El Progresismo
Vuelven así a retoñar las discusiones a fondo sobre la democracia, en cuanto a su factibilidad y resistencia a las enfermedades políticas, como lo son la corrupción administrativa, la violencia, la polarización y la pobreza
Tradicionalmente las ideas políticas democráticas se debatieron entre los miembros de tres familias ideológicas. La social democracia, el socialcristianismo y el pensamiento liberal. Cada una de ella tuvo sus derivaciones y desde luego un enfrentamiento con tesis antagónicas. Hasta cierto momento era fácil identificar un partido político y a sus dirigentes. Tres temas generales sirvieron de base para otorgarles una identidad propia, tanto en la labor partidista y captación de votos, como en la vida parlamentaria y gubernamental.
Me refiero al sujeto de la política, a los objetivos planteados y al compromiso popular. La socialdemocracia puso el énfasis en la clase obrera, en el papel primordial del Estado y en la lucha sindical. El socialcristianismo consideró la necesidad de una alianza de clases, un papel intermedio del Estado y la lucha universitaria bajo el rótulo del “bien común”. El liberalismo hizo del mercado un hito, desdeño al Estado y promovió la vida intelectual.
En estos tiempos globales, la identidad de cada una de esas corrientes políticas se ha diluido y en realidad encontramos ahora una mezcla entre ellas. Es más, las vertientes no democráticas y autoritarias han permeado esas tipologías y hoy nos encontramos con una verdadera “Torre de Babel”.
El progresismo trata de conservar su identidad socialdemócrata y sus voceros han venido insistiendo en que es necesario plantear un retorno a las bases teóricas de esta corriente de pensamiento. Sin embargo, no es tan fácil reconstruirlas. Han pasado muchos años desde que surgieron los principales defensores de estos ideales y se establecieron sus fronteras ideológicas.
A raíz de la guerra en Ucrania, el debate sobre el progresismo se ha expandido. Los actuales problemas europeos exigen unas conductas que cuesta llevarlas a cuestas: los temas de las migraciones, la ya mencionada guerra en Ucrania, la militarización de la Unión Europea, los desacuerdos con China y Rusia y la crisis económica, entre otros tópicos, colocan al progresismo en contra de la pared.
¿Se agotó el Estado Social del Estado?, ¿dónde está el pacifismo de antaño?, ¿qué lecciones se deben tomar de la conducta de los socialdemócratas en víspera de la Primera Guerra Mundial? Estos y otros puntos de la historia política contemporánea sirven de base, no sólo para fundamentar una identidad progresista, sino también para evitar las desviaciones y peligros que esta y otras corrientes políticas, como el socialcristianismo y el liberalismo les toca enfrentar.
Vuelven así a retoñar las discusiones a fondo sobre la democracia, en cuanto a su factibilidad y resistencia a las enfermedades políticas, como lo son la corrupción administrativa, la violencia, la polarización y la pobreza.
Me refiero al sujeto de la política, a los objetivos planteados y al compromiso popular. La socialdemocracia puso el énfasis en la clase obrera, en el papel primordial del Estado y en la lucha sindical. El socialcristianismo consideró la necesidad de una alianza de clases, un papel intermedio del Estado y la lucha universitaria bajo el rótulo del “bien común”. El liberalismo hizo del mercado un hito, desdeño al Estado y promovió la vida intelectual.
En estos tiempos globales, la identidad de cada una de esas corrientes políticas se ha diluido y en realidad encontramos ahora una mezcla entre ellas. Es más, las vertientes no democráticas y autoritarias han permeado esas tipologías y hoy nos encontramos con una verdadera “Torre de Babel”.
El progresismo trata de conservar su identidad socialdemócrata y sus voceros han venido insistiendo en que es necesario plantear un retorno a las bases teóricas de esta corriente de pensamiento. Sin embargo, no es tan fácil reconstruirlas. Han pasado muchos años desde que surgieron los principales defensores de estos ideales y se establecieron sus fronteras ideológicas.
A raíz de la guerra en Ucrania, el debate sobre el progresismo se ha expandido. Los actuales problemas europeos exigen unas conductas que cuesta llevarlas a cuestas: los temas de las migraciones, la ya mencionada guerra en Ucrania, la militarización de la Unión Europea, los desacuerdos con China y Rusia y la crisis económica, entre otros tópicos, colocan al progresismo en contra de la pared.
¿Se agotó el Estado Social del Estado?, ¿dónde está el pacifismo de antaño?, ¿qué lecciones se deben tomar de la conducta de los socialdemócratas en víspera de la Primera Guerra Mundial? Estos y otros puntos de la historia política contemporánea sirven de base, no sólo para fundamentar una identidad progresista, sino también para evitar las desviaciones y peligros que esta y otras corrientes políticas, como el socialcristianismo y el liberalismo les toca enfrentar.
Vuelven así a retoñar las discusiones a fondo sobre la democracia, en cuanto a su factibilidad y resistencia a las enfermedades políticas, como lo son la corrupción administrativa, la violencia, la polarización y la pobreza.
Por los momentos, el progresismo está tratando de diferenciarse de los gobiernos y de los partidos autoritarios y observa con precaución el avance electoral de algunos de sus representantes. ¿Ya no es hora que se dé la oportunidad de formar un frente común con el socialcristianismo y con el liberalismo con el fin de defender la democracia? ¿Hasta qué punto se podrá dibujar un remozado movimiento socialdemócrata? Hay más preguntas que respuestas…
romecan53@hotmail.com
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