Trump ,100 días y dos realidades
En poco más de tres meses, ha emprendido una cruzada para desmantelar el legado de sus predecesores y reconstruir el país a su imagen. El futuro político de Estados Unidos —y su democracia— se encuentra, una vez más, en una encrucijada
El presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump regresó a la Casa Blanca el 20 de enero de 2025 para iniciar su segundo mandato. En esta oportunidad, decidió acentuar abiertamente su tono desafiante, que tan buenos resultados le dio como empresario de bienes raíces y personaje de un show de TV.
Decidido a implementar su visión de “reconstruir Estados Unidos”, llegó tras una victoria electoral marcada por el descontento económico y la polarización política. A 100 días de su segundo mandato, el republicano ha puesto en marcha un ambicioso y controvertido paquete de medidas que ya están transformando la política doméstica y exterior del país.
Una de las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el nuevo Presidente, fue la reactivación de políticas migratorias estrictas. El Departamento de Seguridad Nacional intensificó las redadas y deportaciones, especialmente contra inmigrantes indocumentados con antecedentes penales; pero también se han denunciado detenciones masivas de familias y trabajadores sin historial criminal. Incluso el mismo gobierno ha admitido “errores administrativos”, como en el caso del salvadoreño Kilmar Abrego García, lo cual le ha valido enfrentamientos en cortes con organizaciones de derechos humanos.
Además, la construcción del muro en la frontera sur se reanudó con financiamiento federal. Se trata de una promesa que data de su primera campaña presidencial y que quedó lejos de concluirse en su primer periodo. Es también otra pieza en su campaña de responsabilizar a la migración por los males del país. Se han suspendido ciertos programas de asilo que protegían a solicitantes provenientes de países en conflicto.
Trump ha impulsado un nuevo y cuestionado paquete de recortes fiscales que beneficia principalmente a corporaciones e individuos de altos ingresos, bajo la promesa de estimular la inversión y la creación de empleos. A la vez, ha firmado decretos que eliminan regulaciones ambientales y laborales impuestas durante las administraciones anteriores.
La Bolsa se ha comportado de manera errática, con pronunciadas altas y bajas como consecuencia del discurso y las acciones presidenciales, mientras algunas industrias, como la energética y la manufacturera han anunciado nuevos proyectos. Sin embargo, economistas advierten sobre un aumento del déficit fiscal y una mayor desigualdad.
En el plano internacional, ha endurecido su postura frente a China, reactivando disputas comerciales y acusando a Pekín de prácticas desleales. También ha cuestionado públicamente el papel de la OTAN y ha pedido a los países europeos mayores contribuciones a su defensa. Sus guerras de aranceles prometen incrementar la inflación en EE. UU., algo que sería condenado hasta por sus propios partidarios.
Cumpliendo su promesa, retiró a Estados Unidos de varios compromisos climáticos, entre ellos el Acuerdo de París y algunos convenios de cooperación con Europa. Ha incentivado el uso de combustibles fósiles, especialmente el carbón y el gas natural, y ha debilitado normas de emisiones para vehículos e industrias.
Grupos ambientalistas han condenado estas acciones como un “retroceso peligroso” en la lucha contra el cambio climático, mientras estados como California y Nueva York han prometido resistencia legal.
El mandatario ha renovado sus ataques contra la prensa crítica y ha promovido la aprobación de leyes estatales que restringen las protestas y el acceso al voto anticipado. Además, ha nominado a jueces de perfil conservador para tribunales clave, consolidando una influencia duradera en el sistema judicial.
Todo este panorama ha hecho que organizaciones civiles hayan denunciado un deterioro en los equilibrios democráticos y temen una deriva autoritaria.
A 100 días de su regreso al poder, la reafirmación de su estilo confrontacional le ha consolidado apoyo entre su base; pero ha aumentado la desconfianza entre independientes y opositores. Las encuestas muestran un país más dividido: mientras un 45% aprueba su gestión inicial, otro 50% la rechaza.
Queda por ver cómo se percibirá en el tiempo esta locomotora de acciones polémicas. Funcionarios de su partido han optado por no asistir a cabildos abiertos tras haber sido abucheados; mientras el Partido Demócrata se reagrupa en torno a sus figuras estelares más jóvenes, de cara a las elecciones de medio mandato. Esta cita comicial, el año próximo, podría cambiar la configuración de las dos cámaras del poder Legislativo, hoy favorables al Presidente por márgenes muy estrechos.
