Un santo profesor de la UCV, el Dr. Jośe Gregorio Hernández
Las circunstancias de la vida de José Gregorio parecían estar cargadas de un misterioso destino premonitorio, inclusive antes de nacer
La condición de científico y de Profesor de la Facultad Médica de la Universidad Central de Venezuela, no fue nunca un obstáculo contradictorio para el desarrollo del camino hacia la santidad del Dr. José Gregorio Hernández. Todo lo contrario, la docencia, la investigación y la cercanía al dolor humano de sus pacientes les acercaron a experiencias excepcionales para la reafirmación de su sólida condición cristiana, sin dejarse arrastrar por el “cientificismo” extremo de su época ni por el mercantilismo que, en muchos casos de ayer y de hoy, convierten al paciente en un cliente al que hay que exprimirlo si cuenta con recursos económicos o desecharlo si no posee el respaldo de alguna fortuna o póliza de seguros. La bondad, religiosidad e inteligencia médica del Dr. Hernández se entrelazaron formando una personalidad al servicio de la vida y el bien, lo que fue la base de su “otredad” o, mejor dicho, de su santidad.
Las circunstancias de la vida de José Gregorio parecían estar cargadas de un misterioso destino premonitorio, inclusive antes de nacer, su padre y José Benigno Hernández y su madre Josefa Cisneros, habitantes de Pedraza en el estado Barinas, tuvieron que huir de la violencia de la Guerra Federal hacia las montañas andinas y se instalaron en el pueblo de Isnotú, donde vivieron y prosperaron ejerciendo el comercio, en un momento en el que la economía cafetalera hacía despegar la economía de las regiones andinas. Indudablemente, la familia Hernández Cisneros, de índole conservadora y muy católica, modeló los primeros años de la vida de nuestro personaje, en un núcleo familiar de siete hermanos, de los cuales José Gregorio, nacido el 26 de octubre de 1864, le correspondió ser el hijo mayor por el temprano fallecimiento de la hija primogénita María Isolina.
Hermano ejemplar, también fue un estudiante excepcional en la Escuela Primaria de Isnotú, donde el maestro Pedro Celestino Sánchez, descubrió sus cualidades intelectuales y espirituales, y recomendó al padre le enviara a Caracas para culminar sus estudios secundarios y universitarios. Convencido por el padre para estudiar medicina y no derecho, el joven José Gregorio partió a Caracas, acompañado de dos amigos diputados de su padre, en 1878 ya está en Caracas y se instala en el “Colegio Villegas”, uno de los mejores planteles privados de la capital, lo que nos indica que la familia poseía un estatus social medio y relaciones como para poder costear esa empresa. Nuevamente José Gregorio destacó como el mejor de los estudiantes, por sus calificaciones, ayudas a sus compañeros, religiosidad y cumplimiento de sus obligaciones.
Luego de terminar sus estudios de Bachiller en 1882, José Gregorio inició sus estudios de medicina en la Universidad Central de Venezuela, igualmente con excelentes resultados, egresando como Bachiller y Doctor en Medicina en 1888. En el contexto de la creación del moderno Hospital Nacional (Vargas) bajo el gobierno del Dr. Rojas Paúl, el Dr. Hernández fue becado para realizar estudios avanzados en la Universidad de París y para traer unos 1500 artículos e instrumentos para el inicio del estudio de la microbiología a Venezuela. Fundó, entonces, en la UCV, desde 1891 la primera Cátedra de Bacteriología de Venezuela y el primer Laboratorio de Fisiología Experimental. Hasta 1912 fue el Profesor ejemplar de la UCV, pue ese año la tiranía del general Juan Vicente Gómez cerró la UCV hasta el año 1922. Entre 1908 y 1916, simultáneamente, el Dr. Hernández intentó en la Cartuja de Farneta (Italia) y en el Colegio Pío Latino de Roma la carrera eclesiástica, pero la salud le puso limitaciones insalvables, regresándolo a Venezuela para ejercer como médico e investigador docente en el Instituto Anatómico de San Lázaro, adyacente al Hospital Vargas de Caracas.
Su trágica muerte el 29 de julio de 1919, sacudió a la comunidad de Caracas, una pérdida de un hombre ya percibido como santo en la conciencia popular, con 54 años de ejercicio de bondad, caridad e inteligencia. El espontáneo cortejo fúnebre, en hombros de la gente del pueblo desde el Paraninfo de la UCV hasta el Cementerio General del Sur, daba inicio a una larga carrera hacia su próxima canonización, aún tan esperada hoy en 2023, a 104 años de su muerte.
La causa llevada por el Vaticano, con lentitud y prudencia necesarias, por medio de la Congregación de los Santos, llegará a buen término pronto, aunque ya la sociedad venezolana ha venerado la santidad popular del “Médico de los Pobres” por un siglo, y al mismo tiempo, lo más importante, es que no hay más santidad que la de Dios: “pues santo es Yavé, Dios nuestro” (Salmo 99 de David), y solo él santifica a toda la tierra, como lo profetizó Isaías (6, 3) “Santo, santo, santo, Yavé Sebaot. Toda la tierra está llena de su gloria”. La santidad de algunos hombres y cosas, son apenas el reflejo de la verdadera santidad de Dios y de su Espíritu Santo, pues los méritos y virtudes de un hombre como el Dr. Hernández, están en el haber sabido identificar los signos orientadores del camino hacia la santidad, cumpliéndose una especie de predestinación dependiente de la voluntad divina, pero también una vocación desarrollada por el personaje santificable.
