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La última de Marías

En la novela el gozo está en cómo se nos cuenta esa historia y que su prosecución nos lleve a nuevos territorios y expectantes mundos

  • RICARDO GIL OTAIZA

18/06/2023 05:03 am

Termino de leer Tomás Nevinson (2021), la última novela que publicó el gran escritor español Javier Marías (Madrid: 1951–2022), que es un complemento de su anterior libro Berta Isla (2017). Extraña y arriesgada decisión la del autor de escribir dos novelas consecutivas y cuyos personajes centrales son pareja y sus vidas pues lucen entrecruzadas. Y digo arriesgada, porque obviamente que en la escritura de su penúltima novela el autor entregó muchas pistas y elementos de los que tuvo que echar mano en la última, y esto podría resultar inaudito y desconcertante para el avezado lector, quien hipotéticamente tendría que volver a leer muchas cuestiones ya leídas (y que necesariamente estarán en las nuevas páginas), amén de verse obligado a retornar al primero de los libros publicados, para así agarrar el tono y la secuencia de los hechos narrados y poder entonces sacar provecho del nuevo volumen.

A primera vista la situación luce compleja, por la cantidad de aristas que se entrelazan, pero no sé si fue de manera deliberada o no, pensando en las dos posibles entregas, o algo “azaroso” (a veces los personajes y las historias se nos van de las manos y toman sus propios derroteros), pero de entrada Marías en Berta Isla hace del personaje una mujer completamente independiente, a pesar de su relación con Tomás Nevinson, y esto es capital en el primer libro y en el que vendrá pocos años después, y crea entre ambos inmensos abismos que los atomizan en mundos distintos y separados. Es más, en una jugada maestra el novelista articula de tal manera el hilo conductor de la trama, que le hace ver a Berta que su marido falleció, lo que ella asume sin mayores explicaciones desde el rencor y la nostalgia, haciéndose preguntas y conjeturas, sin sospechar que todo era una estratagema creada por Tupra, el inefable Tupra, el pérfido personaje inglés que mueve los hilos de ambas vidas e inserta a Tomás en misiones de espionaje altamente peligrosas, que por fuerza lo arrancan de su país y de su familia y lo mantienen camuflado bajo diversas identidades.

Obviamente, al final de Berta Isla se descubre que Tomás no ha muerto y se reencuentra con su esposa, quien lo ve ya como a un fantasma que regresa del pasado y se restablece una relación que no termina siendo jamás algo natural, porque él no puede contar nada de sus andanzas y ella siente que convive junto a un desconocido, que es más lo que oculta de su pasado que lo que muestra en su relación, y eso es un peso muerto entre ambos. Pues, amigos, es aquí en este punto neutro en el que nace la nueva novela, ahora centrada en Tomás Nevinson, quien a pesar de haberle dicho a Berta que había roto con el pasado, se deja convencer nuevamente del ominoso Tupra y se enrola en una oscura misión: hallar a una terrorista que había tenido que ver con unos mortales ataques por parte del IRA y de la ETA años atrás. Pero la misión no es nada sencilla, porque la criminal ha cambiado de identidad y de vida y las pistas conducen a tres mujeres, cada una de las cuales podría ser aquella terrorista, y la tarea de Nevinson consiste entonces en relacionarse con las mujeres y sacar en limpio a la culpable: bien para que sea juzgada por las leyes y encarcelada; bien sacada de juego por la vía rápida. Y en esta disyuntiva se despliega la formidable novela de Marías.

La novela siempre será expansión y dilación frente a lo que Borges defendía del cuento: precisión y economía de lenguaje. La última novela de Marías, editada por Alfaguara, se desarrolla en 680 páginas, muchas de las cuales (yo diría que más de la mitad) son digresiones del autor, y que según el fiero dictamen del creador argentino podrían suprimirse, pero la cosa no es así de fácil, y los lectores siempre agradecemos la poética del texto, y eso son estas páginas “sobrantes”: poética en estado puro, prosa diletante que se expande en ideas, en reflexiones, en arte, en posturas personales del autor, en pensamientos que ya conocíamos de él, y es allí exactamente en donde queremos estar y disfrutar.

Si en el cuento es esencial la técnica, el estilo y cada palabra puesta sobre el papel o en la pantalla, y que ello se cierre en sí mismo y nos llegue el ramalazo de la resolución del nudo argumental en pocas páginas (incluso en breves párrafos o líneas), en la novela el gozo está en cómo se nos cuenta esa historia y que su prosecución nos lleve a nuevos territorios y expectantes mundos. No importa el número de páginas invertidas si con ello el autor y los lectores alcanzamos la cima y la conmoción interior. Si para contarnos un episodio el autor considera que debe invertir decenas de páginas para que lo narrado sea realmente estremecedor y poético, pues es esa la magia y el encanto de la novela, y bienvenidas sean esas digresiones, esas pérdidas aparentes del hilo conductor; esas cuitas susurradas al oído que nos llenan de imágenes y de sonidos y constituyen valor agregado a lo realmente medular.

Tomás se ve en un dilema existencial y moral: sabe cuál de las mujeres con las que ha entablado relación es la terrorista, pero ya no es el hombre de ayer, ve la vida bajo una óptica distinta, y se siente sin fuerzas para acometer la inapelable orden dada por Tupra: hay que eliminarla. El personaje y el lector se mecen por igual en la incógnita, y ambos sabrán con espanto de las ambivalencias del existir.

rigilo99@gmail.com

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