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Alfredo Arvelo Larriva

Llanero barinés. Hombre de pluma y de arma. Gran revolucionario e intelectual cultísimo. “Poeta de veras”, según Rufino Blanco Fombona. El mejor poeta venezolano de siempre

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

15/06/2023 05:00 am

Su intelecto y valentía eran inmensos. Bellísima su poesía y temerario su espartano valor personal. En general hay poesía en prosa y en verso. La prosa o modo de escribir puede ser “poética” en buenos escritores, que son muchos en términos relativos y en comparación con los pocos que, en realidad de verdad, versifican. El desplegar con notable acierto palabras cadenciosas y rimarlas a la perfección constituye ––sensu stricto–– el muy difícil, bello y deslumbrante arte de la poesía, en el cual Arvelo Larriva es insuperable y es el mejor poeta venezolano de todos los tiempos y, según la supremamente autorizada opinión del notable escritor y Académico de la Lengua, Ramón González Paredes, “ha de colocársele al lado de Rubén Darío, Leopoldo Lugones y José Herrera”.

Principio estas líneas por comentar la hombría de bien que siempre mostró el poeta Arvelo Larriva. Fue un bravísimo revolucionario contra la tiranía de Gómez, y ya desde 1911 andaba en actividades conspirativas. En 1913, junto con el general Simón Bello ––cuñado de Cipriano Castro–– y un grupo de venezolanos, proyectó invadir por las costas de Coro; pero hubo la trampa de León Jurado. La tentativa de Bello y Arvelo está resumida en el Archivo Histórico de Miraflores, cuyos epígrafes fueron escritos por el insigne historiador Ramón J. Velásquez, así:

“El General Simón Bello creyó en la sinceridad de las manifestaciones partidistas del general León Jurado y organizó un pequeño grupo en el que figuraban entre otros el joven Julio Velazco Castro, sobrino de Cipriano Castro, y el gran poeta barinés Alfredo Arvelo Larriva (…) El grupo encabezado por Bello y Arvelo Larriva fue hecho prisionero y enviado al Castillo de Puerto Cabello (…)” (resaltado mío).

Y Diego Córdoba, en su libro LOS DESTERRADOS Y JUAN VICENTE GÓMEZ, expresa: “En 1913 los Parra Entrena, La Rosa Pérez y el gran poeta Arvelo Larriva y sus compañeros murieron o cayeron presos en su ataque por La Vela de Coro” (resaltado mío). En 1923 Arvelo Larriva aparece otra vez conspirando ––después de su prisión por la fallida invasión por Coro–– y va a Boconó para entrevistarse con su amigo el General José Rafael Gabaldón. Aquel viaje se debió a su obsesiva e incansable lucha temeraria contra la terrible tiranía de Gómez. “Quien ha forjado su espada en la fragua del dolor, combatirá por altos ideales”, dijo Julio Calcaño refiriéndose a Arvelo Larriva. En 1928 Arvelo vino por última vez a la Patria en una misión encomendádale por el General Román Delgado Chalbaud. El periódico boconés “Juventud” informó: “El poeta ha venido a Boconó. Trajo sus compañeros inseparables y fieles: el cortejo raro y luminoso de sus versos. En aquel florido jardín, (…) recibió el agasajo sincero y noble de unánime ovación. Y él, gallardo y culto, supo corresponder (…) He aquí los versos con que, en limpia y fácil improvisación, saludó a la bella población andina, en una comida familiar que le fue ofrecida”:

Boconó… Dios bendiga la belleza
que pródiga le dio Naturaleza.
Dios bendiga sus vegas primorosas;
sus aguas vivas, cantarinas, claras;
sus familias preclaras
que son, cuanto preclaras, generosas;
Y Dios bendiga entre sus altas cosas,
entre sus cosas ricamente raras,
la mano de mujer límpida y noble,
que cuida con amor su altivo roble,
roble gallardo florecido en rosas!

Dedico ese poema a la memoria de mi amigo por décadas, el muy prestigioso y eximio penalista boconés Rafael Pérez Perdomo ––gran admirador de Arvelo Larriva––, excelente e integérrima persona, con quien, cuando alboreó el año 2000 me honré en función de precursores de la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia como magistrados, y en trabajar allá por seis años.

