El cuento 'El país de las bocas cerradas'
La dinámica de las redes sociales y de nuestras comunicaciones interpersonales mediadas por la tecnología nos impulsa a hablar, escribir y opinar a toda hora, por el simple hecho de formar parte de la conversación
Había una vez un país donde todos hablaban mucho. Desde que aprendían a hablar, desde muy pequeños, no podían parar. Hablaban sin descanso: mientras caminaban, mientras comían… ¡hasta hablaban en sueños! Y como todos hablaban a la vez y ninguno escuchaba, no se entendían.
Las aldeas cercanas llamaban a este lugar Habladoritlán. Y apenas se acercaban, porque no había manera de entenderse con sus habitantes. ¡Hasta los pájaros huyeron, hartos de tanto parlanchín!
Desde luego que esto era un problema, así que el rey de Habladoritlán, cansado de esta situación, reunió a todos los habitantes y les dijo: ¡Ya esta bien de hablar y hablar sin parar! ¡Si ni yo puedo oírme a mí mismo! Me duele la cabeza y los oídos… A partir de ahora, está prohibido hablar. Quien lo haga, será castigado y tendrá que escuchar durante todo un día a los más chismosos del lugar.
¡A los más habladores! Eso sí que era un castigo ejemplar. Claro, y como nadie quería ese castigo, desde entonces, ninguno abría la boca. Bueno, sólo para comer y beber. Y Habladoritlán pasó a llamarse Callatitlán, porque todos estaban callados.
El país de las bocas cerradas y su problema. Pero resulta que esto también comenzó a convertirse en un problema. Tampoco podían comunicarse, más que con ruiditos y señas. Mmmmm mmmm mmmm- decía uno. Ummm mmmm ummm decía el otro. Intentaban entenderse con gestos, pero por la noche, no podían verse. También lo intentaron con dibujos, pero mientras caminaban, no podían dibujar. Desesperados, algunos callatitlenses, fueron a ver al rey: Mmmm mmmm ummm mmm- le dijeron. Mmmmm- respondió. ¿Mmmmm?- preguntaron. Está bien dijo al fin el rey. Dejaremos el silencio, pero tampoco volveremos a hablar sin parar. A partir de ahora, unos hablarán y otros callarán hasta que llegue su turno. Y así es cómo los habitantes de Habladoritlán, después Callatitlán, aprendieron a escuchar.
Vivimos un tiempo en el que abunda el ruido. La dinámica de las redes sociales y de nuestras comunicaciones interpersonales mediadas por la tecnología nos impulsa a hablar, escribir y opinar a toda hora, por el simple hecho de formar parte de la conversación. Y aunque parezca que hay diálogo, este es un tiempo en el que poco nos escuchamos con atención. En este escenario, más que nunca que las personas necesitamos desarrollar la habilidad de escuchar.
Hablar es una necesidad, escuchar es un arte, todos hablamos de escuchar… pero pocos descubren el mundo del otro. Sabemos que escuchar es clave. Lo hemos leído en artículos, lo hemos escuchado en conferencias, lo hemos repetido en reuniones. Sin embargo, entre interrupciones mentales, agendas saturadas y respuestas automáticas, muchas veces escuchamos menos de lo que creemos.
En tiempos donde se exalta el desarrollo de las llamadas “habilidades blandas”, vale la pena cuestionarnos ese término. Porque lo cierto es que no tienen nada de blandas. Escuchar con intención, con presencia y sin juicios, requiere más fortaleza emocional, madurez relacional y autocontrol que muchos creen.
Por eso, desde el enfoque de influencia estratégica, preferimos llamarlas "habilidades poderosas de relación humana". Son las herramientas que nos permiten liderar, conectar, negociar e inspirar. Y entre todas, la escucha activa sigue siendo una de las más transformadoras… y también una de las menos practicadas.
Cuanto más sabemos de la importancia de escuchar, más exigimos que nos escuchen… pero menos lo practicamos nosotros.
Y así, la escucha se convierte en una teoría olvidada: todos la reconocemos, pocos la ejercemos. Porque solo cuando escuchamos de verdad… descubrimos el mundo del otro.
La escucha activa descubre el mundo de los otros. A pesar de que comparten el mismo sistema auditivo, oír y escuchar son dos fenómenos muy diferentes. Oímos cuanto ocurre en nuestro entorno (los sonidos), pero escuchamos sólo lo que hemos seleccionado (los mensajes que nos disponemos a entender). Oír es un proceso fisiológico. Escuchar una actividad emocional y cognitiva.