Lo que está claro es que Trump no ha perdido el tiempo. En poco más de tres meses, ha emprendido una cruzada para desmantelar el legado de sus predecesores y reconstruir el país a su imagen. El futuro político de Estados Unidos —y su democracia— se encuentra, una vez más, en una encrucijada.
Decidido a implementar su visión de “reconstruir Estados Unidos”, llegó tras una victoria electoral marcada por el descontento económico y la polarización política. A 100 días de su segundo mandato, el republicano ha puesto en marcha un ambicioso y controvertido paquete de medidas que ya están transformando la política doméstica y exterior del país.
Una de las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el nuevo Presidente, fue la reactivación de políticas migratorias estrictas. El Departamento de Seguridad Nacional intensificó las redadas y deportaciones, especialmente contra inmigrantes indocumentados con antecedentes penales; pero también se han denunciado detenciones masivas de familias y trabajadores sin historial criminal. Incluso el mismo gobierno ha admitido “errores administrativos”, como en el caso del salvadoreño Kilmar Abrego García, lo cual le ha valido enfrentamientos en cortes con organizaciones de derechos humanos.
Además, la construcción del muro en la frontera sur se reanudó con financiamiento federal. Se trata de una promesa que data de su primera campaña presidencial y que quedó lejos de concluirse en su primer periodo. Es también otra pieza en su campaña de responsabilizar a la migración por los males del país. Se han suspendido ciertos programas de asilo que protegían a solicitantes provenientes de países en conflicto.
Trump ha impulsado un nuevo y cuestionado paquete de recortes fiscales que beneficia principalmente a corporaciones e individuos de altos ingresos, bajo la promesa de estimular la inversión y la creación de empleos. A la vez, ha firmado decretos que eliminan regulaciones ambientales y laborales impuestas durante las administraciones anteriores.
La Bolsa se ha comportado de manera errática, con pronunciadas altas y bajas como consecuencia del discurso y las acciones presidenciales, mientras algunas industrias, como la energética y la manufacturera han anunciado nuevos proyectos. Sin embargo, economistas advierten sobre un aumento del déficit fiscal y una mayor desigualdad.
En el plano internacional, ha endurecido su postura frente a China, reactivando disputas comerciales y acusando a Pekín de prácticas desleales. También ha cuestionado públicamente el papel de la OTAN y ha pedido a los países europeos mayores contribuciones a su defensa. Sus guerras de aranceles prometen incrementar la inflación en EE. UU., algo que sería condenado hasta por sus propios partidarios.
Cumpliendo su promesa, retiró a Estados Unidos de varios compromisos climáticos, entre ellos el Acuerdo de París y algunos convenios de cooperación con Europa. Ha incentivado el uso de combustibles fósiles, especialmente el carbón y el gas natural, y ha debilitado normas de emisiones para vehículos e industrias.
Grupos ambientalistas han condenado estas acciones como un “retroceso peligroso” en la lucha contra el cambio climático, mientras estados como California y Nueva York han prometido resistencia legal.
El mandatario ha renovado sus ataques contra la prensa crítica y ha promovido la aprobación de leyes estatales que restringen las protestas y el acceso al voto anticipado. Además, ha nominado a jueces de perfil conservador para tribunales clave, consolidando una influencia duradera en el sistema judicial.
Todo este panorama ha hecho que organizaciones civiles hayan denunciado un deterioro en los equilibrios democráticos y temen una deriva autoritaria.
A 100 días de su regreso al poder, la reafirmación de su estilo confrontacional le ha consolidado apoyo entre su base; pero ha aumentado la desconfianza entre independientes y opositores. Las encuestas muestran un país más dividido: mientras un 45% aprueba su gestión inicial, otro 50% la rechaza.
Queda por ver cómo se percibirá en el tiempo esta locomotora de acciones polémicas. Funcionarios de su partido han optado por no asistir a cabildos abiertos tras haber sido abucheados; mientras el Partido Demócrata se reagrupa en torno a sus figuras estelares más jóvenes, de cara a las elecciones de medio mandato. Esta cita comicial, el año próximo, podría cambiar la configuración de las dos cámaras del poder Legislativo, hoy favorables al Presidente por márgenes muy estrechos.
Lo que está claro es que Trump no ha perdido el tiempo. En poco más de tres meses, ha emprendido una cruzada para desmantelar el legado de sus predecesores y reconstruir el país a su imagen. El futuro político de Estados Unidos —y su democracia— se encuentra, una vez más, en una encrucijada.
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