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El sol de América

Otro 24 de julio y es muy propio el evocar algunas ejecutorias y la espléndida personalidad del incomparable héroe en su natalicio.

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

27/07/2023 05:00 am

Simón Bolívar, flor de raza y de siglo, es la estrella más luminosa y cálida de América. El héroe más deslumbrante e ilustre; desinteresado, magnánimo y generoso. Por eso el muy notable escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, cuando Venezuela ofrendó la estatua de Bolívar a EE.UU., sentenció en Washington:

“No voy a detenerme ante vosotros en el elogio de Bolívar, que forma ya parte inseparable de lo más alto y puro del patrimonio común de gloria del género humano. (…) Su obra de pensador político no es menor que sus realizaciones de guerrero y estadista por las que seis naciones le proclaman como su Libertador. En los cuarentisiete años de su vida humana cupo más tarea creadora que en las de los héroes clásicos (…) Si ese mismo mundo hispanoamericano tuviera que escoger en su historia un solo personero para representarlo en toda su amplitud, en toda su complejidad, en toda su combativa variedad, no podría escoger, entre sus grandes hombres, a otro más calificado que Bolívar”.

Nació en Caracas, en el seno de una familia riquísima y la vida parecía sonreírle por todo concepto; pero sufrió muy pronto los terribles golpes de la existencia porque siendo un niño de apenas tres años murió su padre en 1786. A los nueve años murió su madre en 1792 y contaba veinte años cuando recién casado también murió súbitamente su esposa en 1803. Todo ese inmenso dolor no impidió que fulgurara con maravilloso e inusitado esplendor su amorosa pasión por la libertad de su Patria…

En el paroxismo del dolor y probablemente para aliviarlo, viajó a “Ville Lumière” y nada mejor al efecto porque, según su muy célebre biógrafo Ludwig, “Nunca fue París tan alegre como en aquel año 1804. Todos los extranjeros ávidos de placer se daban cita allí… para derramar, en medio de mujeres, el júbilo y el oro… Entre los más alegres unos jóvenes usaban un nuevo sombrero, alto, de hermoso fieltro gris y se le dio el nombre de ‘sombrero Bolívar’… vestía como un Beauharnais, montaba espléndidamente y era capaz de bailar horas seguidas sin fatigarse y lo llamaban ‘el príncipe Bolívar’… le gustaba asombrar con su habilidad en el manejo del florete, del taco de billar y de la navaja, tanto con la mano izquierda como con la derecha. Hablaba de los bellos valles y bosques de Venezuela… Las fiestas dadas en su residencia, con tanta prodigalidad como desenfado, nunca terminaban antes de que al alba palideciesen las bujías. Elegante, Bolívar, gracias a su exótica apostura y a su país legendario, ejercía sobre las mujeres tal imperio que fue como cosa de milagro el que saliera intacto de aquel período de prodigalidad” (Ludwig: “Quizá despertaba poca simpatía entre los hombres, porque agradaba demasiado a las mujeres”).

No todo fue placer mundano en París. También se hundió noches enteras en sus libros de Filosofía. Cuando niño fue bien influido por su tocayo y maestro Simón Rodríguez (a quien halló en París), quien era un verdadero revolucionario. Allá ambos adoptaron a un semisalvaje perro sin raza y sin amo, al que llamaron Carlos y lo cuidaron y alimentaron; pero se sintieron desolados cuando los abandonó. Rodríguez se burló de Bolívar porque éste soñó repetidas veces con el animal y lamentaba demasiado su pérdida. Su amor por los animales ––en especial por los caballos y nunca se desprendió del suyo–– era proverbial. En protección de las vicuñas en 1825 decretó: Los que aprovechen la lana para comerciarla, podrán trasquilarlas en los meses de abril, mayo, junio y julio, para que la benignidad de la estación supla este abrigo del que se las priva (María Begoña Bolinaga).