A comienzos de 1928 el general Delgado Chalbaud y el Comité antigomecista que éste presidía en París, encomendó a Arvelo Larriva la misión, harto peligrosa, de trasladarse a Venezuela para gestionar los proyectos insurreccionales contra Gómez. Este plan comprendía una operación de “tenazas” sobre Venezuela, con invasiones simultáneas por Oriente (Cumaná) y Occidente, por el Táchira. La de Oriente fue la expedición del Falke con el catastrófico asalto intentado en Cumaná el domingo 11 de agosto de 1929.

En 1928 hubo un gran ambiente de tensión y expectativa en Caracas. Arvelo Larriva desplegó extraordinaria actividad al revolucionar “en las propias barbas del tirano”, al cual ––con increíble valentía–– hasta fue a pedirle un pasaje para irse de Venezuela “porque hay que hacer que el tirano pague los gastos de la revolución”. El aceptar Arvelo tan peligrosa misión era del todo temerario y muchos amigos suyos opusiéronse a ese viaje. En Caracas acudieron numerosas personas a entrevistarse con ese gran poeta convertido en agente subversivo, entre ellos Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Joaquín Gabaldón Márquez; Henrique González Gorrondona; el general Elbano Mibelli; y gente llevada por Jóvito Villalba, como Luis Vegas Sanabria y Luis Larralde (padre de Martín Vegas y Juan Larralde), Rafael Simón Urbina y Roberto Fossi.

En lo poético y por desgracia, gran parte de la deslumbrante obra de Arvelo se perdió por su vida trepidante y azarosa. Esa obra habría sido delicioso modelo y composición maestra de un género en el que Arvelo era sumo artífice: La sátira.

De Gómez el principal apologista, por su muy alta categoría intelectual, era Laureano Vallenilla Lanz, quien exclamaba con cinismo gracioso: “Déjenme conmigo mismo! (“¡Déjenme con mi gomismo!”). En 1922 Pocaterra escribió: “Alfredo tiene muchos enemigos poderosos, Vallenilla el primero”. Vallenilla y Tagliaferro eran un tanto encogidos a causa de una artritis crónica y Arvelo les dedicó ––con “pié quebrado” o versos octosílabos combinados con versos tetrasílabos–– este breve epigrama:

Cuando Laureano se muera
Todo el que lo conoció
dirá con voz lastimera
¡el pobre al fin se estiró!
Lo mismo dirán
los que vayan al entierro
del cojito Tagliaferro,
si es que van…”.


Arvelo en el fondo admiraba la jerarquía intelectual de Vallenilla. Y en marzo de 1926 Vallenilla difundió en El Nuevo Diario (el famoso periódico oficial que dirigía) el triunfo de Arvelo Larriva en el prestigioso certamen literario El gaucho y el llanero, organizado por la embajada argentina en Venezuela. Arvelo supo apreciar ésta muy significativa deferencia pública por parte del máximo portavoz de Gómez hacia él, conocido enemigo del régimen. Y habría de corresponderle en la cena de un grupo de intelectuales para Vallenilla y, pocos meses después, en una estrofa montada en calembour cuando Vallenilla fue electo Académico de la Lengua:

La Academia de la Lengua,
cuyo prestigio no mengua,
le ha obsequiado a Vallenilla,
gran escritor, una silla.
Con ello cree que lo premia
y ella es la que ganará
pues Vallenilla será
la lengua de la Academia.


Cuando Arvelo Larriva murió sorpresivamente en Madrid a los cincuenta y un años, fulminado por un infarto, su hermana y poetisa Enriqueta Arvelo Larriva recibió nota de pésame de Andrés Eloy Blanco que principió así: “Ha muerto el hermano de usted y gran poeta de todos”.

Afirmó el muy talentoso periodista y escritor Miguel Otero Silva: “Lo deplorable es que todos aquellos frutos del ingenio furtivo de Arvelo Larriva ––sus punzantes anagramas, sus mañosos retruécanos en mitad de las conversaciones, sus sonetos punitivos, sus diabólicos epigramas––, han caído o van a caer definitivamente en el olvido. Es el destino inexorable de las literaturas orales”. No exageró Otero Silva al escribir estas frases. Con ellas destacó una de las facetas más relevantes de Alfredo Arvelo Larriva: “Su fluida y extraordinaria capacidad de improvisador en verso, comparable a la de Quevedo. Buena parte de la creación de Arvelo Larriva se produjo así, en rápidas y certeras improvisaciones poéticas. Y por ello, porque nadie tuvo el cuidado de recogerlas oportunamente, se perdieron. Algo penoso para nuestra literatura, tan escasa de creadores como él” (resaltado mío).

Otero Silva, que conoció al eximio artista de Barinas y Venezuela, se refirió “(…) al aspecto más inencontrable, más misterioso, de la juglaría de Arvelo: aquellos corrosivos sonetos y epigramas políticos que él decía de viva voz a sus amigos y que no se publicaron jamás por la sencilla razón de que eran perfectamente impublicables. El poeta me confió, allá por 1930, su propósito de lanzarlos algún día en un libro bajo el título muy arvelesco de ‘Gomezuela y los gomezolanos’. El fuego viril que llevaba en las entrañas del ser, lo impulsó a enfrentarse políticamente a un gobernante, éste más poderoso y cruel que el Conde Duque de Olivares: el general Juan Vicente Gómez (…) había compuesto sus diatribas feroces, sus desaforados anatemas contra el dictador y sus familiares, contra sus aduladores y paniaguados (…) Quienes lo escuchamos decir aquellos versos rencorosos (sonetos de impecable estructura modernista, epigramas con sabor de Siglo de Oro) apenas podemos atestiguar que en ellos, como en toda su obra poética mayor, Arvelo Larriva hacía alarde de maestría en el oficio, de imaginación, de destreza para alterar la sintaxis y prestidigitar con la prosodia. También conservo en la memoria algunos de sus epigramas, posiblemente los menos agresivos. Por ejemplo aquél contra Laureano Vallenilla y José Antonio Tagliaferro, ambos aquejados por el defecto físico de ser rencos y a quienes Arvelo decidió versificarlos con ‘pie quebrado’”.

El muy distinguido poeta, jurista, crítico literario y Fiscal General, José Ramón Medina, escribió así sobre Arvelo: “Era una fuerza arrolladora y vibrante de la poesía (…) El encantamiento verbal, el fulgor instantáneo de la palabra que el poeta hacía suya en una forma de rebeldía y de lucha intelectual, hicieron de la poesía de Alfredo Arvelo Larriva un testimonio lírico de extraordinaria resonancia nacional. Añádase a eso la fuerza de un ingenio pronto a manifestarse sin esguinces cobardones, la agudeza de la frase y aquel tremendo y poderoso manar de la espontaneidad del verso que parecía no encontrar contención cuando se desbordaba, torrencialmente, como en las crecientes de uno de esos grandes y caudalosos ríos de nuestro territorio, y se tendrá la estampa viva, la personalidad sobresaliente de un poeta que entonces –y ahora– no podía pasar inadvertido en el balance más riguroso y exigente de las letras venezolanas (…)”.

Raúl Carrasquel y Valverde, escritor, periodista y notable crítico de arte, asentó en Fantoches del 11-11-1924, al igual que antes hizo La Lectura, sobre la encantadora comedia de Wilde Por el amor del Rey, cuya versión al español fue obra de Arvelo: “El sábado 26 de marzo de 1922 LA LECTURA SEMANAL, dirigida por un vigoroso ingenio, sirvió a sus abonados y al pregón la primera traducción de Por el amor del Rey, comedia birmana de Oscar Wilde, tomada de la edición de 1921 del magazine neoyorkino Century. Nadie antes que el gran poeta Alfredo Arvelo Larriva había vertido la admirable comedia de Wilde. Fue la primera versión del inglés a otro idioma. Arvelo Larriva y Arreaza Calatrava son los más altos poetas de la época en Venezuela, y ellos la representan con gloria en el egregio grupo de Lugones, Díaz Mirón y Valencia, los maestros de la lira americana. Arvelo Larriva posee, además de su extraordinario talento, una erudición solidísima (…) lo signan insigne artista del verso y la palabra. (…) Háse dedicado a estudiar idiomas y en su comprensiva tenacidad ha logrado dominarlos hasta en sus más remotas etimologías. Gran conocedor del desusado y actual inglés, y gran poeta por añadidura, nadie como Arvelo Larriva mejor preparado para traducir a Oscar Wilde. (…) Ahora la comidilla en Madrid es el plagio que han hecho en comandita simple Gregorio Martínez Sierra y Eduardo Marquina de la comedia de Wilde (…) Todo falso, todo mentira. (…) Queremel estaba en Caracas cuando se publicó la versión insuperable de Arvelo Larriva”. (Queremel pretendió falsamente el haber traducido antes esa obra).

