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El mejor idioma español

Los países atesoran el idioma nacional y por eso ha de cuidarse al máximo porque en realidad es un bien tan valioso cuan indispensable

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

21/11/2024 05:00 am

El Economist.es informó el 31 de octubre de 2024 que “El país en el que mejor se habla español, según la Inteligencia Artificial: no es España.
Las características y tradiciones orales varían mucho dependiendo del país
”.

“La IA clasifica a Colombia, España y México como los países que mejor hablan el español, teniendo en cuenta la neutralidad del acento y la precisión en la gramática y pronunciación. (…) La IA destaca a Colombia en el primer puesto, mencionando que el español hablado en ciudades como Bogotá es particularmente claro y neutro. Esto facilita su comprensión para hablantes de otros países. El país cuenta con diversos acentos, como el característico acento paisa de la región antioqueña. Sin embargo, el español de Bogotá y otras ciudades andinas es considerado un modelo por su neutralidad y precisión gramatical”.

No estoy de acuerdo porque es claro que el país donde hablan mejor el español es en España. Un primer pronto de gran evidencia lo indica, principiando por el hecho innegable de que los españoles llevan siglos hablando el “bello idioma español”, como lo alabó el genial Freud en el prólogo del libro en que se tradujo al español su obra completa. Es lógico que ese muy largo periplo enriqueció de modo notable tanto el idioma español cuanto sus hablantes o en exclusiva los españoles en esa época.

La historia de la lengua española abarca al menos veintidós siglos, desde la conquista romana de Hispania (la actual España y Portugal) hasta el uso del español moderno en todo el mundo. El español se originó en la península Ibérica y se desarrolló a partir del latín hablado, también conocido como latín vulgar. El español castellano se estableció como el dialecto español dominante en el apogeo de la Reconquista de España del terrible y extenso dominio musulmán, así como en su posterior expansión en buena parte del mundo.

Me apresuro a reconocer –con gusto y gratitud– que en Colombia se habla el mejor español de Suramérica. Pero no del mundo. En Colombia es tradición el buen manejo del idioma. Ha habido muy buenos letrados. El Diccionario de la Real Academia Española define a un letrado como “Sabio, docto e instruido. (…) 4. Que sabía escribir. (…) 6. Abogado. (licenciado o doctor en derecho). (…)”. Y hay en Colombia muy buenos abogados en Derecho penal y presumo que en las otras ramas del Derecho. Incluso hay del italiano traducciones jurídicas magníficas, como las enciclopédicas de su eminencia científico–penal Carrara, así como las de Maggiore, Ranieri, Carnelutti, Bettiol, en “Versión castellana de José J. Ortega Torres, miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española” y “Jorge Guerrero, abogado y doctor en filosofía y letras”, por la muy famosa editorial Temis. También de grandes juristas alemanes, como de los eminentes criminalistas Jescheck y Roxin.

Empero, el mejor español que he leído en una obra jurídica es la del español Luis Jiménez de Asúa, en su monumental tratado de Derecho Penal e infinidad de otras obras jurídicas como, por ejemplo, “Libertad de amar y derecho a morir” en pro del aborto y de la eutanasia. Hoy, entre otros muchos, lo despliega muy bien el jurista Enrique Gimbernat Ordeig. El mejor español se ha hablado siempre en España y me valgo de los siguientes y luminosos ejemplos: Francisco de Quevedo, Cervantes, Baltasar Gracián –su genial obra literaria y filosófica “El arte de la prudencia” tendría que ser de difundida lectura obligatoria en las escuelas– Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Calderón de la Barca, García Lorca, Benito Pérez Galdós, Azorín, Pío Baroja, Unamuno, Ortega y Gassett y –“Last but not least”–Juan Ramón Jiménez, cuyo primoroso libro “Platero y yo”, encanto de poesía y belleza, debería ser una de las primeras lecturas de todo niño. Destácanse mucho también los premios Nobel Ramón y Cajal, José Echegaray, Jacinto Benavente, Vicente Aleixandre y Camilo José Cela. Y en la poesía o lenguaje hermoseado por deslumbrantes adornos artísticos, bastaría con nombrar al gran bardo Antonio Machado. ¿Cómo superar a este line up?

