¡Mate!
El ajedrez es de importancia esencial porque enseña a pensar y quien piensa en serio se concentra, estudia, analiza, prevé, proyecta, ejecuta y a menudo gana
“Simón Bolívar, el Libertador de América, enseñó: ‘El ajedrez es un juego útil y honesto, indispensable en la educación de la juventud’”. (Cita tomada del muy buen Manuel de Ajedrez de la Comunidad de Madrid ––julio de 2006–– y sus autores son Fernando Braga, Pedro Criado, Claudio Javier Minzer y José Nicás Montoto).
En verdad el ajedrez favorece muchísimo la educación en todo sentido. Uno de los aspectos más influidos es el de la concentración, es decir, el pensar o atender o reflexionar profundamente en una situación determinada y sin distracción alguna. El ajedrez contribuye muchísimo con esa gran potencia espiritual, racional e intelectual porque, quien juegue ajedrez distraído, está perdido ab initio o desde el principio o antes de empezar. Por eso el DRAE define al distraído como “una persona que por distraerse con facilidad, habla u obra sin darse cuenta cabal de sus palabras o de lo que pasa a su alrededor”.
Einstein ––junto con Freud los dos más grandes genios del siglo XX–– enseñó que lo más importante en un ser humano es la experiencia y la concentración. En una partida, lo primero que debe vigilar o atender un ajedrecista es si la posición de sus piezas supone algún peligro para éstas ––y sobre todo para el rey–– porque es vulnerable a los ataques del contrario. Y después de este constante y detenido análisis prioritario, es cuando podrá pensar en cómo atacar él a su oponente. Los petulantes fallan mucho en este aspecto esencial del juego porque suelen no tener miramientos con los demás y hasta llegan a despreciarlos, por lo cual no dan importancia alguna a sus actuaciones o, en términos ajedrecísticos, a sus movimientos. Y pasa como en la vida pues los descuidos causan problemas. De allí que el ajedrez también revela o proyecta la personalidad del jugador. Por lo tanto el ajedrez, que como condición fundamental exige suma concentración, es de suprema importancia para el fortalecimiento de esa gran potencia y, como lógica consecuencia, en la importantísima e infaltable educación.
El ajedrez, en buena parte, es como la vida: Hay que trabajar y los esfuerzos concluyen en éxitos o fracasos, en lo cual han de influir el talento o fuente nutricia de la prudencia y consiguientes previsión y adecuada planificación integral. Decía Cervantes en El Quijote: “Brava comparación -dijo Sancho-, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura”.
También en la vida opera ––en menor grado que el esfuerzo personal–– la suerte, que es lo que no depende de la persona. Sin embargo, hay un aspecto de suma importancia en el que el ajedrez difiere con rotundidad de la realidad fáctica que rige la vida del ser humano: En el ajedrez no juega la suerte.
Insisto en que lo que le ocurre a una persona, con prescindencia de lo que haga o deje de hacer, es la suerte. Tal demuestra la falta de sindéresis u honradez y a veces la falta de personalidad y hasta de dignidad de algunos que, con frecuencia digna de mejor causa, no admiten sus propios errores y atribuyen los fracasos e inconvenientes a la “mala suerte”… Al respecto vale esta vivencia de W. Steinitz: Cuando a finales de 1896 y comienzos del año siguiente, celebraba su segundo desafío contra Lasker por el campeonato del mundo (el primero lo había perdido, junto con el título, en 1894 y con un resultado absolutamente catastrófico pues perdió diez partidas, ganó dos y empató cinco) aclaró en una entrevista periodística que había jugado enfermo; pero aclaró: “Un maestro tiene tan poco derecho a sentirse enfermo en una prueba, como un general en el campo de batalla”.
Es sólita la generalizada tendencia a atribuir los propios éxitos a sí propio; pero se debe tomar como ejemplo lo matizado por Steinitz en la cita del párrafo anterior, para empezar a asumir toda la responsabilidad de los propios fracasos. El ajedrez, por no tener en su mecánica el influjo del azar, captó desde siempre la maravillada atención de pensadores y científicos. El desarrollo de un lenguaje para registrar las partidas, le permitió una gran difusión por los medios impresos y en la telegrafía y el télex por la facilidad de transmitir las jugadas y, como se ha dicho, enfrentar así jugadores o incluso equipos completos y a veces situados a miles de kilómetros. El notable matemático y aficionado al ajedrez Alan Turing (1912-1954) desarrolló un programa para jugar al ajedrez antes de que existiese la tecnología requerida. Antes Von Kempelen, a fines del siglo XVIII, desarrolló un androide vestido a la usanza turca que impresionó al mundo. Torres Quevedo, en 1912, sí ideó una auténtica máquina capaz de dar mate con la torre. El primer objeto de los científicos fue construir máquinas que jugaran ajedrez por sí mismas. El desarrollo de algoritmos para llevarlas a cabo sirve hoy para muchos aspectos de la inteligencia artificial. La informática permitió el convertir la computadora en un rival siempre listo. Y se coleccionaron partidas en bases de datos. La capacidad de las máquinas llegó a tánto que se vaticinó que superarían a la mente humana en capacidad ajedrecística. ¿Es así? Después el ajedrez se sirvió del correo electrónico y por Internet surgieron competiciones por ese medio tan rápido y económico. Surgieron los ordenadores de ajedrez y se conectan los aficionados por programas denominados "clientes", para jugar en tiempo real con otros en todo el mundo.
En todo caso la suerte tiene en el ajedrez un impacto excepcional y mínimo y siempre referido a los jugadores; pero no al juego en sí. (Tampoco en el juego de damas clásicas, mas no es un juego de tan alta jerarquía como el ajedrez ni mucho menos). Me valdré de un ejemplo para explicar mejor el punto: En el dominó tiene mucha importancia ––por lo común decisiva–– la calidad (buena o mala; excelente o pésima) de las siete fichas tomadas al azar (puesto que están volteadas y no visibles) y después de bien revueltas por el jugador al cual esto le correspondió. Jugadores medianos de dominó, aunque a la postre terminen perdiendo, pueden ganar muchos juegos o hasta “manos” a maestros del ajedrez, como el famoso “Tigre de Carayaca” o Héctor Simoza; pero si medianos ajedrecistas ––o incluso buenos–– juegan veinte partidos con un Maestro Internacional, como póngase por caso el venezolano Juan Rohl, ¡¡pierden todos esos veinte partidos!!
El “Ananké” o especie de sino o suerte, no interviene en el ajedrez porque las piezas de ambos contendientes no son escogidas al azar, como sí en el dominó o en el póker por ejemplo, sino que siempre son las mismas: Blancas o negras y a competir en igualdad de condiciones. En toda clase de competición deportiva juega la suerte y por eso a veces no gana el mejor. Eso también se ve en el béisbol y el fútbol (los dos deportes preferidos en Venezuela) y muchísimo más en el béisbol que en el fútbol; pero en el ajedrez jamás porque el campeón del mundo es el mejor ajedrecista del mundo y esto es lo que hace admirable y maravilloso al ajedrez.
Aunque es oportuno el advertir desde ya que el ajedrez es mucho más que un juego en el cual no funciona la suerte. Es de gran importancia en todo sentido y su universal denominación de “juego” le queda corta, por lo cual ha mucho lo apellidaron el “juego ciencia”. Leibniz, uno de los más grandes filósofos racionalistas e inventor, junto con Newton, del cálculo infinitesimal, sostuvo: “El ajedrez es demasiado juego para ser una ciencia y demasiada ciencia para ser un juego”.