El también muy destacado poeta, abogado, crítico literario y articulista caroreño Luis Beltrán Guerrero, con inicial alusión a la poetisa Enriqueta Arvelo Larriva, opinó sobre Arvelo:

“Pesaba mucho el ser hermana de tal hermano. Todos recitaban sus versos; con ellos se enamoraba a la moza garrida, con ellos se acompañaba la alegría o la nostalgia. Deslumbraban sus aliteraciones: ‘La floja flauta flébil en la fluvial floresta’; ‘Que en rizos le roza la albura del cuello’. Aquel dominio del idioma, aquel hechizo de jugar con las palabras como un nuevo mago en el escenario de la poesía. Era el más grande de los Arvelo. Lo aureolaba la fama y la leyenda”.

Otro muy buen poeta caroreño, Alí Lameda, de mucha valentía; quien de modo cruel e injusto estuvo años preso en Corea del Norte, adonde fue animado por su ideología comunista, y sólo por expresar una crítica al régimen ––lo salvó la bondadosa y oportunísima intervención del presidente Caldera––, escribió así de Arvelo Larriva, a quien llamó “Libertador de la poesía”:

“De Alfredo Arvelo Larriva, barinés por los cuatro costados y venezolano de excelsa dimensión, bien podría decirse que vino al mundo con dos notables vocaciones: La del dominio artístico de la palabra ––en él fue grandioso privilegio––, y la del luchador de indómito impulso por la libertad, por el mejoramiento progresivo de los hombres, en bien de una humanidad más culta, digna y generosa (los veintisiete años de la tiranía gomecista constituyen un período horrendo para la vida de nuestra nación (…) En esa Venezuela ––que hoy tal vez parezca a muchos como el jirón opacado de una vivencia pretérita, difícilmente concebible––, nació y se formó Alfredo Arvelo Larriva, el Poeta de las sumas exquisiteces verbales (no tuvimos otro de mayor relieve en el juego y el acoplo de la palabra y sus ocultas potencias rítmicas y metafóricas), el eximio varón de la protesta múltiple y magnífica, (…) Junto al Poeta, al vibrante rapsoda de verbo florido, sorprendente y fecundo, capaz de lograr las figuras más insólitas y deslumbradoras ––de mayor agudeza y frescor, en un verso de suntuosas armonías y acentuaciones––, tenemos al Hombre, al inquebrantable y valeroso al revolucionario que un día y otro se jugara la vida conspirando contra un régimen de feroz acicate, latrocinio y crueldad (…) ‘Gomezuela y los Gomezolanos’ se titulaba un libro suyo que se perdió, como tantas otras creaciones de su prolífico numen, improvisadas o escritas ––más lo primero que lo segundo––, y de cuya pérdida nos lamentamos siempre sus admiradores, los que mantenemos siempre viva su excelsa memoria, como una ofrenda de virtuosa y obligada fidelidad para tan exquisito y admirable creador. Esa obra, fruto de un espíritu genialmente vivo y punzante, creada con singular dominio, al vuelo del segundo inspirador, de haberse conservado habría sido sin duda, modelo y composición maestra de un género en el que Alfredo Arvelo Larriva era delicioso, sumo y estupendo artífice: la sátira. La sátira en magistral y agudo sesgo de la gracia popular.

Con razón dice Miguel Otero Silva, en breve ensayo que escribiera a las Obras Completas del rapsoda barinés, y que allí luce con vistosa galanura y brillante precisión: ‘Lo deplorable es que todos aquellos frutos del ingenio furtivo de Arvelo Larriva ––sus punzantes anagramas, sus mañosos retruécanos en mitad de las conversaciones, sus sonetos punitivos, sus diabólicos epigramas––, han caído o van a caer definitivamente en el olvido. Es el destino inexorable de las literaturas orales”. No exagera Miguel Otero Silva al escribir estas frases. Con ellas quiso destacar una de las facetas más relevantes de Alfredo Arvelo Larriva: Su fluida y extraordinaria capacidad de improvisador en verso, comparable a la de Quevedo, que es ya mucho decir. Buena parte de la creación de Arvelo Larriva se produjo así, en rápidas y certeras improvisaciones poéticas. Y por ello ––porque nadie tuvo el cuidado de recogerlas oportunamente––, se perdieron. Algo penoso para nuestra literatura, tan escasa de creadores como él. Otero Silva, (…) fortunosamente retuvo en su muy buena y precisa memoria un poema que para nosotros tiene un valor especial, (…) Esa imagen del ‘rubio extranjero’ la plasmó el autor de “Sones y Canciones” en un soneto que podemos considerar como síntesis de una soberbia brillantez metafórica y un pensamiento político de la mayor agudeza y penetración. Tiene también este soneto un substrato venezolanista de primer orden. Venezolanista y hondamente bolivariano (…) Así, con ese pensamiento y esa emotividad, escribió Alfredo Arvelo Larriva su gran soneto ‘Tierra de Jaguares’, que en la historia de la poesía venezolana constituye una de sus más bellas y fundamentales realizaciones. Leamos el soneto, dechado de verbo exquisito e intensa proyección lírica y rebelde, que dice:

Por el bosque profundo marcha el rubio extranjero.
Si el paisaje contempla no es con ojos de artista:
se diría que sigue cuidadoso una pista.
Cazador de petróleo, busca hondo venero.

