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Asirnos del amor

Pero cuando Dios se humilló descendiendo Él mismo a la Tierra y habitó con nosotros en nuestra soledad y alejamiento, por fin nos atrevimos —como Andrés— a estirar la mano y asirnos del amor

  • AGUSTIN ALBORNOZ S.

15/12/2024 05:00 am

Pensándolo bien la Navidad es un misterio. El solo hecho de que Dios decidió venir en persona en algún momento a la Tierra sin duda es algo prodigioso por decir lo menos. Aunque luego Él mismo se encarga de aclararnos en sus propias palabras escritas la razón de tan increíble suceso: nuestra salvación eterna. Mas el origen de todo es el amor verdadero que Él profesa por la humanidad, que es capaz de llegar a cualquier extremo y tomar la forma que sea necesaria para manifestarse.
 
De seguida una adaptación de una anécdota de Henry Carter, tomada de la revista Guideposts, que lo ilustra muy bien:

“Trabajaba febrilmente en la preparación de mi sermón de Navidad, cuando una de las ayudantes se presentó en la puerta de mi despacho para informar de otra crisis. El día de Navidad es difícil para los niños con trastornos emocionales que están en el hogar, el 75% se van a pasar la noche con sus familias, y los que se quedan se afectan al ver tantas camas vacías.

Fui a la habitación. Esta vez era Andrés. Se metió debajo de la cama y se negaba a salir. La señora señaló uno de los catres del dormitorio. Me puse a hablar de los vaqueros sobre los potros en el estampado del edredón. Hablé del árbol a la entrada de la iglesia con los regalos debajo y de otras cosas buenas que lo esperaban si salía.

No hubo respuesta.

Me agaché y levanté el edredón. Dos enormes ojos marrones se encontraron con los míos. Andrés tenía ocho años pero parecía de cinco. No me habría costado sacarlo. Pero Andrés lo que necesitaba era confianza y aprender a decidir bien por sí mismo. Agachado, le conté lo que había en el menú de Nochebuena. Le hablé del calcetín con su nombre bordado, obsequio de las señoras de la congregación.

Silencio. Como no se me ocurría otra forma de comunicarme, me introduje con dificultad debajo de la cama y me puse a su lado.

Estuve un largo rato con una mejilla contra el piso. Hablé de los adornos navideños y las velas en las ventanas, las canciones.

Al final se me agotaron los temas y esperé acostado junto a él. Mientras esperaba, una manita fría se deslizó junto a la mía. Ahí le dije: Estamos muy apretados.

Vamos a donde podamos pararnos.

Lo hicimos con lentitud. Se me fue la presión, y ya tenía tema para mi sermón de Navidad. Tendido en el piso había captado una nueva señal del misterio que celebramos en esta fecha.

Dios también nos había llamado, como a Andrés, desde arriba ¿No es cierto? Desde sus estrellas y montañas, con toda su majestuosa creación, nos había rogado que lo amáramos, que disfrutáramos del universo que nos ha dado.

Al ver que no escuchábamos, se acercó más. Nos habló cara a cara por medio de profetas, legisladores, etc.

Pero cuando Dios se humilló descendiendo Él mismo a la Tierra y habitó con nosotros en nuestra soledad y alejamiento, por fin nos atrevimos —como Andrés— a estirar la mano y asirnos del amor.”

En la vida, como en Navidad, lo principal no es lo que recibimos, sino lo que ofrecemos.

@viviendovalores
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