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Peruanos

El Libertador del Perú, Simón Bolívar, quien no dijo sino palabras seculares, sentenció que “La ingratitud es el crimen más abominable”…

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

30/11/2023 04:59 am

 Los peruanos trataron muy mal a los jugadores del equipo venezolano de fútbol que, en función de las eliminatorias para el Mundial 2026, tuvieron la desgracia de ir a Lima para disputar un partido con la selección del Perú, que va de última en el respectivo catálogo clasificatorio, de lo cual no tienen la culpa ni Venezuela, ni los venezolanos, ni aquellos estupendos jugadores de la selección venezolana, pese a que, dicho sea al pasar, le clavaron a los peruanos un muy doloroso empate en su propio patio y los hundieron más en el foso.

La nobleza y legendaria bravura de los venezolanos se puso de relieve en la voz de Salomón Rondón, tan buen futbolista como acertado en su declaración a los medios tras los vergonzosos —para los peruanos— incidentes acaecidos tras el empate triunfal de Venezuela ante el blandengue equipo peruano que, reitero, está en el sótano del elenco para la clasificación al Mundial 2026.

Esos peruanos —incluyo a cobardes policías armados y agresores de los desarmados— también trataron muy mal a los venezolanos que fueron a ver ese partido en el estadio y, no contentos los peruanos con eso, así mismo maltrataron a los venezolanos en general a pesar de que el muy heroico, glorioso e ilustrísimo venezolano Simón Bolívar logró a sangre y fuego la libertad para los peruanos —chille quien chille— y los salvó del oprobioso yugo al cual los tenían sometidos los españoles.

Y lo peor de esta detestable conducta de los peruanos, fue que acicateados por la putrefacción moral, unos delincuentes (el injuriar es criminoso) que pretenden representar la muy noble profesión de periodistas, insultaron y difamaron gravísimamente a las mujeres venezolanas que residen allá, al describirlas como prostitutas por según ellos cobrar su relación sexual, vomitando el sucio comentario de que su “tarifa” subiría si ganaba la “vinotinto” o selección venezolana de fútbol.

En Derecho Penal se ha relacionado la difamación con el robo porque despoja de su buena reputación o “prendas del alma” (Shakespeare) a la gente. Y visto lo visto se comprende que los últimos cinco presidentes del Perú hayan terminado presos o perseguidos por ser acusados de robo: Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kucynski…

El tratar mal a las mujeres es de una bajeza increíble pues las damas —nobles y desprendidas en grado sumo— acompañan en los dos momentos cruciales: El nacimiento y la muerte (escribió Shopenhauer). Además y por si fuere poco, son las criaturas —a veces aniñadas— más dulces y hermosas de la Naturaleza. Fue curioso el observar el extraño episodio en el que la pandilla de peruanos que pretendió hacer daño a los venezolanos —no los puede ofender gente así— se integró por siete u ocho sujetos ¡sin estar acompañados por ninguna dama! “¡¡Cosa más rara!!”, dirían los cubanos…

Los peruanos trataron miserablemente mal a los venezolanos en conjunto, a pesar de que éstos —los venezolanos, naturalmente— les dieron la mejor acogida cuando en tropel vinieron a Venezuela, cuando el país de la Libertad disfrutaba de gran bonanza económica y en búsqueda ellos de una mejor vida.

En las décadas de los años sesenta y setenta, cuando Venezuela tuvo un espectacular auge por una de sus muchas e ingentes riquezas —el “oro negro” del que Venezuela llegó a ser el primer exportador del mundo— vimos una enorme inmigración de europeos (llegaron primero), de colombianos y, vaya coincidencia, de ¡¡peruanos!! Y, aunque se sabía de sobra —por hartura de potísimas razones— que tales peruanos llegaron huyendo de la más espantosa pobreza y las atrocidades de toda índole que sufrían en verdaderas dictaduras (como la del General Francisco Morales Bermúdez entre 1975 y 1980), nadie los humilló ni les dijo que vinieron a parasitar. Y nadie se los ha enrostrado —los venezolanos no son gente de humillar personas sino de darles cobijo y libertad— pese a que recularon aquí tántos peruanos que Venezuela es el tercer país de Suramérica con más peruanos en su suelo prodigioso…

Así que los peruanos agredieron salvajemente a futbolistas venezolanos, a los espectadores venezolanos, a nuestro gentilicio y hasta ¡¡a las mujeres venezolanas!! ¿Por qué no esos peruanos tan valientes, eso sí, cuando al menos están en la favorable proporción de cien contra uno— no combatirían más para coronar su independencia? En Venezuela fue donde se peleó muchísimo más por la independencia sudamericana: ¡¡Ochenta batallas!! —se dice pronto— retemblaron en Venezuela entre 1811 y 1823 y cincuenta fueron ganadas por los patriotas del ejército venezolano, veintiocho por los españoles y dos quedaron indecisas o igualadas…

En Venezuela, durante quince años de guerra, dirigida desde 1813 hasta el fin por Bolívar, “se combatió casi diariamente, se destruyeron la escuadra más grande que hasta entonces había atravesado el Atlántico, varias expediciones militares de España y libró el Libertador personalmente innúmeras batallas, por sus filas pasaron más de 1.000.000 de hombres y quedaron tendidas todas las expediciones de España” (Blanco Fombona).