Son los españoles quienes mejor hablan el castellano, pese a que suelten zarandajas como llamar “Madrí” o “Madrís” o “Madrích” a la muy bonita ciudad de Madrid, zarandajas como “nos han enseñao”

También muy buenos escritores ha habido en Colombia: próvido ejemplo son el Nobel Gabriel García Márquez, autor de muy famosas novelas y una de ellas, “El General en su laberinto”, sobre el Libertador; José Eustasio Rivera –autor de La vorágine, magnífica novela descriptiva de la selvática colombiana y por extensión a la tropical selva suramericana; Jorge Isaacs (muy famosa su obra “María”); y Álvaro Mutis, probablemente el mejor escritor de Colombia, dedicóse a la poesía y con notable éxito a la novelística (“Mansión de Aricaumia” fue su novela más aclamada) junto a la serie intitulada “Summa de Maqroll el Gaviero”. Recibió varios importantes premios literarios: el Premio Xavier Villaurrutia en 1988; el Premio Príncipe de Asturias en 1997; el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1997; el Premio Cervantes en 2001 y el Premio Internacional Neustadt en 2002. Siempre quiso escribir una biografía de Simón Bolívar; pero como el tiempo es corto y el arte es difícil, hubo de limitarse a la tan breve cuan hermosa obra “El último rostro”, sobre las horas postreras del inigualable héroe, de la cual extraigo un solo párrafo:

“Ni Alejandro de Macedonia, ni Aníbal, ni el propio Julio César conocieron una geografía tan vasta y accidentada como la de las guerras sudamericanas que se hicieron bajo el comando de Bolívar en los doce años que siguieron al "Manifiesto de Cartagena", a la toma de Tenerife. El mapa de Carlo Magno cabe dos veces o más en el de Bolívar, y el de Washington resulta estrecho y limitado. Napoleón, llevando imperio, no alcanzó lo que Bolívar llevando libertad, independencia. Entre Tenerife y Ayacucho surge el primer héroe universal de América. La docena de años que van del año 12 al 24, colocados sobre las medidas comunes de cualquier vida humana, en todos los continentes, desafían la carrera de lo mejor que puede dar el hombre en todos los continentes. En este caso, capeando victorias y derrotas en un escenario de abismos y contradicciones”.

También se asevera que “Colombia es el país donde se habla el español mejor, según la inteligencia artificial, por su neutralidad y claridad. El español que se habla en Bogotá y en algunas ciudades de la región andina es considerado como uno de los más neutros y claros”.

Esto tampoco es verdad porque el acento colombiano no es de término medio o equilibrado o centrado o moderado, sino fuertemente inclinado e intenso en la pronunciación. (No me refiero a la dicción que, especialmente en los sectores más cultos, no es fuerte ni intensa porque suelen hablar en voz baja). Su forma de hablar –sobre todo en Bogotá– es muy cantada o melodiosa por un relieve bastante fuerte en cuanto oscilaciones muy pronunciadas. Es una manera muy resaltada de hablar, sólo superada por los argentinos que a veces parecieran estar cantando. Conste que no afirmo que hablan mal sino cantado. Tan pujante es su acento que se lo contagiaron a los venezolanos andinos y máxime a los del Táchira, que hablan como colombianos o al menos muy parecido a éstos. Modo de hablar neutro es en verdad y sobre todo el de los venezolanos caraqueños y en particular de los más educados.

