Mito gritón
Hay quienes tienen la convicción, de que el grito forma parte de la autoridad. Se identifica elevar la voz, con la actitud de quien sabe y puede. Sobre todo, con el que puede. Es lo único que interesa
“En cuanto se puso en marcha, la producción de palabras introdujo la primera «economía de abundancia», que aseguró la producción continua, la necesaria renovación y la invención incesante, y sin embargo supo incorporar también controles que evitaron las aberraciones contemporáneas de la expansión automática, la inflación desmedida y la obsolescencia prematura. El lenguaje es el gran recipiente de la cultura. Debido a la estabilidad.” (Lewis Mumford,)
Mito y poder son nociones circunstancialmente relacionadas. El lenguaje siempre es el vehículo. Al tiempo que elemento plástico. Como la cultura, de la cual es guardián. En el uso o abuso del lenguaje, por tanto, es posible descubrir el talante de un gobernante. Llevamos más de cinco lustros de abuso del lenguaje. Dentro de la peor de las dialécticas, la marxista. En la peor de las formas: “a grito puro”. La ausencia de razón, se ha querido suplir con volumen. Una retórica del aturdimiento, que despierta más pasiones que razones.
Hay quienes tienen la convicción, de que el grito forma parte de la autoridad. Se identifica elevar la voz, con la actitud de quien sabe y puede. Sobre todo, con el que puede. Es lo único que interesa. Así, entre más sea la capacidad de las cuerdas vocales y de la caja torácica, se tiene posibilidades de un mandato más extenso. Según esta forma de pensar y de sentir, se puede llegar a tanto como permita el volumen de la voz. Lo fundamental es hacerse oír, a como dé lugar. El contenido de lo que se exprese, está en un segundo plano.
Esta forma de comprensión del discurso político, responde a la necesidad de emoción. Es una especie de fe en que solo el grito y por tanto el gritón, merecen consideración. La exaltación o la excitación, deben acompañar cualquier acción por el poder. La política, considerada como un exceso de pasión, puede ser enfermiza. La conmoción como estado permanente. El dirigente como héroe épico. El contrincante como enemigo. La derrota como tragedia. El escenario político como campo de batalla. La confrontación como mecanismo permanente.
Es de agradecer, la aparición de políticos que hablen bajito. Que lean sus discursos. Que pretendan convencer antes de vencer. La figura del sabio más allá del héroe. Donde la acción cuenta con la serenidad y ponderación, de quien es consciente de su responsabilidad. Más allá de la conquista del Olimpo, como un arrebato de los mortales. La acción ponderada y amable del hombre de estado. Del gobernante que gana en autoridad, como en popularidad. Una forma de hacer renacer la política, que es pertenencia del ciudadano. Del hombre libre. De la humanidad toda.
“Esta no es una pretensión tan absurda como a primera vista pudiera parecer. Para empezar, de todos los artefactos sociales, el lenguaje es el más transportable, almacenable y fácil de difundir; es también el más etéreo de los agentes culturales, y por eso mismo, el único capaz de multiplicar y almacenar indefinidamente las significaciones sin atiborrar los espacios habitables del planeta.”. (Lewis Mumford,)
José Antonio Gámez E.
jagamez@gmail.com
@vida.vibra
Mito y poder son nociones circunstancialmente relacionadas. El lenguaje siempre es el vehículo. Al tiempo que elemento plástico. Como la cultura, de la cual es guardián. En el uso o abuso del lenguaje, por tanto, es posible descubrir el talante de un gobernante. Llevamos más de cinco lustros de abuso del lenguaje. Dentro de la peor de las dialécticas, la marxista. En la peor de las formas: “a grito puro”. La ausencia de razón, se ha querido suplir con volumen. Una retórica del aturdimiento, que despierta más pasiones que razones.
Hay quienes tienen la convicción, de que el grito forma parte de la autoridad. Se identifica elevar la voz, con la actitud de quien sabe y puede. Sobre todo, con el que puede. Es lo único que interesa. Así, entre más sea la capacidad de las cuerdas vocales y de la caja torácica, se tiene posibilidades de un mandato más extenso. Según esta forma de pensar y de sentir, se puede llegar a tanto como permita el volumen de la voz. Lo fundamental es hacerse oír, a como dé lugar. El contenido de lo que se exprese, está en un segundo plano.
Esta forma de comprensión del discurso político, responde a la necesidad de emoción. Es una especie de fe en que solo el grito y por tanto el gritón, merecen consideración. La exaltación o la excitación, deben acompañar cualquier acción por el poder. La política, considerada como un exceso de pasión, puede ser enfermiza. La conmoción como estado permanente. El dirigente como héroe épico. El contrincante como enemigo. La derrota como tragedia. El escenario político como campo de batalla. La confrontación como mecanismo permanente.
Es de agradecer, la aparición de políticos que hablen bajito. Que lean sus discursos. Que pretendan convencer antes de vencer. La figura del sabio más allá del héroe. Donde la acción cuenta con la serenidad y ponderación, de quien es consciente de su responsabilidad. Más allá de la conquista del Olimpo, como un arrebato de los mortales. La acción ponderada y amable del hombre de estado. Del gobernante que gana en autoridad, como en popularidad. Una forma de hacer renacer la política, que es pertenencia del ciudadano. Del hombre libre. De la humanidad toda.
“Esta no es una pretensión tan absurda como a primera vista pudiera parecer. Para empezar, de todos los artefactos sociales, el lenguaje es el más transportable, almacenable y fácil de difundir; es también el más etéreo de los agentes culturales, y por eso mismo, el único capaz de multiplicar y almacenar indefinidamente las significaciones sin atiborrar los espacios habitables del planeta.”. (Lewis Mumford,)
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