¿Locos o manejan motos?
La situación de crisis compleja que atraviesa Venezuela, la limitación económica para reponer las flotas automotriz, sumada la baja disponibilidad de combustible, hace de las unidades de dos ruedas una opción para la movilización
La jocosidad y el tradicionalismo de nuestros pueblos tienen como elemento común, y como característica que lo identifica un doble sentido que en muchos de los casos no es asimilado por la intelectualidad, pero que lleva un mensaje codificado entendible para el colectivo; al mismo tiempo resulta un estímulo para el análisis de comportamientos, una alerta disimulada, que al descifrarla pone en relieve realidades ocultas, que merecen ser tomadas en consideración para evitar grandes calamidades.
Conocimos a un personaje a quien su formación académica y científica (como ocurre con muchos profesionales), no le apartó de su humor pueblerino; por el contrario encontró en sus raíces dicharacheras sencillas y cargadas de realismo, un arsenal de refranes, chascarrillos y expresiones rocheleras, instrumental que bien orquestado aplicaba en momentos oportunos, quedando en el aires como un chiste más; sin embargo, pocas veces el auditórium apreciaba la trascendencia del mensaje.
Expresiones como “más atravesado que policía en moto” o “¿Está loco o maneja moto?” dos de sus más frecuentes frases, tenían la función de representar: con la primera amonestación a obstáculos inoficiosos en las áreas críticas de atención como quirófano o emergencia; la segunda tenía aplicación en circunstancias en las cuales, acciones o expresiones resultaran inconvenientes, negligentes o simplemente carentes de sentido. Quizás la frase con la que titulamos pudiera relacionarse por su contemporaneidad con los pasillos colapsados con pacientes fracturados, imposibilitados temporales o permanentes a causa de accidentes en motocicletas; realidad que representa la más alta siniestralidad que requieren atención en los servicios de trauma shock no solo en Venezuela, sino que es una verdadera calamidad en América Latina.
La situación de crisis compleja que atraviesa Venezuela, la limitación económica para reponer las flotas automotriz, sumada la baja disponibilidad de combustible, hace de las unidades de dos ruedas una opción para la movilización, y más que ello, en oportunidades el único recurso con el dispone una extensa franja de la población. Sin embargo, la necesidad no justifica la irresponsabilidad, la falta de previsión y hasta conductas típica y objetivamente delictivas asumidas por motorizados que transitan por vías diariamente.
Es común encontrarnos con vehículos transportando familias enteras, niños y ancianos sin ningún tipo de protección, quienes finalmente reciben la mayor carga de la siniestralidad; como si ello fuera poco, la velocidad de desplazamiento, la imprudencia al maniobrar en medio de un tránsito que cada día es contentivo de violencia e irrespeto a las normas, inobservancia de leyes o regulaciones y el convencimiento de que los conductores de otros vehículos están supeditados a la imprevisibilidad de sus conductas. En la selva en que se ha convertido la vialidad urbana e extraurbana, toca lidiar con motociclistas que no respetan luces de cruces, semáforos o unidireccionalidad de calles; conducir sin luz durante las noches sin límites de velocidad y además realizando malabarismo irresponsable. El desprecio de estas personas por su vida es apocalíptico, pero mayor es el grado de desadaptación a la vida en sociedad, evidente demostración de convertirse en una noxa para la seguridad, la vida y hasta la libertad de otras personas que requieren salir a la calle y hacer uso de la vía pública.
La cuestión resultaría de sencilla solución con la aplicación de las regulaciones establecidas en la Ley, cumplimiento de prohibiciones y una vigilancia adecuada por los cuerpos de seguridad; no obstante, he allí el dilema, resulta que quienes primariamente son protagonistas de tales despropósitos en la vía pública, son precisamente uniformados encargados de la seguridad pública. Resulta terrorífico coincidir en la vía con pelotones de motorizados de la Guardia Nacional Bolivariana que aparecen de repente de frente y ocupan toda la vía, además amenazan y amedrentan a los conductores incrementando la opinión negativa que dicha fuerza ha ido ganando en la ciudadanía; los cuerpos policiales sin distingo de fuerza sean nacionales, regionales o locales hacen lo propio con ingente impunidad. En fin, tal pareciera que conducir una motocicleta crea un código de comportamiento generalizado, un desprecio por la vida propia y la de su familia, al tiempo que subordina los derechos de los demás a su propia indigencia intelectual.
La observación sin lugar a dudas tiene sus destinatarios definidos; los motorizados respetuosos de las normas, conscientes y con patrones de comportamiento ajustados a la convivencia, no deben sentirse aludidos por estas reflexiones: las solidaridades automáticas con quebrantadores de los principios de la vida en comunidad, es otro vicio que requiere ser trabajada por la psicología social. “Más atravesado que policía en moto” refleja una amonestación a conductas imprudentes que limitan el libre desempeño en un área que no soporta obstáculos por su naturaleza, como transpolación de comportamientos impropios de agentes del orden conduciendo estos vehículos en la vía pública. Por su parte, de la interrogante “¿Está loco o maneja moto?” (Que estoy seguro inmortalizará a su pregonera) podemos sustraer una suspicaz jeremiada ante la imprudencia, la desconsideración y la inobservancia de los mínimos estándares de convivencia, lo cual revela una personalidad carente de empatía, coherencia y contacto sensato con la realidad que la circunda. Aristóteles aplica en su inmortal proclama para aquellos quienes se superponen sobre los derechos de los demás: “el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un Dios”; La conducta no social y desconsiderada sea bien un Dios o una bestia no califica en la escala de la cordura, “está loco o maneja moto”.
Pedroarcila13@gmail.com
Conocimos a un personaje a quien su formación académica y científica (como ocurre con muchos profesionales), no le apartó de su humor pueblerino; por el contrario encontró en sus raíces dicharacheras sencillas y cargadas de realismo, un arsenal de refranes, chascarrillos y expresiones rocheleras, instrumental que bien orquestado aplicaba en momentos oportunos, quedando en el aires como un chiste más; sin embargo, pocas veces el auditórium apreciaba la trascendencia del mensaje.
Expresiones como “más atravesado que policía en moto” o “¿Está loco o maneja moto?” dos de sus más frecuentes frases, tenían la función de representar: con la primera amonestación a obstáculos inoficiosos en las áreas críticas de atención como quirófano o emergencia; la segunda tenía aplicación en circunstancias en las cuales, acciones o expresiones resultaran inconvenientes, negligentes o simplemente carentes de sentido. Quizás la frase con la que titulamos pudiera relacionarse por su contemporaneidad con los pasillos colapsados con pacientes fracturados, imposibilitados temporales o permanentes a causa de accidentes en motocicletas; realidad que representa la más alta siniestralidad que requieren atención en los servicios de trauma shock no solo en Venezuela, sino que es una verdadera calamidad en América Latina.
La situación de crisis compleja que atraviesa Venezuela, la limitación económica para reponer las flotas automotriz, sumada la baja disponibilidad de combustible, hace de las unidades de dos ruedas una opción para la movilización, y más que ello, en oportunidades el único recurso con el dispone una extensa franja de la población. Sin embargo, la necesidad no justifica la irresponsabilidad, la falta de previsión y hasta conductas típica y objetivamente delictivas asumidas por motorizados que transitan por vías diariamente.
Es común encontrarnos con vehículos transportando familias enteras, niños y ancianos sin ningún tipo de protección, quienes finalmente reciben la mayor carga de la siniestralidad; como si ello fuera poco, la velocidad de desplazamiento, la imprudencia al maniobrar en medio de un tránsito que cada día es contentivo de violencia e irrespeto a las normas, inobservancia de leyes o regulaciones y el convencimiento de que los conductores de otros vehículos están supeditados a la imprevisibilidad de sus conductas. En la selva en que se ha convertido la vialidad urbana e extraurbana, toca lidiar con motociclistas que no respetan luces de cruces, semáforos o unidireccionalidad de calles; conducir sin luz durante las noches sin límites de velocidad y además realizando malabarismo irresponsable. El desprecio de estas personas por su vida es apocalíptico, pero mayor es el grado de desadaptación a la vida en sociedad, evidente demostración de convertirse en una noxa para la seguridad, la vida y hasta la libertad de otras personas que requieren salir a la calle y hacer uso de la vía pública.
La cuestión resultaría de sencilla solución con la aplicación de las regulaciones establecidas en la Ley, cumplimiento de prohibiciones y una vigilancia adecuada por los cuerpos de seguridad; no obstante, he allí el dilema, resulta que quienes primariamente son protagonistas de tales despropósitos en la vía pública, son precisamente uniformados encargados de la seguridad pública. Resulta terrorífico coincidir en la vía con pelotones de motorizados de la Guardia Nacional Bolivariana que aparecen de repente de frente y ocupan toda la vía, además amenazan y amedrentan a los conductores incrementando la opinión negativa que dicha fuerza ha ido ganando en la ciudadanía; los cuerpos policiales sin distingo de fuerza sean nacionales, regionales o locales hacen lo propio con ingente impunidad. En fin, tal pareciera que conducir una motocicleta crea un código de comportamiento generalizado, un desprecio por la vida propia y la de su familia, al tiempo que subordina los derechos de los demás a su propia indigencia intelectual.
La observación sin lugar a dudas tiene sus destinatarios definidos; los motorizados respetuosos de las normas, conscientes y con patrones de comportamiento ajustados a la convivencia, no deben sentirse aludidos por estas reflexiones: las solidaridades automáticas con quebrantadores de los principios de la vida en comunidad, es otro vicio que requiere ser trabajada por la psicología social. “Más atravesado que policía en moto” refleja una amonestación a conductas imprudentes que limitan el libre desempeño en un área que no soporta obstáculos por su naturaleza, como transpolación de comportamientos impropios de agentes del orden conduciendo estos vehículos en la vía pública. Por su parte, de la interrogante “¿Está loco o maneja moto?” (Que estoy seguro inmortalizará a su pregonera) podemos sustraer una suspicaz jeremiada ante la imprudencia, la desconsideración y la inobservancia de los mínimos estándares de convivencia, lo cual revela una personalidad carente de empatía, coherencia y contacto sensato con la realidad que la circunda. Aristóteles aplica en su inmortal proclama para aquellos quienes se superponen sobre los derechos de los demás: “el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un Dios”; La conducta no social y desconsiderada sea bien un Dios o una bestia no califica en la escala de la cordura, “está loco o maneja moto”.
Pedroarcila13@gmail.com
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