Andrés Eloy y la hispanidad
Andrés Eloy Blanco se transformó con su célebre: “Canto a España” en uno de los intelectuales que a través de la poesía describió con suprema belleza lo que aquella representa
Al considerar los grandes escritores que han contribuido de manera notable con la formación de la hispanidad a través de obras significativas para nuestra cultura, resalta entre ellos el gran poeta Andrés Eloy Blanco.
Desde la victoria obtenida en el concurso literario que la Real Academia de la Lengua promovió en Santander para reconocer el hecho multiforme de la hispanidad, Andrés Eloy Blanco se transformó con su célebre: “Canto a España” en uno de los intelectuales que a través de la poesía describió con suprema belleza lo que aquella representa.
Su poema es superior, una pieza extraordinaria que reseña la historia. El poeta se sumerge en el mar, “en el mar de Colón” y siente como crece en el aquella travesía la aventura y como nace de ella un mundo diferente. Allí está el advenimiento y el poeta lo observa, lo interpreta, lo siente. Crece como un árbol, en su tronco, en sus ramas, la sabia de la hispanidad le inunda.
“¡Noble encina de los conquistadores…!” dice al iniciar el viaje mismo que él realiza como poeta fecundo, y en su propia floresta aprecia las transformaciones: “…y fui sonoro porque tuve nidos/ cuando tus ruiseñores anidaron en mí!”.
Mira el poeta llegar al navegante, aprecia su estatura y templanza; mira a los aborígenes allí sorprendidos y expectantes que le reciben. En el poeta fluye en presente y el futuro. Es un instante de advenimiento universal.
Ante él se presentan los hechos anteriores. El poeta es compendio del universo nuevo que en él nace y transcurre. España se hace viva en su memoria, se erige como relato de infinitas presencias. La historia aparece en su alma y escribe. Allí está toda España en él.
Luego de señalar la significación del navegante y de su gente, exalta toda la significación del habitante.
¿Y por qué todo aquello?: “…para andar sobre el azul marino/ hay que mirar hacia el azul del cielo!” y es Dios quien lo define y es que las carabelas surcan todos esos azules.
Llegaron, se miraron, se encontraron…: “Y el Cacique de carne, desde el vecino cerro, / vio salir de las aguas unos hombres de hierro.../ Mis caciques son ágiles, escalan las montañas/ y sus pies son pezuñas y sus uñas guadañas”. Y en aquel choque que doloroso fue al poco tiempo, los indios: “…dejan a lo divino lo que sigue a la muerte, / y el resto lo confían al tino de su flecha”.
El ensamble agónico y profundo se realiza. En todo su esplendor magnificente allí estaba América, tierra de maravillas y bellezas, tesoro de tesoros de la tierra. El poeta lo sabe y justiciero dice: “Esa era América. ¡Nadie te dio nada! / De ti lo esperó todo, tú fuiste el Dios y el Hada;/su palma estaba sola bajo el celeste azul, / su luz no era reflejo, sino lumbre de estrella;/ presintiendo tus cruces, ya había visto Ella/ cien calvarios sangrando bajo la Cruz del Sur”.
España se equivoca y cree que todo aquel mundo es sólo España, aquel mundo que se forma es de ambos y era de uno sólo.
La vieja España surge para fundirse con América: Y canta por la España de siempre, por la vieja: “…y por la nueva: por la de Pelayo/ y por la que suspira tras la reja, / por la de Uclés y la del dos de Mayo; /por la del mar y por la de Pavía/ y por la del torero... ¡España mía!,/ pues siendo personal eres más grande; / ¡por la de Goya y por la de Berceo/ por el Pirineo…”.
La que surgió después era igual de grande, libre, libres nosotros y libre ella. Y nos invita finalmente el poeta, con poderosa y cierta voz, profunda como el mar anticipando los hechos de la gloria nuestra: “Y canten por la España ultramarina, /la que dirá a los siglos con su voz colombina/que el Imperio Español, no tiene fin, / ¡porque aquí, Madre mía, son barro de tu barro, / lobeznos de Bolívar, cachorros de Pizarro, / nietos de Moctezuma, hijos de San Martín!”.