Empero, en Venezuela es muy de lamentar que su práctica ha sido y es muy reducida pese a su evidente gran influjo en la educación. Los Arts. 78 y 80 de la Constitución de la República ordenan a todo el sistema colegial el cumplir los fines educativos. También la Ley de Educación, el Reglamento de la Ley Orgánica de Educación, la LOPNA y la Ley del Deporte. Dos hijas mías ––una adolescente y la otra en su niñez–– estudian respectivamente en dos prestigiosos colegios de monjas, el Cristo Rey y el San José de Tarbes (La Florida) respectivamente; pero en ninguno las hacen practicar el ajedrez, de muy fugaz aparición allí ––podría decirse que no lo nombran–– pese a su mucha trascendencia y a que por lo tanto debe ser materia obligatoria. Lo mismo pasa en la gran mayoría de centros educativos, por no decir en todos. Una excepción bien excepcional pudiera estar ––según creo recordar–– en el colegio “Moral y Luces 'Herzl-Bialik'”… En suma, en Venezuela debe haber un urgente plan nacional escolar de educación al través del ajedrez.
En la deslumbrante y súper cosmopolita Nueva York, es obligatoria la práctica del ajedrez en las escuelas. Basta este notable acierto, al menos en mi opinión, para hacer del todo comprensible el éxito apoteósico de los estadounidenses en todas las ramas del saber científico, principiando por la Medicina como ejemplo paradigmático.
Semejante reticencia, de suyo tan incomprensible cuan lamentable, priva a los niños (“y a las niñas”, dirían muchos en Caracas al compás de la horrísona cantinela muy a la moda vigente) de aprender un juego que crece a ser parte de una auténtica ciencia del vivir, pues su influencia en la educación es evidente y notable. Recuérdese la sentencia del Libertador ––quien sólo pronunciaba palabras seculares–– acerca de que “El ajedrez es un juego útil y honesto, indispensable en la educación de la juventud”.
En realidad de verdad, el ajedrez (uno de los juegos más antiguos) tiene carácter cultural e intelectual y combina elementos del deporte, del razonamiento científico y del arte. Cualquier persona, en todas las longitudes y latitudes, lo puede jugar porque trasciende las barreras del idioma, la edad, la capacidad física o la situación económica y social. Es evidente que el ajedrez tiene un inmenso valor educativo.
Paul Morphy (1837-1884), llamado la “estrella fugaz” por su corta pero fulgurante carrera sobre el tablero, ya que, a los veintiún años, había derrotado a todos los grandes jugadores de su tiempo que se habían atrevido a hacerle frente, tenía sobre el ajedrez el siguiente criterio moralizador: “Indudablemente, es el juego de los filósofos. Dejad que el tablero de ajedrez sustituya al tapete verde de los naipes y enseguida se apreciará una enorme mejora en la moralidad de la comunidad”.
El ajedrez es muy complicado y difícil de jugar bien. El ajedrez es tan complejo e interesante que aún hasta se discute cuál pieza es más importante entre un alfil y un caballo. Quizá la mejor respuesta es hacer depender esa importancia de la concreta situación de una partida determinada. Dentro de la estrategia del ajedrez es fundamental, entre muchas otras, la teoría de las aperturas, sobre las cuales hay muy numerosas teorías y libros al respecto (que llenarían bibliotecas enteras), así como de todos los aspectos del ajedrez. Creo que la táctica del sacrificio de piezas valiosas para ganar una posición ventajosa, se emplea más en las primeras etapas de la partida. Ese sacrificio puede ser total (entrega pura y simple de la pieza) o parcial, cuando se cambia una pieza por otra menos valiosa con idéntica propósito. Paradigmática al respecto fue la denominada “Partida Inmortal” entre Anderssen (blancas) y Kieseritzky (negras) en Londres, el 21 de junio de 1851. Es considerada como máximo exponente de la escuela romántica del ajedrez porque Anderssen principió con unos impresionantes sacrificios, logró una posición admirable y mateó a Kieseritzky. En la misma línea están los gambitos y el del rey es el más conocido.
En torneos formales y en el transcurso de la partida, cada jugador está obligado a anotar sus propias jugadas y las de su oponente, jugada tras jugada, de forma tan clara y legible como se pueda. Y si una partida no ha terminado al final del tiempo establecido, el árbitro exigirá al jugador de turno que "selle" su jugada y que la anote de forma clara e inequívoca en su planilla, que pondrá en un sobre cerrado junto con la de su oponente: Después detendrá su reloj sin activar el del oponente. Hasta que hayan parado los relojes, el jugador mantiene el derecho a cambiar su jugada secreta. Y en la sala de juego se permitirá el uso de pantallas o monitores que muestren la posición actual sobre el tablero, los movimientos y el número de jugadas realizadas, así como relojes: Un “final a caída de bandera” es la última fase de una partida sui géneris, en la cual todas las jugadas restantes deben realizarse en un tiempo limitado.
La partida es tablas cuando hay “jaque perpetuo” o, también, cuando se llega a una posición a partir de la cual no puede producirse un mate mediante ninguna posible combinación de jugadas, e incluso jugando de la forma más torpe. Eso finaliza inmediatamente la partida. También hay tablas cuando se da la misma posición por tercera vez.
En las partidas efectuadas con más seriedad o formalidad, no se debe hablar y menos al oponente porque, al ser un duelo regido por la inteligencia y cavilación consecuencial, el silencio es supremamente valorado e incluso mandatorio u obligante en torneos formales. Es clásica la expresión ajedrecística “Piece touche, piece joue”: Después del jugador haber soltado una pieza en una casilla, como jugada legal o parte de una jugada legal, no está permitido moverla a otra casilla. Si un jugador quiere enrocar, no podrá hacerlo si toca primero la torre.
El objetivo de cada jugador es situar al rey de su oponente “bajo ataque”, de tal forma que éste no disponga de ninguna jugada legal o movimiento de pieza que evite la captura del rey en la siguiente jugada. El jugador que logra este propósito da “mate” al rey de su oponente y gana la partida. Hay las muy impresionantes partidas simultáneas, en las cuales un excelente jugador (por lo común maestro) enfrenta varias perdonas al mismo tiempo: Despliéganse varios jugadores (diez por ejemplo) y sendos tableros, contra los cuales compite aquel solo gran jugador, que una y otra vez camina y recorre la fila de tableros…
El ajedrez es, como se ha dicho con reiteración, difícil. Enseñaba W. Steinitz: “El ajedrez es difícil, exige esfuerzo, reflexión seria, y sólo el escrutinio diligente puede satisfacer. La crítica despiadada es lo único que conduce al objetivo. Pero, por desgracia, muchos consideran la crítica como un enemigo, en vez de una guía hacia la verdad. Sin embargo, nadie me apartará nunca del camino que conduce a la verdad”.
En el ajedrez, repito, hay muchas famosas teorías sobre inicios y añado que igualmente sobre los decisivos finales. En torneos formales es imperativo el uso de un reloj de ajedrez ––en un pequeño trozo de madera rectangular hay sendos relojes–– lo cual supone que cada jugador debe realizar un número mínimo de jugadas, o todas, en un período de tiempo prefijado. Durante la partida, cada jugador, una vez realizada su jugada sobre el tablero, detendrá su reloj y de modo automático se pondrá en marcha el de su oponente. El competir con reloj significa mucha más presión para los dos jugadores por razones obvias. Se usan sendos relojes que son activados cada vez que se hace un movimiento y, reitero, se detienen ipsofacto para que mueva el contrincante. Como es de suponer, en juegos amistosos e informales, también se puede usar el bicéfalo reloj, que es inusual en tales casos por ser algo fastidioso para quienes no están acostumbrados, que son mayoría.
