Espacio publicitario

Del bibliófilo

Tener el libro como un mero objeto decorativo, artístico, coleccionable, que con los años se marchita a pesar de los cuidados, y sin haberlo leído, es algo así como desperdiciar las enormes oportunidades de crecimiento personal que nos brinda

  • RICARDO GIL OTAIZA

02/03/2025 05:03 am

(A Mario Morales)

A ver, no nos confundamos, ser bibliófilo, o aceptar que somos presas de la bibliofilia, no implica necesariamente ser un lector, pongamos las cosas en su lugar. Se puede ser bibliófilo o amante de los libros, o apasionado por los libros de papel (no sé si el fenómeno se dé con los electrónicos) y no haber leído nunca un libro, pero, esto también es un verdadero goce, el de poseer, el de saber que ese libro anhelado y largamente esperado ya está en nuestro anaquel para tocarlo, olfatearlo, palparlo, para pasar nuestros dedos codiciosos en sus lomos, en sus tapas, en su canto (que hoy es presa del arte tipográfico y se pintan en él figuras maravillosas con colores desbordantes que hacen de los libros un objeto más apetecible y artístico), hojearlo, tomarle fotografías y postearlas en las redes, posar a su lado como quien muestra un tesoro (y lo es sin duda), dejarlo sobre la mesa mientras saboreamos una buena taza de café o de té y mirarlo de soslayo, ver sus tonos y qué muestran al contraste con la luz, quitarle la sobrecubierta (que no siempre está presente) y cotejarla con las tapas para ver si la información coincide (generalmente no, ya que en las tapas, sobre todo en la posterior, suele haber más información, posiblemente acerca del autor/a, de la editorial; tal vez el fragmento de alguna reseña o recensión), poner el marcapáginas justamente en la portadilla por puro adorno y esnobismo, que sobresalga un poco, pero que de nada nos servirá porque no lo leeremos jamás, y lo sabemos, pero ¡qué le vamos a hacer!: vicio es vicio, pulsión es pulsión, como las orgiásticas de nuestra primera juventud.

Me apunto en esta otra categoría: soy bibliófilo y lector a la vez, y esto es demasiado complejo, porque quiero disfrutar de su contenido: leer la novela, los cuentos, los ensayos, los poemas, la biografía, los diarios, la autobiografía, el epistolario (y, pararé de nombrar, porque son tantas las categorías y las subdivisiones como piedras en el mar), y también sentir el placer sensual del hermoso objeto que se me presenta ante los ojos como una auténtica divinidad: exultante, atractiva, anhelante, codiciosa, cuasi perfecta, fuera de este pérfido mundo (que, paradójicamente, lo inventó y lo multiplica a cada instante en cantidades astronómicas), y digo que en mi caso es complejo, porque soy un lector que se regocija del libro y lo deja intacto: sin magulladuras, sin rayones ni dobleces, y esto es tan asombroso, que quienes han accedido a algún libro mío piensan que no lo he leído, porque lo cuido tanto, que resulta inaudito no dejar en él alguna huella tangible, identificable, que diga “por aquí pasaron unos ojos y unos dedos ávidos” que dejaron alguna marca, un pequeño doblez, una mancha amarilla de la gota del café o del té, pero nada de eso: dejo impolutos mis libros y ellos envejecen a su propio ritmo (contra lo cual poco se puede hacer), pero ¡cómo los disfruto!, y este complacerse es doble: la alegría de recorrer los caminos de una obra, y la obra en sí misma como objeto concreto y maravilloso: de lo mejor que ha salido de la inventiva humana.

Veo una nueva posibilidad (tal vez haya varias, pero me contentaré con esta tercera), y es la de ser un buen lector, estupendo lector, pero no un bibliófilo en el sentido lato del vocablo: de querer acumularlos y tenerlos para siempre, de formar una biblioteca, de hacer gala del regodeo de mirar el anaquel y constatar que esos ejemplares atesorados forman parte de la historia de tu vida, que ellos son signos prodigiosos de tu recorrido intelectual, sensorial, artístico y muchas veces espiritual de una determinada etapa, que esos libros dicen mucho de ti, de tus gustos y aficiones, de tu propia interioridad, y esto es impagable, pero la humanidad es diversa (y extraña) y hay lectores que una vez realizada la lectura dejan el libro en un banco de un parque para que otro lo encuentre y lo lea, o lo donan a instituciones benéficas o culturales, o a colegios y universidades, o se lo obsequian a un buen amigo y se olvidan de él, pasan la página, van a otra cosa, no desean para nada los apegos, las añoranzas de los tiempos idos, la nostalgia de lo vivido y dejado atrás, o el tener que cargar con los libros a cuestas en una mudanza o en un largo viaje, el acumular polvo y ácaros, el acotar el espacio ya reducido de un piso, el tener que pagar una elevada tasa en un aeropuerto, o sencillamente buscan cerrar un tiempo o una época, y el deshacerse de los libros es algo así como quitarse la piel, el convertirse en otro ser, el intentar reiniciar una nueva etapa sin las viejas ataduras de una obra degustada e internalizada, pero… ya está, hasta allí no más.

En todo caso, la bibliofilia, per se, no mata como otras aficiones y compulsiones (todas innombrables aquí, pero ya el lector me entenderá), pero sí deja un vacío (pienso yo, aunque respete las demás opiniones): el tener el libro como un mero objeto decorativo, artístico, coleccionable, que con los años se marchita a pesar de los cuidados, y sin haberlo leído, es algo así como desperdiciar las enormes oportunidades de crecimiento personal que nos brinda, es dejar pasar el supremo deleite que nos depara toda obra (o que debería depararnos), es perdernos de ingentes mundos a los que no podemos acceder en nuestra realidad (cuestiones de dinero, de trabajo, o geográficas, o culturales) y que solo la lectura puede colmar en su máxima expresión; es desperdiciar todo aquello que de un libro podemos obtener al supeditar la lectura al mero acto de posesión del objeto, que nos atrapa por su belleza intrínseca, transijo (a mí me acontece), pero que queda atrapado para siempre en un estante: silenciado, inerme, silencioso, callado, olvidado, dejado al azar y a su destino, perdido en la bruma del tiempo, expuesto sólo a la mirada lejana e indiferente, marchito en un hiato inconmensurable, y allí será un cascarón inútil, la nada absoluta, la quietud eterna.

rigilo99@gmail.com
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario