Bolas negras sobre el planeta
Razonablemente nunca pasa nada… hasta que acontece. No obstante, los códigos malévolos que se hallan desparramados por esta bola azulina llamada tierra, nos obligan a ser conscientes de esa desazón que asedia a la humanidad como jamás se había pensado
Señalar que las condiciones belicosas del planeta a mediados del presente año 2023 se van acercando hacia un punto de no retorno, es reconocer con responsabilidad una situación planetaria de consecuencias inimaginables.
Nos hallamos al filo de la navaja apocalíptica, al poseer más que nunca terribles armas destructivas que nos llevarían a convertirnos en unas milésimas de segundo en tolvanera de estrellas.
La extrañada Oriana Fallaci, tan poco recordada ahora, en sus penetrantes crónicas periodísticas sobre la maldad humana, recordando a Platón nos dijo que la guerra existe y existirá siempre, a causa de nacer de las pasiones humanas, dado que de ellas no nos podemos escapar, “porque está inscrita en la naturaleza humana, en nuestra tendencia a la cólera y a la prepotencia, en nuestra ansia de afirmarnos y de ejercer predominio o, incluso, supremacía”.
Razonablemente nunca pasa nada… hasta que acontece. No obstante, los códigos malévolos que se hallan desparramados por esta bola azulina llamada tierra, nos obligan a ser conscientes de esa desazón que asedia a la humanidad como jamás se había pensado.
En estos mismos instantes, el número de personas que se ven forzadas a huir de la guerra, la violencia y la persecución política o religiosa, da escalofríos. La conflagración actual de la Rusa de Putin contra Ucrania es una prueba fehaciente que da espanto, dolor inmenso y una amargura desgarrada.
Esta continua situación, combinada con los crecientes efectos de la emergencia climática, el aumento vertiginoso del costo de vida en las naciones más menesterosas y la inminente recesión económica mundial, hace que las perspectivas del desplazamiento mundial hacia una situación mejor parezcan nada esperanzadoras.
Es ahora, en este mismo momento de aprensión y desconfianza sobre el destino humano, cuando es necesario recordar al poeta rebelde con causa, Nazim Hikmet, siendo él, con una naturaleza huracanada y excesivamente humana, el que hizo frente a la soledad de tantas ergástulas cargadas sobre su piel de luchador en los cortos años de existencia por reverdecer la dignidad y justicia de cada ser humano que pisa adolorido este mundo nuestro.
Recordemos y con arrojo: Hay seres que a cuenta de sus luchas en pos de la justicia social y la libertad, no mueren nunca, aún estando enterrados en profundos metros de tierra, y aún así mereciendo el pedestal de granito que levanta el coraje, la hidalguía y el perenne sacrificio a favor de los desposeídos de todo aliento.
Su corta vida fue una sinrazón de celdas, mazmorras, llagas y humillaciones, Le quitaron media existencia más no sus palabras, que se volvieron fuerza telúrica, cáñamo erguido, voz apuntalando a los desterrados del planeta, mientras su nombre se quedaría incrustado en la claraboya de los hombres libres aún estando encadenados.
En general solamente se sabe de Hikmet que fue un gran poeta turco y hoy universal, que padeció muchos años de cárcel, y “que un buen día escapó a Rusia donde siguió escribiendo y que murió en el exilio”.
Bien se pudiera decir que sus huesos, piel y carne, formaron una mazmorra consumada desde el mismo día en que llegó a la tierra para convertirse en un portentoso vendaval, estigmatizador y defensor de los adoloridos, aquellos con hambre de hogaza y equidad.
El que haya leído alguna vez las estrofas “Las pupilas de los hambrientos”, se habrá estremecido hasta volver la saliva amarga:
“No son unos pocos / no son tampoco cinco, diez: / treinta millones de hambrientos / son los nuestros”.
Y tenía juicio: los pordioseros, cada solitario - los tuyos y los míos, los de todos- son más gotas de mar que las aguas de los océanos fundidos.
Fuera de Turquía, habríamos de arroparnos en Mayakovski a fin de conseguir tanta compresión hacia la desolada multitud humana.
Y Nazim tenía una cognición clara de la realidad: los pordioseros, cada solitario – los tuyos y los míos – los de todos, son más gotas de mar que las aguas de los océanos fundidos.
“¡Es inmenso nuestro dolor! ¡Inmenso, inmenso!”, increpaba a las aguas del Bósforo mientras percibía llorar a los derviches.
Siendo así que cada uno de nosotros deberíamos de leer, aún si fuera una sola vez en la vida, los poemas desgarrados de Nazim Hikmet, mientras un cortejo de jenízaros se guarnecen bajo los seis almenares puntiagudos en la pluma del Nobel Orhan Pamuk. El expresó hacia todo ser humano con sentido de supervivencia por encima de nosotros mismos:
“Has de saber morir por los hombres, / y además por hombres que quizá nunca viste, / y además sin que nadie te obligue a hacerlo, / y además sabiendo que la cosa más real y bella es vivir”.
