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Coprolalia televisiva

Se desató en la TV criolla –en VTV– un frenesí por decir groserías que afean el bello idioma castellano, como lo elogió, estudió y aprendió “solo, sin maestros” el genio del siglo XX, Freud

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

07/11/2024 05:01 am

Nuestro pueblo tiene el derecho de rango constitucional a la educación y máxime de niños y jóvenes. Derecho que se resiente de ejemplos tan inadecuados cuan harto difundidos por los medios y muy en especial por la televisión: se sabe que la educación funciona sobre la base de modelos de conducta. El derecho a la educación, además, se empalma con el concepto de justicia social en el cual está enraizado. El Estado permite el hablar, expandirse u opinar por televisión porque además de informar y distraer, ésta también tiene un esencial fin educativo, que solamente se cumple si el mensaje pedagógico es bueno. La TV influye muchísimo en la educación de los pueblos por su gran poder de difundir la programación.

En el educar es básico el adecuado uso idiomático y la escritura correcta. El problema de los errores ortográficos y con la redacción es un serio problema educativo. Hablar y escribir bien es un adorno de la personalidad; permite desenvolverse mejor e influir porque aporta una evidente distinción social. La primera impresión que da una persona es mediante el habla y conviene usar el magnífico don de la palabra como se debe, lo que de suyo es muy difícil. Por esto hay que evitar el uso de expresiones impropias y sobre todo de groserías, que enervan la ideal capacidad comunicativa para así incluso poder dar mejor la batalla ideológica.

(La escritura también ha de ser muy cuidada, principiando porque deja rastros permanentes y habrá constancia de cuanto se dijo: “verba volent, scripta perduram” o “las palabras vuelan, lo escrito queda”. Por ello es más delicada y hasta se le considera el arte más difícil. Es perdurable e instrumento vital para la indefectible y más importante comunicación por ser principal instrumento laboral de intelectuales, o tratadistas o escritores; abogados, periodistas, políticos, académicos –profesores y universitarios en general– y publicistas; en textos o trabajos de toda índole como tesis de ascenso o de grado, libros, cartas, dictámenes, remitidos, ensayos, informes, manuales e instructivos de toda índole; memorándums y correos electrónicos).

La corrección idiomática –escrita u oral– es la mejor carta de presentación disponible por quienes exponen verbalmente o interponen escritos de toda índole: sea en papel o computarizada o en versión “digital”, una escritura con faltas de ortografía, sin puntuación adecuada y redactada de modo inidóneo, resulta del todo inconveniente y hasta desprestigia al autor. Por eso hay que prestar una suprema atención al lenguaje y saberlo emplear con propiedad en cada situación: mancharlo con groserías es desnaturalizarlo y encima el pervertir la educación.

Es bien importante la corrección expresiva porque infunde respeto, aunque no en la medida de antes u otras décadas porque ahora eso está muy descuidado; ya no se le asigna el alto valor que tiene ni mucho menos y aun se le pervierte con groserías de toda índole, expresadas por cada vez mayor número de individuos aun en público, en voz alta, a gritos a veces y hasta en presencia de damas.

En general, el descargar groserías, sobre todo por los medios y máxime por televisión (ni en Telesur ni en Televén se oyen), atenta contra el derecho a la educación por constituir un mal ejemplo de conducta. No obstante, debo clarificar que hay un criterio totalmente contrario al mío y a favor de soltar groserías: que el decirlas está cada vez más de moda; que muchos lo consideran beneficioso y especialmente los políticos por así “lucir” más informales y persuasivos… En tal sentido BBC News Mundo, el 15 de marzo de 2016, publicó un criterio con ese oriente y emitido por la psicóloga Tiffanie Wen bajo el título “Los inesperados beneficios de decir groserías”:

