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La tiranía de la novedad

Las novedades editoriales son en verdad una auténtica tiranía, porque ellas son las que deciden la suerte de los libros que se quedaron atrás, y los sacan de las vidrieras y los empujan a la trastienda, y allí se quedarán, buscados, o tal vez olvidados

  • RICARDO GIL OTAIZA

23/03/2025 05:04 am

Créanme, no hallé otro sustantivo que el de tiranía para expresar el dominio de la novedad en nuestras vidas, porque se nos impone por su fuerza avasalladora, ella marca la pauta de nuestro derrotero, decide por nosotros y nos hace posesos de un “algo” que no podemos dominar, a menos que nos desentendamos de todo, mandando a la porra lo que nos ofrece el mercado en su vertiginoso e incansable día a día, pero exponiéndonos a quedarnos en las tinieblas de nuestro tiempo, arcaizados, mirando de soslayo cómo los demás disfrutan de los portentos que salen a la calle, y que de alguna manera orientan o dan brújula a nuestra vida.

Hablo, como cabrá suponerse, de las novedades editoriales, pero podría tratarse de cualquier otro renglón en la dinámica de nuestro mundo, que nos convierte en una suerte de ratones dando vueltas y vueltas y vueltas en la rueda sinfín, intentando estar a tono con una realidad que nos fagocita, que hace de nosotros meros instrumentos del marketing, que nos transforma en numeritos de unas estadísticas predictivas, que buscan acrecentar la demanda y el capital.

Y no es que sea malo. Yo, feliz de poder ver in situ cada semana las novedades editoriales en las vidrieras de las librerías, y entro y pregunto, hojeo y olfateo los libros, ya los dueños de los establecimientos me reconocen (pero, paradójicamente, no me conocen ni saben quién diablos soy), y unos me saludan afables, mientras que otros se mosquean y ponen cara de fastidio al pensar que tal vez yo sea un desquiciado que anda suelto por ahí: un loco de librerías, o un ladrón de libros, o tal vez un lector y bibliófilo solo en mi propia fantasía, porque es tal mi recurrencia, que ellos se preguntarán (no sin razón, por cierto): “¿este tipo no tendrá otra cosa qué hacer sino pasearse por los anaqueles de mi negocio?, pero yo a mis anchas: reviso los libros de cabo a rabo, leo la información dada por el editor y decido si me quedo o no con la obra, porque llega un momento en el que el bolsillo no da para más, ni tampoco el tiempo que tengo de vida me alcance para leer todo lo que quisiera leer al ritmo en el que salen nuevos libros (o ediciones) a la calle, y es duro, porque muchas de esas novedades me interesan, a veces son de autores que conozco desde hace tiempo y quisiera ponerme al día con ellos, pero, ¡qué va!, debo necesariamente seleccionar, desprenderme con dolor de un tomo que me ha atrapado, y pasar de largo, porque en otros tiempos (y en otras circunstancias) saldría de la librería con una torre de libros sobre el hombro, y llegaría a la casa y los pondría sobre mi escritorio y me pondría a jurungarlos aquí y allá, a tocarlos y olerlos, y finalmente a leerlos extasiado como un niño con el juguete nuevo.

Las novedades editoriales son en verdad una auténtica tiranía, porque ellas son las que deciden la suerte de los libros que se quedaron atrás, y los sacan de las vidrieras y los empujan a la trastienda, y allí se quedarán, buscados, o tal vez olvidados, hundidos entre muchos otros que corren la misma suerte: ser descubiertos por un lector de verdad, que sabe lo que tiene en sus manos, o serán, apenas, objetos de una rápida ojeada a vuelo de pájaro, y muchas veces indiferentes a sus improntas y referentes porque sencillamente su tiempo pasó, dejaron de estar en los tops de las grandes corporaciones, y el lector sufre las consecuencias, porque cuando quiere adquirirlos porque cayó en su poder el dinero para alcanzarlo, ya no lo halla, y en su lugar deberá conformarse (si acaso) con una edición de bolsillo, de menos categoría y peso, con materiales económicos y no tan atrayentes como los libros en sus ediciones originales, y como lo sufrimos los lectores también lo sufren los autores, que están pendientes de las listas de los más vendidos, que mandan gente a las librerías (o van ellos mismos) para que revise en las vidrieras si su obra aún está en las novedades, si sigue con vida en medio de un mercado despiadado, a veces cruel, que gusta del éxito y éste se mide de muchas maneras: número de reseñas en los medios, cantidad de entrevistas solicitadas al autor para que hable de su obra, presencia avasallante en las redes sociales, y las cifras de los vendidos: que no perdonan, que mueven las estadísticas y dictarán si la edición es o no exitosa, si requerirá, ya, de nuevas reimpresiones, si se está pensando en traducciones a otras lenguas, si tendrá o no una larga fila de lectores o compradores en las ferias de libros o en los eventos programados para su promoción.

En fin, son tantas las variables presentes en el análisis del fenómeno de la novedad editorial, que podría escribir muchas páginas al respecto, pero que aquí quede asentada mi protesta, porque como lector me siento frustrado con su infernal dinámica, que me impele cada día a querer más y más (inaudito: ya crece aquí mi nueva biblioteca), porque a fin de cuentas es una necesidad creada por meros intereses crematísticos, y ni se diga como autor, que tendría que dejarlo todo para entrar en una dinámica extenuante y agotadora, amén de asfixiante y empobrecedora del alma humana, porque dejar de ser novedad estresa al autor, lo hunde en el abatimiento y la desesperanza, porque su vida futura dependerá del éxito o no de su libro, de vender más o menos, de mostrarse en los medios y en la plataformas para ofertar sin rubor (la socavada dignidad autoral) sus propias obras, a cotejarse con los otros como quien participa en un concurso de belleza u olimpíada, y se gana o se pierde, a la espera de un nuevo golpe de suerte.

rigilo99@gmail.com
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