En Venezuela ha habido estupendos escritores (escribir es el arte más difícil según se asegura) y por ende hablantes (pero locutoras de VTV –muy bonitas, por cierto– hablan muy rápido y en jerigonza ininteligible). Ejemplo al canto: el periodista e historiador Juan Vicente Gonzáles (Las mesenianas, Catilinarias y muchas otras), Rufino Blanco Fombona, Vicente Lecuna, Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, José Ramón Medina, Arturo Uslar Pietri, Rafael Caldera y Rafael Cadenas. Y magníficos poetas. Miguel Otero Silva, al prologar la obra completa del poeta Arvelo Larriva, dividió la historia de la poesía venezolana en dos grandes períodos: desde la época colonial hasta 1918 (época de oro de nuestra poesía) y otro hasta el presente. Y allí señaló: “Si se me obligara a seleccionar exclusivamente cinco poetas (entre los ochenta o cien que figuran en las antologías y textos literarios) como representantes de aquel mi supuesto primer período que abarca varios siglos, no vacilaría en escoger los siguientes: Andrés Bello, Juan Antonio Pérez Bonalde, Francisco Lazo Martí, José Tadeo Arreaza Calatrava y Alfredo Arvelo Larriva, a sabiendas de que me estaba metiendo en un embrollo por haber dejado de lado a cantores muy famosos y sin duda influyentes en el proceso de nuestra poesía”.

El ilustre miembro y decano de la Academia Venezolana de la Lengua, Ramón González Paredes, muy lamentablemente fallecido ha poco, escribió que los cuatro grandes poetas suramericanos son el nicaragüense Rubén Darío, el venezolano Alfredo Arvelo Larriva, el argentino Leopoldo Lugones y el uruguayo Julio Herrera y Reissig. El trujillano González Paredes egresó como abogado de la Universidad Central de Venezuela; e hizo posgrados de Filosofía en la Universidad de La Sorbona y otro en Historia de la Literatura en la Universidad de España. Fue profesor en la UCV, UCAB y Santa María, así como rector en la universidad José María Vargas.

También se aseguró que se habla muy bien el español en Chile y en Méjico. ¿Cómo van a hablar muy bien los chilenos si llaman a su patria “Chili”? Hace años una amiga chilena, residente en Caracas, me dijo que en Chile pronuncian la “e” como “i” y fulminó una opinión que no reproduciré, sino que me limitaré a referir su versión de cómo hablaba y le preguntaba con reiteración un novio que tuvo cuando vivía en Chile: “¿Mi quirís?”, cuando quería decir “¿Me querés?”.

Y ¿cómo van a hablar muy bien los mejicanos si escriben sin corrección el nombre de su patria como “México”? Lo correcto es “Méjico”. Ha mucho reproduje en El Universal una crítica muy severa de Unamuno contra el escribir “México”; pero no la hallé con facilidad y ahora me conformo con la cita (acaso menos áspera) que hace Vizcaíno Guerra del insigne intelectual español en función de repudiar ese uso:

“F. Vizcaíno Guerra. F. VIZCAÍNO GUERRA NACIÓN Y NACIONALISMO EN UNA LETRA 276 AÑO 30 • NÚM. 83 • ENERO-ABRIL 2017 INTRODUCCIÓN. En mayo de 1898, iniciada la guerra entre Estados Unidos y España que ya prefiguraba “El Desastre del 98”, apareció un breve ensayo: “Méjico y no México”, de Miguel de Unamuno (1898), acusando la falta de lealtad de “los criollos mexicanos” con el idioma y con la unidad espiritual de los pueblos de habla española, en especial con Hispanoamérica. La x en el vocablo era un error –de acuerdo con la gramática dictada desde Madrid– y sólo servía como “prurito de distinción e independencia”, un asunto de infantil soberanía del gobierno de México (Unamuno, 1898:396). Si el idioma según Unamuno constituía la patria, el uso de la x, en el topónimo de un territorio tan vasto y poblado de hispanohablantes, era una forma de ruptura de esa patria (resaltados míos).