El ajedrez rápido debe concluir no después de quince a sesenta minutos por jugador. En torneos formales y en el transcurso de la partida, cada jugador está obligado a anotar sus propias jugadas y las de su oponente, jugada tras jugada, de forma tan clara y legible como sea posible. Y si una partida no ha terminado al final del tiempo establecido, el árbitro exigirá al jugador de turno que "selle" su jugada y que la anote de forma clara e inequívoca en su planilla, que pondrá en un sobre cerrado junto con la de su oponente: Después detendrá su reloj sin activar el del contrario. Hasta que hayan parado los relojes, el jugador mantiene el derecho a cambiar su jugada secreta. Y en la sala de juego se permitirá el uso de pantallas o monitores que muestren la posición actual sobre el tablero, los movimientos y el número de jugadas realizadas, así como relojes: Un “final a caída de bandera” es la última fase de una partida sui géneris, en la cual todas las jugadas restantes deben realizarse en un tiempo limitado.
La partida es tablas cuando hay “jaque perpetuo” o, también, cuando se llega a una posición a partir de la cual no puede producirse un mate mediante ninguna posible combinación de jugadas, e incluso jugando de la forma más torpe. Eso finaliza inmediatamente la partida. También hay tablas cuando se da la misma posición por tercera vez. El jaque perpetuo equivale a tablas y es exigible. En torneos formales y en el transcurso de la partida, cada jugador está obligado a anotar sus propias jugadas y las de su oponente, jugada tras jugada, de forma tan clara y legible como sea posible. Y si una partida no ha terminado al final del tiempo establecido, el árbitro exigirá al jugador de turno que "selle" su jugada y que la anote de forma clara e inequívoca en su planilla, que pondrá en un sobre cerrado junto con la de su oponente: Después detendrá su reloj sin activar el del oponente. Hasta que hayan parado los relojes, el jugador mantiene el derecho a cambiar su jugada secreta. Y en la sala de juego se permitirá el uso de pantallas o monitores que muestren la posición actual sobre el tablero, los movimientos y el número de jugadas realizadas, así como relojes: Un “final a caída de bandera” es la última fase de una partida sui géneris, en la cual todas las jugadas restantes deben realizarse en un tiempo limitado.
La partida es tablas cuando hay “jaque perpetuo” o, también, cuando se llega a una posición a partir de la cual no puede producirse un mate mediante ninguna posible combinación de jugadas, e incluso jugando de la forma más torpe. Eso finaliza inmediatamente la partida. También hay tablas cuando se da la misma posición por tercera vez.
Una modalidad muy amena es la de partidas en consulta, en la cual los jugadores pudieran requerir recomendaciones u opiniones de eventuales circunstantes. Y como al momento de hacerse cada jugada tiene una muy breve descripción ––por ejemplo en la clásica y muy conveniente salida “peón cuatro rey”–– la competición puede ser anotada por completo y después ser íntegramente reproducida y también anunciada para que, por ejemplo, pueda haber partidas “a distancia” y hasta transoceánica como si alguien jugara en Europa y otro desde Suramérica. Por esto puede haber interesantes y aun divertidas contiendas entre grupos reunidos al efecto y situados a razonable distancia ––de metros u oceános de por medio–– porque es impensable que los integrantes de un grupo comentaran la situación del juego y su estrategia en presencia del otro grupo rival. En tales casos se anuncian las jugadas y cada jugador o grupo las anota hasta la culminación. El poder ser reproducidos los juegos con posterioridad y por completo, es lo que permite volver a ver las partidas entre grandes maestros, disfrutar de su habilidad y aprender de su sapiencia.
En las partidas efectuadas con más seriedad o formalidad, no se debe hablar y menos al oponente porque, al ser un duelo regido por la inteligencia y cavilación consecuencial, el silencio es supremamente valorado e incluso mandatorio u obligante en torneos formales. Y por esto es clásica la expresión ajedrecística “Piece touche, piece joue”… Después del jugador haber soltado una pieza en una casilla, como jugada legal o parte de una jugada legal, no está permitido moverla a otra casilla. Si un jugador quiere enrocar, no podrá hacerlo si toca primero la torre.
El objetivo de cada jugador es situar al rey de su oponente “bajo ataque”, de tal forma que éste no disponga de ninguna jugada legal o movimiento de pieza que evite la captura del rey en la siguiente jugada. El jugador que logra este propósito da “mate” al rey de su oponente y gana la partida.
El ajedrez, como se dijo antes, es un juego de inmensa difusión mundial. Se afirma que se originó en la India (años 319 y 543 d.C.) con un juego similar conocido como “Chaturanga”, que se traduce como “cuatro divisiones militares”, refiriéndose a las cuatro piezas del juego: La caballería e infantería, los elefantes y los carros de guerra, que respectivamente equivalían a las modernas piezas del peón, caballo, alfil y de la torre, en las cuales convirtiéronse. Las Naciones Unidas establecieron como Día Mundial del Ajedrez el 20 de julio. Se asegura que alrededor del setenta por ciento de la población adulta (al menos en Rusia, Estados Unidos, Reino Unido, Alemania e India) ha jugado al ajedrez en algún momento de sus vidas. La mayoría de los campeones mundiales de ajedrez han sido soviéticos y rusos, quienes han hecho la mayor aportación en la historia del ajedrez.
El actual Campeón Mundial de Ajedrez es el chino Ding Liren (2023).
Este Gran Maestro chino, de treinta años, derrotó al Gran Maestro ruso Ian Nepomniachtchi, de 32 años, en el Campeonato Mundial de Ajedrez 2023 y se proclamó Campeón del Mundo de ajedrez. El ganador se decidió mediante desempates después de que el marcador estuviera empatado a 7-7 tras las partidas clásicas. Este Gran Maestro chino derrotó al ruso Ian Nepomniachtchi en la última partida del desempate del duelo por el campeonato mundial, convirtiéndose en el primer jugador de su país en alzarse con el título y haciendo al gigante asiático la nueva meca del ajedrez: Tanto el campeón como la campeona del mundo son chinos. Otros campeones mundiales de ajedrez han sido:
Wilhelm Steinitz (1886 – 1894)
En verdad el ajedrez favorece muchísimo la educación en todo sentido. Uno de los aspectos más influidos es el de la concentración, es decir, el pensar o atender o reflexionar profundamente en una situación determinada y sin distracción alguna. El ajedrez contribuye muchísimo con esa gran potencia espiritual, racional e intelectual porque, quien juegue ajedrez distraído, está perdido ab initio o desde el principio o antes de empezar. Por eso el DRAE define al distraído como “una persona que por distraerse con facilidad, habla u obra sin darse cuenta cabal de sus palabras o de lo que pasa a su alrededor”.
Einstein ––junto con Freud los dos más grandes genios del siglo XX–– enseñó que lo más importante en un ser humano es la experiencia y la concentración. En una partida, lo primero que debe vigilar o atender un ajedrecista es si la posición de sus piezas supone algún peligro para éstas ––y sobre todo para el rey–– porque es vulnerable a los ataques del contrario. Y después de este constante y detenido análisis prioritario, es cuando podrá pensar en cómo atacar él a su oponente. Los petulantes fallan mucho en este aspecto esencial del juego porque suelen no tener miramientos con los demás y hasta llegan a despreciarlos, por lo cual no dan importancia alguna a sus actuaciones o, en términos ajedrecísticos, a sus movimientos. Y pasa como en la vida pues los descuidos causan problemas. De allí que el ajedrez también revela o proyecta la personalidad del jugador. Por lo tanto el ajedrez, que como condición fundamental exige suma concentración, es de suprema importancia para el fortalecimiento de esa gran potencia y, como lógica consecuencia, en la importantísima e infaltable educación.
El ajedrez, en buena parte, es como la vida: Hay que trabajar y los esfuerzos concluyen en éxitos o fracasos, en lo cual han de influir el talento o fuente nutricia de la prudencia y consiguientes previsión y adecuada planificación integral. Decía Cervantes en El Quijote: “Brava comparación -dijo Sancho-, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura”.
También en la vida opera ––en menor grado que el esfuerzo personal–– la suerte, que es lo que no depende de la persona. Sin embargo, hay un aspecto de suma importancia en el que el ajedrez difiere con rotundidad de la realidad fáctica que rige la vida del ser humano: En el ajedrez no juega la suerte.
