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Detrás del legado de Atenas

En la Venezuela de hoy, cuantos Arístides pasan desapercibidos ante las ferias electorales signadas por el populismo, las dádivas y la compra de conciencia; sin entender (el elector) que quien compra un voto, es porque para sí la política es un negocio...

  • PEDRO ARCILA

02/03/2024 05:00 am

La historia se explana en sucesos y términos, conceptos muchas veces mal interpretados desde el punto de vista epistemológico. Las llamadas “guerras médicas”, han sido enfocadas hacia una lógica determinista que por desconocimiento, o por facilismo dialéctico, se asocian con una determinada ocupación; pero que en realidad se refiere a tres grandes confrontaciones, que ocurridas en un período de cerca de 50 años en el siglo V antes de Cristo, ocupó la defensa del liderazgo ateniense de valores como la libertad, la experiencia de un modelo incipiente de gobierno, que finalmente bajo la administración de Pericles se convertiría en lo que hoy conocemos como DEMOCRACIA. En la contraparte, se ubica al imperio de los medos (antiguo reinado de la ciudad de Media); que ocupado y sometido por el imperio Persa (hoy Irán), pretendía imponer al mundo conocido unas costumbres que les eran ajenas; (por cierto que nada le acerca a alguna filosofía ortodoxa relacionada con el islam).

Los poetas y narradores líricos grecolatinos abundaron en exaltación de los grandes héroes; panegiristas épicos y neoclásicos detallaron cada escena de los campos de batalla; que –a diferencia de los poemas de Homero y Virgilio -, las justas recibieron mayores epítetos humanos y menos semi-divinos. Sin embargo, poco espacio se le dio a los aspectos morales de los personajes. La primera guerra médica (493-490 a.C.), producto de una campaña ordenada por Darío I, jefe del imperio Aqueménida, para “castigar” a las polis (ciudades) de Atenas y Eritrea por no someterse al mando de los persas; la guerra terminó con el triunfo del ejército griego que aplastó la intención aqueménide en los campos de Maratón. Luego de la derrota, el heredero de Darío (su hijo Jerjes I), inició la preparación para un nuevo intento de invasión (segunda guerra médica, 480-478 a.C.) cuyo desenlace fue la traición por parte de un resentido ateniense, que condenó al esfuerzo, a un sacrificio extremo y la mayor muestra de heroísmo, donde 300 combatientes al mando de Leónidas se convirtieron en el muro de contención para la barbarie invasora en el estrecho de Las Termópilas.

Como escribiera Plinio El Joven, “es una misión noble rescatar del olvido a quienes merecen ser recordados”. Una figura poco resaltada en los anales de las crónica antiguas fue sin lugar a dudas Arístides; las semblanzas que le permiten sobrevivir ante los sepultureros de gigantes anónimos (por aquello que la historia la escriben los vencedores), se deben a Heródoto. Escribe este cronista, que una vez producida la “masacre de la Termópilas”, Jerjes I incendió vastos territorios de las naciones no sometidas; ante lo cual, existía una diferencia de criterios sobre las estrategias a seguir entre los máximos líderes del ejército griego Temistocles y Arístides. Ya durante la jornada de Maratón, Arístides se había desprendido del mando y se puso a la orden del General Milciades por considerar que “experiencia era un atributo indiscutible”. En esta ocasión, (por la premura de los hechos) el cuerpo deliberante ateniense decide someter a una elección popular a los nombre de los dos generales. En este caso, (a diferencia de la norma común) se iba a votar por la persona a quien debía condenarse al exilio, de manera que no interfiriera con las decisiones del otro.

Cuenta Heródoto que estando Arístides entre la multitud que esperaba para sufragar, se le acercó un granjero para solicitarle le ayudase a votar, dado “que las letras les eran desconocidas”; es decir, era analfabeta. El general le pregunta a quien hay que votar para que sea exiliado y el granjero le responde, que su voto es por Arístides. En silencio Arístides acompaña al hombre a ejercer su voto, el cual hace cumpliendo el deseo del otro, y sufraga por su propio exilio. Quizás ese voto no fue determinante en la decisión final, donde la mayoría decide sentenciar a Arístides al ostracismo y por tanto condenarlo al exilio. Como es natural Arístides le pregunta al elector la motivación de su decisión, a lo que el otro responde: “Yo no conozco a ese Arístides, he oído mucho hablar de él; sobre todo entre los comunes, quienes dicen que es extremadamente justo”.

Estando en el exilio y exacerbadas las hostilidades Arístides es llamado “a servir a la patria”; sin ningún resentimiento se incorpora a la confrontación y lidera la justa en los campos de Salamina (480 a.C.), allí inclina el rumbo de la batalla al tomar la guarnición persa de Psitalia. Dos años más tarde, le corresponde a Arístides comandar a los griegos en la batalla de Platea, que pone fin la segunda guerra y deja en muy bajo la autoestima persa. Terminada la segunda guerra el general es encargado de la organización de la liga de Delos, donde se evidencia un estricto cumplimiento del deber, con una honestidad incuestionable en la administración de fondos comunes aportados por las ciudades que la componían. Más de 20 años más tarde, Temístocles degradó su conducta, (factor común en quienes permanecen por tiempo prolongado en el poder), al punto que sus mismos colaboradores y partidarios terminaron por aborrecerlo. Sin embargo, quien no es capaz de reconocer sus errores, busca en la crítica la culpa de sus actos. Temistocles huye y se exilia en la frontera del imperio aqueménide, donde se pone a la orden del nuevo emperador Artajerjes I (hijo de su antiguo enemigo); alianza que alienta la tercera guerra médica, la cual termina en un total fracaso. La mayor frustración de Temistocles fue probar la derrota propinada por quienes antes fueron sus gobernados, y ser parte de los canjeables cuando Pericles obligó a Artajerjes a firmar un protocolo de paz, que pondría fin a casi 50 años de confrontación.

Entre las enseñanzas que nos dejan las crónicas de Heródoto, hay dos aspectos a resaltar: el primero la virtud como esencia de conducta en Arístides, capaz de desprenderse del mando y reconocer la experiencia de Milciades (aun cuando su rango militar era más alto); respetar la decisión de un elector analfabeto (en todos los sentidos), aunque en esa decisión se decidía su propia defenestración y condena al ostracismo. De esta experiencia nos queda la ignorancia de un vasallo (granjero), quien se cree superior “al común”, y por tanto le parece un mal prospecto alguien a quien los otros consideran como “justo”. En la Venezuela de hoy, cuantos Arístides pasan desapercibidos ante las ferias electorales signadas por el populismo, las dádivas y la compra de conciencia; sin entender (el elector) que quien compra un voto, es porque para sí la política es un negocio del que se espera obtener dividendos.

El segundo aspecto de la crónica, nos traslada a la conducta de Temistocles. Hay personajes en nuestros tiempos a quienes se hace imposible dejar de reconocer sus aportes en grandes, medianos o pequeños cambios en el crecimiento de sus regiones. Individuos referentes en la memoria histórica, que hace un hito de agradecimiento sembrado en el corazón de los pueblos: sin embargo, cuando sus acciones denostan de lo que fueron sus ejecutorias pasadas, y se crean suspicacia en sus más acérrimos defensores, no les tiembla el pulso de la conciencia al momento de postrarse y subyugarse al enemigo, aun cuando ello conduzca a la corrosión de las bases de un sueño del que en algún momento fue abanderado.

Pedroarcila13@gmail.com 
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