Ser pobre es malo
La humildad es una virtud, es lo opuesto a la presunción y la vanidad, su más conspicua expresión son los tres votos religiosos de “pobreza, castidad y obediencia”
Si ser rico es malo entonces debemos pensar que hay mucha gente mal de la cabeza queriendo serlo. El asunto debemos mirarlo con detenimiento, porque en verdad hay más gente queriendo ser rico que la existente queriendo ser pobre.
La pobreza es a menudo vista como una virtud. Esta prédica tiene su origen en un mal entendimiento de enseñanzas religiosas o de prácticas ascéticas. Lo que realmente allí se predica no es la precariedad como forma de vida sino el desprendimiento, la no dependencia de lo material. Al virtuoso no le hace falta nada para vivir, porque no está atado a lo material, lo cual es también independiente de que se tenga o no bienes materiales, por ello la bienaventuranza nos dice “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos”, no dice “los pobres de bienes materiales”. Ciertamente podemos encontrar en la Biblia pronunciamientos en pro y en contra de la riqueza y al revisarlos en su contexto vemos que no se ataca al rico por serlo sino por como haya obtenido y use su riqueza o porque la convierte en el señor al cual sirve. Lo mismo que al pobre ansioso de riquezas y no por la debida devoción a Dios. Deuteronomio 8:18 nos dice: "Acuérdate del Señor tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas”. Cuando Jesús dice que es más fácil que un camello quepa por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos, lo dice no por la riqueza misma sino por convertirla en señora y dueña de la vida del poseedor. En el pensamiento marxista esto se conoce como alienación.
La pobreza es a menudo vista como una virtud. Esta prédica tiene su origen en un mal entendimiento de enseñanzas religiosas o de prácticas ascéticas. Lo que realmente allí se predica no es la precariedad como forma de vida sino el desprendimiento, la no dependencia de lo material. Al virtuoso no le hace falta nada para vivir, porque no está atado a lo material, lo cual es también independiente de que se tenga o no bienes materiales, por ello la bienaventuranza nos dice “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos”, no dice “los pobres de bienes materiales”. Ciertamente podemos encontrar en la Biblia pronunciamientos en pro y en contra de la riqueza y al revisarlos en su contexto vemos que no se ataca al rico por serlo sino por como haya obtenido y use su riqueza o porque la convierte en el señor al cual sirve. Lo mismo que al pobre ansioso de riquezas y no por la debida devoción a Dios. Deuteronomio 8:18 nos dice: "Acuérdate del Señor tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas”. Cuando Jesús dice que es más fácil que un camello quepa por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos, lo dice no por la riqueza misma sino por convertirla en señora y dueña de la vida del poseedor. En el pensamiento marxista esto se conoce como alienación.
Que la pobreza no es una virtud lo muestra la cantidad de personas pobres que quieren salir de la pobreza. Nadie presume de su pobreza (ni siquiera el ascético porque hacerlo conduciría a la paradoja del virtuoso: “miren cuan virtuoso soy”). Hay quienes presumen de su riqueza (incluso sin tenerla realmente). Otros se declaran “pobres, pero honestos” lo cual significa que lo virtuoso es ser lo segundo, no lo primero. Tanto así que un amigo nuestro bromeaba diciendo “en cambio, yo soy honesto, pero pobre” con lo que planteaba sus dudas sobre si la honestidad era una buena vía para conseguir la riqueza, lo que enlaza con la presunción, muy extendida, de que todo rico “para amasar una fortuna debe hacer harina a los demás”, como dijera Manolito, el compañero de infancia de Mafalda. Quienes así piensan son parte de los que creen que todo rico es malo y todo pobre bueno. De ser así solo habría delincuentes entre las personas acomodadas.