El exótico empaque del ávido minero
––nuncio de expoliaciones––, es disfraz de conquista.
Mas, le sale al encuentro la verdad imprevista,
Porque un jaguar magnífico lo ataja en el sendero.

De un salto lo derriba cual miserable cosa.
En el cuello le clava la garra poderosa
y con cola rítmica se azota los ijares.

Pleno de ágiles ímpetus, con qué fiero decoro
cuida los yacimientos del nativo tesoro,
fiel guardián de su América, que es tierra de jaguares.


Bella y aguerrida expresión esa de “Tierra de jaguares”, para señalar a la América de Simón Bolívar, que Arvelo Larriva deseaba ver siempre libre, (…) Ello, en el gran poeta de “Sones y Canciones”, de una raigambre ideológica y política tan firme, siempre marcó una constante imperiosa, a la que aquel guardaría invariable fidelidad (…) Cada verso del trozo citado es una saeta candente, con un blanco muy preciso: el corazón y la entraña del régimen de Gómez, en lo externo, sumiso del todo a los mandatos irrecusables del ‘rubio extranjero’; y en lo interno, siempre sanguinario y obtuso, y de una crasa y oropelesca vulgaridad (…)

Tal faceta de Alfredo Arvelo Larriva enriquece, sin duda alguna, su personalidad histórica. (…) era justo que al mismo tiempo que al artista de excelso y virtuoso numen creador, se exaltase de igual modo al patriota y revolucionario, al hombre que con su inquebrantable actitud de rebelde ante la traición, el oprobio y la estulticia salvó no poco del honor de la Venezuela de los Libertadores”.


El gran historiador barinés, crítico literario y sociólogo, Virgilio Tosta, opinó así: “(…) Bastará nombrar aquí a Alfredo Arvelo Larriva, poeta continental, figura sencillamente extraordinaria de las letras americanas en su época y en todos los tiempos”.

En 1928 Arvelo Larriva viajó de incógnito desde París ––donde vivía–– a Caracas, mas fue descubierto por la prestigiosa revista Élite, que se confundió con su domicilio en el exterior pues Arvelo vivía en París: “El gran poeta de SONES Y CANCIONES permanecerá un mes en Caracas, regresando a fines de abril o albores de mayo a su residencia de Ciudad de México, donde su nombre ya es ampliamente admirado y querido”.

