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El lenguaje de las emociones

RICARDO GIL OTAIZA. La interrelación constante de la interioridad (lo que se siente) y el mundo de relaciones (quienes lo perciben y cómo lo hacen)

  • RICARDO GIL OTAIZA

12/08/2018 05:00 am

Las emociones nacen según la ciencia en un punto muy específico del cerebro, empero sin su “traducción” veraz en lenguaje verbal, así como en el corporal, las mismas quedarán encerradas en la conciencia sin que puedan ser transmitidas a los otros, perdiéndose de esta manera su impronta. La espiritualidad, de la que hacen uso todos los humanos independientemente de las religiones y de los niveles culturales, se manifiesta en oraciones, en palabras y en discurso, pero también en meditación, en éxtasis, en silencio profundo y en corporeidad (rodillas en tierra, mirada perdida en un infinito, ojos cerrados al mundo, manos conjuntadas en señal del encuentro con lo divino). 

La expresión profunda del círculo categórico sería imposible sin la confluencia mente, cuerpo y espíritu. Sin embargo, el cuerpo juega un papel decisivo a la hora de poner de manifiesto cada emoción, cada sentimiento, cada sensación, independientemente de si se vive como experiencia personal, o de si la manifestación corpórea es la resultante de la verdad en la mentira que implican las artes escénicas o la actuación (así como también la buena literatura). Si como lo afirma Vargas Llosa (2003): “La soberanía de una novela no resulta sólo del lenguaje en que está escrita”, se podría argumentar acá, que se requieren más (otros) elementos para transmitir sus emociones y sus historias, y muchas veces se necesita sobre todo la representación de sus argumentos para hallar en aquéllas páginas su verdadero sentido ontológico y práctico. 

En tiempos pasados la lectura era en voz alta (la lectura en voz baja es un invento de los tiempos recientes), y dicha lectura iba a menudo acompañada de la gesticulación de parte de quien leía, que le imprimía al texto primigenio mayor fuerza dramática. Se requiere muchas veces del lenguaje corporal, que permita patentizar lo que quiso mostrar el autor, y sólo así se hallará la “esencia” de lo contado. Otros, tal vez una privilegiada minoría, prefieren la lectura del texto original y no su representación, ya que para ellos la representación actoral del texto literario los priva de los elementos que les permitan azuzar la imaginación y la inventiva personal. 

La dialógica que se establece entre lo representado (aquí entra por definición el círculo categórico) y el lenguaje corporal, es materia fundamental a la hora de redefinir la importancia del mismo como elemento inherente a la noción universal de la estética. Pease, en El lenguaje del Cuerpo (2006), frente a la interrogante de si es posible fingir en el lenguaje del cuerpo, expresa que no, “porque la falta de congruencia se manifestaría entre los gestos principales, las microseñales del cuerpo y el lenguaje hablado”. 

En este caso, no habría incongruencia alguna, como lo afirma Pease, sino todo lo contrario: una relación perfecta y orquestada entre lo que se desea expresar y lo que se termina expresando. Si se insertase en este punto del discurso el Principio de Recursividad, que reza: “Es un proceso en el que los efectos o productos al mismo tiempo son causantes y productores del proceso mismo…” (Morín, Ciurana y Motta, 2003), se estaría en presencia de una relación compleja, en la que el sentimiento estimula el lenguaje corporal, que al mismo tiempo impele al actor a seguir expresándose a través de los gestos y expresiones de su cuerpo, que se hace parte y todo del proceso global. 

Como se puede apreciar de todo esto, la cuestión no es simple (se ha simplificado para asirla con el intelecto) y responde a la interrelación constante de la interioridad (lo que se siente) y el mundo de relaciones (quiénes lo perciben y cómo lo hacen). @GilOtaiza / rigilo99@hotmail.com
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