sinceros, no hay espectáculo más sobrecogedor, más fascinante, que una misa oficiada en la Basílica de San Pedro, remecida por un Agnus Dei, adornada por las tumbas cinceladas de tantos Papas célebres, enrarecida por el humo que se desprende de los incensarios que basculan enérgicos en manos aptas y van dejando un aroma de siglos y siglos, mientras una masa de trajes oscuros y velos negros -hombres y mujeres de un alto linaje- musita las oraciones que les fueron trasmitidas de generación en generación desde la más tierna infancia. Se diría que al más allá se le puede rozar con un movimiento discreto de los labios).
Ah… pero el Vaticano sigue siendo el Vaticano, depósito de secretos milenarios, de tretas mundanas y reyertas partidarias. Es el reservorio con más abolengo de tramas novelescas en tiempo real, de traiciones y redenciones, de pugnas silenciosas entre hombres con el poder de decidir mutuamente el destino de los unos y de los otros reunidos en un mismo recinto cerrado al mundo. Hay misterio, hay emoción, hay sabiduría e inteligencia. ¿Qué más se puede pedir en el mundo vulgar y líquido que habitamos? Basta con adentrarse en Cónclave (2024) la película de Edward Berger que parece - literalmente- caída del cielo, para entender la complejidad de una elección de origen divino, subrogada en seres humanos y vulnerables, con todo lo que conlleva semejante encargo.
Cómo no salivar en el pasado con las intrigas entre los Colonna y los Orsini, nobles familias especializadas en generar cardenales siempre prestos a ser Papas según nos evoca Mujica Láinez en Bomarzo. O cómo no maravillarse con las reyertas entre bandas cardenalicias que llevarían a siete Papas a residir en Avignon, tan cerca del foie gras y tan distante del Señor. Hagamos un paseo por los sesenta años de locura y destape renacentista que vieron pasar tantos cardenales mundanos que luego alcanzarían el trono papal en medio de un festín sensual y vanidoso que dañó profundamente el talante espiritual de la Iglesia mientras acentuaba su vocación secular, tal como nos relata Barbara Tuchman en un capítulo de su singular y divertida obra, La marcha de la locura. O rindámonos al excelente compendio de política vaticana, digno de Maquiavelo, que acopió Juan María Laboa en su Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales (2013). ¡Ah la política! La más vilipendiada de todas las artes, el más denostado de los pases de magia encontró su excelsitud en los 0,44 kilómetros cuadrados que confinan la última ciudad-Estado que queda en Italia, después de que el empuje de Garibaldi echara las bases para la unificación de la península.
¿Qué preciados misterios se llevó consigo Francisco? ¿Los conoce su confesor? ¿Cuál es la combinación de la caja fuerte donde se guardan? A la espera de que un despabilado productor de televisión venga con la idea de realizar una miniserie sobre el tema, seguiremos hurgando con gula en la infinita caja de sorpresas que nos ofrece el Estado Vaticano, situaremos nuestras apuestas en las casillas de los eventuales sucesores, nos haremos más viejos a medida que los cardenales se hacen más ancianos atornillados en el cargo, y nos deleitaremos leyendo los relatos que seguirán dando cuenta del increíble oficio que significa pastorear almas nacidas con la inclinación congénita para extraviarse en el pecado.
Mientras tratamos de finiquitar esta columna, explota en la pantalla del ordenador la noticia: “León XIV primer Papa estadounidense” y antes de que los especialistas en fugas, extracciones y misiones imposibles se transformen en vaticanólogos y deconstruyan al cardenal Robert Francis Prevost según sus intereses y tics ideológicos, damos por finalizada la tarea y nos entregamos a la maravilla del recuento venidero de cómo un cardenal gringo se convierte en Papa planetario.
Por cierto, ¿el Papamóvil también está sujeto a los aranceles del presidente gringo?
N.B. Este artículo se renueva automáticamente con cada elección de nuevo Papa desde 2015.
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