Otras opiniones de notables literatos sobre Arvelo Larriva: “Y nombro con el debido respeto a Alfredo Arvelo Larriva y a José Arreaza Calatrava” (Arturo Uslar Pietri, en su discurso en el Congreso por el Bicentenario del Libertador); “Arvelo está entre los más afortunados poetas jóvenes de la lengua castellana” (Jesús Semprún, el más notable crítico venezolano de esos días y uno de los cimeros en toda la historia literaria de Venezuela); “Ninguno como él logró captar y dominar en tal grado aquel sentido de estupenda agilidad verbal, aquella riqueza en el léxico y aquella suntuosidad en la forma que fueron características exteriores del Modernismo (…) La apostura, la fuerza, la cerviz indomable de los centauros llaneros, de la desaparecida estirpe de los lanceros de Las Queseras, podían verse en su estampa (…) Sus amigos en México saben cuán corto es lo que digo en honra de aquella espléndida personalidad. Magnetizado por ella, Ernesto Albertos lo esculpió en un canto. Los que conocimos a Arvelo podemos estar seguros de que vimos un hermoso ejemplar de una especie humana que no es fácil siga poblando nuestras prósperas colonias de petróleo y condecoraciones” (Humberto Tejera); “La poesía de Arvelo fue mucho más allá de donde llegaron sus pasos valientes: va todavía, fluirá siempre, caminará y abrirá surco y dará la vuelta al cielo” (Sánchez Trincado); “Raros poetas tan hombres y raros hombres tan poetas como Arvelo Larriva, de quien Pocaterra pensó que era ‘un personaje que se le escapó a Dostoievsky para envolverse en la clámide insigne de un poeta’ ” (Régulo Burelli Rivas); “Alfredo Arvelo Larriva, el mayor de los poetas modernistas venezolanos” (Alexis Márquez Rodríguez); “Si se me obligara a seleccionar exclusivamente cinco poetas hasta 1918, no vacilaría en elegir los siguientes: Andrés Bello, Pérez Bonalde, Lazo Martí, Arreaza Calatrava y Arvelo Larriva” (Miguel Otero Silva); “Su famoso libro de poemas SONES Y CANCIONES es una de las obras poéticas que ha tenido mayor influencia en el movimiento literario del presente siglo” (Otto D’Sola); “Verdadero prestidigitador de la rima, Arvelo somete a las palabras a un fresco y desenfadado juego (…) y contribuía a explicar su Poesía la personalidad del poeta, hombre de aventuras, duelos y quebrantos, que, como todos los impulsivos y combatientes de la época, tropezará con las cárceles del Gómez” (Mariano Picón Salas); “Quiebra ritmos y metros a su arbitrio maestro con facilidad sin precedente” (Rafael Angarita); “Uno de nuestros mayores poetas y de los mayores poetas de América” (Héctor Cuenca); y el español Pedro de Répide, escritor y periodista español, Primer Representante del Cuerpo de Cronistas Oficiales de la Villa de Madrid.: “Su poema en sonetos ‘Pilar Teresa’, único ejemplo que conozco de semejante alarde de versificación, es una maravilla de inspiración y ternura”.

Es oportuno referir que la poesía de Arvelo Larriva era publicada con profusión en periódicos, revistas (El Cojo Ilustrado, Sagitario, etc.) y folletos. Entre estas publicaciones sueltas fue muy conocida la edición de La lectura semanal, exclusivamente dedicada a poemas de Arvelo Larriva, como por ejemplo el extenso poema “La encrucijada”, del que ofrezco sólo una muy pequeña parte:

En la encrucijada de los dos caminos
Hay un par de negros, un par de asesinos
Que matan y roban a los peregrinos.

Son de Magdalena los ojos endrinos.

Son de Magdalena los endrinos ojos:
los ojos que saben pérfidos aojos,
falaces ternuras, malignos enojos.

¡Los ojos, tan negros; los labios, tan rojos!

¿Quién es Magdalena? –Pecadora y linda,
En la encrucijada donde se avecinda,
A los caminantes un néctar les brinda.

¿Qué oro no merca sus labios de guinda?
¡Oh, la encrucijada donde Magdalena
mora y enamora, bizarra morena,
y encanta si canta, cual una sirena!

--Al pasar, no escuches la canción que suena

No escuches el canto de la encantadora
que en la encrucijada canta y enamora,
bizarra morena, linda pecadora.

Pantera galante que lame y devora.

Rufino Blanco Fombona aseveró: “Arvelo Larriva es un cantor que vale mucho y cuenta con la juventud. Es poeta de veras y su alma es placer de líricas perlas. Y de su poesía, por obra y magia de la naturaleza, brotan raudales de poesía. Voy a transcribir uno de sus postreros sonetos para que se admiren la pureza de su arte y la bondad de su alma, cosas que en este poemín se transparentan para todo aquel que tenga entendimientos de hermosura y asomos de penetración psicológica”. Y a continuación transcribió “La tentación de San Francisco de Asís”:

San Francisco de Asís, el buen hermano
del blanco invierno y del otoño gris
y de la primavera y el verano;
del cardo hiriente y de la flor de lis;

del cordero infantil, del lobo anciano;
del extranjero y del natal país;
del Todo, poliformo y soberano;
Francisco, el Santo fraternal de Asís,

objeto fue de la sutil malicia
del Diablo astuto; mieles de caricia
vió sonreírle en labios de mujer.

Y dijo el Santo, de ternuras preso:
––Sé bendito en amor, hermano Beso;
Déjame en paz, hermano Lucifer!