Insisto en que lo que le ocurre a una persona, con prescindencia de lo que haga o deje de hacer, es la suerte. Tal demuestra la falta de sindéresis u honradez y a veces la falta de personalidad y hasta de dignidad de algunos que, con frecuencia digna de mejor causa, no admiten sus propios errores y atribuyen los fracasos e inconvenientes a la “mala suerte”… Al respecto vale esta vivencia de W. Steinitz: Cuando a finales de 1896 y comienzos del año siguiente, celebraba su segundo desafío contra Lasker por el campeonato del mundo (el primero lo había perdido, junto con el título, en 1894 y con un resultado absolutamente catastrófico pues perdió diez partidas, ganó dos y empató cinco) aclaró en una entrevista periodística que había jugado enfermo; pero aclaró: “Un maestro tiene tan poco derecho a sentirse enfermo en una prueba, como un general en el campo de batalla”.
Es sólita la generalizada tendencia a atribuir los propios éxitos a sí propio; pero se debe tomar como ejemplo lo matizado por Steinitz en la cita del párrafo anterior, para empezar a asumir toda la responsabilidad de los propios fracasos. El ajedrez, por no tener en su mecánica el influjo del azar, captó desde siempre la maravillada atención de pensadores y científicos. El desarrollo de un lenguaje para registrar las partidas, le permitió una gran difusión por los medios impresos y en la telegrafía y el télex por la facilidad de transmitir las jugadas y, como se ha dicho, enfrentar así jugadores o incluso equipos completos y a veces situados a miles de kilómetros. El notable matemático y aficionado al ajedrez Alan Turing (1912-1954) desarrolló un programa para jugar al ajedrez antes de que existiese la tecnología requerida. Antes Von Kempelen, a fines del siglo XVIII, desarrolló un androide vestido a la usanza turca que impresionó al mundo. Torres Quevedo, en 1912, sí ideó una auténtica máquina capaz de dar mate con la torre. El primer objeto de los científicos fue construir máquinas que jugaran ajedrez por sí mismas. El desarrollo de algoritmos para llevarlas a cabo sirve hoy para muchos aspectos de la inteligencia artificial. La informática permitió el convertir la computadora en un rival siempre listo. Y se coleccionaron partidas en bases de datos. La capacidad de las máquinas llegó a tánto que se vaticinó que superarían a la mente humana en capacidad ajedrecística. ¿Es así? Después el ajedrez se sirvió del correo electrónico y por Internet surgieron competiciones por ese medio tan rápido y económico. Surgieron los ordenadores de ajedrez y se conectan los aficionados por programas denominados "clientes", para jugar en tiempo real con otros en todo el mundo.
En todo caso la suerte tiene en el ajedrez un impacto excepcional y mínimo y siempre referido a los jugadores; pero no al juego en sí. (Tampoco en el juego de damas clásicas, mas no es un juego de tan alta jerarquía como el ajedrez ni mucho menos). Me valdré de un ejemplo para explicar mejor el punto: En el dominó tiene mucha importancia ––por lo común decisiva–– la calidad (buena o mala; excelente o pésima) de las siete fichas tomadas al azar (puesto que están volteadas y no visibles) y después de bien revueltas por el jugador al cual esto le correspondió. Jugadores medianos de dominó, aunque a la postre terminen perdiendo, pueden ganar muchos juegos o hasta “manos” a maestros del ajedrez, como el famoso “Tigre de Carayaca” o Héctor Simoza; pero si medianos ajedrecistas ––o incluso buenos–– juegan veinte partidos con un Maestro Internacional, como póngase por caso el venezolano Juan Rohl, ¡¡pierden todos esos veinte partidos!!
El “Ananké” o especie de sino o suerte, no interviene en el ajedrez porque las piezas de ambos contendientes no son escogidas al azar, como sí en el dominó o en el póker por ejemplo, sino que siempre son las mismas: Blancas o negras y a competir en igualdad de condiciones. En toda clase de competición deportiva juega la suerte y por eso a veces no gana el mejor. Eso también se ve en el béisbol y el fútbol (los dos deportes preferidos en Venezuela) y muchísimo más en el béisbol que en el fútbol; pero en el ajedrez jamás porque el campeón del mundo es el mejor ajedrecista del mundo y esto es lo que hace admirable y maravilloso al ajedrez.
Aunque es oportuno el advertir desde ya que el ajedrez es mucho más que un juego en el cual no funciona la suerte. Es de gran importancia en todo sentido y su universal denominación de “juego” le queda corta, por lo cual ha mucho lo apellidaron el “juego ciencia”. Leibniz, uno de los más grandes filósofos racionalistas e inventor, junto con Newton, del cálculo infinitesimal, sostuvo: “El ajedrez es demasiado juego para ser una ciencia y demasiada ciencia para ser un juego”.
Empero, en Venezuela es muy de lamentar que su práctica ha sido y es muy reducida pese a su evidente gran influjo en la educación. Los Arts. 78 y 80 de la Constitución de la República ordenan a todo el sistema colegial el cumplir los fines educativos. También la Ley de Educación, el Reglamento de la Ley Orgánica de Educación, la LOPNA y la Ley del Deporte. Dos hijas mías ––una adolescente y la otra en su niñez–– estudian respectivamente en dos prestigiosos colegios de monjas, el Cristo Rey y el San José de Tarbes (La Florida) respectivamente; pero en ninguno las hacen practicar el ajedrez, de muy fugaz aparición allí ––podría decirse que no lo nombran–– pese a su mucha trascendencia y a que por lo tanto debe ser materia obligatoria. Lo mismo pasa en la gran mayoría de centros educativos, por no decir en todos. Una excepción bien excepcional pudiera estar ––según creo recordar–– en el colegio “Moral y Luces 'Herzl-Bialik'”… En suma, en Venezuela debe haber un urgente plan nacional escolar de educación al través del ajedrez.
En la deslumbrante y súper cosmopolita Nueva York, es obligatoria la práctica del ajedrez en las escuelas. Basta este notable acierto, al menos en mi opinión, para hacer del todo comprensible el éxito apoteósico de los estadounidenses en todas las ramas del saber científico, principiando por la Medicina como ejemplo paradigmático.
Semejante reticencia, de suyo tan incomprensible cuan lamentable, priva a los niños (“y a las niñas”, dirían muchos en Caracas al compás de la horrísona cantinela muy a la moda vigente) de aprender un juego que crece a ser parte de una auténtica ciencia del vivir, pues su influencia en la educación es evidente y notable. Recuérdese la sentencia del Libertador ––quien sólo pronunciaba palabras seculares–– acerca de que “El ajedrez es un juego útil y honesto, indispensable en la educación de la juventud”.
En realidad de verdad, el ajedrez (uno de los juegos más antiguos) tiene carácter cultural e intelectual y combina elementos del deporte, del razonamiento científico y del arte. Cualquier persona, en todas las longitudes y latitudes, lo puede jugar porque trasciende las barreras del idioma, la edad, la capacidad física o la situación económica y social. Es evidente que el ajedrez tiene un inmenso valor educativo.
Paul Morphy (1837-1884), llamado la “estrella fugaz” por su corta pero fulgurante carrera sobre el tablero, ya que, a los veintiún años, había derrotado a todos los grandes jugadores de su tiempo que se habían atrevido a hacerle frente, tenía sobre el ajedrez el siguiente criterio moralizador: “Indudablemente, es el juego de los filósofos. Dejad que el tablero de ajedrez sustituya al tapete verde de los naipes y enseguida se apreciará una enorme mejora en la moralidad de la comunidad”.
