Expresión macarrónica
Aquí se descuida al máximo el idioma y hasta escribieron sin acentos el áureo nombre de Simón Bolívar —muy elegante escritor— en la votiva placa ubicada junto a la hermosa puerta de entrada a su casa natal…
Año nuevo y profusión de planes, entre los cuales sería muy deseable, por conveniente y hasta de mucha prestancia, el de hablar y escribir bien o al menos sin tántos (con acento enfático) errores. El arte de escribir es considerado el más difícil de todos. En verdad es bien importante la corrección expresiva porque infunde respeto, aunque no en la medida de antes u otras décadas porque ahora eso está muy descuidado; ya no se le asigna el alto valor que tiene ni mucho menos y aun se le pervierte con groserías de toda índole —que demuestran una vocación por la ordinariez— expresadas por cada vez mayor número de individuos en público, en voz alta, a gritos a veces e incluso en presencia de damas, algunas de las cuales, en honor a la verdad, también descargan palabras soeces. La coprolalia es de mal signo porque además de ser de pésimo gusto, hace lícito sospechar que podría obedecer a una propensión al mal.
También es verdad que un parloteo coprolálico podría denunciar una incapacidad para recordar palabras, por lo que el malhablado usa como “autodefensa” esas groserías, que por muy simples —al igual que las muletillas— no requieren mucho trabajo mental para producirlas. Serían situaciones biológicas agravadas por el poco uso del cerebro para comunicarse y habría un círculo vicioso que altera cada vez más la comunicación en general. En tales casos podría haber un bajo nivel cerebral por falta de mielina, que posibilita la comunicación entre las neuronas y permite la conexión interneuronal. Pero la causa principal de tánta vulgaridad, bajeza expresiva y ramplonería está en un muy bajo nivel intelectual y moral.
Cuanto a los errores verbales y escritos, sobra el aclarar que no se trata de que todos hablen y escriban muy bien “el bello idioma español”, como lo llamó Freud en la traducción de sus obras completas al comentar que lo aprendió “solo y sin maestros”. Se trata de que se hable y escriba sin profusión de errores. Y, desde luego, sin tántas vulgaridades o palabrotas. Un estilo coprolálico —cuando no se deba sólo a un prurito imitativo— es nuncio de una inclinación a lo grotesco, desagradable e indecoroso y, como se dijo, hasta al vicio y al mal puro y duro. No es una insignificancia el que todos los delincuentes sean muy soeces. No quiero decir con esto que todos los soeces sean delincuentes ni mucho menos; pero sí que la coincidencia es preocupante, al menos en principio…
Desde otra óptica, es sobremanera deslucida la andanada de disparates idiomáticos que se oyen y de errores ortográficos que se leen. Aunque la mayoría hablante, según la usanza y acerca de tales disparates, diría “que se escuchan”, me niego a afear tan groseramente el bello idioma español porque “oír” no apareja una nota de especial atención, como sí la partícula “escuchar”, que es oír con atención. Al respecto es muy apropiado el citar la enseñanza de Lázaro Carreter, notable filólogo y por seis años director de la Real Academia Española de la Lengua:
“Un sujeto que se declaraba ‘nalfabeto’, repitió ‘Fina, ¿me escuchas?’; La neutralización de oír/ escuchar forma ya parte del ‘nalfabetismo’ nacional. (…) Escuchar se emplea masivamente por oír. Tan irreflexiva sinonimia no necesita ayuda para triunfar, por su vulgaridad, (…) Escuchar/oír es mi mayor desengaño, no he podido con la conjura de infinitos radiofonistas, destructores del distintivo entre ambos verbos, de la nota ‘con atención’ que aporta escuchar (…) incompetentes medios sonoros siguen confundiendo obstinadamente los usos de escuchar y oír; están haciendo pasar el idioma de la papilla al albañal”.
La Academia en mención condena la costumbre de “los americanos” —no de los estadounidenses, que apropiáronse indebidamente del término— sino de los suramericanos en confundir tales verbos: “Menos justificable es el empleo de escuchar en lugar de oír, para referirse simplemente a la acción de percibir un sonido a través del oído, sin que exista intencionalidad previa por parte del sujeto; pero es uso que también existe en autores de prestigio, especialmente americanos (…)”. Ojalá no se oigan más aquí los horrendos “escuchar la corneta”, “escuchar el timbre”, “¿me escuchas?” y otras zarandajas por el estilo.