Hasta la Iglesia católica ––que al principio adversó sus ideas republicanas–– lo exaltó como muy pocas veces había exaltado a un hombre y en los templos del Perú en 1825, al decir la misa, entre la Epístola y el Evangelio, celebrábase la gloria de Bolívar casi a la par de la divinidad:

De ti viene todo
Lo bueno, Señor;
nos diste a Bolívar:
gloria a ti, gran Dios.
¡Qué hombre es éste, Oh Cielos,
Que con tal primor
De tan altos dones
tu mano adornó!
Lo futuro anuncia
con tal precisión,
que parece el tiempo
ceñido a su voz…


El eminente intelectual y escritor venezolano, Rufino Blanco Fombona, aseguró:

Ningún hombre, en ninguna época de la historia, se encontró en las circunstancias que él, ni se multiplicó con el mismo señorío y el mismo éxito en tan varias actividades como las del apóstol, la del tribuno, la del diplomático, la del caudillo, la del general, la del estadista, la del legislador. Los españoles, que sabían a qué atenerse, personificaban en él la resistencia. Así el general Morillo, jefe expedicionario, escribía al Gobierno, a Madrid: ‘Él es la revolución’. Ningún hombre hasta él había realizado tan grandes cosas con tan escasos elementos, en lucha constante contra los más poderosos obstáculos: contra la geografía, contra la historia, contra la abyección, contra el fanatismo, contra la ignorancia, en pueblo sin tradiciones militares, sin educación guerrera, sin unidad étnica, sin disciplina, sin dinero, sin crédito, sin nombre, sin nada. Semejante circunstancia, que los historiadores y comentaristas admitirán unánimes, lo distingue entre todos los héroes antiguos y modernos, y le da, según la expresión del belga De Pratt, un puesto aparte en la historia”.

Los españoles eran sumamente crueles y aplicaban terribles torturas a los patriotas. Boves fue el más repugnante exponente de la maldad vesánica y por ejemplo hacía dar fiestas, en las cuales obligaban a las venezolanas a bailar con ellos en diversos salones, mientras afuera sus esposos ––no combatientes–– eran asesinados vilmente. Tales atrocidades obligaron al Libertador a reaccionar y dictó el justísimo y célebre Decreto de Guerra a Muerte.

Eso lo confirma ––con mucha más autoridad que quien esto escribe–– el gran historiador, eminente bolivariano y de bastante amor patrio y muy buena pluma, Vicente Lecuna Salvoch:

“La Guerra de Independencia tuvo en Venezuela un carácter distinto al de los demás países españoles de América, debido a la geografía, a la mezcla de razas en la masa popular, al genio vivo y despierto de los venezolanos, causa principal del ardor en la lucha, y a la tendencia individualista de nuestro pueblo luchador y anárquico. Morillo decía que los venezolanos eran los franceses de América por su valor y vivacidad en la guerra, pero sin virtudes ni educación. (…) Escapado en 1812 milagrosamente de la catástrofe de la República de Venezuela, Bolívar, con la protección de Camilo Torres, logró organizar en la Nueva Granada una columna para libertar a Venezuela. El 14 de mayo partió de Cúcuta hacia Mérida. Venía agitado por los horrores cometidos por Monteverde, las prisiones en masa, la tiranía despiadada de los hombres vulgares peninsulares y canarios del país. Recordaba los crímenes de Antoñanzas y llegaban noticias de las crueldades cometidas por los españoles en oriente. En Mérida tuvo conocimiento de la orden general de Antonio Tizcar de 3 de mayo de no dar cuartel a los rendidos, de acuerdo con la real orden de 11 de enero del Secretario de Guerra, emanada del Supremo Consejo de Regencia, aprobando la conducta de Monteverde y su plan de pasar a cuchillo a cuantos resistieran con las armas, publicada en Caracas por bando el 13 de marzo de 1813.

Desde Mérida venía Bolívar meditando una medida considerada indispensable. Tal fue el origen del Decreto dado en Trujillo el 15 de junio de 1813 con su tremenda síntesis: ‘Españoles y canarios contad con la muerte aun siendo indiferentes si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos contad con la vida aunque seáis culpables’. (…) Nuestro eminente historiador Rafael María Baralt, lo considera como el más grande y trascendental de los pensamientos revolucionarios de Bolívar. De hecho, según dice, la guerra a muerte estaba declarada y se hacía por los españoles con notable violencia. Desde los primeros momentos, agrega Baralt, dos hechos decisivos estaban demostrados. Uno que los españoles eran agresores en la guerra a muerte y el otro que las tropas venezolanas estaban dispuestas a aceptarla y hacerla con igual rigor que sus contrarios”.