Al Perú lo libertó Simón Bolívar. No San Martín. Aunque así lo crean o finjan creer los peruanos. La independencia del Perú fue declarada después de que San Martín expulsara a los españoles o realistas de Lima, el 28 de Julio de 1821. Por eso el 28 de Julio es el día de la independencia del Perú. Pero no es lo mismo declarar que lograr. Pruebas al canto: Después de aquella declaración de independencia y durante el gobierno de San Martín, los españoles siguieron alzados en el Perú. Hubo entonces la famosa entrevista entre Bolívar y el gran prócer San Martín, que se retiró a Europa después de tal conferencia y cediéndole a Simón Bolívar, al decir del ilustrísimo e insigne intelectual Rufino Blanco Fombona, “la responsabilidad y la gloria de emancipar definitivamente la América del Sur”.

San Martín clarificó: “Mi viaje a Guayaquil no tuvo otro objetivo que el de reclamar del general Bolívar los auxilios que pudiera prestar, para terminar la guerra del Perú”.

La investigadora peruana O’Phelan Godoy afirmó que apenas el Libertador entró a Lima, puso de manifiesto, en forma categórica, su posición antimonárquica, marcando así distancia con el proyecto de San Martín, que era monárquico. Y ella agregó:

“En la Batalla de Ayacucho, 95% de los efectivos que componían las tropas del virrey La Serna, eran de origen peruano”. Fuente: Scarlett O’Phelan Godoy, “Bolívar en los laberintos políticos del Perú”, 1823-1826. Procesos, N.º 53, Revista Ecuatoriana de Historia, (enero-junio, 2021).
luisperozop@hotmail.com

Hasta el propio Mitre —aunque biógrafo y panegirista de San Martín, así como infame difamador de Bolívar— aseveró según Blanco Fombona:

“Vio claramente que la opinión indígena (nacional, quiso decir) no le era propicia y estaba fatigada de su dominación: que el ejército estaba desligado de él. Tal era la situación que encontró San Martín a su regreso de Guayaquil. (…) No fue un acto espontáneo, como el de Washington, al poner prudente término a su carrera cívica. No tuvo su origen ni en un arranque generoso del corazón, ni en una idea abstracta. Fue una resolución aconsejada por el instinto sano y un acto impuesto por la necesidad. Y como las tropas aguerridas de Colombia eran necesarias para contribuir a vencer a los 23.000 soldados realistas que ocupaban el virreinato, San Martín resolvió desaparecer y desapareció. Hizo de la necesidad, virtud. (…) Pero San Martín no cedió de buenas a primeras, quiso: primero, que Guayaquil perteneciera al Ecuador: segundo, que Bolívar auxiliase al Perú; tercero, que el Perú se constituyera en monarquía, con algún príncipe europeo a la cabeza.
El Libertador, por su parte, sostenía: primero, que Guayaquil debía pertenecer a Colombia; segundo, que si un grande ejército de Colombia pasaba al Perú, pasaría él a la cabeza; tercero, que la República debía ser la forma de gobierno que adoptaran los hispanoamericanos.
El mundo sabe qué ideales triunfaron: ‘Guayaquil —dice Larrazábal— quedó unido a Colombia. Bolívar mandó las fuerzas que libertaron a los hijos del sol. El Perú no fue monárquico. Cuando San Martín se alejó del poder, merced a su abnegación y a las circunstancias, se encontró sin amigos ni en el Perú, ni en Chile, ni en Argentina. En el Perú, donde había sido gobernante supremo, Riva Agüero —que suplantó a la Junta Gubernativa, sustituta de San Martín— ordena que se quite del palacio el retrato del rioplatense. En Chile, cuando atraviesa, no le hacen caso. ¡Y era el libertador de Chile! En Argentina (…) Rivadavia quiso reducirlo a prisión.
No bien llegó a Lima, Bolívar, apenas supo la acción de Riva Agüero, mandó, indignado, reponer la efigie de San Martín en el puesto de honor de donde fue arrancada. Al mariscal La Mar escribió: ´Perú pierde un buen Capitán y un Bienhechor’”. (Subrayados míos).