De su poesía ya he dado cuenta; pero es interesante saber de su elegante y magnífica prosa y, nada mejor, que en relación con su propuesta ––jamás atendida–– de que se le hiciera un monumento a la memoria del gran Lazo Martí y valga, como reiteración de tan justiciera demanda, el copiar su carta en que ofreció donar el dinero de su premio al eventual fin:

“Señores don Laureano Vallenilla Lanz, doctor Lisandro Alvarado, doctor Eloy G. González, don Luis Urbaneja Achelpohl y don Pedro Emilio Coll: Mis eminentes amigos: El jurado de verso para el certamen de El Gaucho y el Llanero galardona con el premio, según leo en EL NUEVO DIARIO de hoy, un soneto mío; y a tal circunstancia tengo la satisfacción de escribirles esta carta. Desde que promovido por la intelectual amplitud y la sinceridad americanista de don Eduardo Labougle, Ministro de la República Argentina, se inició el referido certamen, sentí cordial y vivo deseo de concurrir a él. A ello no me impulsaba ninguna razón de literato; por encima de cualesquiera otras yo tenía una suprema razón: nací llanero, y he vivido en el Llano lo bastante para no ser un extranjero en mi tierra. La grande, la épica hermosura del tema ––ya esbozado en algunos versos míos, en un poema consagrado a la gloria de Junín–– sedújome desde el primer instante. Quise concurrir en el verso y en la prosa; mas, a poco, impedimentos inesperados obligáronme a no cumplir sino a medias mi propósito. Y esto lo he lamentado más al darme cuenta de que así no tuve la honra y el júbilo de ser vencido por ese gran escritor, por ese férvido patriota, por ese admirable ciudadano, por ese mi querido amigo que se llama Luis Urbaneja Achelpohl. (…) Hace ya cinco lustros que, desde las páginas inolvidables de EL COJO ILUSTRADO, Alejandro Fernández García, saludaba noblemente, al terso ritmo de su prosa, a un poeta venezolano, por entonces en la flor de su juventud y en la alborada del renombre. Y el alquimista de oro cerraba su gentil salutación con esta frase, que diluye levedades de sonrisa en amargor de pesimismo: ‘¿Alcanzarás la altísima honra de ser Jefe Civil de tu pueblo? Quién sabe!”. No. No alcanzó Francisco Lazo Martí la hora de ser Jefe Civil de Calabozo, su colonial ciudad nativa; pero bastóle uno solo de sus poemas, La Silva Criolla, como le hubiera bastado cualquier otro: Sabanerito, Crepusculares, Patria la mestiza, para conquistar una gloria limpia y radiosa, si bien no monetizable: la de ser un gran poeta de su país, el gran poeta llanero. (…) Alcemos, en un pedestal simbólico, el busto de Lazo Martí, su busto de gallardo mozo de cuando se publicó La Silva Criolla; alcémoslo en medio de la fresca decoración, de la semirrústica gracia de uno de esos nemorosos paisajes que abundan en ciertos paseos de la capital: en Los Caobos, por ejemplo. No faltarán nunca parejas de enamorados y parleros grupos de muchachas bonitas que le lleven violetas y rosas, con las rosas y violetas del crepúsculo, al autor de Crepusculares. Respetuosamente les invito a constituirse en Junta que promueva entre los admiradores de Lazo Martí una suscripción encaminada a realizar el proyecto que les expongo (…)”.

Y Arvelo ––quien no tenía bienes de fortuna–– donó acto seguido el dinero del premio que ganó con El Gaucho y el Llanero en el certamen en mención; pero jamás se ha hecho ese monumento tan merecido por el gran poeta Lazo Martí: ¿Por qué no ahora?

También interesante y aun divertido es el citar un párrafo de lo que escribió Arvelo Larriva cuando un colombiano le copió o usurpó un poema: “EL SECUESTRADOR DE BOGOTÁ. En México llaman plagiarios a los secuestradores de personas. Si el señor Eduardo Castillo, de Bogotá, residiera en México, allí, para equilibrar los términos, forzosamente habrían de llamarle secuestrador. El señor Eduardo Castillo, de Bogotá, es, según entiendo, un cumplido literato que tiene, cumplidas también, sesenta primaveras. Y durante ese dilatado período primaveral, el señor Eduardo Castillo, de Bogotá, se ha distinguido, con encomiable perseverancia, en la benedictina labor de traducir al castellano ––más exacto: al castillano, por tratarse del idioma en que escribe el señor Castillo–– a cuantos poetas de lengua francesa le han caído al alcance de las uñas. Innumerables son sus versiones y diversiones a costa de poetas de Francia y de Bélgica. Sólo que, la mayor parte de las veces, el fecundo traductor olvida, poseído del fuego de la inspiración, decir que ha traducido simplemente, con más o menos infidelidad, a tal o cual poeta; y sin mala fe, por supuesto, publica la versión como cosa original suya. Bien original, preciso es convenir en ello. ¡Cuántos hermosos poemas de Albert Samain, para no citar sino un solo ilustre nombre, andan por ahí, tristemente contrahechos, con la firma del señor Eduardo Castillo, de Bogotá!

