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Make America blonde again

Lo cierto es que la sociedad norteamericana absorbe todo saber y vicio, y de allí su enormidad cultural. Su única “identidad” es acaso la constitución, porque hasta queman la bandera de vez en cuando

  • CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ

04/05/2025 05:08 am

La alt-right o derecha alternativa es parte de “las derechas” que apoyan a Donald Trump, aunque él marca distancia y la inmensa mayoría de sus votantes ni siquiera saben que existe o habrán oído lejanamente de ellas. Trump tiene el récord de descenso en sus apoyos, seguido por él mismo en 2017. Kennedy-Johnson imponen los derechos civiles, derrotan la extrema derecha republicana en 1964, que inicia el recorrido paulatino desde el Ku-Klux Klan hacia el “centro”, “conservadores tradicionales”, sin rupturas con los demócratas. Eso culmina con Ronald Reagan y la reaganomía, cuando surge el término neocon (neoconservadores) en otras partes “neoliberales”, porque en EE. UU liberal equivale a izquierdista.

Los neocon realizan cambios radicales pero apegados a la constitución: reforma económica, impulso a la cohesión social-racial, respeto a la propiedad, defensa de intereses internacionales del país, privacidad de la vida sexual y familiar. Luego contra Clinton aparece la derecha salvaje, “patriotas” armados, terroristas de Waco, Timothy McVeigh, “la radio del odio”, la bomba que asesinó 168 personas en Oklahoma City. Los republicanos con John McCain, héroe de Vietnam de reconocida decencia, pierden con Obama en 2008. Emerge el Tea Party, entre ellos Marco Rubio, Mike Pompeo y Sara Palin, la pintoresca gobernadora de Alaska y candidata a vicepresidente con McCain.

Derrotado, el partido queda sin figuras presidenciales y se entrega cabizbajo al populismo estentóreo de Trump a partir de 2015. Rubio lo enfrenta, pero era muy joven para aspirar a la presidencia. En 2010 nuevos derechistas preparan el terreno a Trump. Richard Spencer es el primero que usa el término alt-right , para dar nombre a su revista y en 2017 lanza una frase atronadora: “para nosotros, como europeos, solo volverá la normalidad cuando vuelva la grandeza. Heil Trump”. Tanto la derecha como la izquierda de los 90 son woke, transgresoras, desprecian los valores universales y los retan. Inspirados en Deleuze, Foucault, Nick Land y Curtis Yarvin son apocalípticos, contraculturales.

Enemigos filosóficos de la democracia, la gradualidad, la búsqueda de bienestar y la cohesión social: son identitarios y quieren acelerar, exacerbar conflictos a partir de intereses sectoriales. Spencer propone “una limpieza étnica pacífica que detenga la destrucción cultural de EE. UU”, como la fundación por las potencias de Liberia en África (1822) para los negros norteamericanos, y Sierra Leona (1808) para los negros británicos. Lo mismo planteaba en el siglo XX Malcolm X para conquistar la autonomía de la nación negra. El supremacismo parte de la “evidente” superioridad de los blancos, sus hazañas, como la conquista del espacio y el Renacimiento, entre otras.

La película Talentos ocultos, (Melfi: 2016) nos entera de que los complejísimos cálculos matemáticos para trazar la trayectoria de Armstrong y Aldrin del Apolo 11 hasta la luna, los hicieron un grupo de mujeres negras: Katherine Johnson acompañada por Mary Jackson y Dorothy Vaughan. Los números usados para esos y cualesquiera cálculos se llaman “arábigos” y entre los siglos VIII y XIV los califatos Omeya y Abbasid crearon la trigonometría, el álgebra, el sistema numérico decimal, las ecuaciones cuadradas y nos hicieron conocer la obra de Platón. Según arios y anglos, además, hay “blancos inferiores”, los italianos con todo y Renacimiento, son sudacas de Europa.

“África comienza en los pirineos” y africanos los españoles, su Siglo de Oro y el tal Cervantes, mezclas infames de bereberes, vándalos, alanos y judíos. Los nazis querían exterminar a los eslavos y “alma eslava” suena a cosacos, caballos, barbarie y shashka ensangretada. Los “amarillos” de China son de una gran civilización imperial, como se sabe, de inventos básicos, la imprenta, la pólvora, el papel y la brújula. El racismo progre desprecia a EE. UU. Inmensa, cosmopolita, confluencia étnica, lingüística, estética, culinaria, de pecados y virtudes, Babilonia del siglo XXII, Los Ángeles, para Baudrillard define la identidad gringa como no identidad. Es impersonal, vacía, helada, esponja que se traga cualquier bien cultural.

Con la vacuidad pedante que habita sus textos, Baudrillard quiere apocar la superurbe por no ser París. Lo cierto es que la sociedad norteamericana absorbe todo saber y vicio, y de allí su enormidad cultural. Su única “identidad” es acaso la constitución, porque hasta queman la bandera de vez en cuando. Es el caso de derechistas que se definen tribales europeos, a partir de con quien se relacionan. Se basan en el número de Dunbar (Robin), antropólogo biólogo británico que estudia el neocórtex y fija en 150 la cantidad de personas con las que alguien puede establecer relaciones significativas. Y eso lo asumen como condición tribal.

Milo Yiannopoulus, alt-right, homosexual estridente, divertido, multifacético, intelectual y showman, recomienda a sus pares volver al closet y tiene fobia a las lesbianas. Lo han banneado en varias redes y cada aparición suya produce un motín. Se declara lejano al supremacismo, pero es más que sospechoso de serlo. En la revista Breitbart News, años atrás expresó su simpatía por la derecha clásica, no intervencionista, no imperialista, aislacionista y por el organicismo de Oswald Spengler. En La decadencia de occidente, el Nostradamus alemán, criptonazi, dictamina que la fecha de caducidad de una civilización es dos mil años.

A la civilización occidental, para él fáustica, hedonista, le pondrá final una dictadura cesarista en EE. UU. Curiosamente, Yiannopoulus, cultor de Spengler, sigue también a Trump, quien se parece a la “profecía” destructiva. La derecha tradicional defiende la libertad de expresión contra la censura posmoderna desde universidades, ahora campus de represión, del racismo políticamente correcto, contra blancos, judíos, heterosexuales, en los En Harvard tuvieron que destituir una rectora porque miraba para otro lado frente a pogromos racistas y su único mérito era la melanina, no su curriculum académico. Igual ocurre en las otrora grandes universidades.

Los centros académicos son ahora invernaderos, “espacios seguros” para idiotas, dónde los profesores carecen de libertad de expresión, modelo que copian por aquí. En el “espacio seguro” se puede estudiar teatro isabelino sin leer Otelo, si “ofende” a alguien el color del protagonista, o literatura griega sin La Ilíada porque Aquiles es un violador que secuestró a Briseida. Los chistes están prohibidos porque “afectan” algún grupo. El transexualismo permite a hombres de mediocre desempeño en deportes, dañar las carreras de mujeres e incluso malherirlas; suprimiremos los clásicos por incorrectos. Vigilar que se cumplan estas aberraciones corresponde a los justice social Warriors, guerreros sociales de la justicia

@CarlosRaulHer
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