Simón Bolívar condenó la ingratitud como “el crimen más abominable”. Y de ser él persona agradecida dio plena prueba en relación con Francisco Iturbe quien, cuando en 1812 hubo la traición del comandante de La Guaira, coronel Manuel María Casas, Bolívar abandonado fue solo y llevado por Iturbe a presencia del feroz Monteverde, “porque mis compañeros de armas no se atrevieron a castigar a aquel traidor o a vender caramente nuestras vidas”, y presentado así por Iturbe a ese asesino serial: “Aquí está el comandante de Puerto Cabello, don Simón Bolívar, por quien he ofrecido mi garantía, si a él le toca alguna pena, yo la sufro; mi vida está por la suya”. Al correr de los años Iturbe sufrió grave peligro y Simón Bolívar intervino así: “Don Francisco Iturbe ha emigrado por punto de honor, no por enemigo de la República, y aun cuando lo fuera, él ha contribuido a libertarla de sus opresores, sirviendo a la humanidad y cumpliendo con sus propios sentimientos, no de otro modo. Colombia, al prohijar a hombres como Iturbe, llena su seno de hombres singulares. Si los bienes de Don Francisco Iturbe se han de confiscar, yo ofrezco los míos como él ofreció su vida por la mía, (…)”.

Otra vez, en mayo 24 de 1821, escribió a Fernando Peñalver: “Mi querido amigo: anoche recibí la carta de usted, que me trajo Anacleto. He sabido con mucho sentimiento, por el portador, que usted se halla en extrema miseria y como no tengo un maravedí de que disponer, le envío a usted la adjunta orden para mi criado, que tiene mi equipaje, para que se lo entregue, lo venda y se socorra. Entre otras cosas, debe haber alguna plata labrada, que de cualquier modo se puede vender pronto…”. Y al efecto hizo otra carta a su criado Dionisio: “Mi querido Dionisio: entregará usted al señor Peñalver todo mi equipaje y recibirá todo lo que él le devuelva; particularmente debe usted entregarle toda la plata labrada y cuantas alhajas tenga usted mías. Su afectísimo. Bolívar.”.

Simón Bolívar era absolutamente desprendido: Habiendo nacido riquísimo ––una de las fortunas más grandes del mundo–– lo dio todo por la Independencia al extremo de que murió en la miseria. Renunció ante el Congreso, en 1821, a sus sueldos y a los premios que le otorga Colombia como servidor público. Sobre su desprendimiento, el talentosísimo Blanco Fombona expresó: “Superioridad de Bolívar, en este punto, sobre Washington y Napoleón. Ejemplo único en Hispano-América, donde se marcharon con oro desde Lord Cochrane, San Martín y Rivadavia hasta Santander y Peña”.

Simón Bolívar quiso dar la libertad y efectivamente la concedió a sus muy numerosos esclavos –––heredados de su familia––– y después (en 1821) imploró al Congreso la abolición de la esclavitud de los negros porque quiso que “todo ser nacido en Colombia nazca libre”. En 1824, cuando estaba el Libertador en la cima de su gloria, escribe con pasión libertadora al Prefecto del Departamento de Trujillo en el Perú y alega en favor de los esclavos:

“Todos los esclavos ––ordena–– que quieran cambiar de señor, tengan o no tengan razón, y aun cuando sea por capricho, deben ser protegidos y debe obligarse a los amos a que les permitan cambiar de señor concediéndoles el tiempo necesario para que lo soliciten. S. E. previene a V. S. dispense a los pobres esclavos toda la protección imaginable del Gobierno, pues es el colmo de la tiranía privar a estos miserables del triste consuelo de cambiar de dominador. Por esta razón S. E. suspende todas las leyes que los perjudiquen sobre la libertad de escoger amo a su arbitrio y por su sola voluntad. Comunique V. S. esta orden al Síndico Procurador General para que esté entendido de ella y dispense toda protección a los esclavos”.