El ajedrez es muy complicado y difícil de jugar bien. El ajedrez es tan complejo e interesante que aún hasta se discute cuál pieza es más importante entre un alfil y un caballo. Quizá la mejor respuesta es hacer depender esa importancia de la concreta situación de una partida determinada. Dentro de la estrategia del ajedrez es fundamental, entre muchas otras, la teoría de las aperturas, sobre las cuales hay muy numerosas teorías y libros al respecto (que llenarían bibliotecas enteras), así como de todos los aspectos del ajedrez. Creo que la táctica del sacrificio de piezas valiosas para ganar una posición ventajosa, se emplea más en las primeras etapas de la partida. Ese sacrificio puede ser total (entrega pura y simple de la pieza) o parcial, cuando se cambia una pieza por otra menos valiosa con idéntica propósito. Paradigmática al respecto fue la denominada “Partida Inmortal” entre Anderssen (blancas) y Kieseritzky (negras) en Londres, el 21 de junio de 1851. Es considerada como máximo exponente de la escuela romántica del ajedrez porque Anderssen principió con unos impresionantes sacrificios, logró una posición admirable y mateó a Kieseritzky. En la misma línea están los gambitos y el del rey es el más conocido.
En torneos formales y en el transcurso de la partida, cada jugador está obligado a anotar sus propias jugadas y las de su oponente, jugada tras jugada, de forma tan clara y legible como se pueda. Y si una partida no ha terminado al final del tiempo establecido, el árbitro exigirá al jugador de turno que "selle" su jugada y que la anote de forma clara e inequívoca en su planilla, que pondrá en un sobre cerrado junto con la de su oponente: Después detendrá su reloj sin activar el del oponente. Hasta que hayan parado los relojes, el jugador mantiene el derecho a cambiar su jugada secreta. Y en la sala de juego se permitirá el uso de pantallas o monitores que muestren la posición actual sobre el tablero, los movimientos y el número de jugadas realizadas, así como relojes: Un “final a caída de bandera” es la última fase de una partida sui géneris, en la cual todas las jugadas restantes deben realizarse en un tiempo limitado.
La partida es tablas cuando hay “jaque perpetuo” o, también, cuando se llega a una posición a partir de la cual no puede producirse un mate mediante ninguna posible combinación de jugadas, e incluso jugando de la forma más torpe. Eso finaliza inmediatamente la partida. También hay tablas cuando se da la misma posición por tercera vez.
En las partidas efectuadas con más seriedad o formalidad, no se debe hablar y menos al oponente porque, al ser un duelo regido por la inteligencia y cavilación consecuencial, el silencio es supremamente valorado e incluso mandatorio u obligante en torneos formales. Es clásica la expresión ajedrecística “Piece touche, piece joue”: Después del jugador haber soltado una pieza en una casilla, como jugada legal o parte de una jugada legal, no está permitido moverla a otra casilla. Si un jugador quiere enrocar, no podrá hacerlo si toca primero la torre.
El objetivo de cada jugador es situar al rey de su oponente “bajo ataque”, de tal forma que éste no disponga de ninguna jugada legal o movimiento de pieza que evite la captura del rey en la siguiente jugada. El jugador que logra este propósito da “mate” al rey de su oponente y gana la partida. Hay las muy impresionantes partidas simultáneas, en las cuales un excelente jugador (por lo común maestro) enfrenta varias perdonas al mismo tiempo: Despliéganse varios jugadores (diez por ejemplo) y sendos tableros, contra los cuales compite aquel solo gran jugador, que una y otra vez camina y recorre la fila de tableros…
El ajedrez es, como se ha dicho con reiteración, difícil. Enseñaba W. Steinitz: “El ajedrez es difícil, exige esfuerzo, reflexión seria, y sólo el escrutinio diligente puede satisfacer. La crítica despiadada es lo único que conduce al objetivo. Pero, por desgracia, muchos consideran la crítica como un enemigo, en vez de una guía hacia la verdad. Sin embargo, nadie me apartará nunca del camino que conduce a la verdad”.
En el ajedrez, repito, hay muchas famosas teorías sobre inicios y añado que igualmente sobre los decisivos finales. En torneos formales es imperativo el uso de un reloj de ajedrez ––en un pequeño trozo de madera rectangular hay sendos relojes–– lo cual supone que cada jugador debe realizar un número mínimo de jugadas, o todas, en un período de tiempo prefijado. Durante la partida, cada jugador, una vez realizada su jugada sobre el tablero, detendrá su reloj y de modo automático se pondrá en marcha el de su oponente. El competir con reloj significa mucha más presión para los dos jugadores por razones obvias. Se usan sendos relojes que son activados cada vez que se hace un movimiento y, reitero, se detienen ipsofacto para que mueva el contrincante. Como es de suponer, en juegos amistosos e informales, también se puede usar el bicéfalo reloj, que es inusual en tales casos por ser algo fastidioso para quienes no están acostumbrados, que son mayoría.
El ajedrez rápido debe concluir no después de quince a sesenta minutos por jugador. En torneos formales y en el transcurso de la partida, cada jugador está obligado a anotar sus propias jugadas y las de su oponente, jugada tras jugada, de forma tan clara y legible como sea posible. Y si una partida no ha terminado al final del tiempo establecido, el árbitro exigirá al jugador de turno que "selle" su jugada y que la anote de forma clara e inequívoca en su planilla, que pondrá en un sobre cerrado junto con la de su oponente: Después detendrá su reloj sin activar el del contrario. Hasta que hayan parado los relojes, el jugador mantiene el derecho a cambiar su jugada secreta. Y en la sala de juego se permitirá el uso de pantallas o monitores que muestren la posición actual sobre el tablero, los movimientos y el número de jugadas realizadas, así como relojes: Un “final a caída de bandera” es la última fase de una partida sui géneris, en la cual todas las jugadas restantes deben realizarse en un tiempo limitado.
La partida es tablas cuando hay “jaque perpetuo” o, también, cuando se llega a una posición a partir de la cual no puede producirse un mate mediante ninguna posible combinación de jugadas, e incluso jugando de la forma más torpe. Eso finaliza inmediatamente la partida. También hay tablas cuando se da la misma posición por tercera vez. El jaque perpetuo equivale a tablas y es exigible. En torneos formales y en el transcurso de la partida, cada jugador está obligado a anotar sus propias jugadas y las de su oponente, jugada tras jugada, de forma tan clara y legible como sea posible. Y si una partida no ha terminado al final del tiempo establecido, el árbitro exigirá al jugador de turno que "selle" su jugada y que la anote de forma clara e inequívoca en su planilla, que pondrá en un sobre cerrado junto con la de su oponente: Después detendrá su reloj sin activar el del oponente. Hasta que hayan parado los relojes, el jugador mantiene el derecho a cambiar su jugada secreta. Y en la sala de juego se permitirá el uso de pantallas o monitores que muestren la posición actual sobre el tablero, los movimientos y el número de jugadas realizadas, así como relojes: Un “final a caída de bandera” es la última fase de una partida sui géneris, en la cual todas las jugadas restantes deben realizarse en un tiempo limitado.
La partida es tablas cuando hay “jaque perpetuo” o, también, cuando se llega a una posición a partir de la cual no puede producirse un mate mediante ninguna posible combinación de jugadas, e incluso jugando de la forma más torpe. Eso finaliza inmediatamente la partida. También hay tablas cuando se da la misma posición por tercera vez.
Una modalidad muy amena es la de partidas en consulta, en la cual los jugadores pudieran requerir recomendaciones u opiniones de eventuales circunstantes. Y como al momento de hacerse cada jugada tiene una muy breve descripción ––por ejemplo en la clásica y muy conveniente salida “peón cuatro rey”–– la competición puede ser anotada por completo y después ser íntegramente reproducida y también anunciada para que, por ejemplo, pueda haber partidas “a distancia” y hasta transoceánica como si alguien jugara en Europa y otro desde Suramérica. Por esto puede haber interesantes y aun divertidas contiendas entre grupos reunidos al efecto y situados a razonable distancia ––de metros u oceános de por medio–– porque es impensable que los integrantes de un grupo comentaran la situación del juego y su estrategia en presencia del otro grupo rival. En tales casos se anuncian las jugadas y cada jugador o grupo las anota hasta la culminación. El poder ser reproducidos los juegos con posterioridad y por completo, es lo que permite volver a ver las partidas entre grandes maestros, disfrutar de su habilidad y aprender de su sapiencia.