En la deificación de la pobreza se suele igualarla con la humildad, esta es una virtud, mientras que la pobreza es una calamidad. La pobreza material quita margen de maniobra, constriñe la libertad individual y reduce el disfrute de los bienes de la vida. Recuerdo un dicho que ilustra esto muy gráficamente: “he sido rico y he sido pobre, créeme se la pasa mejor siendo rico”. Teniendo en mente los efectos de la pobreza material, las políticas públicas deben estar dirigidas principalmente no a hacer más llevadera la situación pobreza, ni siquiera a sacar a la gente de ella, sino a enfocarse primordialmente en crear oportunidades para que la gente pueda salir de esa condición material y mental: es mejor enseñar a pescar a la gente, que darle un pescado.
Lo anterior nos lleva a un punto crucial y es la diferenciación entre pobreza material y pobreza de alma. Mucha gente tiene condiciones precarias de vida, pero su espíritu no está signado por esta situación. No tienen el rancho en la cabeza y están determinados a conseguir la tierra que ellos se prometen. No dependen de ser pobres o ricos para ser, en sentido trascendentes. Son los pobres de espíritu, que yo prefiero llamar ricos de alma, porque no están atados a las riquezas o al ansia de poseerlas. Muchos prefieren condiciones cómodas de vida, pero la precariedad no los paraliza ni condena, ni el bienestar material los hipnotiza.
Hay gente que confunde pobreza y humildad, y califica a quienes tienen condiciones precarias como “gente humilde”. La humildad es una virtud, es lo opuesto a la presunción y la vanidad, su más conspicua expresión son los tres votos religiosos de “pobreza, castidad y obediencia”. A veces pienso que en estas condiciones de vida no hay mérito alguno, porque quien es pobre no tiene más remedio que ser obediente y abstemio sexual, que el verdadero mérito está en ser rico, pero obediente y casto. Esta ironía llama a no confundir la forma con el fondo, pues hay mucho desfavorecido socioeconómico tan alienado como quienes son poseídos por sus riquezas y llama a valorar el ejemplo de San Francisco de Asís quien nació rico y vivió y murió siendo un asceta. Por cierto, es bueno señalar al pasar que la castidad no es renuncia absoluta o condena al sexo. Es un llamamiento a la mesura. El sexo es una actividad muy exigente en lo físico y el asceta prefiere ahorrar energías en pos de la plenitud, no porque sea malo o pecaminoso. Al contrario, como la riqueza, es muy placentero.
@AsuajeGuedez
asuajeguedezd@gmail.com
Lo anterior nos lleva a un punto crucial y es la diferenciación entre pobreza material y pobreza de alma. Mucha gente tiene condiciones precarias de vida, pero su espíritu no está signado por esta situación. No tienen el rancho en la cabeza y están determinados a conseguir la tierra que ellos se prometen. No dependen de ser pobres o ricos para ser, en sentido trascendentes. Son los pobres de espíritu, que yo prefiero llamar ricos de alma, porque no están atados a las riquezas o al ansia de poseerlas. Muchos prefieren condiciones cómodas de vida, pero la precariedad no los paraliza ni condena, ni el bienestar material los hipnotiza.
Hay gente que confunde pobreza y humildad, y califica a quienes tienen condiciones precarias como “gente humilde”. La humildad es una virtud, es lo opuesto a la presunción y la vanidad, su más conspicua expresión son los tres votos religiosos de “pobreza, castidad y obediencia”. A veces pienso que en estas condiciones de vida no hay mérito alguno, porque quien es pobre no tiene más remedio que ser obediente y abstemio sexual, que el verdadero mérito está en ser rico, pero obediente y casto. Esta ironía llama a no confundir la forma con el fondo, pues hay mucho desfavorecido socioeconómico tan alienado como quienes son poseídos por sus riquezas y llama a valorar el ejemplo de San Francisco de Asís quien nació rico y vivió y murió siendo un asceta. Por cierto, es bueno señalar al pasar que la castidad no es renuncia absoluta o condena al sexo. Es un llamamiento a la mesura. El sexo es una actividad muy exigente en lo físico y el asceta prefiere ahorrar energías en pos de la plenitud, no porque sea malo o pecaminoso. Al contrario, como la riqueza, es muy placentero.
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