Muy audaz resultaba sin embargo aceptar aquella demanda del Libertador, y basta para juzgarlo así recordar que, más de cuarenta años después, la abolición de la esclavitud en Norteamérica provocó una larga y devastadora guerra civil allá.

Empero, no se satisfizo el Libertador con aquellas reiteradas órdenes, que sólo aliviaban la situación de los esclavos: La abolición total de la esclavitud había sido su infatigable demanda ante los legisladores de Venezuela y de Colombia. El Libertador principió por manumitir a sus propios siervos. Y, después, en 1816, expresó en carta al General Arismendi: “Proclamé la libertad general de los esclavos”. Y en 1819 señaló en su Mensaje al Congreso de Angostura: “Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República”.

Acaso para sentir y conceptuar así, fue influido por su desamparada situación cuando niño se fugó de la casa del hosco tío Carlos Palacios (con quien nunca congenió) el 23 de julio de 1795 (día anterior al de cumplir sus doce años) y ya huérfano de padre y madre. La intención del niño era refugiarse en el hogar de su hermana María Antonia; pero el tío tenía la ley a su favor, y después de muchos y dolorosos incidentes, el niño fue llevado a la fuerza al domicilio de su representante legal. Según el expediente levantado por las autoridades, el niño Bolívar manifestó entonces con sorprendente firmeza que los Tribunales “bien pueden disponer de mis bienes, y hacer de ellos lo que quieran, mas no de mi persona”. Y que si los esclavos tenían libertad para elegir amo a su satisfacción, por lo menos no debía negársele a él la de vivir en la casa que fuese de su agrado.

Simón Bolívar era absolutamente desprendido: Habiendo nacido riquísimo –––una de las fortunas más grandes del mundo–– lo dio todo por la Independencia al extremo de que murió en la miseria. Renunció ante el Congreso, en 1821, a sus sueldos y a los premios que le otorga Colombia como servidor público. Simón Bolívar se expresaba muy bien tanto en la forma oral como escrita. Muy bien y con bastante elegancia y un estilo ágil y vibrante, como su personalidad. Un libro de muy alto coturno (703 páginas) escribió la filóloga peruana Martha Hildebrant en 2001, dedicado al muy culto e interesante léxico del Libertador, munido de unos quince mil vocablos, parejos a los utilizados por Shakespeare por ejemplo. Hay venezolanismos, colombianismos, peruanismos, anglicismos y en mucha menor medida anglicismos.

Según uno de sus edecanes, el francés Perú De la Croix, “Después de almorzar, el Libertador fue a tomar su hamaca y me llamó para traducir versos franceses al castellano: tomó la Guerra de los Dioses y la leyó como si fuera una obra escrita en español: lo hizo con facilidad, prontitud y elocuencia; más de una hora seguí oyéndole con el mayor placer, y raras veces me preguntó el significado de alguna voz. En la comida volvió S.E. a hacer el elogio de dicha obra; pasó después a elogiar las de Voltaire, que es su autor favorito; criticó luego algunos autores ingleses, particularmente a Walter Scott y concluyó diciendo que la Nueva Eloísa, de J.J. Rousseau, no le agradaba por pesada, pero que el estilo era admirable. Que en Voltaire se encuentra todo: estilo, grandes y profundos pensamientos filosóficos, crítica fina y diversión”.

Simón Bolívar era muy fuerte, ágil y buen nadador: “Me acuerdo ––dijo el Libertador–– de una aventura singular, propia de un loco, aunque no pienso serlo: un día, bañándome en el Orinoco con todos los de mi Estado Mayor, con varios de mis generales y el actual coronel Martell hacía alarde de nadar más que los otros; yo le dije algo que le picó, y entonces me contestó que también nadaba mejor que yo. A cuadra y media de la playa, donde nos hallábamos, había dos cañoneras fondeadas, y yo, picado también, dije a Martell que, con las manos amarradas, llegaría primero que él a bordo de dichos buques. Nadie quería que se hiciese tal prueba, pero animado yo, había vuelto a quitarme mi camisa y con los tirantes de mis calzones, que dí al general Ibarra, le obligué a amarrarme las manos por detrás; me tiré al agua y llegué a las cañoneras con bastante trabajo. Martel me siguió y, por supuesto, llegó primero. El general Ibarra, temiendo que me ahogase, había hecho colocar en el río dos buenos nadadores para auxiliarme, pero no fue necesario. Este rasgo prueba la tenacidad que tenía entonces, aquella voluntad fuerte que nada podía detener; siempre adelante, nunca atrás: tal era mi máxima, y quizá a ella debo mis triunfos y lo que he hecho de extraordinario”.