El audaz Nazim perteneció a esa estirpe de grandes bardos como Anna Ajamátova, Marina Tsvetáieva, Rafael Alberti, Antonio Machado, Luis Aragón, Pablo Neruda, César Vallejo, Luis Cernuda, César Callejo – “¿Mi tierra? Mi tierra eres tú” – Miguel Hernández y el griego Constantino Cavafis, al ser ellos valor de carne viva emergida del fondo de aliento encendido, para señalar a todo hombre o mujer, que la libertad, el libre pensamiento, el amor y la sonrisa, es el atributo trascendental de cada humana existencia.
rnaranco@hotmail.com
Nos hallamos al filo de la navaja apocalíptica, al poseer más que nunca terribles armas destructivas que nos llevarían a convertirnos en unas milésimas de segundo en tolvanera de estrellas.
La extrañada Oriana Fallaci, tan poco recordada ahora, en sus penetrantes crónicas periodísticas sobre la maldad humana, recordando a Platón nos dijo que la guerra existe y existirá siempre, a causa de nacer de las pasiones humanas, dado que de ellas no nos podemos escapar, “porque está inscrita en la naturaleza humana, en nuestra tendencia a la cólera y a la prepotencia, en nuestra ansia de afirmarnos y de ejercer predominio o, incluso, supremacía”.
Razonablemente nunca pasa nada… hasta que acontece. No obstante, los códigos malévolos que se hallan desparramados por esta bola azulina llamada tierra, nos obligan a ser conscientes de esa desazón que asedia a la humanidad como jamás se había pensado.
En estos mismos instantes, el número de personas que se ven forzadas a huir de la guerra, la violencia y la persecución política o religiosa, da escalofríos. La conflagración actual de la Rusa de Putin contra Ucrania es una prueba fehaciente que da espanto, dolor inmenso y una amargura desgarrada.
Esta continua situación, combinada con los crecientes efectos de la emergencia climática, el aumento vertiginoso del costo de vida en las naciones más menesterosas y la inminente recesión económica mundial, hace que las perspectivas del desplazamiento mundial hacia una situación mejor parezcan nada esperanzadoras.
Es ahora, en este mismo momento de aprensión y desconfianza sobre el destino humano, cuando es necesario recordar al poeta rebelde con causa, Nazim Hikmet, siendo él, con una naturaleza huracanada y excesivamente humana, el que hizo frente a la soledad de tantas ergástulas cargadas sobre su piel de luchador en los cortos años de existencia por reverdecer la dignidad y justicia de cada ser humano que pisa adolorido este mundo nuestro.
Recordemos y con arrojo: Hay seres que a cuenta de sus luchas en pos de la justicia social y la libertad, no mueren nunca, aún estando enterrados en profundos metros de tierra, y aún así mereciendo el pedestal de granito que levanta el coraje, la hidalguía y el perenne sacrificio a favor de los desposeídos de todo aliento.
Su corta vida fue una sinrazón de celdas, mazmorras, llagas y humillaciones, Le quitaron media existencia más no sus palabras, que se volvieron fuerza telúrica, cáñamo erguido, voz apuntalando a los desterrados del planeta, mientras su nombre se quedaría incrustado en la claraboya de los hombres libres aún estando encadenados.
En general solamente se sabe de Hikmet que fue un gran poeta turco y hoy universal, que padeció muchos años de cárcel, y “que un buen día escapó a Rusia donde siguió escribiendo y que murió en el exilio”.
Bien se pudiera decir que sus huesos, piel y carne, formaron una mazmorra consumada desde el mismo día en que llegó a la tierra para convertirse en un portentoso vendaval, estigmatizador y defensor de los adoloridos, aquellos con hambre de hogaza y equidad.
El que haya leído alguna vez las estrofas “Las pupilas de los hambrientos”, se habrá estremecido hasta volver la saliva amarga:
“No son unos pocos / no son tampoco cinco, diez: / treinta millones de hambrientos / son los nuestros”.
Y tenía juicio: los pordioseros, cada solitario - los tuyos y los míos, los de todos- son más gotas de mar que las aguas de los océanos fundidos.
Fuera de Turquía, habríamos de arroparnos en Mayakovski a fin de conseguir tanta compresión hacia la desolada multitud humana.
Y Nazim tenía una cognición clara de la realidad: los pordioseros, cada solitario – los tuyos y los míos – los de todos, son más gotas de mar que las aguas de los océanos fundidos.
“¡Es inmenso nuestro dolor! ¡Inmenso, inmenso!”, increpaba a las aguas del Bósforo mientras percibía llorar a los derviches.
Siendo así que cada uno de nosotros deberíamos de leer, aún si fuera una sola vez en la vida, los poemas desgarrados de Nazim Hikmet, mientras un cortejo de jenízaros se guarnecen bajo los seis almenares puntiagudos en la pluma del Nobel Orhan Pamuk. El expresó hacia todo ser humano con sentido de supervivencia por encima de nosotros mismos:
“Has de saber morir por los hombres, / y además por hombres que quizá nunca viste, / y además sin que nadie te obligue a hacerlo, / y además sabiendo que la cosa más real y bella es vivir”.
El audaz Nazim perteneció a esa estirpe de grandes bardos como Anna Ajamátova, Marina Tsvetáieva, Rafael Alberti, Antonio Machado, Luis Aragón, Pablo Neruda, César Vallejo, Luis Cernuda, César Callejo – “¿Mi tierra? Mi tierra eres tú” – Miguel Hernández y el griego Constantino Cavafis, al ser ellos valor de carne viva emergida del fondo de aliento encendido, para señalar a todo hombre o mujer, que la libertad, el libre pensamiento, el amor y la sonrisa, es el atributo trascendental de cada humana existencia.
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