Escritores en la sombra
Hay escritores que solo nacieron para ganar premios, para postularse y proponerse por doquier, para gritarles al mundo lo mucho que valen y de su gran importancia, son los que buscan a toda costa hacerse ver y notar
No todo es éxito y reconocimiento en el oficio de la escritura: hay más silencio y olvido, que voces y flashes de cámaras, hay más ingrimitud, que multitudes agolpadas para escucharnos y aplaudirnos, hay más trabajo en la sombra, que la buena estrella que pudiera traducirse en premios y en fama, y en lo particular así lo he entendido, no me ha impulsado la figuración, ni el ser elogiado a mil voces por mi prosa o por mi verso, y esto, debo decirlo, no es ni bueno ni malo, sencillamente “sucede”, es lo que hay y lo que ha tocado, porque así se nos presentan las circunstancias y…¿quién es uno para torcer a toda costa un determinado sino?
Ser escritor y poeta (separo ambas categorías por mera tradición escolástica) es un salto al vacío: con suerte conseguirás que alguien se apiade de ti y publique tus libros como lo hacen los mecenas, y si esa misma suerte te acompaña hallarás en medio del camino personas a las que les gustará o no lo que haces, y te lo dirán sin remilgos, así, de manera campante, a veces con rudeza, otras tantas con elaborados subterfugios, y entendido el mensaje pues seguirás como si nada, o con plomo en el ala, pero ¿qué le podemos hacer?, la existencia ya es de por sí sumamente compleja y si a tanto cruce de hilos o de tramas sutiles, se agrega la osadía y el atrevimiento de la escritura, ya me dirán los resultados; pero no todo resulta siempre igual, son más quienes se guardan sus opiniones buenas o malas, y te miran con ojos de admiración o con el pestañear de la vergüenza ajena, y ya no necesitas las palabras porque los ojos son el espejo del alma, y sientes la punzada en el estómago y el latir de tu corazón, pero debes seguir a pesar de todo: de la dicha o de la mala leche, y no habrá ya vuelta atrás.
Ser escritor y poeta (separo ambas categorías por mera tradición escolástica) es un salto al vacío: con suerte conseguirás que alguien se apiade de ti y publique tus libros como lo hacen los mecenas, y si esa misma suerte te acompaña hallarás en medio del camino personas a las que les gustará o no lo que haces, y te lo dirán sin remilgos, así, de manera campante, a veces con rudeza, otras tantas con elaborados subterfugios, y entendido el mensaje pues seguirás como si nada, o con plomo en el ala, pero ¿qué le podemos hacer?, la existencia ya es de por sí sumamente compleja y si a tanto cruce de hilos o de tramas sutiles, se agrega la osadía y el atrevimiento de la escritura, ya me dirán los resultados; pero no todo resulta siempre igual, son más quienes se guardan sus opiniones buenas o malas, y te miran con ojos de admiración o con el pestañear de la vergüenza ajena, y ya no necesitas las palabras porque los ojos son el espejo del alma, y sientes la punzada en el estómago y el latir de tu corazón, pero debes seguir a pesar de todo: de la dicha o de la mala leche, y no habrá ya vuelta atrás.
A pesar de todos los embates, continúas: borroneando tus poemas, así como tus novelas y los cuentos, o ensayando semana a semana tus artículos, y los vas lanzando a la temida vindicta (ese mar proceloso), la cual a veces no quiere ni pronunciarse y se conforma con sus largos silencios, que son más dolorosos que todas las críticas y los insultos, porque te dejan en un pérfido estado de latencia, al filo de la expectativa y del dolor, con los dientes apretados por el estrés sin saber en qué instante caerá la cruel y afilada hacha sobre tu cabeza, pero sigues como un muñeco porfiado, dándote por la cabeza, mirando aquí y allá para recibir las señales que deberían llegarte, pero que no te llegan: hacen mutis, prefieren la mudez porque saben que producen así mayor inquina y laceran aún más tus sentimientos, y es cuando te percatas de que el medio literario es mezquino y cruel, muchas veces absurdo y patibulario.
Hay escritores que solo nacieron para ganar premios, para postularse y proponerse por doquier, para gritarles al mundo lo mucho que valen y de su gran importancia, son los que buscan a toda costa hacerse ver y notar, empinarse para salir en la foto, inflar sus pechos frente al mundo y demostrarles a todos que son unos verdaderos genios y que se merecen estatuas en vida, o que pongan sus nombres en calles y plazas, y que sus libros pasen ya a ser considerados clásicos universales y los forren en billetes; pero en contraposición están los otros: los que no cacarean cuando ponen el huevo, los que huyen del ruido y de la fama, los que lucen solitarios en los cafés, con sus libros bajo el brazo, que no tienen con quién conversar ni cómo pagarse el pasaje de vuelta, son los mismos en cuya interioridad muchas veces late el auténtico genio creador, la prosa perfecta y el verso destellante, y lo singular es que puedes acercarte a ellos sin temor ni reverencias, no firman autógrafos ni cobran por hablar, sus miradas son diáfanas y nada lujuriosas, pero tienen un aspecto cansado, han trajinado demasiado en la vida, sus ropas lucen ya bastante usadas, y si se descuidan podrás ver los agujeros en las suelas de sus zapatos.
Ah, éstos de los que les hablo pululan en todas partes, porque el talento no pertenece sólo a las clases bien relacionadas o aventajadas, que yacen encerradas en sus burbujas de cristal, y que tienen acceso (por razones lógicas y del mercado) a las grandes editoriales y agencias literarias, sino que está desperdigados a lo largo y ancho del mundo, pero cuyos signatarios no tienen cómo mostrarlo, no se les da la más mínima oportunidad, suelen recibir a cada rato portazos en las narices y frases hechas, negativas y pedantes meneos de cabeza, muchos ¡NO! como respuestas, y vuelta entonces a empezar: a recomponer los jirones de la autoestima, a seguir callados en medio del silencio de la estancia, a saber que se escribe para la nada, para saciar un ego que se queda allí: enterrado y sin vasos comunicantes, haciendo efervescencia en el interior, mordiéndose los labios por la frustración y la amargura, amalgamando una obra tras otra, y éstas acumulándose en los cajones, durmiendo quizás para siempre, dejando de mostrar lo que anhela mostrar.
Esos escritores y poetas en la sombra mueren sin ser leídos y admirados, sus vidas de entrega al oficio de nada han valido porque no hubo nadie quien tuviera el atrevimiento de otear más allá de la apariencia, de darles un voto de confianza, de creer por un solo instante en ellos, y allí quedaron: varados en la historia, consumidos por una eternidad que nada redime, ni siquiera la injusticia.
rigilo99@gmail.com
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