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Ni tan pagano

Mientras mis manos ascienden por la enramada metálica, me embarga un sentimiento de condescendencia para conmigo misma, en el que me perdono este acto de frivolidad de ceder a las convenciones sociales

  • LINDA D'AMBROSIO

25/12/2023 05:01 am

Desearía haberme puesto los guantes: desplegar las ramas de alambre del polvoriento árbol de Navidad, arrinconado durante meses en el trastero, se convierte en una tarea, literalmente, áspera.

Como me sucede a menudo –ya dediqué algún artículo a mis elucubraciones mientras lavo los platos-, mi mente vuela y se pierde entre un montón de ideas, mientras mis manos permanecen atadas a la tarea que estoy ejecutando. Pienso, en primer lugar, en el talento humano, en el diseño del susodicho arbolito, ingeniosamente concebido para asemejarse a un árbol de verdad. De allí, paso a pensar en las manos que lo elaboraron, en las personas que supervisaron su manufactura, todo lo cual me lleva a recordar la bufanda verde que me trajo Gabriela de Vietnam, comprada a las señoras que la confeccionaron, razón por la cual la conservo con especial amor, con especial deferencia y respeto, venerando en ella todas las manos artesanas que transforman la materia y crean belleza en el mundo.

Desemboco, finalmente, en el recuerdo de todos los árboles que han estado sembrados en las navidades de mi vida, empezando por aquel de aluminio al que no se le podían poner luces, ante el riesgo inminente de que se produjera una descarga eléctrica. Decepcionante, desde la mirada de mis presuntuosos tres años.

Mientras mis manos ascienden por la enramada metálica, me embarga un sentimiento de condescendencia para conmigo misma, en el que me perdono este acto de frivolidad de ceder a las convenciones sociales y consumir mi tiempo precioso, finito, en un acto que honra “la gloria vana y el oropel vacuo”, como hubieran dicho Les Luthiers. Resuenan en mi cabeza generaciones de savonarolas moralizantes que contraponen al cálido misterio de Belén la rígida luminosidad del árbol engalanado, tan frío como el ruiseñor metálico de Andersen pretendiendo emular los conmovedores gorjeos de aquel verdadero. El discurso chauvinista arguye que “lo nuestro es lo cristiano, el Belén, no esas costumbres anglosajonas extranjerizantes paganas del árbol navideño.”

Entonces emerge también del ejército de personajes que transita por mi mente, de la historia entera de la humanidad, que converge en mi propia tradición, la imagen de mi maestra, de una de las personas que más feliz me ha hecho al desvelar los significados secretos que entraña para el ojo ignaro la historia del arte: Federica Palomero me catapulta hacia los símbolos implicados en los mosaicos bizantinos y en la entera arquitectura medieval: el claustro monástico como referencia al hortus conclusus, alegórico a la virginidad de María y al Jardín del Paraíso, cuyo pozo central, imagen de la fuente del jardín del Edén, de la que nacen los cuatro ríos que se dirigen hacia los distintos puntos cardinales, alude a su vez a Cristo, fuente de agua viva. El ángel, el león, el toro y el águila, son imágenes que representan a los cuatro evangelistas mientras aparece en relieves y policromías el pavorreal, cuya carne incorrupta, al decir de San Agustín en su obra La Ciudad de Dios, constituye una alegoría de Jesús, quien pese a morir en la cruz –el árbol de la cruz - no sucumbe al orden natural de la cosas y se levanta victorioso del sepulcro. Encontramos, pues, una primera vinculación del árbol al concepto de la redención: nos remite al que aparece en el Génesis, cuyo fruto probaron Adán y Eva, pecando. El madero (árbol) en donde está clavado Jesús se convierte en instrumento de reconciliación con Dios y ofrece el fruto de la salvación.

Por otra parte el pino, a diferencia de los demás árboles, que durante el invierno se quedan sin hojas, permanece siempre verde (otra referencia a la incorruptibilidad). Parece, en su altura, vincular el cielo y la tierra, y en su forma de triángulo ha querido verse una representación de la Santísima Trinidad.

Todas estas son apenas algunas referencias. Estoy segura de que, si sigo escarbando, encontraré muchos más significados, porque nada es gratuito: lo que en apariencia es simple, a menudo esconde orígenes insospechados.

Me perdono y prosigo con mi tarea. Quizá, después de todo, el arbolito no sea ni tan pagano.

Linda.dambrosiom@gmail.com
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