Es muy necesario el evitar la imitación del horroroso modo de usar el español por muchos de los suramericanos sitos en Miami, quienes son o anhelan ser estadounidenses, cuyo idioma oficial es el inglés. Al copiar tan feo modelo foráneo —como place a los criollos mayameros— lo van incrustando en nuestro muy glorioso y bellísimo país, que así se va progresivamente desnacionalizando. Acaso ya “estamos tarde” —como de modo esperpéntico ya dicen algunos criollos imitadores del “Be late”— para detener ese masivo e inmenso perjuicio al hermoso y muy completo idioma español.
En ejercicio del vicio en referencia los criollos caraqueños descargan cada vez más el “so” en vez de los apropiados “entonces” y “así que”. Además menudean los “guao” por imitación de la coloquial voz inglesa “wow!” o más animada “woow!” (y si se desea ser aún más entusiasta se le agregan letras “o” u oes) o la comunísima “wow” y a uno le parece haber entrado —sin querer— en una perrera…
Por otra parte, muy a la moda vigente está en Caracas el que la mayoría prescindió de ¡todos! los signos ortográficos cuando, con casi demencial e irreflexiva precipitación y a carrera tendida, escribe por WhatsApp. Conste que también hay muchos profesionales que cometen tales descuidos e incluso algunos “letrados”, como a veces son llamados —sobre todo en España— los abogados…
Otros usos que afean en alto grado nuestro idioma, son el dequeísmo y el queísmo: “Digo de que; creo de que; pienso de que; me doy de cuenta. Y estoy seguro que; me acordé que” y palabrejas como “aperturar” y “accesar”. Y embutieron los términos “le llama” (vicio del leísmo), “acá” (hace mucho no se oye el más correcto “aquí”, por mucho más conciso). “Vienen a la fiesta” (cuando es que “van” a la fiesta que habrá en sitio diferente al ocupado por quien invita); y cursilerías como “diseño curricular”. Hasta en el foro se habla de “abalear” cuando lo correcto es balear. Y también en el foro ¡¡y en la ley!! se refieren al muy execrable crimen de que una mujer fue violada como que hubo una mujer ¡abusada!, lo cual es —aparte de una soberana ridiculez— caer crasamente en una gravísima necedad al quitar toda importancia a ese delito tan abominable: Un abuso respecto a una dama es un trato indebido por descortés, indecoroso u obsceno y hasta podría consistir en una palabra indelicada o aun en un grito; pero jamás puede calificarse de abuso a un crimen supremamente detestable como la violación, u obligar a una mujer a tener o consentir una relación sexual completa o un coito.
Los imitadores dicen que no los “soportan” (tienen razón) porque nos les dan apoyo económico (el to support inglés). Y embutieron los términos “la chica”, “le llama” (vicio del leísmo), “acá” (hace mucho no se oye el más correcto “aquí”, bastante más conciso). “Vienen a la fiesta” (cuando es que “van” a la fiesta que habrá en sitio diferente al ocupado por quien invita); cursilerías como “diseño curricular” e incorrecciones como “bizarro” por “estrambótico”.
Algunos narradores deportivos, con infernal constancia, repiten que los peleadores o equipos están “peliando” e incurren en el horrísono “el pitcher caminó a fulano”; y la afectación hace que por ejemplo algunos hablen de “Osovaldo Guillena”, “Omara Vizquela” y hoy más de “Miguela Cabrera” y “Salvadora Péreza”. Y en vez de “habló con él” dicen “habló cona ela”.
La abundancia de vicios idiomáticos, aparte de inelegante por antiestética, denota una gran ignorancia supina porque subyace la falta de lectura, que es la mejor manera de aprender un cabal y educado vocabulario. Y hasta a veces podría demostrar alguna debilidad mental que impide aprender la básica y correcta forma de expresarse. El menudeo de errores ortográficos es asociada por estudios científicos con la oligofrenia o debilidad mental, porque sería el resultado de una ineficiencia mental para producir palabras normales; lo que explica no sólo el abuso de muletillas sino hasta de ajos, terminachos o palabras groseras.
Los vicios del idioma, hablado o escrito, implica maneras toscas e inferioridad, así como descortesía e irrespeto en ocasiones. Esos vicios pervierten la elegancia de la lengua castellana, así como la finura y distinción personal y colectiva, lo cual afecta el decoro nacional y la dignidad en general.
Alejandro Angulo Fontiveros
También es verdad que un parloteo coprolálico podría denunciar una incapacidad para recordar palabras, por lo que el malhablado usa como “autodefensa” esas groserías, que por muy simples —al igual que las muletillas— no requieren mucho trabajo mental para producirlas. Serían situaciones biológicas agravadas por el poco uso del cerebro para comunicarse y habría un círculo vicioso que altera cada vez más la comunicación en general. En tales casos podría haber un bajo nivel cerebral por falta de mielina, que posibilita la comunicación entre las neuronas y permite la conexión interneuronal. Pero la causa principal de tánta vulgaridad, bajeza expresiva y ramplonería está en un muy bajo nivel intelectual y moral.
Cuanto a los errores verbales y escritos, sobra el aclarar que no se trata de que todos hablen y escriban muy bien “el bello idioma español”, como lo llamó Freud en la traducción de sus obras completas al comentar que lo aprendió “solo y sin maestros”. Se trata de que se hable y escriba sin profusión de errores. Y, desde luego, sin tántas vulgaridades o palabrotas. Un estilo coprolálico —cuando no se deba sólo a un prurito imitativo— es nuncio de una inclinación a lo grotesco, desagradable e indecoroso y, como se dijo, hasta al vicio y al mal puro y duro. No es una insignificancia el que todos los delincuentes sean muy soeces. No quiero decir con esto que todos los soeces sean delincuentes ni mucho menos; pero sí que la coincidencia es preocupante, al menos en principio…
Desde otra óptica, es sobremanera deslucida la andanada de disparates idiomáticos que se oyen y de errores ortográficos que se leen. Aunque la mayoría hablante, según la usanza y acerca de tales disparates, diría “que se escuchan”, me niego a afear tan groseramente el bello idioma español porque “oír” no apareja una nota de especial atención, como sí la partícula “escuchar”, que es oír con atención. Al respecto es muy apropiado el citar la enseñanza de Lázaro Carreter, notable filólogo y por seis años director de la Real Academia Española de la Lengua:
“Un sujeto que se declaraba ‘nalfabeto’, repitió ‘Fina, ¿me escuchas?’; La neutralización de oír/ escuchar forma ya parte del ‘nalfabetismo’ nacional. (…) Escuchar se emplea masivamente por oír. Tan irreflexiva sinonimia no necesita ayuda para triunfar, por su vulgaridad, (…) Escuchar/oír es mi mayor desengaño, no he podido con la conjura de infinitos radiofonistas, destructores del distintivo entre ambos verbos, de la nota ‘con atención’ que aporta escuchar (…) incompetentes medios sonoros siguen confundiendo obstinadamente los usos de escuchar y oír; están haciendo pasar el idioma de la papilla al albañal”.
La Academia en mención condena la costumbre de “los americanos” —no de los estadounidenses, que apropiáronse indebidamente del término— sino de los suramericanos en confundir tales verbos: “Menos justificable es el empleo de escuchar en lugar de oír, para referirse simplemente a la acción de percibir un sonido a través del oído, sin que exista intencionalidad previa por parte del sujeto; pero es uso que también existe en autores de prestigio, especialmente americanos (…)”. Ojalá no se oigan más aquí los horrendos “escuchar la corneta”, “escuchar el timbre”, “¿me escuchas?” y otras zarandajas por el estilo.
