La acción militar venezolana sobre el Esequibo
Aunque un clima electoral no es el mejor para estas acciones, si no actuamos hoy, estaremos un siglo más firmando papelitos y protocolos o, tal vez, será mejor negociar con los verdaderos dueños del Circo
El 2 de enero de 1895, una compañía del Ejército Venezolano acantonada en el Cuyuní del Estado Bolívar, comandada por el general Domingo Antonio Sifontes (1834-1921), enfrentó, desalojó y arrestó en Tumeremo, a un grupo armado británico encabezado por el Inspector Barnes, quienes habían invadido y ocupado un puesto fronterizo venezolano abandonado, donde cometieron el oprobio de izar la bandera británica. Aquellos soldaditos, flacos y valientes, uniformados y equipados con sus fusiles Mauser, siguen hoy siendo un ejemplo para contrarrestar la inacción y abandono que nuestros líderes han cometido en el último medio siglo, dejando perder, cada vez más, nuestra Guayana Esequiba, apropiada por unos usurpadores quienes, desde el siglo XVI, comenzando por el pirata inglés Francis Drake, crearon una tradición de robos de tesoros y territorios en África, Asia y Sudamérica, despojando a pueblos débiles, que no contaban con los recursos ni la unidad interna para enfrentar el poderoso fenómeno mundial del colonialismo imperialista de fines del siglo XIX.
Aquellos eran los tiempos del segundo gobierno del último “Taita”, general Joaquín Crespo, quien había avanzado bastante, entre 1892 y 1898, siguiendo el camino marcado por el “Guzmanato” (1870-1888), modernizando a una Venezuela atrasada y palúdica, tanto en obras de infraestructura y comunicaciones, como la red telegráfica nacional y el sistema ferrocarrilero; como también en la sistematización y modernización del Ejército Nacional, principalmente bajo la dirección de su Ministro de Guerra y Marina, el general Ramón Guerra, quien manejó un programa de adquisición de equipos militares, principalmente en Alemania, entre los que se contaban los célebres fusiles Mauser y los cañones de retrocarga Krupp, que sustituyeron los viejos sistemas de avancarga heredados desde tiempos de la Independencia. Avanzaban también las industrias civiles, siendo el mejor ejemplo de ello la inauguración de la Planta Hidroeléctrica de “El Encantado” por la C.A. Electricidad de Caracas en 1896.
Aquellos eran los tiempos del segundo gobierno del último “Taita”, general Joaquín Crespo, quien había avanzado bastante, entre 1892 y 1898, siguiendo el camino marcado por el “Guzmanato” (1870-1888), modernizando a una Venezuela atrasada y palúdica, tanto en obras de infraestructura y comunicaciones, como la red telegráfica nacional y el sistema ferrocarrilero; como también en la sistematización y modernización del Ejército Nacional, principalmente bajo la dirección de su Ministro de Guerra y Marina, el general Ramón Guerra, quien manejó un programa de adquisición de equipos militares, principalmente en Alemania, entre los que se contaban los célebres fusiles Mauser y los cañones de retrocarga Krupp, que sustituyeron los viejos sistemas de avancarga heredados desde tiempos de la Independencia. Avanzaban también las industrias civiles, siendo el mejor ejemplo de ello la inauguración de la Planta Hidroeléctrica de “El Encantado” por la C.A. Electricidad de Caracas en 1896.
Venezuela de fines del siglo XIX no era ninguna potencia, pero empezaba a ser un país respetable, con un liderazgo popular y centralizado, basado en la persona de Crespo y del Partido Liberal Amarillo. Un país que ya había roto relaciones diplomáticas con la Gran Bretaña en 1886 ante las pretensiones inglesas de expandir su usurpación hasta la población de Upata, incorporándose las minas de oro de El Callao. La amenaza militar europea, obligó al gobierno de los EE. UU. a invocar la Doctrina Monroe en la voz del presidente Cleveland, proponiendo y obligando al gobernó británico a someterse a un arbitraje, anunciando el derecho a intervenir en ese procedimiento. El Tratado Arbitral de Washington del 2 de febrero de 1897, fue firmado en condiciones engañosas y desventajosas para Venezuela. Pero, al fin y al cabo, el Tribunal Arbitral comenzó a sesionar en París el 15 de junio de 1899 y, para el 3 de octubre ya estaba dictando sentencia desfavorable a Venezuela, tras un proceso irregular que despojó a Venezuela de 159.500 Km. cuadrados de su legítimo territorio, al Oeste del río Esequibo.
Lo más grave de esta situación fue, que los venezolanos estábamos en ese momento divididos y enfrentados en una guerra civil desatada desde el Táchira por el indigno militar y luego presidente Cipriano Castro, aprovechándose del vacío de poder militar que había dejado el no menos sospechoso e inoportuno asesinato del general Joaquín Crespo en abril de 1898 en la Mata Carmelera. Simultáneamente, la traición del alto mando militar, en los generales Víctor Rodríguez y Juan Bautista Ferrer y con la “mediación” del banquero y ministro Manuel Antonio Matos, se derrocó al incoherente presidente Ignacio Andrade y se le permitió a un Cipriano Castro detenido y herido en Valencia, ingresar a Caracas como seudotriunfador y hacerse con el poder nacional, inaugurando una era de corrupción, cárceles, torturas, desapariciones y ejecuciones de opositores políticos, una tarea que se prolongó hasta 1935 con su sucesor, el también tachirense, general Juan Vicente Gómez. La llamada Revolución Liberal Restauradora de Cipriano Castro, ni fue liberal y de restauradora solo realizó una desastrosa gestión, encabezada por un presidente libertino que dividió al país en un momento crucial y aisló a Venezuela de sus potenciales aliados para poder recuperar el territorio Esequibo usurpado.
Hoy, a 124 años del fraudulento Laudo de París, nos encontramos los venezolanos igualmente divididos, distraídos por mantener la supervivencia diaria en una crisis socioeconómica y sociopolítica que se remonta, al menos a 1989. Con una capacidad militar de la cual no conocemos su nivel de deterioro, una migración de dimensiones monstruosas que supera los 7.000.000 de personas mayoritariamente jóvenes y profesionales, filón de donde saldría un ejército nuevo.
Aparte de la vía diplomática que lleva dos siglos fracasando, aunque siempre es necesaria. La opción militar no debe ser descartada, pues si Guyana tiene poderes transnacionales y potencias detrás de su codiciosa oligarquía gobernante, nosotros, los venezolanos también podemos buscarlos en el exterior, así como recuperar la confianza de los EE. UU. de Norteamérica. Siguiendo la doctrina militar de Basil Liddell Hart, en su “Estrategia de Aproximación Indirecta”, que algunos militares venezolanos deben conocer, se puede y de deben impactar objetivos estratégicos de ese enemigo, que ya nos esta robando el petróleo y otros recursos, usándose métodos del conflicto de media y baja intensidad, para desalentar esas inversiones usurpadoras, combinándose estas acciones con la gestión política de la negociación.
Aunque un clima electoral no es el mejor para estas acciones, si no actuamos hoy, estaremos un siglo más firmando papelitos y protocolos o, tal vez, será mejor negociar con los verdaderos dueños del Circo, las poderosas trasnacionales, y compartir las inversiones y rentas derivadas de un territorio que estará siempre en disputa. Las guerras son solamente buenas cuando terminan y los resultados nos favorecen.
ANB Cronista de la UCV.
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