De Zimbabue a la literatura
RAFAEL DEL NARANCO. El FMI anuncia inmisericordiamente que la desvalorización monetaria en el país llegará al 1.000.000 por ciento. Nos alcanzó el deslave... y eso no es literatura
El propósito de la columna de hoy se centra en la inflación que, al decir del Fondo Monetario Internacional, tendrá Venezuela al final del año. Al estar uno poco versado en esa materia, le daremos un efímero repaso y, tras hacerlo, hablaremos de libros cara al verano presente.
La inflación llegará a un 1.000.000 por ciento. Siendo la situación similar a la de Alemania en 1923 y la de Zimbabue durante el 2000, país africano que ya ha defenestrado al presidente Robert Mugabe.
En Porlamar, durante la última semana del mes de septiembre de 2009, se celebró “II Cumbre de América del Sur-África” con la presencia de 30 jefes de Estado.
En la inauguración del acto el presidente Hugo Chávez pidió el apoyo para Robert Mugabe y al pueblo de Zimbabue, de quien dijo que se había convertido en blanco de una campaña internacional en su contra.
De aquellos 30 jefes de Estado presentes, pocos tienen algo de poder actualmente. Las quimeras quedaron aparcadas, los anhelos hendidos y hasta Cuba -aunque no estuvo en la reunión- hace esfuerzos para cambiar su Constitución intentando borrar el marxismo y abrir sus puertas al libre comercio.
Imponer un idealismo caduco de manera tajante, obligar a un pueblo a escuchar discursos demagógicos; cuadricular las ideas hasta convertirlas en oratoria hiriente para terminar arrastrando los pies mientras se siguen proyectando palabrerías totalitarias, puede ser válido al tener que continuar entrando en las bodeguitas o en mercadillos de barrio que nada poseen, a cuenta de la necesidad apremiante de tener que buscar pedazos de manducatoria para llevarla al ranchito o chamizo.
Hugo Chávez cerró su discurso en Nueva Esparta con esta frase trillada: “Sólo unidos seremos libres y les dejaremos a las generaciones venideras un mundo de iguales”.
No sucedió como él anhelaba. La economía rentista petrolera se hundía acoplada a los errores de planificación, y en esa labor la seguridad social y asistencia desaparecieron. Con Nicolás Maduro, que redondea los 20 años del chavismo, el FMI anuncia inmisericordemente que la desvalorización monetaria en el país llegará al 1.000.000 por ciento.
Nos alcanzó el deslave. Y eso no es literatura. Un libro, si es problemático a las ideas, lo puedes dejar, regalarlo o ponerlo a empolvarse en la biblioteca. Con la inflación nada de eso se puede hacer. Ante ella se deben buscar soluciones aunque sean duras. Dos ejemplos: reducir la cantidad de dinero en circulación y subir los tipos de interés.
¿Y nosotros, ciudadanos de a pie? Gastarnos el caudal inmediatamente, hacer inversiones de alto rendimiento (como las acciones), y colocar el dinero que se pueda en depósitos.
Y hasta aquí, ya que cuando se trata de economía uno es lerdo. El ras de tierra y los surcos es lo nuestro, siendo esa la causa de estar cerca de los admirados libros.
Numerosas personas no leen nunca y están vivas, se mueven, gesticulan, hacen muecas y hasta conversan.
No hay obras buenas ni malas, solamente estupendos y pésimos escritores, ya que de todos abundan en el Parnaso. Probablemente de los últimos un poco más, aunque esa valoración depende de la mala ojeriza de los críticos o del momento telúrico del propio lector.
El Nobel de Literatura ha sido un cajón de sastre, una bodega de pueblo o botica de barrio, donde se almacena de todo aunque no brille la calidad. Rebosan las baratijas, los desatinados cachivaches.
Algunos escritores recompensados con el galardón son en la actualidad más desconocidos que el día en que recibieron el premio. A partir de 1989 el número de autores decaídos ha ido creciendo. Citamos a la norteamericana Toni Morrison, al japonés Kenzaburo Oé, al bufo y comediante italiano Darío Fo y al chino -con algunos matices- Gao Xingjian. En ese sendero de rechazo, en mi opinión, no va el húngaro Imre Kerstés y la polaca Wislawa Szymborska, cuyos versos del libro “Amor feliz y otros poemas”, son admirables.
A dicha lista se pueden añadir José Saramago y la sudafricana Nadine Gordimer. El portugués posee páginas brillantes, excelsas, y aún así algunos mojones de granito pesado, no impidiendo que posea el Nobel.
Se salvan Octavio Paz, los antillanos Derek Walcott y V.S. Naipaul, el irlandés Seamos Heaney con Gunter Grass.
Mención aparte merece Thomas Mann, autor de “La montaña mágica”. Un personaje egocéntrico, exilado, homosexual, casado, con hijos, trabajador infatigable y que nadie supo como él convulsionar el humanismo.
Con sus altos y bajos, el Nobel ayudó a universalizar la lectura y eso debe reconocerse. Los maestros de la talla de del griego Odiseos Elytis, el polaco Czeslaw Milosz, el búlgaro Elias Canetti, el egipcio Naguib Mahfuz o el ruso /norteamericano Joseph Brodsky, nos congratulan con sus enaltecidas páginas y abren en carnada los senderos bifurcados de las razas resignadas.
rnaranco@hotmail.com
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