Simón Bolívar era supremamente valeroso. De los muchísimos testimonios, datos y ejemplos al respecto, valga esto como próvido ejemplo: En inminente combate de infantería con los dos batallones rivales frente a frente, Bolívar, ante la mirada espantada de los patriotas, le quitó al abanderado el pabellón, lo lanzó a los españoles y gritó que había que ir a recogerlo e, ipso facto, él mismo corrió en solitario y espada en mano contra los asombrados realistas: Por fortuna los patriotas no tardaron en seguirlo y el Libertador salió indemne de semejante imprudencia temeraria…

Simón Bolívar no creía en cuestiones metafísicas, misterios, religiones ni presentimientos: “Si yo creyera en los presentimientos no regresaría a Bogotá, porque algo me está diciendo que allí me pasarán cosas malas y fatales. Pero al mismo tiempo me preguntó qué es lo que llamamos presentimientos, y mi razón contesta: un capricho o un extravío de nuestra imaginación, ideas, las más de las veces sin fundamento, y no advertencias seguras de lo que ha de suceder; porque no doy a nuestra inteligencia, o si se quiere al alma, la facultad de antever los acontecimientos y de leer en lo futuro. Confiesto, sin embargo, que en ciertos casos nuestra inteligencia puede juzgar que si hacemos tal o cual cosa, que si damos tal o cual paso, nos resultará un bien, o un mal. Pero es esto caso aparte y, por lo mismo, repito que no creo que ningún movimiento, ningún sentimiento interior, pueda pronosticarnos con certeza los acontecimientos venideros, por ejemplo, que si voy a Bogotá hallaré allí la muerte, una enfermedad o cualquier otro accidente funesto. No hago caso, pues, de tales presentimientos; mi razón los rechaza, cuando sobre ellos no puede mi reflexión calcular las probabilidades o que éstas están más bien en su contra. Sé que Sócrates, otros sabios y varios grandes hombres no han despreciado sus presentimientos, que los han observado y han reflexionado sobre ellos; pero tal sabiduría yo la llamo más bien debilidad, cobardía o, si se quiere, exceso de prudencia, y digo que tal resolución no puede salir de un espíritu despreocupado. Dicen que Napoleón ha creído en la fatalidad porque tenía fe en su fortuna, que llamaba su buena estrella. En el año 12, al pasar el Niemen para abrir su campaña sobre Rusia, su caballo cayó sobre la arena del río y él sobre la arena; una voz dijo: ‘Mal presagio, un romano retrocedería’. Napoleón no volvió atrás, siguió su campaña, que fue un desastre para su ejército, para Francia y para él. Mas ¿qué prueba esto? Nada, la caída fue una casualidad, y sólo un loco, un fanático o un imbécil podría mirarla como un aviso de la Divinidad sobre los fatales resultados de aquella empresa (…)”.

El gran sabio del siglo XX, Sigmund Freud, no existía y no había enseñado la tremenda importancia del subconsciente, cuyos “mensajes” llegan en forma de presentimientos; pero no son éstos una especie de brujería sino que, muchas veces, son el resultado analítico del inconsciente (mucho más grande que el consciente y por esto la imagen de éste como la parte del iceberg que se ve; y el subconsciente como la parte muchísimo más grande que no se ve del iceberg, por la simplicísima razón de que está hundido. Pero esas ideas “repentinas” sobre la conveniencia o la inconveniencia de actuar o no actuar de un modo determinado, no se formaron de repente sino que son el producto de un análisis del inconsciente sobre los pro y los contras de una acción o una inacción determinadas. Lo cual no quiere decir que en múltiples ocasiones tales ideas súbitas, o que con espontaneidad se le ocurren a la gente, no sean un resultado libre de causas remotas. Y en verdad es lógico y útil el proceder de acuerdo con esas ideas o “pálpitos”, porque muchas veces resultan de un análisis minucioso y reflexivo procedente del “Superyó” y de sus “mensajes” no siempre atinentes a la moralidad, sino también a la utilidad o conveniencia. Así que a los presentimientos no siempre se les debe asignar un oriente supersticioso y es prudente prestarles atención.