Blanco Fombona aseguró: “El general argentino Mitre ha consagrado toda su existencia a ennegrecer y desfigurar a Bolívar, a cortarle las alas al cóndor y la cabeza al gigante”.

Creo oportuno intercalar un comentario propio, acerca de que aquella substancial diferencia de opiniones entre el Libertador y San Martín (que incluso quería traer un príncipe de Europa a mandar en Perú), así como el hecho de que hubo una absoluta prevalencia de las ideas antimonárquicas de Simón Bolívar, debe sin duda haber influido en el posterior retiro del eximio prócer San Martín a Europa.

Blanco Fombona, más adelante, escribió: “San Martín mismo, que lo juzgó de soldado a soldado, y que es autoridad en la materia, opina: ‘Sus hechos militares le han merecido, con razón, ser considerado como el hombre más extraordinario que haya producido la América del Sur’”. (Subrayado mío).

Y prosiguió Blanco Fombona: “La personalidad expansiva de Bolívar era tan grande, y tan vigorosa la influencia de su genio, que nadie, ni el propio San Martín, pudo en América sustraerse al imperio del espíritu bolivariano. (…) La entrevista del Libertador con San Martín fue para San Martín el ocaso de su estrella, la página decisiva de su vida, el torcimiento de su destino. Para Bolívar fue sólo un episodio más de su carrera. (…) San Martín se entrega a la campaña del Perú, cuyo litoral ocupa por los triunfos navales de Cochrane, y a cuya capital entra sin librar una sola batalla, y cometiendo, según Mitre, un grande error militar y político. Del Perú sabemos cómo salió, en 1822, cediendo el campo de América a Bolívar. Tal es, a grandes rasgos, el papel de San Martín en la guerra de independencia. Desde entonces quedan en las manos únicas de Bolívar la revolución del Norte y la revolución del Sur. Por Argentina, en especial, hizo San Martín menos que por Chile o por Perú. Cuando Argentina, en su conflicto guerrero con Brasil, necesitó en 1825 el apoyo de un soldado victorioso y de prestigio, no ocurrió a San Martín; ocurrió a Bolívar. (…) La campaña de San Martín fue censurada por el propio Mitre. La ocupación de Lima, dada la geografía del Perú, fue una falta. Pronto no le quedó a San Martín en el Perú más arbitrio que correr a echarse en brazos de Bolívar. Si ambos pueden compararse como capitanes, las campañas del Perú darán base para la comparación. Desde luego, recuérdese que San Martín jamás tuvo a su frente a un Boves ni a un Morillo, y que los ejércitos que derrotó no fueron, como los ejércitos que venció Bolívar, españoles de España, soldados de los que habían puesto en fuga a los mariscales y tropas de Napoleón”. (Subrayados míos).

Y concluyó Blanco Fombona: “Bolívar, además, no fue jefe de un solo Estado como San Martín: fue el César de medio mundo. Él gobernó por sí, o por medio de sus tenientes, a un tiempo, varios Estados.
No hubo, durante cierto período de tiempo, país alguno de la América española donde no ejerciera influencia o donde no se le considerase como una esperanza, como un protector o —el caso imperial del Brasil— como un temor. Centroamérica debe su independencia a los triunfos de México en el Norte y de Bolívar en el Sur. Después de la batalla de Carabobo, y como una de las consecuencias de esta batalla, la antigua Capitanía General de Guatemala obtuvo su emancipación. La influencia espontánea del Libertador no reconoce límites. Sólo la influencia de Napoleón en Europa puede dar idea de lo que fue la influencia de Bolívar en América”. (Subrayados míos).

Los peruanos, con su brutal y cobarde agresión —incluyo a cobardes policías agresores de los desarmados— contra venezolanos asistentes al partido en que Venezuela les asestó un empate, ignoran olímpicamente la peligrosidad de la violencia del público en el deporte.

“El fútbol volvió a matar”, tituló el diario español “Marca” un espeluznante reportaje sobre la matanza del estadio Heyssel, en Bruelas, en 1985: Ebrios ingleses (Liverpool) atacaron a italianos (Juventus), de los cuales murieron unos cuarenta. Comentaristas deportivos expresaron que esa final de la Copa Europea debía ser transmitida “más por corresponsales de guerra que por especialistas deportivos”.

Por desgracia, no fue ésa la única tragedia del fútbol. En 1964, en Latinoamérica, en Perú, en el Estadio Nacional de Lima, vaya coincidencia, se produjo la mayor tragedia, con un saldo de trescientos muertos y quinientos heridos, al anular el árbitro un gol a la selección peruana en partido contra Argentina. Ese tanto hubiera causado la clasificación de Perú para la Olimpíada de Tokio. El desastre determinó la declaración del estado de excepción durante treinta días en todo el Perú.

