Las encuestas sirven para muchas cosas. Para, por ejemplo, saber cómo se están moviendo los vientos. También sirven para crear sensaciones y expectativas. Es decir, para hacer creer que los vientos cargan agua. Los buenos estrategas no caen en frases tramposas de lecturas transitorias. Saben que los vientos cambian y pueden tomar otra dirección. Entienden, los que saben por estudio y experiencia, que lo que hoy es mañana puede dejar de ser. Comprenden que lo impredecible, por un cambio en los vientos, puede sorpresivamente ocurrir. Los entendidos no dan por sentado un posible resultado. Eso sería tonto.

Un buen estratega se plantea escenarios. Los analiza, desmenuzando cada uno y asignando probabilidades. Y luego toma decisiones y escoge el escenario con mayor temperatura de éxito. Entonces piensa en el camino. Diseña una táctica. Asigna prioridades. Establece metas y objetivos. Y va midiendo. Evita las rutas azarosas y minimiza los riesgos. No improvisa. No es un juego. Es un círculo de precisiones.

Un buen estratega no cae en el ridículo voluntarismo de contar sueños e ilusiones. Que eso es mala costumbre, ejercicio de creer que deseo empreña. Parece que hay quienes luego de muchos años -y tantísimo sufrimiento- todavía cuentan los pollos antes de nacer. Y luego se sorprenden cuando no tienen pollo ni para relleno de una empanada.

Poco más de cuatro meses para las primarias. Y más de un año para la contienda. No son fiestas. No son juegos de simulación. Son batallas. ¿Será que entendemos lo que nos estamos jugando? ¿Será que evitaremos el simplismo de contar los pollos antes de que nazcan?

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