La entrevista de Guayaquil
Ha poco –en el año 2022– se cumplieron doscientos años de la famosa entrevista habida entre el Libertador y el general San Martín en los días 26 y 27 de julio de 1822
Aquella entrevista es tan célebre cuan pretendidamente misteriosa. Este halo de misterio, dicho sea al pasar, se construyó de modo paulatino y con mucha dosis de fantasía tendenciosa para hacerla nebulosa e incomprensible en algunos aspectos. ¿Por qué incierta? No hay tal: se plantearon graves asuntos discordantes en mayor o menor medida y Simón Bolívar –hombre de imperio y con imperio– impuso sus criterios que, en realidad de verdad, eran los más acertados. Antes de entrar en materia, es interesante hacer énfasis en la génesis de tan impresionantes cualidades y de esa muy férrea personalidad del Padre de la Patria.
Antes de cumplir tres años, Simón Bolívar perdió a su padre y su madre murió cuando él tenía ocho años. La increíble templanza del Libertador alboreó en su niñez. Una orfandad tan temprana es el dolor más grande que haya de sufrir un niño y en su caso fue redoblado porque, reitero, ambos progenitores murieron en lo que por lo general es la época más feliz de la existencia, la niñez. Un terrible sufrimiento tan prematuro y en lo que siempre constituye una tragedia para todo niño, impacta muy negativamente en la personalidad y vida de quienes lo padecen. Únicamente logran superarlo quienes tengan un carácter asombrosamente fuerte y un talento admirable. Tal fue el caso de Simón Bolívar.
La vida se ensañó con el Libertador en su infancia y lo persiguió en su juventud: cuando a sus dieciocho años pareció cambiar del todo su sino trágico y por fin hallar la felicidad en su relación amorosa con María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, con quien pronto contrajo matrimonio, sufrió otro horrible golpe porque su esposa murió al año de haberse casado, víctima del paludismo. Torva suerte, que no hubo de abandonarlo en toda su edad primaveral. Estos golpes endurecieron mucho y para siempre su espíritu y acaso inspiraron su famosa frase de que “El hombre de bien y de valor debe ser indiferente a los choques de la mala suerte”.
Transido de dolor por el fallecimiento de su joven esposa madrileña siguió el enfático y sabio consejo de su maestro Simón Rodríguez, cuando le aconsejó atenuarlo en la vida mundana y los placeres de la bohemia. Como muy buen alumno le hizo caso y se lanzó a una frenética festividad sobre la base de su inmensa riqueza. En París ofreció muy a menudo espléndidas fiestas que “nunca terminaban antes del amanecer”, a las cuales asistían las más prominentes figuras y, por supuesto, muchas damas.
National Geographic, en su breve e interesante biografía sobre Bolívar, se refiere a su valentía en la hora de su muerte. El famoso biógrafo alemán Emil Ludwig, aseguró en su biografía sobre Bolívar que “ningún hombre de Estado terminó su vida de un modo tan hermoso como Bolívar”. También, comparó favorablemente al Libertador con Napoleón e hizo constar, en otro contexto, que “El general Mangin, crítico verdaderamente experto, ha considerado el paso de los Andes por Bolívar como ‘el episodio más imponente de la historia militar’ ”.
Para ejemplarizar con algunos destellos del imponente carácter de Simón Bolívar, haré mención de lo que escribió al diplomático estadounidense Irvine, quien vino el 12 de julio de 1818 a Venezuela como emisario del Gobierno de EE.UU para protestar por dos barcos estadounidenses (“Tigre” y “Libertad”) capturados en el Orinoco, y Bolívar lo refutó con que se usaban “para dar armas a unos verdugos y para alimentar unos tigres que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana…”. Y también rechazó la idea de Irvine en el sentido de que Estados Unidos era neutral en el conflicto que se vivía en Venezuela, al escribirle que “No son neutrales los que prestan armas y municiones (…) a los enemigos”. En su última carta a Irvine dióle el Libertador respuesta muy digna, ejemplar y soberana:
“(…) Mire, en cuanto a sus amenazas, sepa usted que aquí en Venezuela en diez años de guerra –ya casi diez– han muerto la mitad de nuestros compatriotas; y nosotros, los que aquí quedamos, estamos ansiosos por correr la misma suerte, si tuviéramos que morir todos enfrentando al mundo entero. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende” (resaltados míos).
El inmensamente culto y elegantísimo escritor Blanco Fombona, enseña lo siguiente respecto al temor que inspiraba el Libertador: “(…) Tal era el pavor que infundía en la propia Península el género de salvaje guerra que se estaba haciendo en Venezuela, que para llevar a término la expedición de Morillo se enganchó en España a las tropas, comunicándoles el viaje y la campaña para la República Argentina. Fué en altamar donde se abrieron los pliegos del rey, y cuando se supo a bordo el rumbo de la expedición y su objeto, el descontento fue general. Oigase (sic) lo que dice un pundonoroso capitán del ejército expedicionario (…) ‘empezaron a recorrer todos los buques trayéndonos noticias de que no íbamos al Río de la Plata, como se había dicho, sino a Costa Firme. Así lo preceptuaban los pliegos reservados de S.M. que acababan de abrir en aquella altura. General consternación causó esta nueva. Todos sabíamos que en la Costa Firme la guerra se hacía sin cuartel y con salvaje ferocidad’. El intento de Bolívar no era, pues, perdido. Se pensaba tres veces antes de engancharse para militar contra él. Y el Gobierno de España, el Gobierno de una monarquía aún tan vasta y poderosa, se veía constreñido a engañar a sus tropas para que no se desertasen al saber adonde y contra quién iban a combatir. Sí, no se quería venir a hacer la guerra en Colombia, eso, y el contagio de las ideas liberales, que venía de América, y la influencia de la personalidad del mismo Bolívar, según Emile Ollivier, fueron las causas primordiales. El Libertador lo sabía, sabía sobre todo la repugnancia de las tropas peninsulares a atravesar el océano para venir a combatirlo” (resaltados míos).
La inmensa bravura y agresividad con que hubo de librarse aquí en Venezuela la guerra contra los españoles se debió y respondió en un todo a la abominable crueldad de éstos, contra los cuales hasta tuvo que fulminar el Libertador la muy terrible e inaudita proclama de guerra a muerte, que respondió no sólo a su impulso de vindicta y justiciera represalia a la guerra a muerte que antes comenzó a desplegar el sádico español Monteverde, sino también a un sentimiento generalizado de furia y venganza contra los españoles por su pavorosa vesania: “Zuazola, que desorejaba y cosía a sus víctimas espalda con espalda, Cerveriz que mataba a látigo, Antoñanzas, que despalmaba y hacía andar sobre arenas encendidas, Rosete, que degollaba, Chepito González que colgaba de los árboles, Boves y Morales que jamás, jamás daban cuartel” (Blanco Fombona). Cerveriz era un ex presidiario y jefe de una banda de ex presidiarios. La descripción física de Boves, hecha por el altísimo escritor venezolano Juan Vicente González –muy probablemente el mejor de todos los prosistas nacidos en este suelo prodigioso– emula a la perfección la siniestra figura del “criminal nato” descrito por el genial criminalista Lombroso.
Además de ser el jefe máximo del ejército de la Gran Colombia, Simón Bolívar tenía en lo personal un gran poder de convicción y dominio por su extraordinario ascendiente y muy firme personalidad. Todos estos factores determinaron su inmenso poder individual, militar y de mando. Era un hombre muy dominante; pero sin arbitrariedad.
El Libertador no era un hombre caprichoso e intransigente. Basta el recordar lo habido cuando el Gran Mariscal de Ayacucho, Sucre, se resintió mucho porque Bolívar lo designó para dirigir la retaguardia del ejército en vísperas de una acción bélica y escribióle que lo creerían “un inútil o un imbécil”. Bolívar no se disgustó sino le dio explicaciones al respecto, como la de que esa misión requería una mentalidad muy organizada como la del general Sucre. Y en conclusión Bolívar ordenó que Sucre fuera a la vanguardia y él (Bolívar) iría a conducir la retaguardia:
“Creo que a usted le ha faltado completamente el juicio, cuando ha pensado que yo he podido ofenderle. Esas delicadezas, esas hablillas de las gentes comunes son indignas de usted: la gloria está en ser grande y en ser útil. Si usted quiere venir a ponerse a la cabeza del ejército, yo me iré atrás y usted marchará adelante para que todo el mundo vea que el destino que le he dado a usted no lo desprecio para mí”.
La célebre entrevista entre Simón Bolívar y José de San Martín tuvo lugar hace dos siglos en Guayaquil en julio de 1824, donde hubo dos desacuerdos fundamentales entre El Libertador y el gran prócer argentino, que tenía ideas monárquicas (incluso quería traer a América un príncipe europeo) y también propuso que Guayaquil debía pasar a ser parte del Perú. Bolívar rechazó ambas propuestas por considerar ideal el sistema republicano y también que Guayaquil se uniera a la Gran Colombia, como en efecto sucedió.
La monarquía es del todo antidemocrática por ser hereditaria y encima vitalicia. San Martín era monárquico –sin disimulo alguno– y Bolívar republicano. La muy destacada investigadora peruana O’Phelan Godoy afirmó que apenas el Libertador entró a Lima, puso de manifiesto, en forma categórica, su posición antimonárquica, marcando así distancia con el proyecto de San Martín, que era monárquico.
Era rayano en el desvarío el suponer a Bolívar, hombre eminentemente liberal, partidario de la monarquía. Su amor por la libertad lo llevó hasta enfrentar a sus pares de la clase alta, es decir, los muy agresivos mantuanos, al declararse enemigo de la costumbre (hecha ley entonces) de tener esclavos. La abolición total de la esclavitud había sido la constante exigencia de Simón Bolívar ante los legisladores de Venezuela y de Colombia. Principió por libertar a los mil esclavos que heredó de su riquísima familia mantuana.
En carta del 2 de junio de 1816, Bolívar decretó la libertad absoluta de todos los esclavos que se alistaron en las filas del Ejército Patriota para posteriormente luchar en las guerras de independencia contra el imperio español. Éste fue el primer intento de eliminar la esclavitud en Venezuela. Halló mucha resistencia de sus pares mantuanos. El 6 de junio de 1816 dictó la primera proclama de abolición de la esclavitud y escribe al General Arismendi: “Proclamé la libertad general de los esclavos”. Y un mes después, el 6 de julio de 1816, dictó la segunda proclama de abolición de la esclavitud:
"Esta porción desgraciada de nuestros hermanos que han gemido bajo las miserias de la esclavitud, ya es libre. La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos: de aquí en adelante sólo habrá en Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos". Y en 1819 se dirigió así en su Mensaje al Congreso de Angostura: “Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República”.
Miguel Acosta Saignes, en su obra ‘BOLÍVAR’, señala: ‘Vivió los ideales de su clase, impulsó algunos y entró en contradicción con otros, como cuando se convirtió en el gran líder de la libertad de los esclavos, decretada por él en Carúpano y en Ocumare, y pedida a los congresos constituyentes, desde Angostura en 1819, hasta Bolivia en 1826, sin éxito’” (resaltados míos).
En cuanto al deseo e intención de San Martín, acerca de que Guayaquil debía pasar a ser parte del Perú, el eminentísimo historiador venezolano Vicente Lecuna Salvoch, enseñó: “El 2 de enero de 1822 desde Cali, Bolívar dirigió una intimación a la Junta de Gobierno de Guayaquil exigiéndole su incorporación a la República de Colombia. Al mismo tiempo le avisaba el envío por mar de la división Torres hacia la ciudad con 2.000 hombres y su marcha con la guardia colombiana en el mes próximo. ‘Yo me lisonjeo, le decía, con que la República de Colombia habrá sido proclamada en esa capital antes de mi entrada en ella. V.E. debe saber que Guayaquil es complemento del territorio de Colombia; que una provincia no tiene derecho a separarse de una asociación a que pertenece y que sería faltar a las leyes de la naturaleza y de la política permitir que un pueblo intermedio viniese a ser un campo de batalla entre dos fuertes Estados, y yo creo que Colombia no permitirá jamás que ningún poder de América enzete (sic) su territorio. (…)
Esta nota la recibió Olmedo el 7 de febrero e inmediatamente alarmado por los hechos, envió copia por mar con un expreso al Protector imponiéndolo del peligro que suponía a su partido la llegada del Presidente de Colombia y las fuerzas colombianas. Por el mismo conducto el agente del Perú, general Francisco Salazar, pidió instrucciones al Secretario de Estado del Perú con motivo de la próxima llegada de tropas colombianas y de la actitud calificada por él de amenazadora del Libertador de Colombia, resuelto a incorporar la provincia a su nación. (…) ”.
Y el gran historiador y escritor Rufno Blanco Fombona aseveró: “Pero San Martín no cedió de buenas a primeras, quiso: primero, que Guayaquil perteneciera al Ecuador: segundo, que Bolívar auxiliase al Perú; tercero, que el Perú se constituyera en monarquía, con algún príncipe europeo a la cabeza.
Antes de cumplir tres años, Simón Bolívar perdió a su padre y su madre murió cuando él tenía ocho años. La increíble templanza del Libertador alboreó en su niñez. Una orfandad tan temprana es el dolor más grande que haya de sufrir un niño y en su caso fue redoblado porque, reitero, ambos progenitores murieron en lo que por lo general es la época más feliz de la existencia, la niñez. Un terrible sufrimiento tan prematuro y en lo que siempre constituye una tragedia para todo niño, impacta muy negativamente en la personalidad y vida de quienes lo padecen. Únicamente logran superarlo quienes tengan un carácter asombrosamente fuerte y un talento admirable. Tal fue el caso de Simón Bolívar.
La vida se ensañó con el Libertador en su infancia y lo persiguió en su juventud: cuando a sus dieciocho años pareció cambiar del todo su sino trágico y por fin hallar la felicidad en su relación amorosa con María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, con quien pronto contrajo matrimonio, sufrió otro horrible golpe porque su esposa murió al año de haberse casado, víctima del paludismo. Torva suerte, que no hubo de abandonarlo en toda su edad primaveral. Estos golpes endurecieron mucho y para siempre su espíritu y acaso inspiraron su famosa frase de que “El hombre de bien y de valor debe ser indiferente a los choques de la mala suerte”.
Transido de dolor por el fallecimiento de su joven esposa madrileña siguió el enfático y sabio consejo de su maestro Simón Rodríguez, cuando le aconsejó atenuarlo en la vida mundana y los placeres de la bohemia. Como muy buen alumno le hizo caso y se lanzó a una frenética festividad sobre la base de su inmensa riqueza. En París ofreció muy a menudo espléndidas fiestas que “nunca terminaban antes del amanecer”, a las cuales asistían las más prominentes figuras y, por supuesto, muchas damas.
National Geographic, en su breve e interesante biografía sobre Bolívar, se refiere a su valentía en la hora de su muerte. El famoso biógrafo alemán Emil Ludwig, aseguró en su biografía sobre Bolívar que “ningún hombre de Estado terminó su vida de un modo tan hermoso como Bolívar”. También, comparó favorablemente al Libertador con Napoleón e hizo constar, en otro contexto, que “El general Mangin, crítico verdaderamente experto, ha considerado el paso de los Andes por Bolívar como ‘el episodio más imponente de la historia militar’ ”.
Para ejemplarizar con algunos destellos del imponente carácter de Simón Bolívar, haré mención de lo que escribió al diplomático estadounidense Irvine, quien vino el 12 de julio de 1818 a Venezuela como emisario del Gobierno de EE.UU para protestar por dos barcos estadounidenses (“Tigre” y “Libertad”) capturados en el Orinoco, y Bolívar lo refutó con que se usaban “para dar armas a unos verdugos y para alimentar unos tigres que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana…”. Y también rechazó la idea de Irvine en el sentido de que Estados Unidos era neutral en el conflicto que se vivía en Venezuela, al escribirle que “No son neutrales los que prestan armas y municiones (…) a los enemigos”. En su última carta a Irvine dióle el Libertador respuesta muy digna, ejemplar y soberana:
“(…) Mire, en cuanto a sus amenazas, sepa usted que aquí en Venezuela en diez años de guerra –ya casi diez– han muerto la mitad de nuestros compatriotas; y nosotros, los que aquí quedamos, estamos ansiosos por correr la misma suerte, si tuviéramos que morir todos enfrentando al mundo entero. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende” (resaltados míos).
El inmensamente culto y elegantísimo escritor Blanco Fombona, enseña lo siguiente respecto al temor que inspiraba el Libertador: “(…) Tal era el pavor que infundía en la propia Península el género de salvaje guerra que se estaba haciendo en Venezuela, que para llevar a término la expedición de Morillo se enganchó en España a las tropas, comunicándoles el viaje y la campaña para la República Argentina. Fué en altamar donde se abrieron los pliegos del rey, y cuando se supo a bordo el rumbo de la expedición y su objeto, el descontento fue general. Oigase (sic) lo que dice un pundonoroso capitán del ejército expedicionario (…) ‘empezaron a recorrer todos los buques trayéndonos noticias de que no íbamos al Río de la Plata, como se había dicho, sino a Costa Firme. Así lo preceptuaban los pliegos reservados de S.M. que acababan de abrir en aquella altura. General consternación causó esta nueva. Todos sabíamos que en la Costa Firme la guerra se hacía sin cuartel y con salvaje ferocidad’. El intento de Bolívar no era, pues, perdido. Se pensaba tres veces antes de engancharse para militar contra él. Y el Gobierno de España, el Gobierno de una monarquía aún tan vasta y poderosa, se veía constreñido a engañar a sus tropas para que no se desertasen al saber adonde y contra quién iban a combatir. Sí, no se quería venir a hacer la guerra en Colombia, eso, y el contagio de las ideas liberales, que venía de América, y la influencia de la personalidad del mismo Bolívar, según Emile Ollivier, fueron las causas primordiales. El Libertador lo sabía, sabía sobre todo la repugnancia de las tropas peninsulares a atravesar el océano para venir a combatirlo” (resaltados míos).
La inmensa bravura y agresividad con que hubo de librarse aquí en Venezuela la guerra contra los españoles se debió y respondió en un todo a la abominable crueldad de éstos, contra los cuales hasta tuvo que fulminar el Libertador la muy terrible e inaudita proclama de guerra a muerte, que respondió no sólo a su impulso de vindicta y justiciera represalia a la guerra a muerte que antes comenzó a desplegar el sádico español Monteverde, sino también a un sentimiento generalizado de furia y venganza contra los españoles por su pavorosa vesania: “Zuazola, que desorejaba y cosía a sus víctimas espalda con espalda, Cerveriz que mataba a látigo, Antoñanzas, que despalmaba y hacía andar sobre arenas encendidas, Rosete, que degollaba, Chepito González que colgaba de los árboles, Boves y Morales que jamás, jamás daban cuartel” (Blanco Fombona). Cerveriz era un ex presidiario y jefe de una banda de ex presidiarios. La descripción física de Boves, hecha por el altísimo escritor venezolano Juan Vicente González –muy probablemente el mejor de todos los prosistas nacidos en este suelo prodigioso– emula a la perfección la siniestra figura del “criminal nato” descrito por el genial criminalista Lombroso.
Además de ser el jefe máximo del ejército de la Gran Colombia, Simón Bolívar tenía en lo personal un gran poder de convicción y dominio por su extraordinario ascendiente y muy firme personalidad. Todos estos factores determinaron su inmenso poder individual, militar y de mando. Era un hombre muy dominante; pero sin arbitrariedad.
El Libertador no era un hombre caprichoso e intransigente. Basta el recordar lo habido cuando el Gran Mariscal de Ayacucho, Sucre, se resintió mucho porque Bolívar lo designó para dirigir la retaguardia del ejército en vísperas de una acción bélica y escribióle que lo creerían “un inútil o un imbécil”. Bolívar no se disgustó sino le dio explicaciones al respecto, como la de que esa misión requería una mentalidad muy organizada como la del general Sucre. Y en conclusión Bolívar ordenó que Sucre fuera a la vanguardia y él (Bolívar) iría a conducir la retaguardia:
“Creo que a usted le ha faltado completamente el juicio, cuando ha pensado que yo he podido ofenderle. Esas delicadezas, esas hablillas de las gentes comunes son indignas de usted: la gloria está en ser grande y en ser útil. Si usted quiere venir a ponerse a la cabeza del ejército, yo me iré atrás y usted marchará adelante para que todo el mundo vea que el destino que le he dado a usted no lo desprecio para mí”.
La célebre entrevista entre Simón Bolívar y José de San Martín tuvo lugar hace dos siglos en Guayaquil en julio de 1824, donde hubo dos desacuerdos fundamentales entre El Libertador y el gran prócer argentino, que tenía ideas monárquicas (incluso quería traer a América un príncipe europeo) y también propuso que Guayaquil debía pasar a ser parte del Perú. Bolívar rechazó ambas propuestas por considerar ideal el sistema republicano y también que Guayaquil se uniera a la Gran Colombia, como en efecto sucedió.
La monarquía es del todo antidemocrática por ser hereditaria y encima vitalicia. San Martín era monárquico –sin disimulo alguno– y Bolívar republicano. La muy destacada investigadora peruana O’Phelan Godoy afirmó que apenas el Libertador entró a Lima, puso de manifiesto, en forma categórica, su posición antimonárquica, marcando así distancia con el proyecto de San Martín, que era monárquico.
Era rayano en el desvarío el suponer a Bolívar, hombre eminentemente liberal, partidario de la monarquía. Su amor por la libertad lo llevó hasta enfrentar a sus pares de la clase alta, es decir, los muy agresivos mantuanos, al declararse enemigo de la costumbre (hecha ley entonces) de tener esclavos. La abolición total de la esclavitud había sido la constante exigencia de Simón Bolívar ante los legisladores de Venezuela y de Colombia. Principió por libertar a los mil esclavos que heredó de su riquísima familia mantuana.
En carta del 2 de junio de 1816, Bolívar decretó la libertad absoluta de todos los esclavos que se alistaron en las filas del Ejército Patriota para posteriormente luchar en las guerras de independencia contra el imperio español. Éste fue el primer intento de eliminar la esclavitud en Venezuela. Halló mucha resistencia de sus pares mantuanos. El 6 de junio de 1816 dictó la primera proclama de abolición de la esclavitud y escribe al General Arismendi: “Proclamé la libertad general de los esclavos”. Y un mes después, el 6 de julio de 1816, dictó la segunda proclama de abolición de la esclavitud:
"Esta porción desgraciada de nuestros hermanos que han gemido bajo las miserias de la esclavitud, ya es libre. La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos: de aquí en adelante sólo habrá en Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos". Y en 1819 se dirigió así en su Mensaje al Congreso de Angostura: “Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República”.
Miguel Acosta Saignes, en su obra ‘BOLÍVAR’, señala: ‘Vivió los ideales de su clase, impulsó algunos y entró en contradicción con otros, como cuando se convirtió en el gran líder de la libertad de los esclavos, decretada por él en Carúpano y en Ocumare, y pedida a los congresos constituyentes, desde Angostura en 1819, hasta Bolivia en 1826, sin éxito’” (resaltados míos).
En cuanto al deseo e intención de San Martín, acerca de que Guayaquil debía pasar a ser parte del Perú, el eminentísimo historiador venezolano Vicente Lecuna Salvoch, enseñó: “El 2 de enero de 1822 desde Cali, Bolívar dirigió una intimación a la Junta de Gobierno de Guayaquil exigiéndole su incorporación a la República de Colombia. Al mismo tiempo le avisaba el envío por mar de la división Torres hacia la ciudad con 2.000 hombres y su marcha con la guardia colombiana en el mes próximo. ‘Yo me lisonjeo, le decía, con que la República de Colombia habrá sido proclamada en esa capital antes de mi entrada en ella. V.E. debe saber que Guayaquil es complemento del territorio de Colombia; que una provincia no tiene derecho a separarse de una asociación a que pertenece y que sería faltar a las leyes de la naturaleza y de la política permitir que un pueblo intermedio viniese a ser un campo de batalla entre dos fuertes Estados, y yo creo que Colombia no permitirá jamás que ningún poder de América enzete (sic) su territorio. (…)
Esta nota la recibió Olmedo el 7 de febrero e inmediatamente alarmado por los hechos, envió copia por mar con un expreso al Protector imponiéndolo del peligro que suponía a su partido la llegada del Presidente de Colombia y las fuerzas colombianas. Por el mismo conducto el agente del Perú, general Francisco Salazar, pidió instrucciones al Secretario de Estado del Perú con motivo de la próxima llegada de tropas colombianas y de la actitud calificada por él de amenazadora del Libertador de Colombia, resuelto a incorporar la provincia a su nación. (…) ”.
Y el gran historiador y escritor Rufno Blanco Fombona aseveró: “Pero San Martín no cedió de buenas a primeras, quiso: primero, que Guayaquil perteneciera al Ecuador: segundo, que Bolívar auxiliase al Perú; tercero, que el Perú se constituyera en monarquía, con algún príncipe europeo a la cabeza.
El Libertador, por su parte, sostenía: primero, que Guayaquil debía pertenecer a Colombia; segundo, que si un grande ejército de Colombia pasaba al Perú, pasaría él a la cabeza; tercero, que la República debía ser la forma de gobierno que adoptaran los hispanoamericanos.
El mundo sabe qué ideales triunfaron: ‘Guayaquil —dice Larrazábal— quedó unido a Colombia. Bolívar mandó las fuerzas que libertaron a los hijos del sol. El Perú no fue monárquico. Cuando San Martín se alejó del poder, merced a su abnegación y a las circunstancias, se encontró sin amigos ni en el Perú, ni en Chile, ni en Argentina. En el Perú, donde había sido gobernante supremo, Riva Agüero —que suplantó a la Junta Gubernativa, sustituta de San Martín— ordena que se quite del palacio el retrato del rioplatense. En Chile, cuando atraviesa, no le hacen caso. ¡Y era el libertador de Chile! En Argentina (…) Rivadavia quiso reducirlo a prisión.
No bien llegó a Lima, Bolívar, apenas supo la acción de Riva Agüero, mandó, indignado, reponer la efigie de San Martín en el puesto de honor de donde fue arrancada. Al mariscal La Mar escribió: ´Perú pierde un buen Capitán y un Bienhechor’ ”. (Resaltados míos).
Hasta el propio Mitre –que según el mismo Blanco Fombona era biógrafo y panegirista de San Martín– puntualizó: “ ‘Y como las tropas aguerridas de Colombia eran necesarias para contribuir a vencer a los 23.000 soldados realistas que ocupaban el virreinato, San Martín resolvió desaparecer y desapareció. Hizo de la necesidad, virtud’ ”.
Acerca del retiro de San Martín a Europa, creo muy probable que debió influir el que San Martín –quien estaba siendo repudiado por una gran mayoría– propuso a Simón Bolívar ponerse bajo sus órdenes, lo cual rechazó el Libertador porque, según manifestó, no podía aceptar el tener como subalterno a un prócer tan distinguido como el general San Martín; pero esta excusa, que en principio fue una harto merecida fórmula de cortesía con San Martín, tuvo lógicamente que tener un trasfondo muy poderoso: aquel total y enconado repudio contra el eximio héroe argentino podría ser bastante calamitoso si en adelante accionaba San Martín en el ejército liderado por Bolívar, aunque bajo sus órdenes. Ya en principio era seguro el general resentimiento y consecuente endoso al Libertador de por lo menos alguna de esa feroz antipatía sureña contra el ilustre general San Martín, lo cual por potísimas razones sería extremadamente problemático en el terrible trance guerrero que afrontaba Simón Bolívar en pro de la libertad.
Ese repudio contra el gran San Martín, al cual me referí en el párrafo anterior, se comprueba en la obra de Felipe Pigna, “Los mitos de la historia argentina”, Buenos Aires, Planeta, 2005, 54-57: “(…) comenzaban a advertirse signos de descontento entre la población, que no estaba de acuerdo con las ideas monárquicas de San Martín. Como vimos, el Libertador pidió ayuda al Río de la Plata. pero el gobierno de Buenos Aires, el único en condiciones de financiar la operación, le negó toda clase de apoyo. Sólo le quedaba un recurso: unir sus fuerzas con las del otro libertador, el venezolano Simón Bolívar”.
San Martín tenía cifrada sus esperanzas en la reunión cumbre. En vísperas de Guayaquil, al delegar el mando del gobierno peruano, expresó: “Voy a encontrar en Guayaquil al libertador de Colombia; los intereses generales de ambos Estados, la enérgica terminación de la guerra que sostenemos y la estabilidad del destino a que con rapidez se acerca la América, hacen nuestra entrevista necesaria. El orden de los acontecimientos nos ha constituido en alto grado responsables del éxito de esta sublime empresa”.
Hasta el propio Mitre –que según el mismo Blanco Fombona era biógrafo y panegirista de San Martín– puntualizó: “ ‘Y como las tropas aguerridas de Colombia eran necesarias para contribuir a vencer a los 23.000 soldados realistas que ocupaban el virreinato, San Martín resolvió desaparecer y desapareció. Hizo de la necesidad, virtud’ ”.
Acerca del retiro de San Martín a Europa, creo muy probable que debió influir el que San Martín –quien estaba siendo repudiado por una gran mayoría– propuso a Simón Bolívar ponerse bajo sus órdenes, lo cual rechazó el Libertador porque, según manifestó, no podía aceptar el tener como subalterno a un prócer tan distinguido como el general San Martín; pero esta excusa, que en principio fue una harto merecida fórmula de cortesía con San Martín, tuvo lógicamente que tener un trasfondo muy poderoso: aquel total y enconado repudio contra el eximio héroe argentino podría ser bastante calamitoso si en adelante accionaba San Martín en el ejército liderado por Bolívar, aunque bajo sus órdenes. Ya en principio era seguro el general resentimiento y consecuente endoso al Libertador de por lo menos alguna de esa feroz antipatía sureña contra el ilustre general San Martín, lo cual por potísimas razones sería extremadamente problemático en el terrible trance guerrero que afrontaba Simón Bolívar en pro de la libertad.
Ese repudio contra el gran San Martín, al cual me referí en el párrafo anterior, se comprueba en la obra de Felipe Pigna, “Los mitos de la historia argentina”, Buenos Aires, Planeta, 2005, 54-57: “(…) comenzaban a advertirse signos de descontento entre la población, que no estaba de acuerdo con las ideas monárquicas de San Martín. Como vimos, el Libertador pidió ayuda al Río de la Plata. pero el gobierno de Buenos Aires, el único en condiciones de financiar la operación, le negó toda clase de apoyo. Sólo le quedaba un recurso: unir sus fuerzas con las del otro libertador, el venezolano Simón Bolívar”.
San Martín tenía cifrada sus esperanzas en la reunión cumbre. En vísperas de Guayaquil, al delegar el mando del gobierno peruano, expresó: “Voy a encontrar en Guayaquil al libertador de Colombia; los intereses generales de ambos Estados, la enérgica terminación de la guerra que sostenemos y la estabilidad del destino a que con rapidez se acerca la América, hacen nuestra entrevista necesaria. El orden de los acontecimientos nos ha constituido en alto grado responsables del éxito de esta sublime empresa”.
Tornando a la muy comentada entrevista, Simón Bolívar, al decir de Blanco Fombona, “tuvo la responsabilidad y la gloria de emancipar definitivamente la América del Sur”. En relación con esto, San Martín clarificó sobre aquella famosa entrevista que tuvo en Guayaquil con Bolívar: “Mi viaje a Guayaquil no tuvo otro objetivo que el de reclamar del general Bolívar los auxilios que pudiera prestar, para terminar la guerra del Perú”, según refiere Blanco Fombona, quien también afirmó:
“El Sr. Mitre, historiador sin escrúpulos, que llama a la revolución de la independencia continental, revolución argentina americanizada (…) Sólo se había comparado a Bolívar con Washington, y desde el publicista belga De Pradt hasta el ensayista ecuatoriano Montalvo, cuantos compararon la grandeza de ambos próceres comprendieron que la balanza se inclinaba hacia el héroe del Sur (…) La Argentina no enteramente, pero sí en parte, ha adherido a los errores voluntarios de Mitre, y concretándonos a San Martín, se comprende este compartimiento de opinión: todo pueblo necesita de pasado, de glorias y de próceres y nombres que encarnen esas glorias y ese pasado (…)”.
San Martín fue un prócer bien importante y admirable; pero no estuvo en verdaderas batallas –con excepción de la batalla de Maipo– sino en unos combates o refriegas breves y sin mayor importancia. En cambio, Bolívar comandó en persona muchísimas batallas de verdad o propiamente dichas. Al respecto, el varias veces citado historiador Rufino Blanco Fombona enseñó:
“En Venezuela se combatió casi diariamente, se destruyeron la escuadra más grande que hasta entonces había atravesado el Atlántico, varias expediciones militares de España y libró el Libertador personalmente innúmeras batallas, por sus filas pasaron más de 1.000.000 de hombres y quedaron tendidas todas las expediciones de España” (resaltados míos). Agrego que la inmensa mayoría de batallas independentistas las hubo en territorio venezolano.
El preclaro historiador Vicente Lecuna (orgullo de la venezolanidad) expuso: “Sobre el deseo unánime de los peruanos de llamar a Bolívar, el historiador Paz Soldán, se expresa de esta manera: ‘Es cierto que la presencia de Bolívar en el Perú era reclamada por todos los partidos, exigida por la opinión, por el Congreso y por todos los hombres que influían en la suerte del país. Jamás se consideró más necesaria ni fue tan deseada la venida de un hombre’ (…) los argentinos descontentos por esta y otras causas se sublevan, se pasan a los españoles y les entregan la Plaza del Callao. Torre Tagle y la mayoría de los funcionarios del Gobierno se pasan a los enemigos, el Libertador queda solo con su ejército, y el Congreso en su última boqueada lo nombra dictador. Entonces empieza la eficaz acción de Bolívar, tiene que crearlo todo y se realiza la independencia del Perú” (resaltado mío).
Y en lo relativo a la fundación de Bolivia, señala el ilustre historiador venezolano Vicente Lecuna: “Es corriente en el Perú la creencia de que la Provincia de Guayaquil y las cuatro Provincias Altas del Perú, fueron arrebatadas por Bolívar, la primera para agregarla a Colombia y las últimas para crear la República de Bolivia. Son errores completamente injustificados. (…) Durante la guerra de la Independencia el Alto Perú fue teatro de sangrientas batallas entre argentinos y peruanos, dirigidos por los españoles; los primeros en favor de la autonomía, los segundos en defensa del Rey. Vencidas las tropas argentinas, solo quedó en armas José Miguel Lanza, alzado en el territorio de los Yungas” (resaltado mío).
A lo largo de toda la secular historia de América no ha habido ningún hombre con una personalidad tan sólida y deslumbrante como Simón Bolívar. Esta apodíctica verdad determinó al prestigioso psicólogo ecuatoriano Xavier Chiriboga Maya a sentenciar: “Es la personalidad más completa y fascinante del nuevo mundo. Una personalidad polifacética como la de Leonardo Da Vinci, nos dice Rodó, pero en otro contexto: la independencia de Suramérica” (Resaltados míos).
El notable escritor e intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri, en un discurso que dio en Washington al inaugurarse una estatua de Simón Bolívar en la capital estadounidense, enseñó: “Bolívar forma parte inseparable de lo más alto y puro del patrimonio común de gloria del género humano. Fue un gran conductor de pueblos, un heroico capitán de la guerra, un creador de rumbos, un decidor y revelador de las hondas verdades yacentes bajo la fluida realidad histórica (…) Si ese mismo mundo hispanoamericano tuviera que escoger en su historia un solo personero para representarlo en toda su amplitud, en toda su complejidad, en toda su combativa variedad, no podría escoger, entre sus grandes hombres, a otro más calificado que Bolívar” (resaltados míos).
San Martín fue un prócer bien importante y admirable; pero no estuvo en verdaderas batallas –con excepción de la batalla de Maipo– sino en unos combates o refriegas breves y sin mayor importancia. En cambio, Bolívar comandó en persona muchísimas batallas de verdad o propiamente dichas. Al respecto, el varias veces citado historiador Rufino Blanco Fombona enseñó:
“En Venezuela se combatió casi diariamente, se destruyeron la escuadra más grande que hasta entonces había atravesado el Atlántico, varias expediciones militares de España y libró el Libertador personalmente innúmeras batallas, por sus filas pasaron más de 1.000.000 de hombres y quedaron tendidas todas las expediciones de España” (resaltados míos). Agrego que la inmensa mayoría de batallas independentistas las hubo en territorio venezolano.
El preclaro historiador Vicente Lecuna (orgullo de la venezolanidad) expuso: “Sobre el deseo unánime de los peruanos de llamar a Bolívar, el historiador Paz Soldán, se expresa de esta manera: ‘Es cierto que la presencia de Bolívar en el Perú era reclamada por todos los partidos, exigida por la opinión, por el Congreso y por todos los hombres que influían en la suerte del país. Jamás se consideró más necesaria ni fue tan deseada la venida de un hombre’ (…) los argentinos descontentos por esta y otras causas se sublevan, se pasan a los españoles y les entregan la Plaza del Callao. Torre Tagle y la mayoría de los funcionarios del Gobierno se pasan a los enemigos, el Libertador queda solo con su ejército, y el Congreso en su última boqueada lo nombra dictador. Entonces empieza la eficaz acción de Bolívar, tiene que crearlo todo y se realiza la independencia del Perú” (resaltado mío).
Y en lo relativo a la fundación de Bolivia, señala el ilustre historiador venezolano Vicente Lecuna: “Es corriente en el Perú la creencia de que la Provincia de Guayaquil y las cuatro Provincias Altas del Perú, fueron arrebatadas por Bolívar, la primera para agregarla a Colombia y las últimas para crear la República de Bolivia. Son errores completamente injustificados. (…) Durante la guerra de la Independencia el Alto Perú fue teatro de sangrientas batallas entre argentinos y peruanos, dirigidos por los españoles; los primeros en favor de la autonomía, los segundos en defensa del Rey. Vencidas las tropas argentinas, solo quedó en armas José Miguel Lanza, alzado en el territorio de los Yungas” (resaltado mío).
A lo largo de toda la secular historia de América no ha habido ningún hombre con una personalidad tan sólida y deslumbrante como Simón Bolívar. Esta apodíctica verdad determinó al prestigioso psicólogo ecuatoriano Xavier Chiriboga Maya a sentenciar: “Es la personalidad más completa y fascinante del nuevo mundo. Una personalidad polifacética como la de Leonardo Da Vinci, nos dice Rodó, pero en otro contexto: la independencia de Suramérica” (Resaltados míos).
El notable escritor e intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri, en un discurso que dio en Washington al inaugurarse una estatua de Simón Bolívar en la capital estadounidense, enseñó: “Bolívar forma parte inseparable de lo más alto y puro del patrimonio común de gloria del género humano. Fue un gran conductor de pueblos, un heroico capitán de la guerra, un creador de rumbos, un decidor y revelador de las hondas verdades yacentes bajo la fluida realidad histórica (…) Si ese mismo mundo hispanoamericano tuviera que escoger en su historia un solo personero para representarlo en toda su amplitud, en toda su complejidad, en toda su combativa variedad, no podría escoger, entre sus grandes hombres, a otro más calificado que Bolívar” (resaltados míos).
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