“Es posible que usar groserías nos haga parecer maleducados y dignos de poca confianza, como intentaron enseñarnos nuestras madres.
Pero podría tener algunos beneficios sorprendentes: desde hacernos más persuasivos hasta ayudar a aliviar el dolor.
Más profundo en el cerebro.
Es posible que decir palabrotas involucre una parte completamente distinta del cerebro que el resto del vocabulario.
El cerebro las maneja diferente que el lenguaje ordinario, de acuerdo con Richard Stephens, psicólogo y autor de Black Sheep: Thehidden Benefits of Being Bad ("Oveja negra: los beneficios ocultos de ser malo").
Mientras que la mayoría del lenguaje se ubicada en la corteza y en áreas específicas del lenguaje en el hemisferio izquierdo del cerebro, las groserías podrían estar asociadas a un área más vieja y rudimentaria de ese órgano.
"Las personas afásicas (afectadas por una pérdida o trastorno del habla) generalmente presentan daño en el hemisferio izquierdo y tienen dificultades para hablar. Pero hay muchos casos registrados de afásicos que pueden usar el lenguaje estereotípico de manera más fluida, es decir, pueden hacer cosas como cantar o decir palabrotas en forma fluida", dice el especialista.
"La investigación en personas que sufren del síndrome de Tourette, en el cual pronuncian groserías en forma repetida, sugiere que éstas pueden estar relacionadas con una estructura cerebral más profunda: los ganglios basales".
Lo que es y no es grosería
Claro está que las diferentes palabras que constituyen un tabú varían de cultura en cultura. (…) ¿Más persuasivo?
Investigaciones recientes muestran que decir groserías acarreará varios beneficios ocultos.
La ventaja más obvia es la posibilidad de comunicarse más efectivamente.
Al decir palabrotas, no sólo comunicamos el significado de una frase, sino también nuestra respuesta emocional a ese significado. También nos permite expresar rabia, disgusto o dolor, o indicar que alguien debe apartarse, sin necesidad de utilizar la violencia física.
Estudios muestran que decir groserías puede incrementar la efectividad de un mensaje y hacerlo más persuasivo, especialmente cuando se considera una sorpresa positiva.
Incluso puede funcionar en ámbitos políticos”.


Desde otra vertiente, Loreto Iriarte, por CNN, el 11 de junio de 2023, expuso:

“Decir palabrotas, ¿un signo de mala educación o de inteligencia?
La ciencia sostiene que soltar algún taco de vez en cuando puede incluso hablar en positivo acerca de la persona que los pronuncia.
Decir palabrotas es una acción que no está bien vista socialmente y la creencia popular asocia este lenguaje grosero con la vulgaridad, la mala educación, la escasa inteligencia o la pobreza lingüística de quien lo pronuncia. (…) De esta forma, hay algunos estudios que vienen a desbaratar los prejuicios establecidos en torno a las palabrotas y sostienen que decirlas puede llegar a ser signo de una mayor inteligencia verbal y social”.


El mismo psicólogo Iriarte, añade estas “Investigaciones y conclusiones: Algunas de las conclusiones de estos estudios que hablan en positivo de las personas que utilizan palabrotas son: - Inteligencia. Las personas con una buena educación son mejores inventando palabrotas que aquellas que tienen una menor fluidez verbal. - Honestidad. Las personas que dicen palabrotas expresan sus emociones con unas palabras más rotundas, con lo que dan la impresión de mentir menos y de ser más íntegras (…) Mayor tolerancia al dolor”.

Timothy Jay, profesor de Psicología del Massachusetts College of Liberal Arts, a partir de sus investigaciones, asegura que “las palabrotas son un lenguaje emocional y que pronunciarlas de vez en cuando puede ser un signo de inteligencia, cultura y creatividad”.

El psicólogo Richard Stephens explica a la CNN que “maldecir produce una respuesta al estrés, una descarga de adrenalina que aumenta el ritmo cardíaco y la respiración y prepara los músculos para la lucha o la huida. A la vez se produce una respuesta analgésica que hace al cuerpo más impermeable al dolor. (…)- Creatividad. La capacidad de decir palabras malsonantes parece estar centrada en el lado derecho del cerebro, concretamente en el cerebro creativo, de lo que se deduce que las personas que más palabrotas sueltan son más creativas. Menor agresividad. Decir palabras malsonantes es una especie de desahogo, una manera de liberar la ira que permite expresar emociones con claridad y rapidez. Sin embargo, las palabrotas son una forma remota de agresión puesto que al pronunciarlas ya se sabe que esa expresión va a molestar a otra persona. (…)”.

A pesar de tan linajudos criterios, mantengo el mío y someto a la consideración lo siguiente: el soltar tacos o groserías (así como el mentir) es inveterada costumbre de todos los delincuentes o por lo menos de una gran mayoría. Esto no significa que todo aquel que lance groserías (o mienta) es un delincuente; pero la coincidencia es preocupante o llamativa o cuando menos inelegante… Por lo demás, el que se considere por los científicos que proferir groserías está relacionado con la agresión, es mucho más preocupante aún: es fundamental el “Thanatos” o instinto agresivo de muerte, según el genio del siglo XX, Sigmund Freud. El otro instinto básico y decisivo en la vida humana, como igualmente enseñó el sabio austríaco y padre del psicoanálisis, es el sexual.

Antolisei enseña que “el ordenamiento jurídico actual (…) tiene también una misión educativa (…)”. Frederic Wertham aseguró que “La violencia es tan contagiosa como el sarampión” (la agresión es violencia). El eminente criminólogo y penalista Doctor Fernando Pérez Llantada, S.J., aseveró que uno de los “sustitutivos penales” es de orden educativo. Y que “Estudios han demostrado que la observación que hacen los niños de la agresión produce una imitación subsecuente, especialmente si el acto agresivo es recompensado”. Para Gabriel Tarde “un proceso psicológico fundamental es la imitación”.

De acuerdo con sólidas investigaciones realizadas por el bien célebre psicólogo canadiense Albert Bandura (creador de la famosa teoría del “Aprendizaje Social e Imitación”, que cambió el curso de la psicología moderna), “un niño aprenderá conductas que observa en otros, en tanto ni los otros ni el niño-observador sean castigados por dicha conducta…”. Bandura expresa que “La observación de violencia fortalece las tendencias agresivas en los niños (…) Los modelos son importantes fuentes de conducta social y no pueden continuar siendo ignorados como una influencia en el desarrollo de la personalidad”.

Bandura (una encuesta en 2002 lo situó en el cuarto puesto de los psicólogos más citados de todos los tiempos, después de B. F. Skinner, Sigmund Freud y Jean Piaget) hizo el famoso experimento del “muñeco Bobo” (conductas creadas por modelos de conducta). Estas pruebas tenían como objetivo demostrar que conductas eran aprendidas por individuos a partir de acciones modelos. Este experimento hacía énfasis en cómo individuos jóvenes son influidos por actos de adultos. Cuando los adultos son recompensados por sus conductas violentas, los niños son más propensos a seguir golpeando al muñeco. Sin embargo, cuando los adultos eran reprendidos, los niños, consecuentemente, dejaban de golpear al muñeco. Los resultados de estas pruebas cambiaron el curso de la psicología moderna.

El muy famoso psicólogo estadounidense Jeffrie Goldstein, profesor en la Universidad de Londres y Presidente del Comité de Medios de Comunicación de la Sociedad Internacional para el Estudio de la Agresión puntualizó -en su excelente obra “Agresión y Delitos Violentos”— que “Los niños no aprenden sólo de recompensas y castigos directos, sino a través de la observación… La capacidad de imitación se observa como un mecanismo mediante el cual se puede efectuar el aprendizaje (…)”.

El lenguaje jurídico –y máxime en estrados o en alegatos escritos– ha de ser correcto; claro, preciso, sólido y elegante. “Para el escritor hay una cuestión de honor intelectual en no escribir nada susceptible de prueba, sin poseer antes ésta” (Ortega y Gasset); pero escribir no es un acto “simple” o sin complicación o dificultad alguna: el escritor estadounidense Paul Auster expresó que “La escritura puede, ciertamente, ser peligrosa. Peligrosa para el lector –si es lo suficientemente poderosa para cambiar su concepción del mundo– y peligrosa para el escritor”. El Nobel Cela enseñó: “La lengua es la más eficaz de todas las armas, ya quedó dicho, y la más rentable de todas las inversiones; (…) la lengua es un arma, una herramienta primordial, insubstituible por ninguna otra y necesaria para darnos sentido y presencia y abrir las más amplias perspectivas a nuestros anhelos (… ) siendo la nuestra una de las lenguas más hermosas y poderosas y eficaces del mundo,(…) ”.

En el educar es básica la escritura correcta y el adecuado uso idiomático. El problema de los errores ortográficos y con la redacción no es únicamente un problema educativo sino también un problema personal. La ortografía del texto es la carta de presentación que, sin pretenderlo, hacen quienes interponen escritos de toda índole: sea en papel o computarizada o en versión “digital”, una escritura con faltas de ortografía, sin puntuación adecuada y redactada de modo inidóneo, les resulta del todo inconveniente y hasta “desprestigia al autor”. Por eso hay que prestar una suprema atención al lenguaje y saberlo emplear con propiedad en cada situación: “Cada huella que se deja en la red dice algo sobre el autor” (Fundéu)…

A los profesionales se les exige muy buena redacción e idónea ortografía y máxime a los abogados o “letrados”, que significa “Sabios, doctos e instruidos”. Sobre todo en el ejercicio de su profesión y en la respectiva terminología profesional, para no barbarizar acerca de palabras o términos científicos de su incumbencia.

El gran filólogo español y “poeta universitario” Pedro Salinas, enseñó: “Lo que llamo educar lingüísticamente al hombre es despertar su sensibilidad para su idioma, abrirle los ojos a las potencialidades que lleva dentro, persuadiéndole, por el estudio ejemplar, de que será más hombre y mejor hombre si usa con mayor exactitud y finura ese prodigioso instrumento de expresar su ser y convivir con sus prójimos”. El Nobel Cela, en su discurso en la inauguración del II Congreso Internacional de la Lengua Española, el 16 de octubre de 2001, expresó: “La lengua es la más eficaz de todas las armas, ya quedó dicho, y la más rentable de todas las inversiones; nunca es tarde para que empecemos a poner nuestros ahorros al servicio de futuros benéficos que serán de todos y que servirán para todos”.

El ilustre Unamuno, en 1911, puntualizó: “La lengua es hoy el principal patrimonio de los pueblos hispánicos. Es nuestro caudal. Es la bandera que tiene que cubrir nuestra mercancía. Es la lengua que sin perder su carácter propio y su personalidad se ensancha a la medida de los vastos dominios territoriales que abarca. (…) Es la lengua que compartirá un día, con la inglesa, el predominio mundial”. Lázaro Carreter, ex director de la Real Academia Española, indicó el 13 de octubre de 2001: “El lenguaje nos ayuda a capturar el mundo, y cuanto menos lenguaje tengamos, menos mundo capturamos. O más deficientemente. Una mayor capacidad expresiva supone una mayor capacidad de comprensión de las cosas”.

El brillante jurista y Académico de la Real Academia Española, Joaquín Calvo Sotelo, ante esta misma Academia, en 1987 discurrió así: “(…) velar por la limpieza, el rigor y el sonoro esplendor de los vocablos. (…) en modismos, acentos, locuciones y vocablos existe un diferencial notable entre el castellano de la Península y el de los veintiún países americanos que se expresan en la lengua originaria de Cervantes y de Bolívar”.

En suma: hay que prescindir de groserías que afean nuestro tan hermoso cuan lógico y muy expresivo idioma. Creo que algunos no las descargan por defectos del carácter o del espíritu sino por parecer informales. Pero la informalidad no es una virtud sino un vicio que desluce sobremanera. Pruebas al canto:

El proferir groserías a menudo, reitero, se empalma con la generalizada manía de ser o parecer “informales”, como si esto fuera algo de mucha categoría o distinción por pertenecer al grupo de los “modernos” o gente muy actualizada, sin prejuicios ni aspavientos de ningún tipo, sino personas “independientes”, “liberadas” y con un rotundo e innegable toque de distinción. Tales confundidos deberían tener presente la definición que daba el Diccionario de la Real Academia española (vigésima segunda edición de 2001) de informalidad:

“Conducta propia de quienes despliegan una conducta no cónsona con las reglas de la urbanidad, del decoro y, en fin, de las personas educadas”. Y, principalmente, estas definiciones del Diccionario de la lengua española de la Real Academia, en su edición vigésima tercera (o Edición del Tricentenario) de “informalidad”: (“cualidad de informal” y “acción o cosa censurable por informal”) y de “informal”: “Que no guarda las formas y reglas prevenidas (…) 3. Dicho de una persona: que en su porte y conducta no observa la conveniente gravedad y puntualidad”. En fin: informal es quien no es serio ni circunspecto sino indecoroso.

Ejemplo reciente de gran informalidad: en la reciente asamblea de los “Brics” y a excepción de los correctos Mishlah o Abaya de los árabes y el dhoti u otros trajes hindúes como el sari, el único Jefe de Estado o presidente sin corbata fue el de Bolivia, Luis Arce Catacora…

Nota bene ésta y nota mala por mercenaria la del Brasil por vetar a Venezuela e impedir –de momento– su anhelado ingreso a la muy promisoria agrupación comercial cosmopolita denominada “Brics”. Es ingenuo el suponer que entre los países debe haber una relación de amistad y por eso hay que prescindir de la ridiculez de llamarlos “hermanos” con machacona insistencia: es como suponerla entre las fieras. Lo que hay son relaciones para negociar entre sí y solventar diferencias. Negocios e intereses que los altos funcionarios internacionales no han de ventilar como traficantes de baja estofa y aunque detenten cargos internacionales muy altos. Hasta los traficantes de drogas se autocalifican como “hombres de honor” porque aseguran seguirse por un “código” al respecto. El dinero hay que saber ganarlo, gastarlo y despreciarlo. Porque de no ser esto último, se prostituiría lo concerniente. El busilis de la cuestión fue el ansia de los brasileros por vender su petróleo y saber ellos que Venezuela tiene muchísimo más petróleo que Brasil y que lo podría vender más y mejor: por eso y también por ser complaciente en su politiquería con quienes reverencia, boicoteó la entrada de Venezuela a los “Brics”. Lo demás u otras alegaciones de gamberros son gambetas muy propias de los brasileños. Es lógica y hasta útil la competencia mercantil; pero con lealtad y sin ánimo proditorio. Conviene ponerle la lupa a ese vecino: ¡con vecinos así! Con razón le tenían a Simón Bolívar el “terror-pánico” del que hablaban los antiguos…
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