Jfd599@gmail.com
Desde la victoria obtenida en el concurso literario que la Real Academia de la Lengua promovió en Santander para reconocer el hecho multiforme de la hispanidad, Andrés Eloy Blanco se transformó con su célebre: “Canto a España” en uno de los intelectuales que a través de la poesía describió con suprema belleza lo que aquella representa.
Su poema es superior, una pieza extraordinaria que reseña la historia. El poeta se sumerge en el mar, “en el mar de Colón” y siente como crece en el aquella travesía la aventura y como nace de ella un mundo diferente. Allí está el advenimiento y el poeta lo observa, lo interpreta, lo siente. Crece como un árbol, en su tronco, en sus ramas, la sabia de la hispanidad le inunda.
“¡Noble encina de los conquistadores…!” dice al iniciar el viaje mismo que él realiza como poeta fecundo, y en su propia floresta aprecia las transformaciones: “…y fui sonoro porque tuve nidos/ cuando tus ruiseñores anidaron en mí!”.
Mira el poeta llegar al navegante, aprecia su estatura y templanza; mira a los aborígenes allí sorprendidos y expectantes que le reciben. En el poeta fluye en presente y el futuro. Es un instante de advenimiento universal.
Ante él se presentan los hechos anteriores. El poeta es compendio del universo nuevo que en él nace y transcurre. España se hace viva en su memoria, se erige como relato de infinitas presencias. La historia aparece en su alma y escribe. Allí está toda España en él.
Luego de señalar la significación del navegante y de su gente, exalta toda la significación del habitante.
¿Y por qué todo aquello?: “…para andar sobre el azul marino/ hay que mirar hacia el azul del cielo!” y es Dios quien lo define y es que las carabelas surcan todos esos azules.
Llegaron, se miraron, se encontraron…: “Y el Cacique de carne, desde el vecino cerro, / vio salir de las aguas unos hombres de hierro.../ Mis caciques son ágiles, escalan las montañas/ y sus pies son pezuñas y sus uñas guadañas”. Y en aquel choque que doloroso fue al poco tiempo, los indios: “…dejan a lo divino lo que sigue a la muerte, / y el resto lo confían al tino de su flecha”.
El ensamble agónico y profundo se realiza. En todo su esplendor magnificente allí estaba América, tierra de maravillas y bellezas, tesoro de tesoros de la tierra. El poeta lo sabe y justiciero dice: “Esa era América. ¡Nadie te dio nada! / De ti lo esperó todo, tú fuiste el Dios y el Hada;/su palma estaba sola bajo el celeste azul, / su luz no era reflejo, sino lumbre de estrella;/ presintiendo tus cruces, ya había visto Ella/ cien calvarios sangrando bajo la Cruz del Sur”.
España se equivoca y cree que todo aquel mundo es sólo España, aquel mundo que se forma es de ambos y era de uno sólo.
La vieja España surge para fundirse con América: Y canta por la España de siempre, por la vieja: “…y por la nueva: por la de Pelayo/ y por la que suspira tras la reja, / por la de Uclés y la del dos de Mayo; /por la del mar y por la de Pavía/ y por la del torero... ¡España mía!,/ pues siendo personal eres más grande; / ¡por la de Goya y por la de Berceo/ por el Pirineo…”.
La que surgió después era igual de grande, libre, libres nosotros y libre ella. Y nos invita finalmente el poeta, con poderosa y cierta voz, profunda como el mar anticipando los hechos de la gloria nuestra: “Y canten por la España ultramarina, /la que dirá a los siglos con su voz colombina/que el Imperio Español, no tiene fin, / ¡porque aquí, Madre mía, son barro de tu barro, / lobeznos de Bolívar, cachorros de Pizarro, / nietos de Moctezuma, hijos de San Martín!”.
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