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En los intersticios de la biblioteca

RICARDO GIL OTAIZA. Releer es, ni más ni menos, reencontrarnos con nosotros mismos; es estrechar lazos con autores y obras que forman parte de nuestra experiencia más íntima

  • RICARDO GIL OTAIZA

16/08/2018 05:00 am

Todos de algún modo hemos tenido que reinventarnos en medio de la crisis nacional. Como escritor, acostumbrado a llevarme a casa todas las novedades literarias que mis ingresos permitían, tuve que dar un giro sustancial a mis pretensiones librescas, y hacer un hondo ejercicio de introspección en mi propia biblioteca para redescubrir sus tesoros. Más de treinta años acumulando libros no es cualquier cosa, sobre todo cuando mi apetito daba (y sigue en eso, qué duda cabe) inmensos saltos cualitativos para ir de uno a otro autor, de uno a otro libro, sin importar género e importancia, hasta alcanzar un ritmo de lectura trepidante, vertiginoso, que me permitía acceder a los clásicos y estar al día con los autores contemporáneos. Y sigo en eso, porque a pesar de no poder comprar los libros que se me antojan (por no hallarlos en el mercado local, y cuando los hallo no los puedo alcanzar por sus elevados precios), tengo una inmensa reserva bibliográfica que me permite estrenar volúmenes a un ritmo nada despreciable. En otras palabras: dentro de la biblioteca tengo todo un arsenal de títulos que me permite paliar mis desenfrenados apetitos y no caer en la obsolescencia literaria. 

Y si a este mecanismo de reencuentro con mis compras del pasado (exageradas, indiscriminadas, ostentosas y despreocupadas) aúno la gentileza que tienen algunas editoriales del exterior de mantenerme al día mediante el envío periódico de sus novedades, pues no he recibido de lleno el impacto de la escasez de títulos y del cierre permanente de las librerías que se vive en mi ciudad y en el país, y he podido mantener un nivel de lectura en consonancia con mis actividades del intelecto y con mi eterno vicio lector. 

Pero, ojo, no todo es estrenar. Creo haber dicho acá que las circunstancias me han obligado al noble ejercicio de la relectura. Por cada libro al que le quito gustoso su envoltura de papel celofán, releo dos o tres títulos a los que tengo que quitarles de encima esa pátina de mugre y polvo que se acumula con el transcurrir del tiempo. Este ejercicio me priva (transijo) del antiguo ritual de oler con sumo éxtasis el papel y la tinta (que dicho sea de paso comparto con cientos de miles de personas en todo el planeta), pero me lanza a su vez a otro tipo de felicidad: rememorar épocas idas, disfrutar otra vez de títulos que me han dejado gratos “sabores” en la memoria, recordar ideas que se habían quedado colgadas en un despreciable limbo epistémico; o sencillamente consolidar lo que ya tenía como patrimonio propio. Releer es, ni más ni menos, reencontrarnos con nosotros mismos; es estrechar lazos con autores y obras que forman parte de nuestra experiencia más íntima. Resulta interesante sopesar la nueva lectura con las anteriores, ya que las circunstancias nos marcan hasta el extremo de dejar en nosotros profundas huellas. La relectura nos permite atar cabos sueltos dejados atrás, amalgamar un sinfín de variables en la conquista de nuevos horizontes, amén de conjuntar sensaciones que pasan desde ya a ser parte de nuestras vivencias.

Solemos afirmar que de las crisis sacamos enseñanzas. Sin duda, de la nuestra he obtenido un montón de ellas, pero sobre todo he aprendido a revalorar lo propio, hasta el extremo de sentir que este caos era necesario para el crecimiento personal. Los libros son importantes en mi existencia, pero ya no en lo cuantitativo como solía pensar (soñaba con una biblioteca personal inconmensurable; tal vez como la de Alejandría), sino por lo que pueda recibir de los muchos o pocos que haya logrado coleccionar en el decurso de una intensa actividad intelectual. 

@GilOtaiza rigilo99

@hotmail.com
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