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Una sociedad sufriente

RICARDO GIL OTAIZA. Es extraño: somos y no somos, estamos pero nos fuimos, reímos pero es más lo que sufrimos, creemos pero con desconfianza. Es y no es Venezuela

  • RICARDO GIL OTAIZA

19/08/2018 05:00 am

No se crean, a veces me siento como músico del Titanic, hablando de libros y de cultura mientras el barco se hunde. Debo confesar que resulta un tanto extraña la situación, ya que casi todos los lectores están a la caza de elementos de juicio que les permitan sortear los escollos de su día a día, y mi empeño luce a primeras de cambio como una actividad onanista y suicida, ya que escribo, no para un amplio sector expectante de lo que vendrá en materia libresca, lo que me garantizaría teóricamente una gruesa tajada de seguidores en las redes (lo propio de un país culto en situación de normalidad), sino para una parranda de soñadores (¿ilusos?) que seguimos apostando por la cultura en medio de una sociedad con una economía de guerra, que se debate entre la sobrevivencia o la huida. Para decirlo con palabras de mi admirado pensador Edgar Morin: una sociedad sufriente. Lamentablemente, ni somos un país culto ni estamos en normalidad. Para remarcarlo sin eufemismos y aunque me duela reconocerlo: escribo para un puñadito de lectores; quizás para una “elite” (y ni siquiera eso, ya que las elites andan en otras cosas y sus intereses no son precisamente culturales ni de lectura; eso pasó a la historia. Andan, quizá, salvando su pellejo). 

Escribo, tal vez, para lanzar al mar un mensaje dentro de una botella, que alguien en un futuro impredecible recogerá y leerá, y podrá desde su óptica deslastrada de nuestra tragedia, sopesar sin atavismos ni prejuicios la clave de nuestros días. ¿Importa? Creo que sí, porque no somos una comunidad de hormigas, ni de orangutanes, sino de seres humanos que deberíamos entender que sin la cultura somos tan sólo animales; o en el mejor de los casos: sencillamente unos bípedos. Nuestro afán hoy como venezolanos es conseguir alimento y perpetuar la especie y en ese correcorre se nos van las energías y las esperanzas, dejándonos exánimes en el esfuerzo y con la vaga sensación de un mero “sálvese quien pueda”. Cuando leo al autor húngaro Sándor Márai, por ejemplo, no puedo evitar hacer los necesarios cotejos con nuestra realidad, y créanme que me siento desgraciado, perdido en la neblina de los tiempos, hundido hasta el cuello en una realidad que no creo merecer; ni que ninguno de nosotros merezcamos. Cuando leo lo que dicen nuestros políticos o veo los vídeos de algunos de los personeros del gobierno, siento hallarme en un contexto de fábula, o a veces de realismo sucio, y no sé, no puedo evitar bostezar, asquearme, hacer puñetas, maldecir y hasta jurar por lo más sagrado que pondré lo mejor de mi esfuerzo para que esto cambie. A veces me dan ganas de largarme de aquí, de opinar desde la comodidad de la distancia, de mirar de soslayo cómo van cayendo uno a uno los pedazos de una nación que merecía mejores destinos. 

Se me ha ido mucha gente, entre familiares y amigos, y a pesar de no tener todavía la “edad dorada” signada por la añoranza y los cambios trepidantes, siento que la crisis me ha hecho envejecer de manera acelerada y sin darme tregua a recuperarme. Me veo en el espejo y me asusto: ya ni la mirada es la misma. Definitivamente soy otro. Tal vez porque se han desdibujado muchas de las cosas de mi entorno. La ciudad está desolada. No hay transporte público. Los negocios que aún permanecen en medio de la debacle, cierran muy pronto. Las aulas universitarias están semivacías, las cátedras acéfalas, las personas que caminan por las calles lucen como zombis. 

Es extraño: somos y no somos, estamos pero nos fuimos, reímos pero es más lo que sufrimos, creemos pero con desconfianza. Es y no es Venezuela. 

Escribo para no perder la cordura. 

@GilOtaiza rigilo99

@hotmail.com
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