Enseña al niño el camino que debe seguir, y cuando sea grande no se apartará de él”. (Proverbios 22:6). Este versículo de los proverbios del Rey Salomón es todavía tema de actualidad. ¿Es la educación el mayor problema de nuestra época y de las generaciones por venir?
El rey sabio sin duda alguna aborda la necesidad de la educación.
Vivimos una época donde la violencia se ha vuelto cotidiana, la sociedad pierde sus parámetros y los padres delegan sus responsabilidades, por lo que es indispensable reflexionar al respecto.
Todo padre recuerda aquel día en que llevó a su hijo por primera vez a ese gran universo que es el colegio. Una fecha inolvidable, y sobre todo difícil; para la madre, por separarse de su hijo, y para el niño por sentirse como si lo abandonaran en ese mundo totalmente nuevo. Un mundo al que lo llevaron sin que él lo escogiera, y donde estudiaría toda clase de asignaturas, sin que tal vez nadie le preguntara jamás lo que opinaba al respecto.
Sin embargo, cuando se trata de materias religiosas, con frecuencia escuchamos “más tarde, más tarde”. Pero sucede que tal vez más tarde sea demasiado tarde. El niño que un día será adulto, no podrá definirse a sí mismo y será una víctima del medio ambiente, de los clichés de la moda e indiferente a los valores de la fe; por ignorancia de su mensaje y de su patrimonio, y por culpa de las prioridades que surgieron día tras día y lo apartaron del camino que debía seguir.
No olvidemos que las verdaderas armas de la existencia son las fuerzas de la fe, que nos permiten sobrellevar las vicisitudes y ser individuos íntegros. Nuestra preocupación debería ser formar hombres de fe y de ética, profesionales; y no, profesionales sin fe, ni valores.
La educación debe ser “la prioridad de prioridades” porque nuestros hijos serán los constructores del futuro, forjadores de la sociedad de la nueva era y del mundo del mañana .Tenemos pues una gran responsabilidad.
Nuestros hijos y nosotros
La célula de la sociedad es la familia, fuente de eclosión de los valores y medio de su transmisión, un lugar de aprendizaje para la vida futura de nuestros hijos. Por lo tanto, hay que ser muy cuidadoso en lo que concierne a la educación. Como dijera el Rey David: “Como flechas entre las manos de un guerrero, así son los niños”. En efecto, el guerrero tensa el arco, apunta al blanco, mas cualquier error, el mínimo movimiento involuntario, hará desviar la flecha de su objetivo. De igual manera, nuestras fallas e imperfecciones repercutirán ineluctablemente en la formación de nuestros hijos. Por eso, dice el refrán jasídico “La educación de los niños empieza cuando los padres nacen”.
Son los padres quienes deben indicar con exactitud el camino a seguir. En hebreo Horim, significa “padres”, tiene la misma raíz que “enseñar” e “indicar”. Esto se compara a los padres con los guías de las montañas: si no están suficientemente preparados y no conocen bien los obstáculos y los peligros del lugar, existe el riesgo de que hagan caer a todo el grupo de excursionistas por un precipicio.
Padres, presten atención al sin fin de elementos del entorno que influyen en el núcleo familiar y de su comunicación interna. Y, sin necesidad de excluirlos, con el solo hecho de filtrar lo que es nocivo para la salud mental, evitarán que sus hijos estén al margen de un mundo real y se afecten por imágenes de violencia, o por ejemplo de supuestos “héroes”, que raras veces son modelos idóneos de referencia.
El clima familiar es clave. El niño reproduce las secuencias que vive en la esfera familiar, y lo refleja en su manera de comportarse. El “colegio de los padres”, es decir el hogar, es entonces la primera estructura educativa.
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