Esta semana dentro del mundo católico nos preparamos para vivir un tiempo de penitencia. Empieza con el miércoles de ceniza y, a lo largo del tiempo de cuaresma, llegamos hasta la semana santa, con la pasión, muerte y resurrección de Jesús, el mesías.
En este “valle de lágrimas” nos encontramos todos, quienes en el mundo esperamos una vida mejor y más justa, toda vez que sabemos de lo efímero de nuestra existencia y, de lo necesario del arrepentimiento y del trabajo en común a favor de los más necesitados y desposeídos de la tierra.
En este “valle de lágrimas” nos encontramos todos, quienes en el mundo esperamos una vida mejor y más justa, toda vez que sabemos de lo efímero de nuestra existencia y, de lo necesario del arrepentimiento y del trabajo en común a favor de los más necesitados y desposeídos de la tierra.
Somos polvo, es decir, no somos nada ante la inmensidad de la creación y la pequeñez de nuestro ser personal. Venimos de la nada y en nada nos convertiremos. Lo único inmutable y permanente es ese ser que llamamos: Dios. Quien se presente como: “yo Soy el que soy (Ex. 3,14)” no hay otro. En las religiones monoteístas y, en nuestra religión católica, Dios es el referente; el aquí, ahora y siempre.
Nuestro deseo, como fieles, es encontrarnos al fin de nuestra existencia cara a cara con Aquél, el todo Amor.
Se inicia la cuaresma con el miércoles de ceniza para recordarnos que, desde nuestra nada podemos acercarnos al Dios omnipotente quien nos enseña que, desde el ayuno y la penitencia nos encontramos ante la privación circunstancial por un bien aún más excelso que, sin duda, está en la eterna y trascendente que viviremos. Recuerda: “…eres polvo y al polvo volverás. (Gen. 3,19)”
@RafaelMartinezN
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