Escuchar es un pasaporte para la comprensión y el aprendizaje. Es por ello que recomendamos poner en práctica la escucha activa, que consiste en la utilización de una serie de técnicas para incrementar nuestras posibilidades de entender con precisión los mensajes que el otro transmite.
La habilidad de escuchar activamente es tener plena conciencia de las marcadas diferencias que existen entre entre oír y escuchar. Oír es un fenómeno pasivo: no tenemos que hacer nada para que los sonidos lleguen a nuestros oídos. Para “no oír” tenemos que aislarnos físicamente, o taponar nuestros oídos.
Escuchar, por el contrario, demanda decisión, disposición voluntaria para prestar nuestro sistema auditivo y nuestra atención intelectual y emocional a los mensajes que recibimos del otro. Supone estar física y sicológicamente presente. Sólo cuando alcanzamos un grado eficiente de escucha activa se completa el complejo proceso de la comunicación humana, mediante el cual las partes intercambian significados inteligentes y el mensaje que se recibe provoca en nosotros reacciones y respuestas que el emisor percibe (retorno).
Cuando actuamos como receptores de la información que emite el otro, debemos prepararnos mentalmente para despojarnos de los prejuicios que puedan distraer nuestra atención y así poder prestar toda nuestra escucha al otro, con el foco dirigido fundamentalmente hacia los contenidos que escuchamos. Conviene dirigir nuestra mirada directamente a los ojos del emisor, y también observar sus movimientos y su lenguaje corporal. Por nuestra parte, que nuestro cuerpo denote un interés genuino por la información que escuchamos. Ese mensaje corporal será percibido por nuestro interlocutor, que sentirá que se ha establecido una conexión real y se sentirá en confianza. El envío de estos mensajes corporales forma parte de la realimentación, componente fundamental para el desarrollo exitoso del proceso de comunicación. Es igualmente conveniente transmitir mensajes verbales, tales como “por supuesto”, “ya veo”, “entiendo” y, desde luego, formular preguntas y pedir aclaraciones cuando sea necesario. Hay que tener siempre en mente que la comunicación es un proceso en el que forzosamente, tienen que participar dos partes.
En fin, saber escuchar todos los días se aprende algo nuevo y a veces de la persona que menos nos imaginamos, por lo que hay que promover la participación de todos y escucharlos para que nuestras decisiones tengan el mayor aporte posible. Hablar con calma y escuchar con atención son actitudes que promueven la comprensión y el respeto en las conversaciones, ayuda a tener conversaciones más significativas y profundas, evitar malentendidos y errores de comunicación, promover un ambiente más cordial, Comprender lo que dice el otro, acercarse hacia la verdad.
Eccio Leon
@el54r
Las aldeas cercanas llamaban a este lugar Habladoritlán. Y apenas se acercaban, porque no había manera de entenderse con sus habitantes. ¡Hasta los pájaros huyeron, hartos de tanto parlanchín!
Desde luego que esto era un problema, así que el rey de Habladoritlán, cansado de esta situación, reunió a todos los habitantes y les dijo: ¡Ya esta bien de hablar y hablar sin parar! ¡Si ni yo puedo oírme a mí mismo! Me duele la cabeza y los oídos… A partir de ahora, está prohibido hablar. Quien lo haga, será castigado y tendrá que escuchar durante todo un día a los más chismosos del lugar.
¡A los más habladores! Eso sí que era un castigo ejemplar. Claro, y como nadie quería ese castigo, desde entonces, ninguno abría la boca. Bueno, sólo para comer y beber. Y Habladoritlán pasó a llamarse Callatitlán, porque todos estaban callados.
El país de las bocas cerradas y su problema. Pero resulta que esto también comenzó a convertirse en un problema. Tampoco podían comunicarse, más que con ruiditos y señas. Mmmmm mmmm mmmm- decía uno. Ummm mmmm ummm decía el otro. Intentaban entenderse con gestos, pero por la noche, no podían verse. También lo intentaron con dibujos, pero mientras caminaban, no podían dibujar. Desesperados, algunos callatitlenses, fueron a ver al rey: Mmmm mmmm ummm mmm- le dijeron. Mmmmm- respondió. ¿Mmmmm?- preguntaron. Está bien dijo al fin el rey. Dejaremos el silencio, pero tampoco volveremos a hablar sin parar. A partir de ahora, unos hablarán y otros callarán hasta que llegue su turno. Y así es cómo los habitantes de Habladoritlán, después Callatitlán, aprendieron a escuchar.
Vivimos un tiempo en el que abunda el ruido. La dinámica de las redes sociales y de nuestras comunicaciones interpersonales mediadas por la tecnología nos impulsa a hablar, escribir y opinar a toda hora, por el simple hecho de formar parte de la conversación. Y aunque parezca que hay diálogo, este es un tiempo en el que poco nos escuchamos con atención. En este escenario, más que nunca que las personas necesitamos desarrollar la habilidad de escuchar.
