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Ser mariano

Negar a María es un despropósito, un absurdo, una falta de fe, un gesto de ingratitud y de ignorancia lamentable porque el ángel, enviado por el mismo de Dios, le transmitió la gracia, la denominó como era: “bendita entre todas las mujeres” de la creación

  • JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ

24/03/2024 05:02 am

En tiempos recientes, al enfrentar la oposición a su Santo nombre, al erradamente apreciarla cómo una simple imagen de adoración pagana, cómo si hubiese sido una simple mujer, o cómo si no se conociera la palabra de Dios, creyendo que su vida santa no significó una misión extraordinaria y única que le revistió de sentido y divinidad perpetua, algunos hermanos no católicos confunden y hasta desconocen la suprema verdad de María Santísima.

Le niegan a su piadoso corazón sus méritos y la misión extraordinaria de su ser que por su naturaleza y divinidad la constituye, entre otras cosas, como una autentica intermediadora ante Jesús.

¿Es qué acaso su intervención reveladora al indicarle a Cristo que realizará el primer prodigio, testimonio suficiente de su divinidad, y lograr bajo su bienhechora influencia de él efectuar uno de los milagros más hermosos para una familia que nacía, sin rubor, en público, ante muchos, no la evidencia? 

Fue el primero de ellos con el que transformó en agua en vino para honrar a un matrimonio, no habiendo, sin embargo, llegado su hora, que se manifestó ante su pedimento, conducido por su mano tierna y afectuosa.

Negar a María es un despropósito, un absurdo, una falta de fe, un gesto de ingratitud y de ignorancia lamentable porque el ángel, enviado por el mismo de Dios, le transmitió la gracia, la denominó como era: “bendita entre todas las mujeres” de la creación y de la historia, de los siglos y entre los siglos, que podría albergar a su hijo, de Dios y de ella, para salvar a este mundo del pecado y de la ingratitud y redimir la humanidad.

Es María la madre de todos, silenciosa, amorosa, piadosa, dulce, afectuosa, madre fiel que no nos abandona.

Pensar en ella significa dulcificar el alma, que desaparezca la tristeza, que se calme el dolor, que huya el mal. Es sentir que la vida renace y es darnos fuerza y libertad para avanzar, convicción profunda para vivir.

María la que nos ama; María la que nos guía; María la que nos escucha; María la que nos consuela. En cuántos sitios en el mundo aparece y nos habla; se anticipa a todos los males, se anticipa a todas las guerras, aparece ante los inocentes y deja en sus labios con dulzura maravillosa sus palabras, su mensaje salvador.

Despierta la mañana o bendice las noches su divina palabra. ¿Cuánto cuesta a los hermanos descreídos reconocerla? Restarle divinidad y pureza y gracia y virtudes a María es, indirectamente, restársela al mismo Jesús.

El niño que tomó en sus manos y lo condujo por la infancia para formarlo y amarlo; el hombre que en la cruz tuvo el consuelo de haber sido acompañado por su madre, es una sola, es la misma, en María santísima.

Resulta incomprensible que se pueda ser huérfano de tan divina madre y de su verdad irremplazable. Porque María forma parte irremplazable de la creación y el sentido de la divinidad. Ella estaba prevista como única y excepcional antes que todo, y junto a ella, enlazada de manera esencial, la vida, la obra, la grandeza de Cristo, que no puede separarse de María por ser parte de esa unidad maravillosa y santa que explica y realiza en ellos la voluntad de Dios.

Ella está presente e intrínsicamente unida al plan, al sentido y a la verdad de Cristo, inseparable a su amor, y está allí junto a nosotros en la esperanza, en felicidad y en los peores momentos de la vida. Para nuestro consuelo estará con nosotros hasta el final de los días. Ella es preferible a todo. “Dios te salve…”.

jfd599@gmail.com

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