Cuando en 1830 todo avizoraba la separación de Colombia y varias de las regiones efectuaban pronunciamientos significativos proclamando su reorganización, alegando que pretendía establecerse con Bolívar una monarquía, que el gobierno central los trataba con desprecio, que los gobernadores republicanos no observaban las necesidades de los pueblos y, especialmente, se quejaban de actos de despotismo que contrariaban los principios republicanos, tal y como lo argumentaba Casanare pretendiendo su incorporación a Venezuela presentando entre otras consideraciones semejanzas de vida, clima y costumbres con las nuestras, y, por su parte, Maracaibo testimoniaba en algunos sus aspiraciones autonomistas de Venezuela (04 de abril de 1830), el Libertador consciente de ese mal, afectados y debilitados los intentos unificadores, advirtiendo con sentido realista las graves dificultades del momento y previendo los males irreversibles a futuro, tomó una ejemplar decisión expresada en un mensaje a la nación en el cual indicó lo siguiente:
“Concluida la constitución y encargados como os halláis por la nación, de nombrar los altos funcionarios que deben presidir la República, he juzgado conveniente reiterar mis protestas repetidas de no aceptar otra vez la primera magistratura del Estado aun cuando me honráis con vuestros sufragios…”. Fundamentaba de este modo su resolución: “Debéis estar ciertos que el bien de la Patria exige de mí el sacrificio de separarme para siempre del país que me dio vida, para que mi permanencia en Colombia no sea un impedimento a la felicidad de mis conciudadanos”.
Apreciando la profundidad del malestar y el carácter de las determinaciones que muchos pueblos y sus jefes estaban adoptando y que los suyos no habían podido contener, entendía Bolívar que Venezuela se quería separar de Colombia y que su reelección, inclusive obteniéndola, constituía: “un obstáculo a la reconciliación y al fin la República tendría que sufrir un desmembramiento o una guerra civil”.
Ante tal señalamiento producto de la virtud política, de conocimiento de la realidad, de los grandes peligros que se evidenciaban, del interés superior de Venezuela y de su inobjetable, constante y verdadero patriotismo, el Congreso de Colombia reconoció el 05 de mayo de 1830 a Bolívar su elevado civismo, así como su obra incomparable al servicio de la emancipación americana.
Advirtiendo la trascendencia de sus actos, sus verdaderas intenciones, los efectos que para el bien común producirían, expresó el Congreso al Libertador que además de sus anteriores hechos se agregaba este otro cuando: “creyéndose un obstáculo, abdicó voluntariamente la primera magistratura”, y además le expresaba: “Un acto tan noble, generoso y magnánimo coloca a V.E. sobre la esfera de los héroes”.
Más allá de los actos de guerra, de los triunfos en batallas heroicas hay que apreciar a Bolívar en su condición republicana, en su carácter democrático, en su sentido institucional y ciudadano. Con ese hecho y otros Bolívar le evitó a Venezuela una guerra civil dolorosa y sangrienta, supo separarse del mando voluntariamente cuando las circunstancias no le permitían sostenerse, cuando las imperiosas realidades nacionales así lo demandaron.
Cuando la historia le colocó en la disyuntiva de confundirse con tiranos y déspotas o ser por el contrario definitivamente y para siempre Libertador y ciudadano, Bolívar apreció la realidad presente, juzgó las conveniencias del futuro, interpretó al destino de su pueblo y supo colocar por encima de todo los intereses de la Patria infinitamente superiores a los suyos, preservándose así su nombre y su carácter.
Es por ello que la historia le exalta y que los pueblos le bendicen por su hechura de bien, por su sacrificio incomparable y por su grandeza inmortal evidenciada en tantos actos de republicanismo, civilidad, desprendimiento y sacrificio que expresan su sentido de la historia, de la patria y su futuro con libertad, instituciones, prosperidad y grandeza.
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