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Toda pasión nos hace más humanos

José Saramago, el portugués ecuménico, en su libro “Ensayo sobre la lucidez”, asentó una daga sobre nosotros, -hacedores de palabras- sentimientos encontrados, dudas perennes y persistentes, en busca de unas palabras por encima de la verdad intrínseca...

  • RAFAEL DEL NARANCO

28/04/2024 05:07 am

El vuelo había despegado de Chipre, sobrevoló los acantilados turcos cerca del mar y emprendió, como si cruzara un sembradío de arrecifes y olas azules, las pequeñas y grandes islas que forman Grecia. El destino era la Roma de recónditos recuerdos.

El bagaje, suficiente para los vaivenes del aliento.

Grecia, tal como la conocemos hoy, sangre mezclada con muchas otras castas, pero siempre ahí, imperecedera, madre de las raíces profundas de los valores humanos.

Sabíamos sobre aquellas alianzas del Peloponeso, en donde había un Pericles más dios que hombre, conduciendo a todos a la guerra, y cuyo final permitió el arribo de un Filipo de Macedonia, sellado inmortalmente por su hijo Alejandro.

Rotos los antiguos lazos, todo fue fácil para Roma, igualmente para la mitología, y así nació la hermosa leyenda grecolatina de los mitos (casi cuentos infantiles según Voltaire), marcadores imperecederos de esos otros “mythos” reflectores de nuestra esencia humana actual.

Zeus, Dionisios, Apolo, Hera, Afrodita y tantos otros dioses, fueron magnánimos, por haber sido antes profundamente humanos.

Sin darnos cuenta, hoy somos todos un poco griegos, y salvaguardamos la esencia de esa raza.

Allí nació, unos quinientos años antes de la era cristiana, una de las cualidades que hizo al hombre universal: el diálogo. Sobre él, brotó la filosofía y todo el aparataje humanístico que nos cubre. Así lo expresó José Luis Borges:

“La fe, la certidumbre, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, los tabúes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban el orden; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre de conversar. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión, aplazaron. Acaso los ayudó su mitología, que era, como el Shinto, un conjunto de fábulas imprecisas y de cosmogonías variables. Esas dispersas conjeturas fueron la primera raíz de lo que llamamos hoy, no sin pompa, metafísica.”

Y... también, sin esos pocos griegos conversadores, la cultura occidental seria al presente inconcebible.

Lo mismo sucedería con la palabra, ya que estaría hueca, y los sueños anidarían en nosotros estériles antes de poder realizar la entrega carnal con las diosas paganas, que en noche de lujuria nos hicieron hombres.

José Saramago, el portugués ecuménico, en su libro su libro “Ensayo sobre la lucidez”, puso una daga sobre nosotros, - hacedores de palabras - sentimientos encontrados, dudas perennes y persistentes, en busca de unas palabras por encima de la verdad intrínseca, desnuda y reparadora.

Se debería leer ese libro avisado si apretáramos contra el pecho un cilicio y ver si, haciéndonos sangrar, nos damos balance de que los periodistas no somos la luz de nadie, sino la sombra de muchos.

Soy escritor siempre, y cuando ya he cruzado con creces el epicentro de la vida, y estoy bajando hacia el dintel de las dudas hondas, me pregunto cada día con más frecuencia, si hemos sido lo suficiente honestos con los demás - pero ante todo con nosotros mismos - en esta singladura de llenar cuartillas.

Presumiblemente el autor del “Evangelio según Jesucristo” nos pueda ayudar a discernir esa fatalidad insondable, mirando las tinieblas de este oficio revestido de un juramento pagano.

Al haber sobre la repisa del tálamo donde cabeceo y me desvelo las obras del escritor portugués, seguidor de las huellas de Fernando Pessoa y Lobo Antunes, sus voces me penetran en las noches a modo de bálsamo para el aliento, aunque él no crea en ello.

El ateismo del autor portugués se torna espacioso sobre nuestro hálito, y produce una turbación que, en el transcurrir de la noche, se convierte en tenebrosidad.

Saramago, comunista de alzada, ha estado al lado de los desamparados sin pan y la voz apagada, del cántaro de agua para a pagar la sed, y de los abandonados de toda justicia desde siempre.

Incómodo para muchos - solo leen las palabras, nunca el aire espiritual en ellas - su “Evangelio…” se acerca, con la inocencia de un lego asustadizo, hacia la luz y sombra de una religión, en donde los actos humanos superan los enredados designios de algún ofuscado dios.

Debe ser el hombre que aún se pasea en sombra por los roquedales de la isla de Lanzarote, el último mohicano del actual comunismo europeo, y eso confunde a la vez que nos asombra, ya que él fue comunista sin apegos con los Gulag ni la Lubianka, estuvo siempre al lado de los dolientes, y eso, en un tiempo en donde la nobleza de bien, los ideales nítidos y la honradez, siguen siendo valores a la baja, es digno de considerar, apreciar y mirar, como un templado ejemplo a seguir.

Lo expresó un día mirando al alba de las penas profundas:

“Vivimos en el planeta de los horrores, pero no lo queremos saber porque preferimos estar ciegos y ser insensibles al dolor. Estamos haciendo del espanto nuestro compañero diario, y nos solazamos con él.”

A quien dijo eso, aún siendo incrédulo de todo cielo protector, le salvó la fe en los humanos.

Fernando Pessoa, cuando era el alter ego de “Ricardo Reis”, expresó en una oda: “No quiero recordar ni conocerme. / Estamos de más si miramos quien somos.”

Manifiesto agraciado para un Saramago, perennemente luchando contra el desarreglo de la vida, y el arduo camino de su propia muerte.

Sin duda alguna, sigue poseyendo unos bártulos consistentes para los vaivenes del alma.

rnaranco@hotmail.com
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