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Los debutantes

El gran beneficiado ha sido Vox, en conexión con los temores de sectores importantes de la sociedad. Ahora resulta patético desgarrarse las vestiduras y gritar, que viene el lobo, después de alimentarlo en la boca con esmero radical

  • JEAN MANINAT

02/06/2023 05:03 am

Hagamos el ejercicio, miremos fijamente a la cámara, levantemos una ceja en señal de gravedad, movamos imperceptiblemente la cabeza de arriba abajo y dejemos caer: en España…ganó la extrema derecha. Y voilà, el análisis sobre los resultados de las elecciones autonómicas y municipales realizadas el 28-M en España estará más que blindado. Digno de un comentario de IA (Izquierda Artificial).

Pero, ojo, resulta que ganó el PP de manera apabullante y perdió el PSOE, que sigue siendo una poderosa fuerza electoral. Ambos han sido sostén de la democracia en España. Y fueron barridas las organizaciones que a la izquierda del PSOE pretendieron forzar un espacio, un desplazamiento de placas sísmicas en el bipartidismo español, pero que tan solo lograron abrir una efímera rendija y la cerraron a fuerza de jueguitos políticos de trastienda, de falta de pericia para gobernar, de ausencia de una visión de Estado para ejercer la política. Algo así como un ruidoso Cirque du Soleil de carpas remendadas y de malabaristas sin más malabares que: dónde está la bolita, dónde está la bolita.

Los partidos emergentes de izquierda, ahora internados en emergencias: Podemos, Izquierda Unida, Sumar, y otros, vivieron su cuarto de hora de fama, llegaron a cogobernar con el PSOE, quisieron imponer una agenda progresista, estridente y exclusivista, la de una nueva casta elitista y arrogante, que espantó al votante de mayorías, le pavimentó la pista de aterrizaje a Vox y dinamitó la convivencia democrática que tanto esfuerzo le costó a España construir. El gran beneficiado ha sido Vox, en conexión con los temores de sectores importantes de la sociedad. Ahora resulta patético desgarrarse las vestiduras y gritar, que viene el lobo, después de alimentarlo en la boca con esmero radical.

En los últimos años, hemos visto a la democracia española deshilacharse, a sus principales partidos caer en manos de líderes frívolos, sin luces, y otros perturbados por mantenerse en el poder a toda costa, dispuestos a dormir con el enemigo así no le permitiera conciliar el sueño, como hizo el presidente Sánchez al pactar con Iglesias y Podemos. Un desastre anunciado, un billete perdedor que cobraron ambos el 28-M.

Bajo el influjo de la política del olfato, de la política concebida como atornillador en el poder (léase, La Moncloa), el PSOE fue perdiendo su condición de partido de mayorías, capaz de entusiasmar a sectores más allá de la feligresía socialista, de comprender el ánimo de los españoles y marchar en las reformas al paso de los más lentos. Sin estridencias ni tragafuegos de esquina haciendo bullying desde los ministerios para imponer sus agendas grupales a la sociedad.

El abrazo de la muerte entre Sánchez e Iglesias, y su gestión conjunta de Gobierno, tuvo por resultado que, “formidables alcaldes y presidentes autonómicos se verán desplazados aunque muchos de ellos han podido mejorar sus resultados” según palabras del propio presidente Sánchez. Uno puede imaginar el diluvio de hostias silentes que saldrían de las bocas de tantos formidables candidatos que se quedaron en el aparato por culpa de su secretario general, al escuchar semejante confesión.

El PP, luego de dirimir sus reyertas internas, con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, exhibiendo -cual Salomé- la cabeza del defenestrado presidente del partido, Pablo Casado, no tuvo más que elegir a un sereno barón gallego, con aires funcionario provincial y fama de eficaz para que asumiera las riendas del partido y lo llevara de nuevo al poder. No ha sido mucho lo que ha tenido que hacer Alberto Núñez Feijóo, salvo sentarse con paciencia y sabiduría gallega a esperar que los desvelos del líder socialista por dormir en La Moncloa lo condujeran al fatídico 28-M de sus insomnios. Feijóo tendrá que lidiar con Vox a sus costados y con la temible Ayuso al comando del pulmón sentimental y político del PP: Madrid. ¡Vaya tarea!

Pero el follón no ha terminado. En una decisión conjunta, “tomé la decisión con mi conciencia” ha dicho, el presidente de Gobierno decidió adelantar las elecciones generales para el 23 de julio de 2023 y poner a todo el mundo a correr, sin darle tiempo a la sociedad de madurar los resultados, sin importarle la Presidencia del Consejo de la Unión Europea que ejercerá España en el segundo semestre de 2023, sin que su propio partido pueda hacer un balance de la derrota y ubicar culpas, y con sus socios corriendo como chiripas enloquecidas para encontrar una fórmula común para el 23-J, y ya saben… la derecha no sale a votar en vacaciones de verano.

Los debutantes hacen de las suyas, y la sociedad siempre les pilla…

@jeanmaninat
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