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Pragmatismo, moral y metafísica

... lo que cambia es nuestro conocimiento de dicha naturaleza, el descubrir con mayor perfección las notas constitutivas y los valores inherentes al ser humano, no la constitución de su naturaleza

  • DYLAN J. PEREIRA

24/06/2023 05:00 am

El pragmatismo propugna que las teorías deben estar unidas a la experiencia y permite solventar las confusiones conceptuales relacionando el significado de los conceptos con las consecuencias prácticas. Mauricio Beuchot filósofo y sacerdote dominico mexicano reconocido como uno de los principales filósofos contemporáneos de Iberoamérica, hace precisamente referencia al norteamericano Charles Pierce en este sentido; para Peirce todo lo que existe es signo, en cuanto que tiene la capacidad de ser representado, de mediar y llevar ante la mente una idea, y en ese sentido la semiótica es el estudio del más universal de los fenómenos y no se limita a un mero estudio y clasificación de los signos.

Así, la semiótica de Peirce parte de la convicción de que la significación es una forma de terceridad. La relación sígnica es irreductiblemente tríadica y tiene siempre tres elementos: signo, objeto e interpretación. Habiéndonos referidos a esto, es más fácil comprender por qué el Dr. Beuchot afirma que Peirce, al semiotizar la filosofía trascendental de Kant, la acercó al realismo, y, al trascendentalizar la semiótica, no la redujo a una filosofía trascendental o antimetafísica. De esta forma se entiende esto “como un dar mayor cabida y atención a las particularidades y cambios que introduce la cultura y aún la diferente situación histórica de los individuos y grupos a los que se aplica el derecho natural.”

Entrando de lleno en la filosofía aristotélica y tomista, dentro de la dialéctica clásica natural-artificial Beachot concluye que la naturaleza es más libre y más primigenia que la artificialidad y la cultura “así, la naturaleza o physis fundamenta al arte o técnica, a la techne, ya en su forma de sociedad o polis, ya en su forma de cultura o paideia” y de esta forma se aleja de las corrientes posmodernas, en particular foucoultianas que reducen todo a lo cultural, a la constructividad conceptual del hombre, blindando su planteamiento; y opta por buscar un equilibrio proporcional a ese encuentro que es el del hombre y la realidad, y el hombre y la naturaleza, dado que el hombre presupone algo en la naturaleza. “Algo hay dado y algo se construye. Así, en la naturaleza humana, algo hay dado, que es la racionalidad, la cual se presupone a cualquier pragmatización” según explica Beuchot

Dentro de la pragmatización de la filosofía que retoma Beuchot, el autor se desprende de lo que Habermas llama la razón estratégica, la razón fría y calculadora, puramente formal, sino que ya debe estar animada por algunos elementos materiales o de contenido, tanto metodológicos como ontológicos y éticos, lo que anteriormente se llamaba la recta razón (recta ratio); allí nos rememora a la visión clásica, que retomaría Hobbes como es la noción del Ordus Logos, o razón regente; estas posturas dentro de la filosofía del derecho y, más en concreto, de la filosofía de los derechos humanos, no implica la anulación del realismo y en especial con el realismo tomista.

Deteniéndonos un poco para analizar este marco teórico, el autor recurre a esto, ya que es bien sabido que uno de los adjetivos, o caracteres particulares de los derechos humanos es su carácter universal. La posición iusnaturalista lo respalda, pero intenta evadir la corriente posmoderna que busca relativizar todo, y lo sustituye por relativizar en parte, donde la cultura es vital. Así Beuchot plantea relativizar lo que es relativizable es un relativismo relativo o analógico.

El realismo de Peirce que explicábamos anteriormente, y en especial su teoría semiótica, está muy acorde con la idea de Santo Tomás de “que tenemos primero conceptos incoativos –vagos e imperfectos, de las cosas –, y los vamos desarrollando hasta darles la claridad y la distinción que nos resulta alcanzable.” Hay que reconocer que el conocimiento de la naturaleza humana avanza, que hay un progreso en él, y que por eso se va creciendo en la misma ética. Pero no a tal punto que cambie sustancialmente la naturaleza humana, o que las cosas queden diferentes.

Así pues lo que cambia es nuestro conocimiento de dicha naturaleza, el descubrir con mayor perfección las notas constitutivas y los valores inherentes al ser humano, no la constitución de su naturaleza, y no podemos confundir esta con respecto a la percepción de ella misma, apuntando así hacia una corrección teórica y práctica de las cosas que vamos mejorando con ese avance o progreso moral.

Peirce distinguía entre índice, icono y símbolo. “Pues bien, la naturaleza humana es una idea icónica respecto de todos los hombres: los contiene a todos con sus diferencias a pesar de reunirlos con sus semejanzas. Es a un tiempo semejante y diferente. Se aplica a todos de diversa manera, según la circunstancia, y, sin embargo, no pierde la comunidad. Tiene una universalidad circunstanciada, analógica. (…) Naturaleza humana, pues, con analogicidad e iconicidad, que no se aplica sin el esfuerzo de tomar en consideración las circunstancias concretas del individuo humano (pero sin hacer que se pierda su universalidad de semejanza, de icono).”

Concordamos con el autor, de la necesidad de partir de una base de naturaleza humana innegable, universalista, como sustento ontológico y metafísico, pero de relativas circunstancias concretas de cada ser humano, que deben ser evaluadas y estudiadas en casos particulares, pero sin llegar a los extremos de la deconstrucción propias de movimientos como el llamado mayo francés.

Dylanjpereira01@gmail.com


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