Bien interesante la censura de Unamuno y sólo difiero en lo del “prurito de distinción e independencia”, porque esa “x” creo que representa lo contrario de un sentimiento independentista de países que no se consideran súbditos o en relación de vasallaje con otros más poderosos, ni por lo tanto obligados a lisonjas ni requiebros. En torno al uso de esa “x” yo pudiera estar equivocado pues los mejicanos son unos bravos; pero en el tema atinente a la adopción de tal letra me parece que palpita un galanteo vecinal para complacer a los Estados Unidos de América, que por lo demás no han sido muy amables con ellos al menos en lo territorial…

En el Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española se enseña lo siguiente: “La aparente falta de correspondencia entre grafía y pronunciación se debe a que la letra x que aparece en la forma escrita de este y otros topónimos americanos (Oaxaca y Texas) conserva el valor que tenía en épocas antiguas del idioma, en las que representaba el sonido que hoy corresponde a la letra j. Este arcaísmo ortográfico se conservó en México y, por extensión, en el español de América, mientras que en España, las grafías usuales hasta no hace mucho eran Méjico, mejicano, etc. Aunque son también correctas las formas con j, se recomiendan las grafías con x por ser las usadas en el propio país y, mayoritariamente, en el resto de Hispanoamérica (resaltado mío).

No se puede, o al menos es muy difícil, estar de acuerdo con eso de que el uso de “México” es aceptable porque así lo usan en ese país: en semejante orden de ideas ningún mal uso debería cuestionarse y menos proscribirlo. Es del todo inaceptable ese criterio y por ser esa linajuda Academia tan complaciente desde hace algunos años, es que varios entendidos y filólogos la acusan o apostrofan de ser “demagoga”.

Otro mal hábito “moderno” es el de hablar al revés o, por ejemplo, decir “vengo” cuando en realidad “voy”. Esto es por imitar a los estadounidenses, quienes si les tocan la puerta de la casa y mientras van a abrir o atender a quien llegó y tocó, dicen “I come”, que significa “yo vengo” cuando en realidad va.

Cuanto a los errores verbales y escritos, sobra el aclarar que no se trata de que todos hablen y escriban muy bien “el bello idioma español”, como, repito, lo llamó Freud en la traducción de sus obras completas al comentar que lo aprendió “solo y sin maestros”. Se trata de que se hable y escriba sin profusión de errores. Y, desde luego, sin tántas vulgaridades o palabrotas. Un estilo coprolálico es nuncio de una inclinación a lo grotesco, desagradable e indecoroso. No es una insignificancia el que todos los delincuentes sean muy soeces. No quiero decir con esto que todos los soeces sean delincuentes ni mucho menos; pero sí que la coincidencia es preocupante, al menos en principio…

Desde otra óptica, es sobremanera deslucida la andanada de disparates idiomáticos que se oyen y de errores ortográficos que se leen. Aunque la mayoría hablante, según la usanza y acerca de tales disparates, diría “que se escuchan”, me niego a afear tan groseramente el bello idioma español porque “oír” no apareja una nota de especial atención, como sí la partícula “escuchar”, que es oír con atención. Al respecto es muy apropiado el citar la enseñanza de Lázaro Carreter, notable filólogo y por seis años director de la Real Academia Española de la Lengua:

“Un sujeto que se declaraba ‘nalfabeto’, repitió ‘Fina, ¿me escuchas?’; La neutralización de oír/ escuchar forma ya parte del ‘nalfabetismo’ nacional. (…) Escuchar se emplea masivamente por oír. Tan irreflexiva sinonimia no necesita ayuda para triunfar, por su vulgaridad, (…) Escuchar/oír es mi mayor desengaño, no he podido con la conjura de infinitos radiofonistas, destructores del distintivo entre ambos verbos, de la nota ‘con atención’ que aporta escuchar (…) incompetentes medios sonoros siguen confundiendo obstinadamente los usos de escuchar y oír; están haciendo pasar el idioma de la papilla al albañal”.

La Academia en mención condena la costumbre de “los americanos” —no de los estadounidenses, que apropiáronse indebidamente del término— sino de los suramericanos en confundir tales verbos: “Menos justificable es el empleo de escuchar en lugar de oír, para referirse simplemente a la acción de percibir un sonido a través del oído, sin que exista intencionalidad previa por parte del sujeto; pero es uso que también existe en autores de prestigio, especialmente americanos (…)”. Ojalá no se oigan más aquí los horrendos “escuchar la corneta”, “escuchar el timbre”, “¿me escuchas?” y otras sandeces por el estilo.

Es muy necesario el evitar la imitación del deslucido e incorrecto modo de usar el español por muchos de los suramericanos sitos en Miami. Acaso ya “estamos tarde” —como de modo esperpéntico ya dicen algunos criollos imitadores del “Be late”— para detener ese masivo e inmenso perjuicio al hermoso y muy completo idioma español.

En ejercicio del vicio en referencia los criollos caraqueños descargan cada vez más el “so” en vez de los apropiados “entonces” y “así que”. Además menudean los “guao” por imitación de la coloquial voz inglesa “wow!” o más animada “woow!” (y si se desea ser aún más entusiasta se le agregan letras “o” u oes) o la comunísima “wow” y a uno le parece haber entrado —sin querer— en una perrera…

Desde otra vertiente, muy a la moda vigente está en Caracas el que la mayoría prescindió de ¡todos! los signos ortográficos cuando, con irreflexiva precipitación y a carrera tendida, escribe por WhatsApp. Conste que también hay muchos profesionales que cometen tales descuidos e incluso algunos “letrados”, como a veces son llamados —sobre todo en España— los abogados…

Otros usos que afean en alto grado nuestro idioma, son el dequeísmo y el queísmo: “Digo de que; creo de que; pienso de que; me doy de cuenta. Y estoy seguro que; me acordé que” y palabrejas como “aperturar” y “accesar”. (Conocí a un muy distinguido venezolano y académico de la lengua ¡¡queísta!!). Y embutieron los términos “le llama” (vicio del leísmo), “acá” (hace mucho no se oye el más correcto “aquí”, por mucho más conciso). “Vienen a la fiesta” (cuando es que “van” a la fiesta que habrá en sitio diferente al ocupado por quien invita). Hasta en el foro se habla de “abalear” cuando lo correcto es balear. Y también en el foro ¡¡y en la ley!! llaman al muy execrable crimen de que una mujer fue violada, como que esa mujer víctima fue ¡abusada!, lo cual es —aparte de una soberana ridiculez— caer crasamente en una gravísima necedad al quitar toda importancia a ese delito tan abominable: Un abuso respecto a una dama es un trato indebido por descortés, indecoroso u obsceno y hasta podría consistir en una palabra indelicada o aun en un grito; pero jamás puede calificarse de abuso a un crimen supremamente detestable como la violación, u obligar a una mujer a tener o consentir una relación sexual completa o un coito.

Los imitadores dicen que no los “soportan” (tienen razón) porque nos les dan apoyo económico (el to support inglés). Y embutieron los términos “la chica”, “le llama” (vicio del leísmo), “acá” (hace mucho no se oye el más correcto “aquí”, bastante más conciso). “Vienen a la fiesta” (cuando es que “van” a la fiesta que habrá en sitio diferente al ocupado por quien invita); cursilerías variadas e incorrecciones como “bizarro” por “estrambótico”.

Algunos narradores deportivos, con infernal constancia, repiten que los peleadores o equipos están “peliando” e incurren en el horrísono “el pitcher caminó a fulano”; y la afectación hace que por ejemplo algunos hablen de “Osovaldo Guillena”, “Omara Vizquela”, y hoy menudean más los “Miguela Cabrera”, “Arráesa”, “Salvadora Péreza” y “Ronala Acuña”. Y en vez de “habló con él” dicen “habló cona ela”.

La abundancia de vicios idiomáticos, aparte de inelegante por antiestética, denota una gran ignorancia supina porque subyace la falta de lectura, que es la mejor manera de aprender un cabal y educado vocabulario. Y hasta a veces podría demostrar alguna debilidad mental que impide aprender la básica y correcta forma de expresarse. El menudeo de errores ortográficos es asociada por estudios científicos con la oligofrenia o debilidad mental.

Los vicios del idioma, hablado o escrito, implica maneras toscas e inferioridad, así como descortesía e irrespeto en ocasiones. Esos vicios pervierten la elegancia de la lengua castellana, así como la finura y distinción personal y colectiva, lo cual afecta el decoro nacional y la dignidad en general.
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