En 1930 las obras del muy famoso biógrafo alemán (de origen judío) Emil Ludwig, habían alcanzado tiradas de millones de ejemplares y habían sido traducidas a más de veintisiete lenguas. En su biografía sobre el Libertador, Ludwig aseveró que en la ideología de Bolívar contribuyó Rousseau –insigne republicano, defensor de la soberanía de las naciones y filósofo preferido por el anticlerical Club de los Jacobinos en París– al extremo de que Ludwig también escribió: “Nadie como Bolívar entre las figuras que han influido en la Historia Moderna, recibió las enseñanzas de Rousseau".

Influjo sobre Bolívar también ejerció Humboldt, notable sabio humanista (“humanitarista” le dirían esperpénticamente aquí los criollos) y hombre de mundo además; con una mentalidad independiente y gracias al cual Venezuela fue famosa de repente. El sapientísimo alemán recorrió el muy bello valle de Caracas o espléndido jardín (ninguna capital en el mundo está coronada por una selvática montaña como el Ávila) e hízole a Bolívar un alto elogio de Venezuela y en adelante se reunían a diario en casa de Humboldt e incluido Bonpland, a quien Bolívar ofreció la mitad de sus rentas si lo acompañaba a fundar un instituto para explorar Venezuela y la América del Sur. Júzguese cuán deslumbrante era ya la personalidad de Bolívar –que contaba sólo veinte años– para atraer e interesar en tan alto grado al omnisciente Humboldt

Simón Bolívar tenía una personalidad muy fuerte, como se demostró cuando se negó a presenciar la coronación de Napoleón –lo cual, entre otros muy enérgicos dicterios, le pareció “miserable”– y rechazó el asiento que le ofreció España en su palco. Ludwig afirma en su biografía sobre Bolívar, que La honra de haber desdeñado este acontecimiento la comparte con la madre de Napoleón y con Beethoven, quien rasgó entonces la dedicatoria de La Heroica”. Ante el Papa Pío VII y la exhortación del embajador, se negó Bolívar a arrodillarse y besarle las sandalias: “Dejad al joven indiano hacer lo que guste”, exclamó el Papa.

Inspirado por Simón Rodríguez, Rousseau y Humboldt, centelleó en el integérrimo Bolívar su ideal libertador (“libertario” dirían aquí macarrónicamente los criollos más empingorotados) y se consagró a su nobilísima misión de libertar a su Patria y otros pueblos suramericanos, lo cual logró con sumo éxito al través de la inigualable Guerra de Independencia o cúspide auroral de heroicidad suma, y testigos son Venezuela, Bolivia, Colombia, Perú, Ecuador y Panamá…

Ludwig, con millones de obras vendidas y gran admirador de Napoleón, comparó a éste con el Libertador y aseguró: “Serían para Bolívar todos los sufragios si se le comparase en aquel momento inicial de su carrera con el general Bonaparte en el umbral de la suya”.

Y agregó: “El general Mangin, crítico verdaderamente experto, ha considerado el paso de los Andes por Bolívar como ‘el episodio más imponente de la historia militar’ ".

El muy famoso biógrafo alemán (de origen judío) Emil Ludwig, aseguró en su biografía sobre el Libertador que ningún hombre de Estado terminó su vida de un modo tan hermoso como Bolívar, por su última proclama y por su postrera carta (pocos días antes de morir) clamando en términos muy sublimes y magníficos al general Briceño Méndez el reconciliarse con otro general por el bien de la Patria.

aaf.yorga@gmail.com
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