En verdad, es necesario que todos se percaten del peligro de un público violento. En especial, quienes están en posición de educar, moldear e influir en el común. Y los que ocupan posiciones directivas que, de una forma u otra, están llamados a mantener la dignidad en el deporte y a quienes, sin duda, corresponde a menudo una cuota importante de responsabilidad en la violencia del deporte y sus trágicas consecuencias. En Inglaterra lo comprendieron así y establecieron que el “hooliganism” es la enfermedad más preocupante allá. El deporte —y en el caso peruano que me ocupa— tiene una enorme importancia en la educación, que les hace mucha falta a los peruanos como se ha visto.

“Educación” es acción y efecto de educar. Y “educar” es “dirigir, encaminar, doctrinar. 2. Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven (y de los adultos, añado) por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc… 5. Enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía”. (Subrayados míos).

Los deportistas influyen sobremanera en el conglomerado porque constituyen modelos de conducta. Y se sabe que en el proceso educativo son muy importantes los modelos de conducta, pues repercuten en la educación y máximamente en la de niños y jóvenes. Todo lo relacionado con el deporte influye sobremanera.

Jeffrey Goldstein, el muy famoso psicólogo social estadounidense y profesor en Temple University, en su obra “Agresión y Crímenes violentos”, enseña: “Los modelos impersonales para el aprendizaje de normas agresivas incluyen figuras violentas, reales o ficticias, representadas en los medios de comunicación masiva, así como en la sociedad en general, en los deportes y en los entretenimientos. Todos los modelos teóricos de la agresión suponen que la conducta agresiva es, en alguna medida, adquirida”. (Subrayados míos).

Y agregó: “Tal como hemos visto en los estudios de la violencia en los medios masivos, los observadores tienden a imitar la violencia que presencian en la pantalla de la televisión o del cinematógrafo, siendo razonable esperar que al contemplar violencia en los deportes, al igual que el observarla por TV, tienda a aumentar la posibilidad de que los observadores se tornen agresivos”. (Todos los subrayados míos).

En el mundo, los Estados permiten el deporte porque no sólo tienen un fin salutífero sino educativo. Este fin educativo se cumple sólo si el mensaje educativo es bueno. Buena educación es dar ejemplos morales. Mala educación es dar ejemplos inmorales. En verdad, en un concepto de educación integral, la moral es indispensable.

El deporte, además de los beneficios a la salud y los buenos ejemplos que da, también da ejemplos de absoluta inmoralidad y aun de criminalidad, como se vio en el Perú en 1964 y ahora con el caso de agresión múltiple comentada: Esta conducta constituyó un grave daño a la educación del pueblo peruano, que hubo de presenciar esa violencia inaudita e injustificada del todo contra venezolanos ¡¡y venezolanas!! Si así tratan a las damas…

La violencia en el deporte o en relación con el deporte (como en el caso peruano) se contagia a la masa y por eso es harto peligroso. Y con mayor razón cuando se trata de violencia ilegítima, porque se enardecen más los ánimos. El detonante es máximo cuando se invoca el nacionalismo y se expone a los nacionales de otro país a la violencia, como hicieron esos peruanos: Esto produce verdadero furor en la multitud o en grupos no tan grandes, y la incita a que haga lo propio, es decir, a que también agreda a los indefensos por ser notoria minoría sin armas.

El gran penalista italiano Altavilla ha dicho: “La cólera también adquiere importancia en los delitos de multitud, porque ésta reacciona violentamente, sin control alguno, por cegarse por la ira y por la sugestión, hasta el punto de realizar horribles delitos intencionales y gravísimas imprudencias”.

El mensaje y la carga emocional que implican esa violencia en torno al deporte, que impacta a las multitudes o a grupos de aficionados que muchas veces decaen a fanáticos, son brutalmente directos y por tanto mucho más peligrosos. Así que los delictuosos hechos perpetrados por los peruanos fueron no solamente peligrosos en sí mismos, sino también por constituir una incitación a la violencia contra los venezolanos, agravada esta conducta por haberse reproducido en medios y con la inmensa fuerza de comunicación e influjo de los medios y en especial de la TV.

Para rematar su faena e inicua conducta incluso contraria al Derecho internacional, los peruanos, al través de su Gobierno, se negaron a suministrar gasolina al avión de Venezuela que traería a los muy destacados futbolistas venezolanos que, muy gustosos, retornarían al país de la Libertad, a Venezuela, naturalmente.

En conclusión: Esos peruanos, de conducta pésima y tan despreciable, son unos incitadores al delito en una de sus formas más graves, como es la discriminación colectiva e incitación al odio de nacionales de otros países. Esos peruanos son unos azuzadores al crimen y meneurs o verdaderos íncubos.

Alejandro Angulo Fontiveros

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