Es muy necesario el evitar la imitación del horroroso modo de usar el español por muchos de los suramericanos sitos en Miami, quienes son o anhelan ser estadounidenses, cuyo idioma oficial es el inglés. Al copiar tan feo modelo foráneo —como place a los criollos mayameros— lo van incrustando en nuestro muy glorioso y bellísimo país, que así se va progresivamente desnacionalizando. Acaso ya “estamos tarde” —como de modo esperpéntico ya dicen algunos criollos imitadores del “Be late”— para detener ese masivo e inmenso perjuicio al hermoso y muy completo idioma español.
En ejercicio del vicio en referencia los criollos caraqueños descargan cada vez más el “so” en vez de los apropiados “entonces” y “así que”. Además menudean los “guao” por imitación de la coloquial voz inglesa “wow!” o más animada “woow!” (y si se desea ser aún más entusiasta se le agregan letras “o” u oes) o la comunísima “wow” y a uno le parece haber entrado —sin querer— en una perrera…
Por otra parte, muy a la moda vigente está en Caracas el que la mayoría prescindió de ¡todos! los signos ortográficos cuando, con casi demencial e irreflexiva precipitación y a carrera tendida, escribe por WhatsApp. Conste que también hay muchos profesionales que cometen tales descuidos e incluso algunos “letrados”, como a veces son llamados —sobre todo en España— los abogados…
Otros usos que afean en alto grado nuestro idioma, son el dequeísmo y el queísmo: “Digo de que; creo de que; pienso de que; me doy de cuenta. Y estoy seguro que; me acordé que” y palabrejas como “aperturar” y “accesar”. Y embutieron los términos “le llama” (vicio del leísmo), “acá” (hace mucho no se oye el más correcto “aquí”, por mucho más conciso). “Vienen a la fiesta” (cuando es que “van” a la fiesta que habrá en sitio diferente al ocupado por quien invita); y cursilerías como “diseño curricular”. Hasta en el foro se habla de “abalear” cuando lo correcto es balear. Y también en el foro ¡¡y en la ley!! se refieren al muy execrable crimen de que una mujer fue violada como que hubo una mujer ¡abusada!, lo cual es —aparte de una soberana ridiculez— caer crasamente en una gravísima necedad al quitar toda importancia a ese delito tan abominable: Un abuso respecto a una dama es un trato indebido por descortés, indecoroso u obsceno y hasta podría consistir en una palabra indelicada o aun en un grito; pero jamás puede calificarse de abuso a un crimen supremamente detestable como la violación, u obligar a una mujer a tener o consentir una relación sexual completa o un coito.
Los imitadores dicen que no los “soportan” (tienen razón) porque nos les dan apoyo económico (el to support inglés). Y embutieron los términos “la chica”, “le llama” (vicio del leísmo), “acá” (hace mucho no se oye el más correcto “aquí”, bastante más conciso). “Vienen a la fiesta” (cuando es que “van” a la fiesta que habrá en sitio diferente al ocupado por quien invita); cursilerías como “diseño curricular” e incorrecciones como “bizarro” por “estrambótico”.
Algunos narradores deportivos, con infernal constancia, repiten que los peleadores o equipos están “peliando” e incurren en el horrísono “el pitcher caminó a fulano”; y la afectación hace que por ejemplo algunos hablen de “Osovaldo Guillena”, “Omara Vizquela” y hoy más de “Miguela Cabrera” y “Salvadora Péreza”. Y en vez de “habló con él” dicen “habló cona ela”.
La abundancia de vicios idiomáticos, aparte de inelegante por antiestética, denota una gran ignorancia supina porque subyace la falta de lectura, que es la mejor manera de aprender un cabal y educado vocabulario. Y hasta a veces podría demostrar alguna debilidad mental que impide aprender la básica y correcta forma de expresarse. El menudeo de errores ortográficos es asociada por estudios científicos con la oligofrenia o debilidad mental, porque sería el resultado de una ineficiencia mental para producir palabras normales; lo que explica no sólo el abuso de muletillas sino hasta de ajos, terminachos o palabras groseras.
Los vicios del idioma, hablado o escrito, implica maneras toscas e inferioridad, así como descortesía e irrespeto en ocasiones. Esos vicios pervierten la elegancia de la lengua castellana, así como la finura y distinción personal y colectiva, lo cual afecta el decoro nacional y la dignidad en general.
Alejandro Angulo Fontiveros
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