En las partidas efectuadas con más seriedad o formalidad, no se debe hablar y menos al oponente porque, al ser un duelo regido por la inteligencia y cavilación consecuencial, el silencio es supremamente valorado e incluso mandatorio u obligante en torneos formales. Y por esto es clásica la expresión ajedrecística “Piece touche, piece joue”… Después del jugador haber soltado una pieza en una casilla, como jugada legal o parte de una jugada legal, no está permitido moverla a otra casilla. Si un jugador quiere enrocar, no podrá hacerlo si toca primero la torre.
El objetivo de cada jugador es situar al rey de su oponente “bajo ataque”, de tal forma que éste no disponga de ninguna jugada legal o movimiento de pieza que evite la captura del rey en la siguiente jugada. El jugador que logra este propósito da “mate” al rey de su oponente y gana la partida.
El ajedrez, como se dijo antes, es un juego de inmensa difusión mundial. Se afirma que se originó en la India (años 319 y 543 d.C.) con un juego similar conocido como “Chaturanga”, que se traduce como “cuatro divisiones militares”, refiriéndose a las cuatro piezas del juego: La caballería e infantería, los elefantes y los carros de guerra, que respectivamente equivalían a las modernas piezas del peón, caballo, alfil y de la torre, en las cuales convirtiéronse. Las Naciones Unidas establecieron como Día Mundial del Ajedrez el 20 de julio. Se asegura que alrededor del setenta por ciento de la población adulta (al menos en Rusia, Estados Unidos, Reino Unido, Alemania e India) ha jugado al ajedrez en algún momento de sus vidas. La mayoría de los campeones mundiales de ajedrez han sido soviéticos y rusos, quienes han hecho la mayor aportación en la historia del ajedrez.
El actual Campeón Mundial de Ajedrez es el chino Ding Liren (2023).
Este Gran Maestro chino, de treinta años, derrotó al Gran Maestro ruso Ian Nepomniachtchi, de 32 años, en el Campeonato Mundial de Ajedrez 2023 y se proclamó Campeón del Mundo de ajedrez. El ganador se decidió mediante desempates después de que el marcador estuviera empatado a 7-7 tras las partidas clásicas. Este Gran Maestro chino derrotó al ruso Ian Nepomniachtchi en la última partida del desempate del duelo por el campeonato mundial, convirtiéndose en el primer jugador de su país en alzarse con el título y haciendo al gigante asiático la nueva meca del ajedrez: Tanto el campeón como la campeona del mundo son chinos. Otros campeones mundiales de ajedrez han sido:
Wilhelm Steinitz (1886 – 1894)
Emanuel Lasker (1894 – 1921)
(Lasker fue campeón del mundo durante ¡¡veintisiete años!! y un matemático tan excelente que creó el “teorema del fraccionamiento”. Einstein calificó a Lasker como “una de las personas más interesantes que he llegado a conocer”. ((Egbert Tarrasch, 1862-1934, era un excelente jugador de ajedrez; pero de tan mal carácter que, antes de enfrentarse a Lasker por el título mundial, le dijo groseramente: "A usted, doctor Lasker, sólo tengo que decirle dos palabras: ¡jaque mate!". Y se fue dando un portazo. Después recibió una paliza sobre el tablero: perdió ocho partidas, ganó tres y cinco quedaron en tablas).
José Raúl Capablanca (1921 – 1927)
(El famoso ajedrecista cubano Capablanca, uno de los mayores prodigios del ajedrez, era un gran maestro de finales; derrotó a Lasker en 1921 y se convirtió en Campeón Mundial de Ajedrez. Entre 1916 y 1924, Capablanca ganó cuarenta partidas y cosechó veintitrés empates sin derrota en partidas de torneo. Capablanca confesó: “Ha habido momentos en mi vida en los que estuve muy cerca de pensar que no podría perder ni una sola partida. Entonces, resultaba vencido, y la derrota me obligaba a descender a tierra, desde el mundo de los sueños”).
Alexander Alekhine (1927 – 1935, 1937 – 1946)
(Alexander Alekhine era conocido como un maestro de las combinaciones profundas de ataque. Fue el único campeón del mundo que murió invicto en 1946. Derrotó inesperadamente a Capablanca en 1927, venció a Yefim Bogoliúbov en dos ocasiones y perdió brevemente el título ante Euwe en 1935-1937. En 1935, cuando era campeón del mundo de ajedrez, Alexander Alekhine se disponía a cruzar la frontera polaca, habiendo olvidado su pasaporte. Cuando los funcionarios de la frontera se lo requirieron, contestó: “Me llamo Alekhine. Soy campeón mundial de ajedrez. Tengo un gato llamado "Ajedrez". No necesito más documentación”. Alekhine fue, insisto, el único jugador hasta la fecha que falleció siendo campeón del mundo).
Max Euwe (1935 – 1937)
Mijaíl Botvinnik (1948 – 1957, 1958-1960, 1961 – 1963)
(Primer gran maestro de la Unión Soviética y uno de los más fuertes del mundo del ajedrez. Durante 40 años, Botvinnik participó en la formación de tres futuros campeones del mundo: Karpov, Kasparov y Kramnik. Botvinnik se convirtió en el primer campeón de ajedrez que ganó el título en un torneo tras la muerte de Alekhine. Empató contra David Bronstein (1951) y Vasily Smyslov (1954) y perdió dos veces, en 1957 y 1960, pero al año siguiente derrotó a sus rivales en la revancha).
Vasili Smyslov (1957 – 1958)
Mikhail Tal (1960 – 1961)
Tigran Petrosian (1963 – 1969)
(Su estilo era muy seguro y Fisher dijo de él que “sabía detectar y alejar el peligro veinte jugadas antes de que éste surgiera”. Botvinik dijo que “Petrosian posee el talento más original y genuino de todos nuestros grandes maestros”).
Boris Spassky (1969 – 1972)
Robert Fischer (1972 – 1975)
Anatoly Karpov (1975 – 1985)
Garry Kasparov (1985 – 2000).
(Chess.com lo calificó como el mejor ajedrecista de todos los tiempos en 2020. Batió el récord de Tal como campeón mundial más joven. También comparte con Lasker el récord de victorias en un partido de campeonato mundial. Dos de ellos no se jugaron bajo los auspicios de la FIDE, ya que Kasparov y Nigel Short rompieron con esa organización en 1993).
En Venezuela ha habido muy buenos ajedrecistas y de algunos haré mención por clasificados en la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE). El justo el comenzar por José Rafael Gascón, quien en 2018 fue reconocido por la FIDE como Gran Maestro del Ajedrez, el mayor título otorgado por la Federación Internacional de Ajedrez. Como Maestros Internacionales fueron distinguidos por la FIDE nueve venezolanos: Eddy Ravelo Gil, Jorge Samuel Bobadilla Riera, Félix José Inojosa Aponte, José Rafael Sequera Paolini, Juan Armando Rohl Montes, Carlos Alberto Gallegos Díaz, Johann Carlos Álvarez Márquez, Antonio Fernández y Jaime José Romero Barreto.