Los signos están allí, el problema está en poder verlos y seguirlos y en saber esperarlos, como aquel anciano Simeón, que esperó toda la vida para verlos en el momento de la presentación de Jesús en el Templo (Lucas 2, v. 23-24), por María y José. El reconocimiento popular o de las instancias de la Iglesia para reconocer o no la santidad subyacen siempre a la voluntad primaria de la Providencia divina, la difícil tarea está saber identificar y aprobar esos componentes para poder canonizar a alguien, no solamente por sus obras y virtudes, sino, principalmente, percibiendo los signos de la voluntad primaria de Dios. En todo caso, nos enorgullece la pronta santidad de un estudiante y profesor Ucevista.
ANB Cronista de la UCV.
Las circunstancias de la vida de José Gregorio parecían estar cargadas de un misterioso destino premonitorio, inclusive antes de nacer, su padre y José Benigno Hernández y su madre Josefa Cisneros, habitantes de Pedraza en el estado Barinas, tuvieron que huir de la violencia de la Guerra Federal hacia las montañas andinas y se instalaron en el pueblo de Isnotú, donde vivieron y prosperaron ejerciendo el comercio, en un momento en el que la economía cafetalera hacía despegar la economía de las regiones andinas. Indudablemente, la familia Hernández Cisneros, de índole conservadora y muy católica, modeló los primeros años de la vida de nuestro personaje, en un núcleo familiar de siete hermanos, de los cuales José Gregorio, nacido el 26 de octubre de 1864, le correspondió ser el hijo mayor por el temprano fallecimiento de la hija primogénita María Isolina.
Hermano ejemplar, también fue un estudiante excepcional en la Escuela Primaria de Isnotú, donde el maestro Pedro Celestino Sánchez, descubrió sus cualidades intelectuales y espirituales, y recomendó al padre le enviara a Caracas para culminar sus estudios secundarios y universitarios. Convencido por el padre para estudiar medicina y no derecho, el joven José Gregorio partió a Caracas, acompañado de dos amigos diputados de su padre, en 1878 ya está en Caracas y se instala en el “Colegio Villegas”, uno de los mejores planteles privados de la capital, lo que nos indica que la familia poseía un estatus social medio y relaciones como para poder costear esa empresa. Nuevamente José Gregorio destacó como el mejor de los estudiantes, por sus calificaciones, ayudas a sus compañeros, religiosidad y cumplimiento de sus obligaciones.
Luego de terminar sus estudios de Bachiller en 1882, José Gregorio inició sus estudios de medicina en la Universidad Central de Venezuela, igualmente con excelentes resultados, egresando como Bachiller y Doctor en Medicina en 1888. En el contexto de la creación del moderno Hospital Nacional (Vargas) bajo el gobierno del Dr. Rojas Paúl, el Dr. Hernández fue becado para realizar estudios avanzados en la Universidad de París y para traer unos 1500 artículos e instrumentos para el inicio del estudio de la microbiología a Venezuela. Fundó, entonces, en la UCV, desde 1891 la primera Cátedra de Bacteriología de Venezuela y el primer Laboratorio de Fisiología Experimental. Hasta 1912 fue el Profesor ejemplar de la UCV, pue ese año la tiranía del general Juan Vicente Gómez cerró la UCV hasta el año 1922. Entre 1908 y 1916, simultáneamente, el Dr. Hernández intentó en la Cartuja de Farneta (Italia) y en el Colegio Pío Latino de Roma la carrera eclesiástica, pero la salud le puso limitaciones insalvables, regresándolo a Venezuela para ejercer como médico e investigador docente en el Instituto Anatómico de San Lázaro, adyacente al Hospital Vargas de Caracas.
Su trágica muerte el 29 de julio de 1919, sacudió a la comunidad de Caracas, una pérdida de un hombre ya percibido como santo en la conciencia popular, con 54 años de ejercicio de bondad, caridad e inteligencia. El espontáneo cortejo fúnebre, en hombros de la gente del pueblo desde el Paraninfo de la UCV hasta el Cementerio General del Sur, daba inicio a una larga carrera hacia su próxima canonización, aún tan esperada hoy en 2023, a 104 años de su muerte.
La causa llevada por el Vaticano, con lentitud y prudencia necesarias, por medio de la Congregación de los Santos, llegará a buen término pronto, aunque ya la sociedad venezolana ha venerado la santidad popular del “Médico de los Pobres” por un siglo, y al mismo tiempo, lo más importante, es que no hay más santidad que la de Dios: “pues santo es Yavé, Dios nuestro” (Salmo 99 de David), y solo él santifica a toda la tierra, como lo profetizó Isaías (6, 3) “Santo, santo, santo, Yavé Sebaot. Toda la tierra está llena de su gloria”. La santidad de algunos hombres y cosas, son apenas el reflejo de la verdadera santidad de Dios y de su Espíritu Santo, pues los méritos y virtudes de un hombre como el Dr. Hernández, están en el haber sabido identificar los signos orientadores del camino hacia la santidad, cumpliéndose una especie de predestinación dependiente de la voluntad divina, pero también una vocación desarrollada por el personaje santificable.
Los signos están allí, el problema está en poder verlos y seguirlos y en saber esperarlos, como aquel anciano Simeón, que esperó toda la vida para verlos en el momento de la presentación de Jesús en el Templo (Lucas 2, v. 23-24), por María y José. El reconocimiento popular o de las instancias de la Iglesia para reconocer o no la santidad subyacen siempre a la voluntad primaria de la Providencia divina, la difícil tarea está saber identificar y aprobar esos componentes para poder canonizar a alguien, no solamente por sus obras y virtudes, sino, principalmente, percibiendo los signos de la voluntad primaria de Dios. En todo caso, nos enorgullece la pronta santidad de un estudiante y profesor Ucevista.
ANB Cronista de la UCV.
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