Pero resulta que el señor Eduardo Castillo, de Bogotá, sumiso tal vez a la brava fuerza de la costumbre, traduce versos no solamente del francés, sino también del castellano. Por donde se ve muy claro cómo no andaba yo descaminado fuera de la verdad al afirmar enantes que el señor Castillo escribe en castillano, lengua suya exclusivamente. Y a esa lengua ––¿por qué no habría de hacerlo?–– traduce versos escritos originalmente en español. En reciente edición de EL ESPECTADOR, de Bogotá, en el suplemento literario dedicado a la gloria de San Francisco de Asís, en las mismas páginas en donde el señor Cornelio Hispano, del Cauca, ¡otro ubérrimo traductor!, desgarra sacrílegamente en una versión horrenda el divino
Canto al Sol, del Poverello, acabo de tropezarme con uno de los últimos “secuestros” perpetrados por el señor Eduardo Castillo, de Bogotá.

Esta vez el “secuestrado” es un soneto muy conocido, viejo de casi veinte años, durante los cuales se ha reproducido con frecuencia en revistas y diarios de Hispanoamérica y se le ha citado y comentado por críticos eminentes, entre otros por el prologuista de Carnes y Porcelana, volumen de poesías de don Andrés Eloy de la Rosa, actual Encargado de Negocios de Venezuela en Bogotá, en el juicio antepuesto a dicha obra. El autor del soneto, un poeta venezolano, lo incluyó en 1909, en un libro suyo. Se trata de
La Tentación de San Francisco de Asís, soneto de Alfredo Arvelo Larriva.

A este soneto, que ya en alguna ocasión tuvo el honor de ser entredicho como herético (¡al propio San Francisco lo acusaron de herejía!), le faltaba el martirio de ser “secuestrado” por el señor Eduardo Castillo, de Bogotá. (…) Al pie de este articulejo, el lector curioso hallará la prueba de lo que dejo dicho. El “secuestro” comienza por el título del soneto; sigue por su primer verso; continúa por la vaga terminación del primer cuarteto, que, sin punto final, se prolonga en el segundo; y se detiene afortunadamente, en la sonrisa tentadora de la boca femenina. Se detiene porque el señor Eduardo Castillo, de Bogotá, consecuente con su modo de traducir a los poetas, esto es: de sentir la belleza que se llama poesía, no vacila un instante en atribuirle al Seráfico la vulgarísima fealdad de un apetito libidinoso frente a la tentación y la feísima vulgaridad de recurrir al consabido silicio como remedio clásico para refrenar los rijosos ímpetus de la bestia. (…) Pero hay que reconocerle al señor Eduardo Castillo, de Bogotá, un mérito indiscutible: el de estar siempre, a todo trance, a la altura de su fama. Para redondear el “secuestro” del soneto franciscano, nada le pareció tan de perlas, aunque el caso era de rosas, como “secuestrar” en el terceto final un conocidísimo cuento,
El milagro de las rosas, de Francisco Villaespesa. El dirá que así todo resultó lo más franciscanamente posible.

Una explicación, mi querido y admirado Key Ayala, para acabar de una vez con el señor Eduardo Castillo, de Bogotá: Al comienzo califiqué de “cumplido literato” a dicho señor. Usted sabe mejor que yo, puesto que me complace y enorgullece tenerle por maestro y consultor en asuntos literarios y filológicos, que, según el Diccionario de la Academia, “cumplido” vale por “largo” y por “abundante”. Cuanto a la calidad de versificador del señor Eduardo Castillo, de Bogotá, mejor es no menealla: quien es capaz de fabricar la más ruin sinalefa al escribir “que con su flauta melodiosa hacía”, es incapaz de hacer dormir con su acordeón ni a los borregos del rebaño; no hablo del lobo: el lobo insomne se lo comería con acordeón y todo. Por lo que hace a la persona del señor Eduardo Castillo, de Bogotá, me atengo al eficacísimo soneto monosilábico que le fue dosificado en gotas de travieso ingenio por el poeta mexicano Juan José Tablada:


Go-
za
ba
yo

a
Bo-
Go-
Tá.


Te
mi-
ré,

y
me
fui”.

aaf.yorga@gmail.com
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