Otros venezolanos son, según lista muy defectuosa y corregida en lo posible, Maestros de Ajedrez: Vivas Zamora, Fabián Ernesto, Guerra Osío, José Luis Leyva Proenza, Richard Guerrero Vargas, Andrés Jesús, Díaz Velandia, José Manuel Brizuela Abreu, Ronald Jesús Soto Páez, Oliver De La Trinidad, Blanco Acevedo, Cristóbal José Sánchez Pouso, Celso Estanislao Bassan Noriega, Remo Enrique, Zowain Aguilar, Luis Alfonso Hernández Jiménez, Gustavo Medina Cruzata, José Miguel Andrade Andrade, Miguel Ulises Piñero Rodríguez, Carlos José Escalona Landi, Samid Eduardo Pérez, Johnny José Uzcátegui Rodríguez, Alejandro Meléndez Tirado, Jacobo Rodríguez Álvarez, Vidal Sánchez, Kelvin Antonio Caro, Napoleón Alberto Osorio Itanare, José Augusto Borges Delgado, Gabriel José Díaz Huizar, Álvaro Martínez Reyes, Pedro Ramón Zavarce Sayago, Oscar Enrique Castro Torres, José Luis Palomo, Franklin Annervys, Vidal Meléndez, Ismael David Semerene Indriago, Dumit Villarroel, Gerber Rodríguez Portela, Daniel Guédez Rodríguez, Armando Palacios Lanza, Antonio García González, Pedro Julio Salazar Farías, Luis Germán Marichal González, Ariel Márquez Ruiz y Ángel De Jesús. Muy especial mención merece el señor Salvador Díaz Carías, el ajedrecista venezolano que el 29 de julio de 2021 recibió el título de Maestro Fide ¡¡a los ochenta y ocho años!!
Del ajedrez (jugado por seiscientos cinco millones de adultos regularmente) se asegura que matemáticamente hay más juegos de ajedrez posibles que átomos en el universo observable, lo cual me resulta del todo increíble.
El ajedrez, como “juego” bélico que es, enciende furiosas pasiones y a veces hasta arrebatos belicistas. En 1972 hubo la más apasionada y famosa contienda de que se tengan noticias, por el campeonato mundial de ajedrez. Se produjo un ardoroso e inusitado interés universal ––en plena “Guerra Fría”–– por el enfrentamiento entre el campeón mundial ruso, Boris Spassky, y el retador estadounidense Boby Fischer, quien era muy solitario, huraño y hacía permanentes desplantes de toda índole. Incluso en Venezuela ––y en otros países con no tánta afición ajedrecística–– despertó bastante interés ese tremendo choque de colosales inteligencias ajedrecísticas filiadas a las dos superpotencias mundiales.
Agregué el término “ajedrecística” porque, en mi criterio, la inteligencia debe ser no sólo material sino también espiritual y traducirse en la capacidad de ser feliz: Es obvio que Fisher estaba muy lejos de tenerla. Tan grande atención fue incrementada por el hecho insólito e inaudito de que por vez primera era desafiado el dominio ruso en el ajedrez, y encima por un estadounidense. El predominio ajedrecístico ruso ha sido inmenso, al extremo de que hay doscientos cuarenta y seis Grandes Maestros en Rusia y un centenar (101) estadounidenses.
El legendario match entre Bobby Fischer y Spassky
La Unión Soviética mostraba con orgullo la hegemonía de sus campeones mundiales de ajedrez, como parámetro de los pueblos de alto coeficiente mental por su óptima alimentación y cultura. Los soviéticos sostuvieron el Campeonato del Mundo, entre 1948 y 1972. El Secretario de Estado, Henry Kissinger, insistió mucho para que el prodigioso Bobby Fischer aceptara ir a Reikiavik, Islandia, a disputarle el título mundial al genial Boris Spassky. El propio presidente Richard Nixon alentó ese enfrentamiento. Y el mundo, por más de un mes, se paralizó.
Ya estaban frente a frente Fischer y Spassky en la partida diecisiete. Algo más que un tablero los separaba: una verdadera batalla. Acaso la de mejor nivel técnico después de la Segunda Guerra Mundial y sin duda la más histórica, promocionada y fantástica. Fischer logró que no se permita la entrada a menores de 10 años y que los jóvenes sean revisados para que les quiten los chocolates envueltos en aluminio. (…) Pero Quinteros consiguió la palabra de Fischer. Y esto es tan imposible como que yo le gane a Fischer o a Spassky. No sólo es imposible para los periodistas: aquí estuvo el presidente de la Federación Italiana y Fischer no lo recibió; estuvo su propio embajador y no lo recibió; estuvo el representante del primer ministro de Islandia y no lo recibió; estuvo el millonario inglés James Slater, que aportó 125 mil dólares para que Fischer doblara sus ganancias, y no lo recibió. Fui adentro y vi. Fischer mueve y se va del escenario. Spassky se queda pensando. Cuando el campeón mueve, Bobby regresa siempre con un vaso en la mano. (…)
–¿Qué es lo primero que hará si se consagra campeón mundial?
–Descansaré un poco y trataré de que otro no me lo quite.
–¿Le interesaría que lo reciba Nixon?
–Podría ser.
–¿Qué opina de Spassky?
–Fue un gran campeón. Y basta, tengo que entrar ya mismo.
Walter Green, el fotógrafo de la Associated Press que trabaja para Chester Fuchs, no lo podía creer. Su odio hacia Fischer le obliga a decir que Bobby es un loco. Fuchs le ha iniciado una demanda por 1.750.000 dólares. Al no permitir Fischer la televisación, Fuchs ha dejado de ganar mucho dinero.
En pocos minutos la partida habrá concluido. Cuando Spassky movió por tercera vez su alfil. Fischer llamó al árbitro Lother Schmidt y se lo hizo notar. Eso significaba tablas. Y así fue.
aaf.yorga@gmail.com
(Lasker fue campeón del mundo durante ¡¡veintisiete años!! y un matemático tan excelente que creó el “teorema del fraccionamiento”. Einstein calificó a Lasker como “una de las personas más interesantes que he llegado a conocer”. ((Egbert Tarrasch, 1862-1934, era un excelente jugador de ajedrez; pero de tan mal carácter que, antes de enfrentarse a Lasker por el título mundial, le dijo groseramente: "A usted, doctor Lasker, sólo tengo que decirle dos palabras: ¡jaque mate!". Y se fue dando un portazo. Después recibió una paliza sobre el tablero: perdió ocho partidas, ganó tres y cinco quedaron en tablas).
José Raúl Capablanca (1921 – 1927)
(El famoso ajedrecista cubano Capablanca, uno de los mayores prodigios del ajedrez, era un gran maestro de finales; derrotó a Lasker en 1921 y se convirtió en Campeón Mundial de Ajedrez. Entre 1916 y 1924, Capablanca ganó cuarenta partidas y cosechó veintitrés empates sin derrota en partidas de torneo. Capablanca confesó: “Ha habido momentos en mi vida en los que estuve muy cerca de pensar que no podría perder ni una sola partida. Entonces, resultaba vencido, y la derrota me obligaba a descender a tierra, desde el mundo de los sueños”).
Alexander Alekhine (1927 – 1935, 1937 – 1946)
(Alexander Alekhine era conocido como un maestro de las combinaciones profundas de ataque. Fue el único campeón del mundo que murió invicto en 1946. Derrotó inesperadamente a Capablanca en 1927, venció a Yefim Bogoliúbov en dos ocasiones y perdió brevemente el título ante Euwe en 1935-1937. En 1935, cuando era campeón del mundo de ajedrez, Alexander Alekhine se disponía a cruzar la frontera polaca, habiendo olvidado su pasaporte. Cuando los funcionarios de la frontera se lo requirieron, contestó: “Me llamo Alekhine. Soy campeón mundial de ajedrez. Tengo un gato llamado "Ajedrez". No necesito más documentación”. Alekhine fue, insisto, el único jugador hasta la fecha que falleció siendo campeón del mundo).