Hablar es una necesidad, escuchar es un arte, todos hablamos de escuchar… pero pocos descubren el mundo del otro. Sabemos que escuchar es clave. Lo hemos leído en artículos, lo hemos escuchado en conferencias, lo hemos repetido en reuniones. Sin embargo, entre interrupciones mentales, agendas saturadas y respuestas automáticas, muchas veces escuchamos menos de lo que creemos.
En tiempos donde se exalta el desarrollo de las llamadas “habilidades blandas”, vale la pena cuestionarnos ese término. Porque lo cierto es que no tienen nada de blandas. Escuchar con intención, con presencia y sin juicios, requiere más fortaleza emocional, madurez relacional y autocontrol que muchos creen.
Por eso, desde el enfoque de influencia estratégica, preferimos llamarlas "habilidades poderosas de relación humana". Son las herramientas que nos permiten liderar, conectar, negociar e inspirar. Y entre todas, la escucha activa sigue siendo una de las más transformadoras… y también una de las menos practicadas.
Cuanto más sabemos de la importancia de escuchar, más exigimos que nos escuchen… pero menos lo practicamos nosotros.
Y así, la escucha se convierte en una teoría olvidada: todos la reconocemos, pocos la ejercemos. Porque solo cuando escuchamos de verdad… descubrimos el mundo del otro.
La escucha activa descubre el mundo de los otros. A pesar de que comparten el mismo sistema auditivo, oír y escuchar son dos fenómenos muy diferentes. Oímos cuanto ocurre en nuestro entorno (los sonidos), pero escuchamos sólo lo que hemos seleccionado (los mensajes que nos disponemos a entender). Oír es un proceso fisiológico. Escuchar una actividad emocional y cognitiva.
Escuchar es un pasaporte para la comprensión y el aprendizaje. Es por ello que recomendamos poner en práctica la escucha activa, que consiste en la utilización de una serie de técnicas para incrementar nuestras posibilidades de entender con precisión los mensajes que el otro transmite.
La habilidad de escuchar activamente es tener plena conciencia de las marcadas diferencias que existen entre entre oír y escuchar. Oír es un fenómeno pasivo: no tenemos que hacer nada para que los sonidos lleguen a nuestros oídos. Para “no oír” tenemos que aislarnos físicamente, o taponar nuestros oídos.
Escuchar, por el contrario, demanda decisión, disposición voluntaria para prestar nuestro sistema auditivo y nuestra atención intelectual y emocional a los mensajes que recibimos del otro. Supone estar física y sicológicamente presente. Sólo cuando alcanzamos un grado eficiente de escucha activa se completa el complejo proceso de la comunicación humana, mediante el cual las partes intercambian significados inteligentes y el mensaje que se recibe provoca en nosotros reacciones y respuestas que el emisor percibe (retorno).
Cuando actuamos como receptores de la información que emite el otro, debemos prepararnos mentalmente para despojarnos de los prejuicios que puedan distraer nuestra atención y así poder prestar toda nuestra escucha al otro, con el foco dirigido fundamentalmente hacia los contenidos que escuchamos. Conviene dirigir nuestra mirada directamente a los ojos del emisor, y también observar sus movimientos y su lenguaje corporal. Por nuestra parte, que nuestro cuerpo denote un interés genuino por la información que escuchamos. Ese mensaje corporal será percibido por nuestro interlocutor, que sentirá que se ha establecido una conexión real y se sentirá en confianza. El envío de estos mensajes corporales forma parte de la realimentación, componente fundamental para el desarrollo exitoso del proceso de comunicación. Es igualmente conveniente transmitir mensajes verbales, tales como “por supuesto”, “ya veo”, “entiendo” y, desde luego, formular preguntas y pedir aclaraciones cuando sea necesario. Hay que tener siempre en mente que la comunicación es un proceso en el que forzosamente, tienen que participar dos partes.
En fin, saber escuchar todos los días se aprende algo nuevo y a veces de la persona que menos nos imaginamos, por lo que hay que promover la participación de todos y escucharlos para que nuestras decisiones tengan el mayor aporte posible. Hablar con calma y escuchar con atención son actitudes que promueven la comprensión y el respeto en las conversaciones, ayuda a tener conversaciones más significativas y profundas, evitar malentendidos y errores de comunicación, promover un ambiente más cordial, Comprender lo que dice el otro, acercarse hacia la verdad.
Eccio Leon
@el54r
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones