Espacio publicitario

El fraude electoral de 1897 y el "mocho" Hernández

Aunque la Constitución de 1893 había establecido el sufragio universal de varones, directo y secreto, en realidad el problema estaba en que el “Crespismo” nunca creyó en la democracia ni en elecciones soberanas

  • ALBERTO NAVAS

01/08/2024 05:00 am

El siglo XIX venezolano terminó en condiciones políticas muy graves y tristes, por un lado el gobierno del general Joaquín Crespo Torres (en su segundo mandato), quien había llegado al poder en 1892 con la revolución “Legalista” luchando contra el continuismo presidencial del Dr. Andueza Palacio, más tarde, en las elecciones de 1897 realizó un fraudulento proceso electoral continuista, para garantizar el triunfo de su candidato de confianza que era el general Ignacio Andrade y, así, poder ganar el propio general Crespo, las siguientes elecciones previstas para el año 1902. Copiaba así el presidente Crespo el modelo Oligocrático que había creado el propio general y Licenciado Antonio Guzmán Blanco, quien se alternaba en el poder con sus hombres de “confianza” para garantizarse un posible retorno al poder presidencial, mientras disfrutaba de París en sus etapas de descanso y negocios cuestionados por la opinión pública de aquel entonces tan precario.

Por otro lado, Crespo muere en 1898 por obra de un francotirador en el sitio de la “Mata Carmelera”, dejando sin respaldo político ni militar a su “muñeco” presidencial, quien no pudo resistir las conspiraciones de sus propios allegados, políticos, militares y banqueros, quienes negociaron con el nefasto general Cipriano Castro la entrega del poder, un hombre que venía avanzando desde el Táchira, con su improvisado ejército, sumando adeptos y derramando atrocidades sangrientas, con lo que apenas pudo llegar hasta Tocuyito (herido) y seguidamente, en Valencia negoció la llegada al poder, en la “Casa Amarilla”, sin haber logrado la toma militar de Caracas. En un golpe de estado encabezado por el general Víctor Rodríguez, ministro de Guerra de Andrade, quien lo expulsó del país, en medio de un vacío de poder y de autoridad que había dejado la muerte de Joaquín Crespo el año anterior.

Tanto con el vacío de poder de 1898, como con su consecuencia, la revolución de Castro en 1899, que no fue ni Liberal ni Restauradora como él la denominó, favorecieron un clima de inestabilidad que aprovecharon las potencias para despojarnos de la Guayana que habían usurpado de hecho y “legalizado” también fraudulentamente con el mal habido “Laudo Arbitral de París” en 1899, un gran favor que le hicieron los conspiradores, el falso nacionalista de Cipriano Castro y el debilucho presidente Andrade, a las potencias imperiales, específicamente a la Inglaterra que siempre ha soñado con apropiarse hasta la bocas del Orinoco.

Igualmente el famoso caudillo popular, el “Mocho” Hernández, de índole conservadora pero disfrazado de “Liberal Nacionalista”, se había alzado en 1898 contra Crespo y Andrade, en una gesta fracasada militarmente, pero que dejó la secuela política del vacío de poder ocasionado por la muerte del general Crespo, quien se había reservado, para sí, el mando de las fuerzas militares de la nación, quedando Andrade como el “muñeco” presidencial para asuntos administrativos. Este modelo lo copiará, posteriormente, el general Juan Vicente Gómez, con sus presidentes decorativos como Victorino Márquez Bustillos entre 1912 y 1922 y, más tarde, con el inocuo Doctor Juan Bautista Pérez, reservándose Gómez siempre el poder militar, que es políticamente factor decisivo en Venezuela en los últimos dos siglos, salvo cortos y variables momentos de civilidad plena.

Este desastre caudillesco, especialmente entre 1898 y 1908, fue fuente de inspiración para el establecimiento de la tiranía gomecista entre 1908 y 1935, tanto en el entendimiento del propio general Gómez, como para importantes intelectuales de la época, que estuvieron a su servicio, donde destacan los nombres del Dr. Pedro Manuel Arcaya y de Laureano Vallenilla Lanz, quienes no sin razones, relativamente cuestionables, consideraron que la Democracia como tal no era adaptable a las circunstancias de aquella Venezuela y, así, emergió el ideal del “Cesarismo Democrático”, una entelequia que, desde tiempos de Bolívar, venía cocinándose como paradigma sobre la inevitabilidad de un gobierno paternal y fuerte, capaz de hacernos avanzar hacia la civilización democrática. Claro está, el cesarismo de Bolívar no puede ser comparado con las aspiraciones cesaristas de Guzmán, Gómez y otros tiranuelos que se han impuesto en nuestra historia republicana.

En este contexto, el fraude electoral urdido por el general Crespo en 1897 fue un golpe mortal a la posible y gradual evolución democrática a la que se aspiraba en Venezuela desde 1811. No se trató de un fraude en la votación propiamente dicha, sino en el control armado de las mesas y juntas de votación en septiembre de 1897, en todas las plazas del país. De tal manera, solo podían inscribirse y votar los allegados al bando oficialista de la época y, de tal forma, los escrutinios lanzaron una poco convincente victoria de ese candidato oficialista, el general Ignacio Andrade, con 406.610 votos frente a una escuálida votación para el general Hernández de apenas 2.203 sufragios. Una monstruosidad matemática que nadie les creyó, que se protestó e impugnó, pero que no evitó el continuismo del partido de Crespo.

Aunque la Constitución de 1893 había establecido el sufragio universal de varones, directo y secreto, en realidad el problema estaba en que el “Crespismo” nunca creyó en la democracia ni en elecciones soberanas, tal vez la inmensa cantidad de hombres armados que usaron para copar las plazas electorales de todo el país le hubiesen dado una victoria legítima a Andrade y algunos votos más al “Mocho”, pero el objetivo real era asegurarse el poder por las armas tanto del ejército ya modernizado por el ministro de Guerra general Ramón Guerra, como por los grupos violentos que, con machetes bajo las cobijas, tomaron las plazas y las mesas electorales. Era un modelo de poder indiscutible y armado, que luego continuarían los generales Castro y Gómez con una crueldad mucho más especializada.

¿Podrá algún día Venezuela encontrar ese camino de estabilidad y continuidad democrática, alternativa y responsable?, en 1958 parecía que sí, pero también parece que aún padecemos el síndrome histórico reseñado por aquellos “positivistas”, no por una posible poca madurez política del pueblo electoral, sino, principalmente, por culpa de los malos administradores del poder que hemos tenido en la vida política republicana.

ANB Cronista de la UCV
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario