¡No es esto, no debió serlo!
RAFAEL DEL NARANCO. Los primeros años de Chávez fueron ventajosos. Más tarde cambió la casaca, y aún así, tenía un respeto por los que no admitían su manera de administrar la nación
La exclamación del título de la columna de hoy no es pueril al contener la misma una cuestión axiomática, de cuya pregunta hizo una disertación el expresidente Ramón J. Velázquez en su libro: “¿Cuándo se jodió Venezuela?” y que ha tenido una continuación en otro texto titulado “Todos los golpes a la democracia venezolana”, de Carlos Capriles Ayala y mi persona.
Esas páginas comienzan con los magnicidios en la historia del país, el golpe del 23 de junio de 1958 contra Pérez Jiménez; la insurrección del general Castro León; el levantamiento de Edito Ramírez, los leñazos llamados “Barcelonazo”, Carupanazo” y “Porteñazo”, cruzando sobre los sucesos de los días 27 y 28 de febrero de 1989 –hilo conductor que ha dejado una frase: “Desde entonces el pueblo está en la calle y no ha vuelto a sus hogares”. Cierto: ahora cruza fronteras.
El texto que comentamos se salda el 4 de febrero de 1992 con la fallida insurrección del Comandante Chávez, cuyas esperanzadoras aguas se convirtieron en los actuales légamos.
Dos décadas más tarde, nos hallamos ante una difícil situación monetaria que empezó con un deslumbramiento que llevó en parihuela a la Presidencia de la República, en diciembre de 1998, a Hugo Chávez.
El suceso fue un relámpago con bengalas luminarias –que colmaron el cielo del país y verdad cierta– de esperanzados afanes.
Decir que no existió en ese lapso un advenimiento de ilusión, sería faltar a la fidedigna veracidad histórica. El Comandante llanero sembró de acrecentadas ilusiones a más de la mitad un pueblo que se hallaba en esos instantes en la hondonada de un oscuro malestar social y político.
Suficiente sería recordar que entre la toma del poder por José Antonio Páez en 1830, y la muerte del Benemérito Juan Vicente Gómez en 1935, trascurren 105 años de una reyerta centrada en sobrevivir como nación y hacer esfuerzos con el empeño de establecer una sociedad estructurada dentro de los parámetros del civilismo democrático.
En esa época tuvimos hombres y mujeres con claro sentido de patria, y aún así siempre terminaron imponiéndose en los aposentos del poder botarates políticos y militares transformados en furrieles.
Una vez que Chávez fue enterrado en el Cuartel de la Montaña debido a una enfermedad que oficialmente nunca ha sido descrita, el aclamado con bataholas “Socialismo del Siglo XXI” comenzó a caer en una paellera de corrupción en la que había una especie de arroz con mango. Ese día volvió a hundirse Venezuela.
En los despachos del poder después de la muerte del comandante barinés, llegaron en cambalache a los cargos y hasta el mismo día de hoy, “bolivarianos revolucionarios” cuyo único requisito es la pleitesía al máximo jefe. Esa tradición no es nueva al ser ampliamente conocida a lo largo de la historia.
Los validos siempre se ven franqueados entre un repiqueteo de fervientes sonidos. De Hacienda a Educación, de aquí a Sanidad, Interior, Relaciones Exteriores, Vivienda y Hábitat, Agricultura, Cultura, Hacienda… siendo ese ruleteo puro bochinche. Y así seguimos. Estamos percibiendo que hay una nula capacidad de poder conseguir que algo funcione medianamente bien. ¿Y el hedor corrupto? El cáncer más extendido.
El Gobierno actual no ha conseguido, aún a cuenta de los esfuerzos realizados, una economía que ayude a la nación a salir de su pobreza ya extrema. Y cada día que trascurre la situación se agrava a pasos de gigante. Lamentablemente hemos llegado al punto de no retorno. El sistema actual está agotado.
¿Existe una salida? La única posible: diálogo absoluto y abierto con todos los sectores nacionales. Exclamar que la mitad de habitantes del país en la oposición “no llegará de ninguna manera a Miraflores”, es hacer un nudo gordiano imposible de desatar.
En la actualidad, hecha pedazos la utopía política, nos vemos obligamos a expresar, parafraseando al filósofo José Ortega y Gasset ante la debacle de la II República Española: “¡No es esto, no es esto!”.
Mirando en esta hora nona hacia atrás, la luz de aquella hermosa amanecida en un diciembre de 1998 se ha terminado convirtiendo en borrasca, camino sin futuro, dolorosa aflicción.
El Jefe del Estado actúa con características displicentes. El presidente debe cambiar de rumbo. Creer que los que no piensan como él son enemigos de Venezuela, es desconocer el terruño que gobierna y las cualidades que la democracia ofrece.
Los primeros años de Chávez fueron ventajosos. Más tarde cambió la casaca, y aún así, tenía un respeto por los que no admitían su manera de administrar la nación.
No habrá mejoras hasta que se deje de entretejerse la inconmensurable red de corrupción que va cayendo sobre esta tierra nuestra y que el gran jurista Juan Germán Roscio anheló ver emancipada –tanto política, como económicamente– en los albores de la independencia.
rnaranco@hotmail.com
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