Max Euwe (1935 – 1937)
Mijaíl Botvinnik (1948 – 1957, 1958-1960, 1961 – 1963)
(Primer gran maestro de la Unión Soviética y uno de los más fuertes del mundo del ajedrez. Durante 40 años, Botvinnik participó en la formación de tres futuros campeones del mundo: Karpov, Kasparov y Kramnik. Botvinnik se convirtió en el primer campeón de ajedrez que ganó el título en un torneo tras la muerte de Alekhine. Empató contra David Bronstein (1951) y Vasily Smyslov (1954) y perdió dos veces, en 1957 y 1960, pero al año siguiente derrotó a sus rivales en la revancha).
Vasili Smyslov (1957 – 1958)
Mikhail Tal (1960 – 1961)
Tigran Petrosian (1963 – 1969)
(Su estilo era muy seguro y Fisher dijo de él que “sabía detectar y alejar el peligro veinte jugadas antes de que éste surgiera”. Botvinik dijo que “Petrosian posee el talento más original y genuino de todos nuestros grandes maestros”).
Boris Spassky (1969 – 1972)
Robert Fischer (1972 – 1975)
Anatoly Karpov (1975 – 1985)
Garry Kasparov (1985 – 2000).
(Chess.com lo calificó como el mejor ajedrecista de todos los tiempos en 2020. Batió el récord de Tal como campeón mundial más joven. También comparte con Lasker el récord de victorias en un partido de campeonato mundial. Dos de ellos no se jugaron bajo los auspicios de la FIDE, ya que Kasparov y Nigel Short rompieron con esa organización en 1993).
En Venezuela ha habido muy buenos ajedrecistas y de algunos haré mención por clasificados en la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE). El justo el comenzar por José Rafael Gascón, quien en 2018 fue reconocido por la FIDE como Gran Maestro del Ajedrez, el mayor título otorgado por la Federación Internacional de Ajedrez. Como Maestros Internacionales fueron distinguidos por la FIDE nueve venezolanos: Eddy Ravelo Gil, Jorge Samuel Bobadilla Riera, Félix José Inojosa Aponte, José Rafael Sequera Paolini, Juan Armando Rohl Montes, Carlos Alberto Gallegos Díaz, Johann Carlos Álvarez Márquez, Antonio Fernández y Jaime José Romero Barreto.
Otros venezolanos son, según lista muy defectuosa y corregida en lo posible, Maestros de Ajedrez: Vivas Zamora, Fabián Ernesto, Guerra Osío, José Luis Leyva Proenza, Richard Guerrero Vargas, Andrés Jesús, Díaz Velandia, José Manuel Brizuela Abreu, Ronald Jesús Soto Páez, Oliver De La Trinidad, Blanco Acevedo, Cristóbal José Sánchez Pouso, Celso Estanislao Bassan Noriega, Remo Enrique, Zowain Aguilar, Luis Alfonso Hernández Jiménez, Gustavo Medina Cruzata, José Miguel Andrade Andrade, Miguel Ulises Piñero Rodríguez, Carlos José Escalona Landi, Samid Eduardo Pérez, Johnny José Uzcátegui Rodríguez, Alejandro Meléndez Tirado, Jacobo Rodríguez Álvarez, Vidal Sánchez, Kelvin Antonio Caro, Napoleón Alberto Osorio Itanare, José Augusto Borges Delgado, Gabriel José Díaz Huizar, Álvaro Martínez Reyes, Pedro Ramón Zavarce Sayago, Oscar Enrique Castro Torres, José Luis Palomo, Franklin Annervys, Vidal Meléndez, Ismael David Semerene Indriago, Dumit Villarroel, Gerber Rodríguez Portela, Daniel Guédez Rodríguez, Armando Palacios Lanza, Antonio García González, Pedro Julio Salazar Farías, Luis Germán Marichal González, Ariel Márquez Ruiz y Ángel De Jesús. Muy especial mención merece el señor Salvador Díaz Carías, el ajedrecista venezolano que el 29 de julio de 2021 recibió el título de Maestro Fide ¡¡a los ochenta y ocho años!!
Del ajedrez (jugado por seiscientos cinco millones de adultos regularmente) se asegura que matemáticamente hay más juegos de ajedrez posibles que átomos en el universo observable, lo cual me resulta del todo increíble.
El ajedrez, como “juego” bélico que es, enciende furiosas pasiones y a veces hasta arrebatos belicistas. En 1972 hubo la más apasionada y famosa contienda de que se tengan noticias, por el campeonato mundial de ajedrez. Se produjo un ardoroso e inusitado interés universal ––en plena “Guerra Fría”–– por el enfrentamiento entre el campeón mundial ruso, Boris Spassky, y el retador estadounidense Boby Fischer, quien era muy solitario, huraño y hacía permanentes desplantes de toda índole. Incluso en Venezuela ––y en otros países con no tánta afición ajedrecística–– despertó bastante interés ese tremendo choque de colosales inteligencias ajedrecísticas filiadas a las dos superpotencias mundiales.
Agregué el término “ajedrecística” porque, en mi criterio, la inteligencia debe ser no sólo material sino también espiritual y traducirse en la capacidad de ser feliz: Es obvio que Fisher estaba muy lejos de tenerla. Tan grande atención fue incrementada por el hecho insólito e inaudito de que por vez primera era desafiado el dominio ruso en el ajedrez, y encima por un estadounidense. El predominio ajedrecístico ruso ha sido inmenso, al extremo de que hay doscientos cuarenta y seis Grandes Maestros en Rusia y un centenar (101) estadounidenses.
El legendario match entre Bobby Fischer y Spassky
La Unión Soviética mostraba con orgullo la hegemonía de sus campeones mundiales de ajedrez, como parámetro de los pueblos de alto coeficiente mental por su óptima alimentación y cultura. Los soviéticos sostuvieron el Campeonato del Mundo, entre 1948 y 1972. El Secretario de Estado, Henry Kissinger, insistió mucho para que el prodigioso Bobby Fischer aceptara ir a Reikiavik, Islandia, a disputarle el título mundial al genial Boris Spassky. El propio presidente Richard Nixon alentó ese enfrentamiento. Y el mundo, por más de un mes, se paralizó.
Ya estaban frente a frente Fischer y Spassky en la partida diecisiete. Algo más que un tablero los separaba: una verdadera batalla. Acaso la de mejor nivel técnico después de la Segunda Guerra Mundial y sin duda la más histórica, promocionada y fantástica. Fischer logró que no se permita la entrada a menores de 10 años y que los jóvenes sean revisados para que les quiten los chocolates envueltos en aluminio. (…) Pero Quinteros consiguió la palabra de Fischer. Y esto es tan imposible como que yo le gane a Fischer o a Spassky. No sólo es imposible para los periodistas: aquí estuvo el presidente de la Federación Italiana y Fischer no lo recibió; estuvo su propio embajador y no lo recibió; estuvo el representante del primer ministro de Islandia y no lo recibió; estuvo el millonario inglés James Slater, que aportó 125 mil dólares para que Fischer doblara sus ganancias, y no lo recibió. Fui adentro y vi. Fischer mueve y se va del escenario. Spassky se queda pensando. Cuando el campeón mueve, Bobby regresa siempre con un vaso en la mano. (…)
–¿Qué es lo primero que hará si se consagra campeón mundial?
–Descansaré un poco y trataré de que otro no me lo quite.
–¿Le interesaría que lo reciba Nixon?
–Podría ser.
–¿Qué opina de Spassky?
–Fue un gran campeón. Y basta, tengo que entrar ya mismo.
Walter Green, el fotógrafo de la Associated Press que trabaja para Chester Fuchs, no lo podía creer. Su odio hacia Fischer le obliga a decir que Bobby es un loco. Fuchs le ha iniciado una demanda por 1.750.000 dólares. Al no permitir Fischer la televisación, Fuchs ha dejado de ganar mucho dinero.
En pocos minutos la partida habrá concluido. Cuando Spassky movió por tercera vez su alfil. Fischer llamó al árbitro Lother Schmidt y se lo hizo notar. Eso significaba tablas. Y así fue.
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